Había un
viejo matrimonio que estaba muy triste porque, en tantos años, no habían tenido
hijos. Mientras fueron jóvenes, se arreglaron; pero, al llegar a viejos,
padecían y se lamentaban porque no tenían a nadie que les diera aunque sólo
fuera un vaso de agua. Un día, cogieron un trozo de tronco, lo envolvieron en
pañales, lo metieron en una cuna y se pusieron a mecerlo y arrullarlo. Y
entonces, en lugar del tronco, empezó a crecer entre los pañales un hijito al
que llamaron Teréshechka y que era precioso.
Cuando el
niño creció y tuvo uso de razón, el padre le hizo una pequeña barca en la que
salía a pescar. La madre le llevaba leche y requesón para que comiera.
-¡Teréshechka,
hijito mío! -gritaba al llegar a la orilla-. Ven, ven acá, que ha llegado tu
mamá a traerte de comer.
Teréshechka,
que oía desde lejos su dulce voz, se aproximaba a la orilla, comía, le
entregaba lo que había capturado y se iba otra vez a pescar. Un día le advirtió
la madre:
-Ten
cuidado, hijito mío, porque la bruja Chuvilija te está acechando. No vayas a
caer en sus garras.
En efecto,
nada más marcharse la madre, fue la bruja hasta la orilla y llamó con un
vozarrón terrible:
-¡Teréshechka,
hijito mío! Ven, ven acá, que ha llegado tu mamá a traerte de comer.
Pero
Teréshechka la reconoció.
-Aléjate,
barquita mía, aléjate -dijo. Esa no es la voz de mi madre querida, sino la de
la malvada bruja Chuvilija.
Nada más
oírle, la bruja corrió en busca de un curandero y logró tener la voz igualita
a la de la madre de Teréshechka.
Llegó la
madre y se puso a llamar al hijo con su dulce voz:
-¡Teréshechka,
hijito mío! Ven, ven acá, que ha llegado tu mamá a traerte de comer.
-¡Vamos,
vamos, barquita mía! -dijo Teréshechka al oírla. Esa es la dulce voz de mi
madre querida.
La madre le
dio de comer y dejó que se fuera nuevamente a pescar.
Llegó la
bruja Chuvilija y le llamó con la voz postiza, exactamente igual a la de la
madre de Teréshechka. Este se confundió, fue hasta la orilla, donde la bruja le
agarró, le metió en un saco y escapó con él. Una vez en su casa, que era una
isba con patas de gallina, mandó a su hija que se lo asara y se marchó a ver si
cazaba algo más. Teréshechka, que no era nada tonto, impidió que la hija de la bruja
cumpliera la orden de su madre y acabó metiéndola a ella en el horno en lugar
suyo. Luego se subió a un roble muy alto.
La bruja
Chuvilija llegó a toda prisa, a toda prisa entró en su casa, comió, bebió y
luego salió al patio, donde empezó a revolcarse diciendo:
-Voy a
tumbarme y a revolcarme, ahora que me he comido la carne de Teréshechka.
Pero el
chico le gritó desde lo alto del roble:
-Puedes
tumbarte y revolcarte, bruja, ahora que te has comido la carne de tu hija.
Al oírle,
la bruja levantó la cabeza, miró hacia todas partes, pero no vio a nadie.
-Voy a
tumbarme y a revolcarme -repitió, ahora que me he comido la carne de
Teréshechka.
-Puedes
tumbarte y revolcarte, bruja -dijo de nuevo el chico, ahora que te has comido
la carne de tu hija.
Miró otra
vez la bruja, muy extrañada, y le descubrió en lo alto del roble. Fue corriendo
a casa del herrero:
-Hazme un
hacha, herrero.
El herrero
hizo el hacha, advirtiéndole:
-No pegues
con la parte afilada, sino con el dorso.
La bruja
así lo hizo; pero, por mucho que pegó con el dorso del hacha, no consiguió
nada. Entonces se abalanzó al árbol, le clavó los dientes y el árbol comenzó a
crujir.
Por el
cielo volaban unos cisnes. Al verlos, Teréshechka se puso a pedirles y a
rogarles, para salir de aquel apuro:
-Cisnes,
cisnes blancos, llevadme con vosotros, sobre vuestras alas, hasta casa de mis
padres, y allí os darán de comer.
-Ga-ga...
-contestaron los cisnes. Detrás viene otra bandada con más hambre que
nosotros. Ellos te llevarán.
Mientras,
la bruja seguía royendo el tronco, arrancándole astillas al roble, que se
estremecía. Pero ya llegaba otra bandada, y Teréshechka volvió a gritar:
-Cisnes,
cisnes blancos, llevadme con vosotros, sobre vuestras alas, hasta casa de mis
padres, y allí os darán de comer.
-Ga-ga...
-contestaron los cisnes-. Detrás de nosotros viene uno medio desplumado: él te
llevará.
Pero el
cisne medio desplumado no llegaba, y el árbol crujía ya y oscilaba. La bruja
roía un rato, miraba al chico, se relamía y de nuevo comenzaba a roer pensando
que de un momento a otro caería entre sus garras.
Por suerte
llegó el cisne medio desplumado agitando las alas, y Terés-hechka le pidió y le
rogó:
-Cisne,
cisne blanco, llévame contigo, sobre tus alas, hasta casa de mis padres; allí
te darán de comer y te lavarán con agua clara.
Compadecido,
el cisne medio desplumado le tendió sus alas, tomó impulso y echó a volar con
él. Llegaron por fin a la casa y se posaron sobre la hierba al pie de la
ventana. La madre, que había hecho obleas y había llamado a los vecinos para
el velatorio en memoria de Teréshechka, estaba diciendo:
-Esta oblea
es para ti, querido vecino; ésta es para ti, viejecito mío, y ésta es para mí.
-¿Y para
mi? -preguntó Teréshechka desde fuera.
-Mira a ver
quién pide obleas -le dijo la mujer al marido.
El hombre
salió, encontró allí a Teréshechka, lo tomó en sus brazos y lo llevó hasta
donde estaba la madre. ¡Qué alegría tan grande!
En cuanto
al cisne medio desplumado, le dieron de comer, le atendieron muy bien y luego
le dejaron en libertad. Desde entonces vuela delante de todos agitando sus
fuertes alas y sin olvidarse jamás de Teréshechka.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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