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miércoles, 21 de agosto de 2013

Un idiota de remate

Cierta familia tenía un hijo que era idiota de remate. No pasaba día sin que alguien se quejara de él, porque lo mismo insultaba que pegaba a cualquiera. A la madre le daba pena, y cuidaba de él como si fuera un niño pequeño. En cuanto se disponía a ir a alguna parte, la madre se pasaba media hora haciéndole recomendaciones:
-Mira, hijito, debes comportarte de esta manera y de la otra...
Una vez pasaba el idiota junto a una era y vio que estaban trillando guisantes.
-Que tres días de faena os dejen tres guisantes apenas...
Los campesinos, furiosos, le pegaron con los mayales.
 Acudió el idiota a su madre llorando:
-¡Ay, mátushka! Me han pegado, me han atizado muy fuerte...
-¿A ti, hijito?
-Sí.
-¿Por qué?
-Veras: yo pasaba cerca de la era de Dormidón, y allí estaban trillando guisantes...
-¿Y qué hiciste, hijito?
-... y les dije: «Que tres días de faena os dejen tres granos apenas...» Por eso me han pegado.
-¡Pero, hijito! Haberles dicho: «Ojalá tengáis tantos de éstos que nunca acabéis de cargar con ellos.»
Muy ufano, el idiota echó a andar al día siguiente por la aldea, cuando se cruzó con un entierro. Recordó la recomendación que le hizo su madre la víspera y lanzó a voz en cuello:
-¡Ojalá tengáis tantos de éstos que nunca acabéis de cargar con ellos!
Y le dieron otra paliza. Volvió el idiota donde su madre y le contó por qué le habían pegado.
-¡Pero hijito! Lo que debías haber dicho es «que la tierra le sea leve».
Aquellas palabras se le quedaron muy grabadas al idiota. Al otro día andaba otra vez vagando por la aldea cuando vio venir una boda. El idiota carraspeó para aclararse la voz y, al llegar el cortejo a su lado, gritó:
-¡Que la tierra os sea leve!
Los que iban con la boda, y que andaban ya a medios pelos, se tiraron de los carros y le atizaron de lo lindo. Corrió el idiota a su casa:
-¡Ay, madrecita mía, cómo me han pegado!
-¿Por qué, hijito?
El idiota le refirió lo ocurrido. Y dijo la madre:
-Lo que debías haber hecho, hijito, es tocar la flauta y bailar para ellos.
El idiota se marchó otra vez, llevándose su flauta.
Y sucedió que, en un extremo del pueblo, se le incendió el pajar a un campesino. El idiota corrió a todo correr hacia allá y, colocándose enfrente, se puso a bailar y a tocar la flauta.
También la emprendieron con él a golpes. Y otra vez acudió a su madre, hecho un mar de lágrimas, para contarle por qué le habían pegado.
-Lo que debías haber hecho, hijito -explicó la madre, era llevar agua para ayudarles a apagar el fuego.
A los tres días, cuando iban doliéndole menos las costillas, el idiota salió a dar una vuelta por la aldea. En esto vio a un hombre que estaba chamuscan-do un cerdo recién matado. Inmediatamente le arrebató un cubo de agua a una mujer que volvía del río y corrió a vaciarlo sobre la hoguera. El idiota se ganó otra tanda de golpes.
De nuevo corrió donde su madre a contarle por qué le habían pegado.
La madre se juró entonces no dejarle andar solo por el pueblo. De manera que, desde ese día y hasta el de hoy, el idiota no asoma las narices fuera de su casa.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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