Vivía en
una ciudad un ladrón que había cometido ya muchas fechorías.
Una vez
desvalijó a un hombre rico, pero fue descubierto y empezaron a perseguirle.
Después
de correr mucho tiempo por el bosque, se encontró frente a una estepa lisa de
lo menos diez verstas[1] de
extensión. Y allí se detuvo, en el lindero del bosque, sin saber qué hacer. Si
se lanzaba a la estepa, pronto le alcanzarían, porque se veía todo en dos
verstas a la redonda y, según oía, sus perseguidores estaban ya muy cerca.
Entonces rezó:
-Señor:
ten piedad de mi alma pecadora. San Nikolái bendito, protégeme y te prometo un
cirio de los grandes.
De
repente apareció como por ensalmo un hombre de edad y le preguntó al ladrón:
-¿Qué
acabas de decir?
-Acabo de
decir: «San Nikolái bendito, protégeme.» Y le he prometido un cirio de los
grandes.
Luego le
confesó al viejo sus pecados. Y el viejo dijo:
-Métete
en esa carroña si quieres.
Porque
allí cerca había un animal muerto. Al ladrón no le quedaba otro remedio si no
quería que le apresaran. Conque se metió en la carroña y el anciano desapareció
al instante. Porque aquel anciano era el propio San Nikolái.
En esto
desembocaron los perseguidores en el lindero del bosque, se lanzaron a la
estepa, recorrieron cosa de media versta y, al no ver a nadie, volvieron para
atrás.
Todo ese
tiempo estuvo el ladrón metido dentro de la carroña, sin poder respirar apenas
de la peste que despedía.
Salió por
fin cuando sus perseguidores se alejaron y vio nuevamente al mismo anciano, que
estaba allí cerca recogiendo cera.
El ladrón
fue a darle las gracias por su salvación, y el viejo preguntó:
-¿Qué le
prometiste a San Nikolái cuando le pedías protección?
-Le
prometí un cirio de los grandes -contestó el ladrón.
-¿Sí,
verdad? Pues has de saber que tanto como te ha repugnado a ti estar metido
dentro de esa carroña le repugnaría a San Nikolái tu cirio.
Luego le
advirtió:
-Nunca
les pidas a Dios ni a sus santos que intercedan por las malas acciones, porque
Dios no bendice las malas acciones. Conque recuerda mis palabras y diles
también a los demás que nunca pidan a Dios por las malas acciones.
Dicho lo
cual, desapareció de su vista.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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