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miércoles, 21 de agosto de 2013

Tordo-bayo

Erase un viejo que tenía tres hijos. El menor, al que llamaban Iván-el-tonto, se pasaba la vida sentado en un rincón del rellano de la estufa[1] sonándose las narices. A punto de morir, les dijo el padre:
-Hijos míos, cuando muera quiero que vayáis las tres primeras noches a dormir una vez cada uno junto a mi tumba.
Así que falleció el viejo, los hijos le enterraron. Llegó la primera noche, que el mayor de los hermanos debía pasar junto a la tumba. Pero, ya fuera por pereza, ya fuera por miedo, el caso es que le dijo al menor:
-Puesto que no haces nada, Iván-el-tonto, ve tú a la tumba de nuestro padre y pasa allí la noche por mí.
Iván-el-tonto se vistió, fue al cementerio y se acostó al lado de la tumba. Pero a medianoche se abrió de pronto la sepultura, y de ella salió el viejo preguntando:
-¿Quién está aquí? ¿Eres tú, mi hijo mayor?
-No, bátiushka[2]. Soy yo, Iván-el-tonto.
-¿Y por qué no ha venido el mayor? -preguntó el viejo al recono-cerle.
-Porque me ha mandado a mí, bátiushka.
-Bueno, pues tuya será la suerte -sentenció el viejo y, lanzando un silbido estridente, gritó-: ¡Tordo-bayo, ven acá, mi sabio alazán!
Llegó galopando un corcel tordo: la tierra se estremecía bajo sus cascos, por los ojos le salían llamaradas y por las narices remolinos de humo.
-Aquí tienes un buen caballo, hijo. Y tú, caballo mío, sírvele como me serviste a mí.
Dichas estas palabras, el anciano volvió a su sepultura. Iván-el-tonto acarició al caballo, le dio unas palmadas y lo soltó. Luego regresó a su casa.
-¿Qué tal te ha ido la noche, Iván-el-tonto? -le preguntaron.
-Me ha ido bien, hermanos.
A la segunda noche, el hermano mediano, que tampoco quería pasarla junto a la tumba, dijo:
-Oye, Iván-el-tonto: ve tú a la tumba de nuestro padre y pasa allí la noche también por mí.
Sin replicar, Iván-el-tonto se vistió, salió de la casa y se acostó al lado de la tumba esperando la medianoche. Llegada esa hora, también se abrió la sepultura, salió el padre y preguntó:
-¿Eres tú, mi hijo mediano?
-No. Soy yo otra vez, bátiushka -contestó Iván-el-tonto.
El viejo dio una voz muy fuerte después de lanzar un silbido estridente:
-¡Tordo-bayo, ven acá, mi sabio alazán!
Llegó galopando un corcel bayo: la tierra se estremecía bajo sus cascos, por los ojos le salían llamaradas y por las narices remolinos de humo.
-Corcel bayo, sirve a mi hijo lo mismo que me serviste a mí. Y ahora, ¡márchate!
El bayo escapó al galope, volvió el anciano a su sepultura y se encaminó a su casa Iván-el-tonto. Los hermanos le preguntaron otra vez:
-¿Qué tal te ha ido la noche, Iván-el-tonto?
-Me ha ido muy bien, hermanos.
A la tercera noche, que le tocaba ir a él, Iván-el-tonto se vistió y salió sin que nadie tuviera que decirle nada. Estaba tumbado junto a la tumba cuando el anciano volvió a salir a medianoche y, sabiendo que era Iván-el-tonto quien estaba allí, dio una voz muy fuerte después de lanzar un silbido estridente:
-¡Tordo-bayo, ven acá, mi sabio alazán!
Llegó galopando un corcel alazán: la tierra se estremecía bajo sus cascos, por los ojos le salían llamaradas y por las narices remolinos de humo.
-Sabio alazán: igual que me serviste a mí, sirve ahora a mi hijo.
Dicho lo cual, el viejo se despidió de Iván-el-tonto y volvió a su sepultura.
Iván-el-tonto acarició al alazán, estuvo admirándolo un rato, luego lo soltó y regresó a su casa. Los hermanos le preguntaron otra vez:
-¿Qué tal te ha ido la noche, Iván-el-tonto?
-Me ha ido muy bien, hermanos.
Siguió la vida como antes: los hermanos mayores trabajaban, pero Iván-el-tonto no hacía nada.
