Un
soldado[1] había
servido veinticinco años en su regimiento sin haber visto nunca al zar en
persona. Cuando volvió a su pueblo y la gente empezó a preguntarle cómo era el
zar, él no sabía qué responder. Y todos, familiares y conocidos, dieron en
burlarse de él:
-¡Mira
que haber servido veinticinco años y no haber visto nunca al zar...!
Tanto le
molestaron, que se puso en camino para ver al zar. Por fin llegó a palacio.
-¿Qué te
trae por aquí, soldado? -preguntó el zar.
-Me trae,
majestad, el que habiéndoos servido veinticinco años enteros a vos y a Dios,
nunca os había visto. Y he venido a veros.
-Bueno,
pues mírame.
El
soldado dio tres vueltas alrededor del zar, observándole muy atenta-mente, hasta
que le preguntó el soberano:
-¿Te
parezco bien?
-Sí,
majestad -contestó el soldado.
-Y ahora,
soldado, dime una cosa: ¿está muy alto el cielo de la tierra?
-Tan alto
que allí truena y aquí se escucha.
-¿Y es
muy ancha la tierra?
-Tan
ancha que por aquel lado sale el sol y por aquel otro se pone.
-¿Y es
muy profunda la tierra?
-Sí que
debe de serlo puesto que hace un ano muno mi abuelo, que tenía ya noventa, le
dieron tierra entonces y no ha vuelto a aparecer por casa.
El zar
mandó luego al soldado a una celda y le dijo:
-¡Abre el
ojo, soldado! Voy a mandarte treinta gansos, y tienes que ingeniártelas para
arrancarle una pluma a cada uno.
-iA la
orden!
Llamó el
zar a treinta ricos mercaderes y les puso las mismas adivinanzas que al
soldado. Ellos estuvieron pensando y venga a pensar, sin encontrar las
respuestas. Por eso, el zar los mandó encerrar en la misma celda.
-Y a
vosotros, mercaderes, ¿por qué os ha encarcelado el zar?
-Verás:
el zar ha empezado a preguntarnos si está lejos el cielo de la tierra, si la
tierra es muy ancha y muy profunda, y nosotros, como somos gente de pocas
luces, no hemos podido contestarle.
-Si me
dais mil rublos cada uno, puedo deciros cómo se debe contestar.
-Lo que
quieras, hermano, con tal de que nos ayudes.
El soldado
recibió mil rublos de cada uno y les explicó las respuestas a las adivinanzas
del zar.
Un par de
días después hizo comparecer el zar a los mercaderes y al soldado, les planteó
a los mercaderes las mismas adivinanzas y, una vez que las acertaron, les permitió
volver a sus casas.
-Y, ahora
dime, soldado, ¿has sido capaz de arrancarle una pluma a cada uno?
-Así es,
majestad. Y puede decirse que una pluma de oro.
-¿Estás
muy lejos de tu casa?
-Pues sí
debo de estar, porque no se la ve desde aquí.
-Toma mil
rublos y ve con Dios.
Volvió el
soldado a su casa y se puso a vivir a sus anchas y con todo acomodo.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
[1]Soldado: En la época zarista, el campesino siervo podía ser
enviado al servicio militar por muchos años (diez, veinticinco, treinta o
incluso a perpetuidad). Por eso, en los cuentos populares el soldado no es un
mozo imberbe, sino un hombre ingenioso y experimentado.
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