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miércoles, 21 de agosto de 2013

Una piel que resulta cara

En una aldea vivían dos hermanos: Danilo y Gavrilo. Danilo era rico y Gavrilo pobre. Por toda hacienda tenía sólo una vaca, pero incluso esa vaca le envidiaba Danilo. Un día fue Danilo a comprar algunas cosas a la ciudad, y al volver pasó por casa de su hermano.
-¿Para qué tienes esa vaca, hombre? Ahora vengo de la ciudad y he visto que las vacas están muy baratas, a cinco o seis rublos, mientras que la piel de cada una se vende a veinticinco.
Gavrilo se lo creyó, mató la vaca, se comió la carne, esperó que fuera día de mercado y fue a la ciudad con la piel para venderla. Le vio un curtidor y preguntó:
-¿Vendes esa piel, amigo?
-Sí.
-¿Cuánto pides?
-Veinticinco rublos.
-¿Estás loco? Te doy dos rublos y medio.
Gavrilo no aceptó y anduvo todo el día con la piel a rastras de un lado para otro. Nadie quería darle más. Pasaba al fin por delante de una posada cuando le vio un mercader y le preguntó:
-¿Vendes esa piel?
-Sí.
-¿Pides mucho por ella?
-Veinticinco rublos.
-¡Tú no estás en tus cabales! ¿Dónde has oído que se paguen así las pieles? Toma dos rublos y medio si quieres.
Gavrilo se lo pensó un poco y dijo:
-De acuerdo, señor mercader. Te la cedo. Pero dame por lo menos un vaso de vodka de propina.
-Eso se arregla muy fácil -aceptó el mercader y, después de darle los dos rublos y medio, sacó un pañuelo del bolsillo. Toma: llama en aquella casa de piedra y dile a mi mujer, de mi parte, que te sirva un vaso lleno.
Gavrilo tomó el pañuelo del mercader y fue a la casa. La mujer salió a abrir.
-¿Qué quieres? -preguntó.
-Señora -explicó Gravrilo: le he vendido a tu marido una piel por dos rublos y medio, más un vaso lleno de vodka de propina. Conque me ha mandado aquí a traerte este pañuelo y decirte que me lo des tú.
La mujer del mercader le presentó el vaso a Gavrilo, pero no lo llenó hasta arriba. Gavrilo se lo bebió y siguió allí parado.
-¿A qué esperas? -preguntó la mujer.
-El trato era un vaso lleno -contestó Gavrilo.
Precisamente entonces tenía la mercadera a su amante en casa. Este les oyó hablar y dijo:
-iEchale más, mujer!
La mercadera le ofreció medio vaso más. Gavrilo se lo bebió también, pero no se movió del sitio.
-Y ahora, ¿a qué esperas? -volvió a preguntar la mujer.
-El trato era un vaso entero y tú me has dado medio solamente -contestó Gavrilo.
El amante le dijo a la mercadera que le escanciera un tercer vaso. La mercadera agarró entonces la garrafa, le puso un vaso a Gavrilo en la mano y vertió vodka en él hasta que rebosó. No había terminado Gavrilo de bebérselo cuando oyeron que regresaba el mercader. La mujer, toda apurada, dijo al amante:
-¿Dónde te escondería yo?
El amante empezó a dar vueltas por la sala, y Gavrilo detrás de él gritando:
-¿Y yo, dónde me meto?
Hasta que la mujer abrió un camaranchón y los metió dentro a los dos.
El mercader venía con unos amigos. Bebieron unas copas y se pusieron a cantar. Gavrilo, metido en el camaranchón, le dijo a su compañero:
-Tú harás lo que quieras, pero ésta es la canción que más le gusta a mi padre, y yo tengo que cantarla.
-¿Qué dices, hombre, qué dices? No cantes, por favor. Toma cien rublos, pero calla.
Gavrilo cogió el dinero y calló.
Poco después, el mercader y sus amigos entonaron otra canción. Gavrilo le dijo a su compañero:
-Tú harás lo que quieras, pero ahora tengo que cantar. Esta es la canción que más le gusta a mi madre.
-¡No, por favor! Toma doscientos rublos, pero no cantes.
Gavrilo, tan contento de tener ya trescientos rublos, se guardó el dinero y no rechistó.
Al cabo de un rato cantaron por tercera vez. Dijo Gavrilo:
-Aunque me des cuatrocientos rublos, ahora sí que canto. La mujer oyó el revuelo que estaban armando, entreabrió la puerta y preguntó:
-¿Qué os pasa?
El amante le pidió entonces quinientos rublos. Ella los trajo en seguida. Gavrilo cogió también aquel dinero y no cantó.
Luego, husmeando por el camaranchón, encontró una almohada y un barril de brea. Le dijo a su compañero que se desnudara y le embadurnó de brea. Luego reventó la almohadá, esparció las plumas por el suelo y le mandó que se revolcara en ellas. Cuando estuvo todo emplumado, montó a caballo sobre sus espaldas, abrió el camaranchón y salió gritando:
-¡La novena partida se larga de esta casa!
Los invitados, al verlos, escaparon a sus casas pensando que eran demonios. Después de aquella desbandada le dijo la mercadera a su marido:
-¿Ves tú? Ya te había advertido yo de que algo raro pasaba en nuestra casa.
El tonto del mercader se lo creyó y vendió la casa por una miseria. Gavrilo volvió a su casa y mandó al mayor de sus hijos a pedirle a Danilo que viniese para ayudarle a contar el dinero. El hijo fue y le dio el recado a su tío, pero éste se echó a reír.
-¿Tanto tiene que contar? ¿Es que Gavrilo no es capaz de contar dos rublos y medio él solo?
-No, tío: ha traído mucho dinero.
Intervino la mujer de Danilo:
-Anda, hombre, acércate. ¿Qué trabajo te cuesta? Por lo menos, te reirás de él.
Danilo le hizo caso a su mujer y fue a casa de su hermano. Cuando Gavrilo puso sobre la mesa el montón de dinero, Danilo preguntó muy extrañado:
-¿De dónde has sacado todo esto, hermano?
-¿Cómo que de dónde? Pues ya sabes: maté la vaca y vendí su piel en la ciudad por veinticinco rublos. Entonces compré cinco vacas, las maté también y vendí cada piel por el mismo precio. Y así sucesivamente...
Al oír que su hermano había juntado tanto dinero con esa facilidad, Danilo volvió a su casa, mató todos los animales que tenía y esperó que fuera día de mercado. Como hacía calor, la carne se le estropeó toda. Llevó a vender las pieles, y nadie quiso darle más de dos rublos y medio por cada una.
De manera que salió mal parado en el negocio y desde entonces vivió peor que Gavrilo.
En cuanto a Gavrilo, valiéndose de su ingenio llegó a juntar una fortuna.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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