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miércoles, 21 de agosto de 2013

Un consejo provechoso

Erase un hombre llamado Iván Infortunado. Adondequiera que fuese a trabajar, si a los demás les pagaban un rublo, o incluso dos, a él no le daban más de cincuenta kópeks[1].
«¿Pero he nacido yo distinto al resto de la gente? -se lamentaba para sus adentros. Tengo que ir a ver al zar y preguntarle por qué tengo esta mala suerte.» Y así lo hizo.
-¿Qué te trae por aquí, muchacho? -le preguntó el zar.
-Pues he venido por si podéis decirme a qué se debe mi mala suerte.
El zar convocó a sus boyardos y a sus generales para consultarles. Ellos estuvieron pensando y venga a pensar, dándole vueltas y más vueltas al asunto... Pero no se les ocurrió nada. Entonces intervino la zarevna* y le dijo a su padre:
-Yo creo, bátiushka, que quizá mejorase Dios sus horas si contrajera matrimonio.
El zar se indignó con su hija y le gritó:
-Ya que razonas mejor que nosotros, cásate tú con él.
Inmediatamente agarraron a Iván Infortunado, le casaron con la zarevna y a los dos los expulsaron de la ciudad con la orden expresa de que no volvieran a aparecer por allí.
Se dirigieron hacia la orilla del mar, y la zarevna le dijo a su marido:
-Puesto que no tenemos un reino, ni siquiera un comercio, de alguna manera hemos de salir adelante. Construye una choza en este lugar, y aquí viviremos, rogándole a Dios y trabajando para la gente.
Iván Infortunado construyó una choza, y allí se instaló con su joven esposa. Al día siguiente la zarevna le dio un kópek para que fuera a comprarle hilos de seda. Con ellos bordó un precioso tapiz, y mandó a su marido a que lo vendiera.
Conque iba Iván Infortunado con el tapiz al hombro, cuando cruzó con un anciano.
-¿Vendes ese tapiz?
-Sí.
-¿Cuánto pides por él?
-Cien rublos.
-¿Y para qué quieres el dinero? Se te puede perder. Mejor será que me lo cedas a cambio de un consejo provechoso.
-No puedo. Soy un hombre pobre y necesito el dinero.
El anciano le pagó los cien rublos. Iván Infortunado volvió a su casa. Al llegar quiso echar mano del dinero, pero lo había perdido por el camino.
La zarevna bordó otro tapiz. Iván Infortunado fue a venderlo, y de nuevo se encontró con el anciano.
-¿Cuánto pides por el tapiz?
-Doscientos rublos.
-¿Y para qué quieres el dinero? Se te puede perder. Mejor será que me lo cedas a cambio de un consejo provechoso.
Iván Infortunado aceptó esta vez, después de pensarlo un rato.
-De acuerdo: dímelo.
-Levanta la mano, pero no la dejes caer, y haz de tripas corazón -dijo entonces el anciano, y se marchó con el tapiz.
«¿Y de qué me sirve ahora ese consejo? ¿Cómo me presento a mi mujer con las manos vacías? -pensó Iván Infortunado. Mejor será que me vaya a la buena de Dios.»
Así echó a andar, y venga a andar, hasta que llegó muy lejos, y oyó decir que en aquella tierra había un culebrón de doce cabezas que devoraba a la gente. Iván Infortunado se había sentado en el camino a descansar un poco y dijo en voz alta:
-¡Ay! Si yo tuviera dinero, seguro que acababa con ese culebrón. Pero así... No habiendo dinero, de nada sirve el ingenio.
Un mercader que pasaba por allí escuchó sus palabras y pensó: «Pues es verdad. ¿Y si le ayudara yo?»
-¿Cuánto dinero necesitas? -le preguntó luego a Iván.
-Quinientos rublos.
El mercader le prestó quinientos rublos. Iván Infortunado corrió a los muelles, buscó operarios y comenzó a construir un barco. Pero en nada de tiempo se terminó el dinero. ¿Qué hacer? Fue en busca del mercader.
-Préstame quinientos rublos más -le pidió- o tendré que abandonar la empresa y se habrá perdido tu dinero sin remedio.
El mercader le dio quinientos rublos más, pero también se terminaron cuando el barco estaba sólo a medio construir. De nuevo acudió Iván Infortunado al mercader:
-Préstame mil rublos más o tendré que abandonar la empresa y se habrá perdido tu dinero sin remedio.
Aunque a regañadientes, el mercader le prestó mil rublos más. Iván Infortunado pudo terminar el barco. Entonces lo cargó de carbón y se hizo a la mar con unos cuantos obreros provistos de picos, palas y fuelles.
Al cabo de cierto tiempo -no sé si poco o mucho- atracó en la isla donde se encontraba la guarida del culebrón. Este, que acababa de darse un atracón, se había metido dentro a dormir mientras hacía la digestión.
Iván Infortunado mandó amontonar el carbón todo alrededor, prenderle fuego y atizar la lumbre con los fuelles. Se formó una humareda que se extendió por todo el mar y el culebrón reventó... Iván Infortunado empuñó entonces una espada muy afilada, le cortó al culebrón las doce cabezas y en cada una encontró una piedra preciosa.
Al regresar de su campaña vendió aquellas piedras muy caras y se hizo tan rico que no es para dicho. Le pagó su deuda al mercader y emprendió el regreso para reunirse con su mujer. Llegó Iván Infortunado a su choza y se encontró con que su mujer vivía allí en compañía de dos apuestos mancebos. Eran dos hijos suyos, gemelos, nacidos durante su ausencia.
Pero a Iván le pasó un mal pensamiento por la imaginación y, empuñando su espada afilada, alzó la mano sobre su mujer... En ese instante recordó el consejo del anciano: levanta la mano pero no la dejes caer, y haz de tripas corazón.
Iván Infortunado hizo de tripas corazón, le preguntó a la zarevna quiénes eran aquellos mancebos y luego organizaron un alegre festín para celebrar su reunión.
También yo estuve en el festejo. Bebí hidromiel con rosquillas y cerveza para que no se me subiera a la cabeza.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)


[1] Kópek: Centésima parte de la unidad monetaria rusa, que es el rublo.

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