De pronto salió un bando del zar[3] diciendo que su hija la zarevna[4] sería desposada con quien lograse arrancar de la casa su retrato colgado a la altura de tantos y tantos troncos. Los hermanos se dispusieron a ir para ver quién lograba arrancar el retrato. Entonces dijo Iván-el-tonto desde el rellano de la estufa, donde estaba sentado detrás de la chimenea:
-Dadme un caballo cualquiera, hermanos, y también iré yo.
-¡Cállate, so tonto! -replicaron los hermanos de mala manera-. ¿Adónde quieres ir para que se ría de ti la gente?
Pero tanto insistió Iván-el-tonto, que, hartos ya, los hermanos accedieron:
-Está bien, estúpido: puedes montar la yegua coja si quieres.
Los hermanos se marcharon y entonces Iván-el-tonto salió al campo, se apeó de la yegua, la mató, la desolló, colgó la pelleja en las estacas de una cerca y dejó la carne allí tirada. Luego lanzó un silbido estridente, gritó con fuerza:
-¡Tordo-bayo, ven acá, sabio alazán!
Y llegó galopando el corcel tordo: la tierra se estremecía bajo sus cascos, por los ojos le salían llamaradas y por las narices remolinos de humo.
Iván-el-tonto se metió por una oreja del caballo y se sació de comida y bebida; salió por la otra oreja tan apuesto y bien ataviado, que ni sus hermanos le habrían reconocido.
Montado en el corcel tordo se encaminó al lugar donde estaba expuesto el retrato de la zarevna. Se había reunido allí un gran gentío. Al verle llegar tan apuesto, todos se pusieron a mirarle. Según galopaba, Iván-el-tonto espoleó al caballo, que pegó un salto tremendo, y sólo por la altura de tres troncos no pudo alcanzar el retrato. La gente había visto por dónde llegaba, pero nadie vio por dónde se marchó.
Iván-el-tonto soltó al caballo, volvió a su casa y se subió al rellano de la estufa. En esto regresaron los hermanos y se pusieron a contarles a sus esposas:
-No podéis imaginaros qué mancebo tan apuesto ha venido. Nunca habíamos visto nada igual. Sólo le ha faltado la altura de tres troncos para alcanzar el retrato. Toda la gente ha visto por dónde llegó, pero no por dónde se marchó. Seguro que vendrá otra vez...
-Hermanos, ¿no sería yo ese mancebo? -preguntó Iván-el-tonto desde el rellano de la estufa.
-¿Cómo demonios ibas a ser tú? Quédate donde estás, estúpido, y límpiate las narices.
Transcurrido cierto tiempo, el zar hizo repetir el bando. Los hermanos se dispusieron otra vez a presenciar aquella empresa, y también Iván-el-tonto les pidió:
-Hermanos: dadme un caballo cualquiera para ir.
-Tú te quedas en casa, estúpido -le contestaron. ¿O quieres echar a perder otra cabalgadura?
Pero tanto los atosigó, que le permitieron coger otra yegua cojitranca. Iván-el-tonto hizo lo mismo con ella: la mató, colgó la pelleja en las estacas de una cerca y dejó la carne allí tirada. Luego lanzó un silbido estridente y gritó con fuerza:
-¡Tordo-bayo, ven acá, sabio alazán!
Y llegó galopando el corcel bayo: la tierra se estremecía bajo sus cascos, por los ojos le salían llamaradas y por las narices remolinos de humo.
Iván-el-tonto se metió por la oreja derecha del caballo y cambió de vestido; salió por la oreja izquierda convertido en un apuesto mancebo, montó en su caballo y se puso en marcha. Al saltar, sólo le faltó la altura de dos troncos para llegar al retrato.
La gente había visto por dónde llegaba, pero nadie vio por dónde se marchó. Soltó al corcel bayo, volvió a su casa y esperó en el rellano de la estufa el regreso de sus hermanos. Estos llegaron y les dijeron a sus mujeres:
-¿Sabéis que ha vuelto el apuesto mancebo de la otra vez? Sólo le ha faltado la altura de dos troncos para alcanzar el retrato.
-Hermanos, ¿no sería yo ese mancebo? -preguntó Iván-el-tonto.
-Calla, estúpido. ¿Cómo demonios ibas a estar allí?
Poco tiempo después repitió el zar su bando. Mientras los herma-nos hacían sus preparativos, les pidió Iván-el-tonto:
-Dadme algún caballo, hermanos. Así iré yo también.
