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miércoles, 21 de agosto de 2013

Teréshechka

Había un viejo matrimonio que estaba muy triste porque, en tantos años, no habían tenido hijos. Mientras fueron jóvenes, se arreglaron; pero, al llegar a viejos, padecían y se lamentaban por­que no tenían a nadie que les diera aunque sólo fuera un vaso de agua. Un día, cogieron un trozo de tronco, lo envolvieron en paña­les, lo metieron en una cuna y se pusieron a mecerlo y arrullarlo. Y entonces, en lugar del tronco, empezó a crecer entre los pañales un hijito al que llamaron Teréshechka y que era precioso.
Cuando el niño creció y tuvo uso de razón, el padre le hizo una pequeña barca en la que salía a pescar. La madre le llevaba leche y requesón para que comiera.
-¡Teréshechka, hijito mío! -gritaba al llegar a la orilla-. Ven, ven acá, que ha llegado tu mamá a traerte de comer.
Teréshechka, que oía desde lejos su dulce voz, se aproximaba a la orilla, comía, le entregaba lo que había capturado y se iba otra vez a pescar. Un día le advirtió la madre:
-Ten cuidado, hijito mío, porque la bruja Chuvilija te está ace­chando. No vayas a caer en sus garras.
En efecto, nada más marcharse la madre, fue la bruja hasta la orilla y llamó con un vozarrón terrible:
-¡Teréshechka, hijito mío! Ven, ven acá, que ha llegado tu ma­má a traerte de comer.
Pero Teréshechka la reconoció.
-Aléjate, barquita mía, aléjate -dijo. Esa no es la voz de mi madre querida, sino la de la malvada bruja Chuvilija.
Nada más oírle, la bruja corrió en busca de un curandero y lo­gró tener la voz igualita a la de la madre de Teréshechka.
Llegó la madre y se puso a llamar al hijo con su dulce voz:
-¡Teréshechka, hijito mío! Ven, ven acá, que ha llegado tu ma­má a traerte de comer.
-¡Vamos, vamos, barquita mía! -dijo Teréshechka al oírla. Esa es la dulce voz de mi madre querida.
La madre le dio de comer y dejó que se fuera nuevamente a pescar.
Llegó la bruja Chuvilija y le llamó con la voz postiza, exacta­mente igual a la de la madre de Teréshechka. Este se confundió, fue hasta la orilla, donde la bruja le agarró, le metió en un saco y escapó con él. Una vez en su casa, que era una isba con patas de gallina, mandó a su hija que se lo asara y se marchó a ver si cazaba algo más. Teréshechka, que no era nada tonto, impidió que la hija de la bruja cumpliera la orden de su madre y acabó metién­dola a ella en el horno en lugar suyo. Luego se subió a un roble muy alto.
La bruja Chuvilija llegó a toda prisa, a toda prisa entró en su casa, comió, bebió y luego salió al patio, donde empezó a revol­carse diciendo:
-Voy a tumbarme y a revolcarme, ahora que me he comido la carne de Teréshechka.
Pero el chico le gritó desde lo alto del roble:
-Puedes tumbarte y revolcarte, bruja, ahora que te has comi­do la carne de tu hija.
Al oírle, la bruja levantó la cabeza, miró hacia todas partes, pe­ro no vio a nadie.
-Voy a tumbarme y a revolcarme -repitió, ahora que me he comido la carne de Teréshechka.
-Puedes tumbarte y revolcarte, bruja -dijo de nuevo el chico, ahora que te has comido la carne de tu hija.
Miró otra vez la bruja, muy extrañada, y le descubrió en lo alto del roble. Fue corriendo a casa del herrero:
-Hazme un hacha, herrero.
El herrero hizo el hacha, advirtiéndole:
-No pegues con la parte afilada, sino con el dorso.
La bruja así lo hizo; pero, por mucho que pegó con el dorso del hacha, no consiguió nada. Entonces se abalanzó al árbol, le clavó los dientes y el árbol comenzó a crujir.
Por el cielo volaban unos cisnes. Al verlos, Teréshechka se pu­so a pedirles y a rogarles, para salir de aquel apuro:
-Cisnes, cisnes blancos, llevadme con vosotros, sobre vues­tras alas, hasta casa de mis padres, y allí os darán de comer.
-Ga-ga... -contestaron los cisnes. Detrás viene otra ban­dada con más hambre que nosotros. Ellos te llevarán.
Mientras, la bruja seguía royendo el tronco, arrancándole asti­llas al roble, que se estremecía. Pero ya llegaba otra bandada, y Teréshechka volvió a gritar:
-Cisnes, cisnes blancos, llevadme con vosotros, sobre vues­tras alas, hasta casa de mis padres, y allí os darán de comer.
-Ga-ga... -contestaron los cisnes-. Detrás de nosotros vie­ne uno medio desplumado: él te llevará.
Pero el cisne medio desplumado no llegaba, y el árbol crujía ya y oscilaba. La bruja roía un rato, miraba al chico, se relamía y de nuevo comenzaba a roer pensando que de un momento a otro caería entre sus garras.
Por suerte llegó el cisne medio desplumado agitando las alas, y Terés-hechka le pidió y le rogó:
-Cisne, cisne blanco, llévame contigo, sobre tus alas, hasta casa de mis padres; allí te darán de comer y te lavarán con agua clara.
Compadecido, el cisne medio desplumado le tendió sus alas, tomó impulso y echó a volar con él. Llegaron por fin a la casa y se posaron sobre la hierba al pie de la ventana. La madre, que ha­bía hecho obleas y había llamado a los vecinos para el velatorio en memoria de Teréshechka, estaba diciendo:
-Esta oblea es para ti, querido vecino; ésta es para ti, viejecito mío, y ésta es para mí.
-¿Y para mi? -preguntó Teréshechka desde fuera.
-Mira a ver quién pide obleas -le dijo la mujer al marido.
El hombre salió, encontró allí a Teréshechka, lo tomó en sus brazos y lo llevó hasta donde estaba la madre. ¡Qué alegría tan grande!
En cuanto al cisne medio desplumado, le dieron de comer, le atendieron muy bien y luego le dejaron en libertad. Desde enton­ces vuela delante de todos agitando sus fuertes alas y sin olvidarse jamás de Teréshechka.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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