Erase un
hombre llamado Iván Infortunado. Adondequiera que fuese a trabajar, si a los
demás les pagaban un rublo, o incluso dos, a él no le daban más de cincuenta kópeks[1].
«¿Pero he
nacido yo distinto al resto de la gente? -se lamentaba para sus adentros.
Tengo que ir a ver al zar y preguntarle por qué tengo esta mala suerte.» Y así
lo hizo.
-¿Qué te
trae por aquí, muchacho? -le preguntó el zar.
-Pues he
venido por si podéis decirme a qué se debe mi mala suerte.
El zar
convocó a sus boyardos y a sus generales para consultarles. Ellos estuvieron
pensando y venga a pensar, dándole vueltas y más vueltas al asunto... Pero no
se les ocurrió nada. Entonces intervino la zarevna* y le dijo a su padre:
-Yo creo,
bátiushka, que quizá mejorase Dios sus horas si contrajera matrimonio.
El zar se
indignó con su hija y le gritó:
-Ya que
razonas mejor que nosotros, cásate tú con él.
Inmediatamente
agarraron a Iván Infortunado, le casaron con la zarevna y a los dos los
expulsaron de la ciudad con la orden expresa de que no volvieran a aparecer por
allí.
Se
dirigieron hacia la orilla del mar, y la zarevna le dijo a su marido:
-Puesto
que no tenemos un reino, ni siquiera un comercio, de alguna manera hemos de
salir adelante. Construye una choza en este lugar, y aquí viviremos, rogándole
a Dios y trabajando para la gente.
Iván
Infortunado construyó una choza, y allí se instaló con su joven esposa. Al día
siguiente la zarevna le dio un kópek para que fuera a comprarle hilos de seda.
Con ellos bordó un precioso tapiz, y mandó a su marido a que lo vendiera.
Conque
iba Iván Infortunado con el tapiz al hombro, cuando cruzó con un anciano.
-¿Vendes
ese tapiz?
-Sí.
-¿Cuánto
pides por él?
-Cien
rublos.
-¿Y para
qué quieres el dinero? Se te puede perder. Mejor será que me lo cedas a cambio
de un consejo provechoso.
-No
puedo. Soy un hombre pobre y necesito el dinero.
El
anciano le pagó los cien rublos. Iván Infortunado volvió a su casa. Al llegar
quiso echar mano del dinero, pero lo había perdido por el camino.
La zarevna
bordó otro tapiz. Iván Infortunado fue a venderlo, y de nuevo se encontró con
el anciano.
-¿Cuánto
pides por el tapiz?
-Doscientos
rublos.
-¿Y para
qué quieres el dinero? Se te puede perder. Mejor será que me lo cedas a cambio
de un consejo provechoso.
Iván
Infortunado aceptó esta vez, después de pensarlo un rato.
-De
acuerdo: dímelo.
-Levanta
la mano, pero no la dejes caer, y haz de tripas corazón -dijo entonces el
anciano, y se marchó con el tapiz.
«¿Y de
qué me sirve ahora ese consejo? ¿Cómo me presento a mi mujer con las manos
vacías? -pensó Iván Infortunado. Mejor será que me vaya a la buena de Dios.»
Así echó
a andar, y venga a andar, hasta que llegó muy lejos, y oyó decir que en aquella
tierra había un culebrón de doce cabezas que devoraba a la gente. Iván
Infortunado se había sentado en el camino a descansar un poco y dijo en voz
alta:
-¡Ay! Si
yo tuviera dinero, seguro que acababa con ese culebrón. Pero así... No habiendo
dinero, de nada sirve el ingenio.
Un
mercader que pasaba por allí escuchó sus palabras y pensó: «Pues es verdad. ¿Y
si le ayudara yo?»
-¿Cuánto
dinero necesitas? -le preguntó luego a Iván.
-Quinientos
rublos.
El
mercader le prestó quinientos rublos. Iván Infortunado corrió a los muelles,
buscó operarios y comenzó a construir un barco. Pero en nada de tiempo se
terminó el dinero. ¿Qué hacer? Fue en busca del mercader.
-Préstame
quinientos rublos más -le pidió- o tendré que abandonar la empresa y se habrá
perdido tu dinero sin remedio.
El
mercader le dio quinientos rublos más, pero también se terminaron cuando el
barco estaba sólo a medio construir. De nuevo acudió Iván Infortunado al
mercader:
-Préstame
mil rublos más o tendré que abandonar la empresa y se habrá perdido tu dinero
sin remedio.
Aunque a
regañadientes, el mercader le prestó mil rublos más. Iván Infortunado pudo
terminar el barco. Entonces lo cargó de carbón y se hizo a la mar con unos
cuantos obreros provistos de picos, palas y fuelles.
Al cabo
de cierto tiempo -no sé si poco o mucho- atracó en la isla donde se encontraba
la guarida del culebrón. Este, que acababa de darse un atracón, se había metido
dentro a dormir mientras hacía la digestión.
Iván
Infortunado mandó amontonar el carbón todo alrededor, prenderle fuego y atizar
la lumbre con los fuelles. Se formó una humareda que se extendió por todo el
mar y el culebrón reventó... Iván Infortunado empuñó entonces una espada muy
afilada, le cortó al culebrón las doce cabezas y en cada una encontró una
piedra preciosa.
Al
regresar de su campaña vendió aquellas piedras muy caras y se hizo tan rico que
no es para dicho. Le pagó su deuda al mercader y emprendió el regreso para
reunirse con su mujer. Llegó Iván Infortunado a su choza y se encontró con que
su mujer vivía allí en compañía de dos apuestos mancebos. Eran dos hijos suyos,
gemelos, nacidos durante su ausencia.
Pero a
Iván le pasó un mal pensamiento por la imaginación y, empuñando su espada
afilada, alzó la mano sobre su mujer... En ese instante recordó el consejo del
anciano: levanta la mano pero no la dejes caer, y haz de tripas corazón.
Iván
Infortunado hizo de tripas corazón, le preguntó a la zarevna quiénes eran
aquellos mancebos y luego organizaron un alegre festín para celebrar su
reunión.
También
yo estuve en el festejo. Bebí hidromiel con rosquillas y cerveza para que no se
me subiera a la cabeza.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
[1] Kópek: Centésima parte de la unidad
monetaria rusa, que es el rublo.
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