-Tú te quedas en casa, estúpido. ¿Hasta cuándo vas a echar a perder caballos?
Pero, como no pudieron deshacerse de él por mucho que lo intentaron, le dijeron que cogiera una yegua de mala muerte y ellos partieron.
Iván-el-tonto hizo como otras veces: mató a la yegua, dejó la carne abandonada y, después de lanzar un silbido estridente, llamó con fuerte voz:
-¡Tordo-bayo, ven acá, sabio alazán!
Y llegó galopando el caballo alazán: la tierra se estremecía bajo sus cascos, por los ojos le salían llamaradas y por las narices remolinos de humo.
Iván-el-tonto se metió por una oreja del alazán y se sació de comida y bebida; salió por la otra oreja, lujosamente ataviado, montó en el caballo y partió al galope. En cuanto llegó ante el palacio, saltó y se llevó el retrato y el pañuelo bordado que lo adornaba. La gente había visto por dónde llegaba, pero nadie vio por dónde se marchó. También soltó al alazán, volvió a su casa y se subió al rellano de la estufa en espera de que regresaran sus hermanos. Al volver éstos, les dijeron a sus mujeres:
-¿No sabéis? El apuesto mancebo de las otras veces ha saltado hoy tan alto, que se ha llevado el retrato.
-Hermanos, ¿no sería yo ese mancebo? -preguntó Iván-el-tonto desde detrás de la chimenea.
-Calla, estúpido. ¿Cómo demonios ibas a estar tú allí?
Pasado algún tiempo, el zar dio un baile al que invitó a todo el mundo: boyardos[5], jefes militares, nobles, consejeros, senadores, comerciantes, habitantes de las ciudades, campesinos... Los hermanos de Iván también fueron, y él los siguió.
Cuando llegó a palacio, se subió como siempre a un rellano de la estufa, detrás de la chimenea, y se puso a mirarlo todo con la boca abierta. La zarevna agasajaba, a los invitados, ofreciendo vino a cada uno y observando si no se enjugaba alguno los labios con su pañuelo, pues aquél sería su prometido. Pero nadie sacó el pañuelo de la zarevna. En cuanto a Iván-el-tonto, la zarevna pasó de largo junto a él sin verle. Por fin se retiraron los invitados.
Al día siguiente, el zar dio otro baile, pero tampoco apareció el que había arrancado el pañuelo con el retrato.
También al tercer día fue ofreciendo la zarevna bebida a los invitados. Todos habían bebido sin que ninguno se enjugase con su pañuelo.
-¿Cómo no estará aquí mi prometido? -se preguntó.
En esto miró detrás de la chimenea, y allí descubrió a Iván-el-tonto, todo tiznado de hollín, con la ropa casi en harapos y la pelambrera hirsuta. Escanció un vaso de cerveza y se lo ofreció, mientras los hermanos se asombraban de que incluso al tonto aquel sirviera bebida la zarevna. Iván-el-tonto apuró el vaso y se enjugó los labios con el pañuelo. Muy contenta, la zarevna le condujo de la mano hasta delante de su padre y dijo:
-Bátiushka: éste es mi prometido.
Los hermanos de Iván-el-tonto se quedaron como quien ve visiones.
-¿Qué le ocurrirá a la zarevna? ¿Se habrá vuelto loca para presen-tar a ese estúpido como su prometido?
Las cosas marcharon luego muy ligeras, y la boda se celebró con un gran banquete y muchos festejos.
Nuestro Iván dejó de ser Iván-el-tonto para convertirse en Iván-yerno-del-zar, y tanto se enmendó y se aseó, que la gente no hacer-taba a reconocerle de lo muy gallardo que resultaba.
Entonces comprendieron los hermanos lo mucho que significaba pasarse la noche junto a la tumba del padre.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich) 




[1] Estufa: La estufa rusa es toda una construcción de ladrillo. Muy ancha de base, con bancos a los lados, fogón y horno para el pan, se escalona hacia arriba formando rellanos destinados a distintos usos y que también sirven de lecho.
[2] Bátiushka: Literalmente, padrecito. Se emplea como tratamiento deferente y expresa su misión, humildad y vasallaje.
[3] Zar (en ruso se pronuncia tsar): Emperador ruso, aquí en el sentido de rey.
[4] Zarevna (tsareuna): Hija del zar en el sentido de princesa real.
[5] Boyardos: Nobles, altos personajes próximos a la corte.

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