Vivían en
cierto lugar dos hermanos tontos y otro que era listo. Un día fueron al bosque
y quisieron almorzar allí. Echaron legumbres secas en un puchero, lo llenaron
de agua fría (así dijo el tonto que se hiciera), pero cuando fueron a ponerlo a
la lumbre resultó que no tenían con qué encenderla.
Por allí
cerca había un colmenar. Dijo el hermano mayor:
-Iré por
candela al colmenar.
Llegó al
colmenar y le pidió al viejo que encontró allí:
-Dame un
poco de candela, abuelo.
-Cántame
primero una canción.
-Yo no sé
cantar, abuelo.
-Bueno,
pues baila algo.
-Tampoco
se me da bien.
-Pues, si
no se te da bien bailar, yo no te doy candela.
Además,
como tenía muy mala intención, le arrancó piel de la espalda para un cinturón.
Conque el
hermano mayor volvió sin candela donde los demás. El hermano mediano se enfadó
con él y dijo:
-¡Cuidado
que eres! Mira que no haber traído candela... Iré yo a buscarla.
Allá fue
el mediano al colmenar. Llegó y gritó:
-¡Abuelo!
Dame un poco de candela, por favor.
-Cántame
primero una canción, muchacho.
-No sé
cantar.
-Pues
cuéntame un cuento.
-Es que
tampoco sé, abuelo.
El abuelo
agarró y también al hermano mediano le arrancó de la espalda piel para un
cinturón.
Lo mismo
que el mayor, volvió el hermano mediano sin candela donde estaban los demás.
Los hermanos listos se quedaron mirándose sin saber qué hacer.
El tonto
también estuvo mirándolos un rato, hasta que dijo:
-Tan
listos como sois y no habéis traído candela... -y se marchó él a buscarla.
Llegó
donde el viejo:
-¿No
tendrías un poco de candela que darme, abuelo? -preguntó.
-Baila
algo primero -pidió el viejo.
-No sé
bailar -contestó el tonto.
-Pues
cuéntame un cuento.
-Eso sí
que me va -aseguró el tonto, sentándose sobre una cerca que estaba allí tirada-
Ahora tú siéntate aquí, frente a mí, y no me interrumpas, porque si me
interrumpes te arranco de la espalda tiras de piel para tres cinturones.
El viejo
tomó asiento frente al tonto, con la calva al sol. Y tenía una calva muy
grande. El tonto carraspeó y empezó:
-Bueno,
abuelo, pues escucha.
-Te
escucho, muchacho.
-Yo tenía
un caballejo pío en el que iba por leña al bosque. Un día monté en él como
siempre, con el hacha colgada del cinto. El caballo iba trotando, tras-tras,
tras-tras..., y al mismo tiempo iba el hacha pegándole en el lomo, zas-zas,
zas-zas..., hasta que le cortó la parte trasera... Escucha, escucha, abuelo
-dijo el tonto y le pegó con una varita en la calva.
-Te
escucho, muchacho:
-Conque
así anduve tres años más cabalgando en él sólo con la parte delantera, hasta
que un día, de repente, descubrí en un prado la parte trasera de mi caballo que
andaba por allí pastando. Corrí, la cacé, la cosí a la parte delantera y
todavía anduve así tres años más. Escucha, abuelo, escucha... -y le pegó otra
vez con la varita en la calva.
-Te
escucho, muchacho.
-Anduve
así en mi caballo hasta que un día llegué al bosque y vi un roble muy alto. Me
puse a trepar por él y así llegué hasta el cielo. Allí vi que el ganado se
vendía muy barato y en cambio estaban muy caros los mosquitos y las moscas.
Descendí a tierra por el roble, cacé moscas y mosquitos hasta llenar dos sacas,
me las eché a la espalda y trepé de nuevo al cielo. Abrí las sacas y me puse a comerciar
con la gente que andaba por allí: a cambio de una mosca y un mosquito a mí me
daban una vaca y un ternero. Así junté tanto ganado, que ni se podía contar.
Conque llevé el rebaño hacia el lugar por donde había subido, y me encontré con
que habían talado el roble...
El tonto
hizo una pausa, y luego continuó:
-Muy
preocupado, me puse a pensar en cómo bajaría del cielo, y por fin se me ocurrió
hacer una cuerda que llegara hasta el suelo: para ello maté a todos los
animales, con sus pieles hice una correa muy larga y empecé a bajar. Fui
bajando, bajando... y al final resultó que me faltaba un trozo de correa poco
más largo que la altura de tu cabaña... Escucha, escucha, abuelo -y otra vez le
pegó con la varita en la calva.
Si no te
gusta, no escuches
-Te escucho,
muchacho.
-Para
suerte mía, un campesino estaba allí cerca aventando el grano. Con los trozos
de paja que subían revoloteando yo trencé una cuerda y la empalmé a la correa.
Pero en esto se levantó un vendaval que empezó a zarandearme de un lado para
otro... Tan pronto hasta Moscú como hasta Píter... La cuerda de paja no
aguantó, se rompió, y el viento me arrojó a un lodazal. Me hundí en el barro
hasta el cuello. Sólo me asomaba la cabeza. Yo habría querido salir de allí,
pero no era posible porque una pata había hecho su nido en mi cabeza...
Después
de otra pausa, siguió contando el tonto:
-En esto
apareció un jabalí que tenía la querencia de ir al pantano a robar huevos. Como
pude, saqué una mano y me agarré al rabo del jabalí. Sí; conforme estaba a mi
lado, le eché mano y grité muy fuerte: «¡Arre, arre!» Y el jabalí me sacó del
pantano. ¿Me escuchas, abuelo?
-Te
escucho, muchacho.
El tonto
se dio cuenta de que la cosa se ponía fea: había terminado el cuento sin que el
viejo le interrumpiera, como era lo prometido. Para sacarle de sus casillas de
alguna manera, el tonto empezó otra historia.
-Mi
abuelo, que iba a caballo encima del tuyo...
-¡No! ¡El
que iba a caballo era el mío encima del tuyo! -le interrumpió el viejo.
Entonces
el tonto, que no estaba esperando otra cosa, le derribó boca abajo, le cortó de
la espalda tres tiras de piel para cinturones, cogió un poco de candela y
volvió donde sus hermanos.
En
seguida encendieron una hoguera y colocaron encima el puchero para hacerse la
comida.
Y se acabó
de momento. Cuando ya esté la comida, seguiremos con el cuento.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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