En una
aldea vivían dos hermanos: Danilo y Gavrilo. Danilo era rico y Gavrilo pobre.
Por toda hacienda tenía sólo una vaca, pero incluso esa vaca le envidiaba
Danilo. Un día fue Danilo a comprar algunas cosas a la ciudad, y al volver pasó
por casa de su hermano.
-¿Para
qué tienes esa vaca, hombre? Ahora vengo de la ciudad y he visto que las vacas
están muy baratas, a cinco o seis rublos, mientras que la piel de cada una se
vende a veinticinco.
Gavrilo
se lo creyó, mató la vaca, se comió la carne, esperó que fuera día de mercado y
fue a la ciudad con la piel para venderla. Le vio un curtidor y preguntó:
-¿Vendes
esa piel, amigo?
-Sí.
-¿Cuánto
pides?
-Veinticinco
rublos.
-¿Estás
loco? Te doy dos rublos y medio.
Gavrilo
no aceptó y anduvo todo el día con la piel a rastras de un lado para otro.
Nadie quería darle más. Pasaba al fin por delante de una posada cuando le vio
un mercader y le preguntó:
-¿Vendes
esa piel?
-Sí.
-¿Pides
mucho por ella?
-Veinticinco
rublos.
-¡Tú no
estás en tus cabales! ¿Dónde has oído que se paguen así las pieles? Toma dos
rublos y medio si quieres.
Gavrilo
se lo pensó un poco y dijo:
-De
acuerdo, señor mercader. Te la cedo. Pero dame por lo menos un vaso de vodka de
propina.
-Eso se
arregla muy fácil -aceptó el mercader y, después de darle los dos rublos y
medio, sacó un pañuelo del bolsillo. Toma: llama en aquella casa de piedra y
dile a mi mujer, de mi parte, que te sirva un vaso lleno.
Gavrilo
tomó el pañuelo del mercader y fue a la casa. La mujer salió a abrir.
-¿Qué
quieres? -preguntó.
-Señora
-explicó Gravrilo: le he vendido a tu marido una piel por dos rublos y medio,
más un vaso lleno de vodka de propina. Conque me ha mandado aquí a traerte este
pañuelo y decirte que me lo des tú.
La mujer
del mercader le presentó el vaso a Gavrilo, pero no lo llenó hasta arriba.
Gavrilo se lo bebió y siguió allí parado.
-¿A qué
esperas? -preguntó la mujer.
-El trato
era un vaso lleno -contestó Gavrilo.
Precisamente
entonces tenía la mercadera a su amante en casa. Este les oyó hablar y dijo:
-iEchale
más, mujer!
La
mercadera le ofreció medio vaso más. Gavrilo se lo bebió también, pero no se
movió del sitio.
-Y ahora,
¿a qué esperas? -volvió a preguntar la mujer.
-El trato
era un vaso entero y tú me has dado medio solamente -contestó Gavrilo.
El amante
le dijo a la mercadera que le escanciera un tercer vaso. La mercadera agarró
entonces la garrafa, le puso un vaso a Gavrilo en la mano y vertió vodka en él
hasta que rebosó. No había terminado Gavrilo de bebérselo cuando oyeron que
regresaba el mercader. La mujer, toda apurada, dijo al amante:
-¿Dónde
te escondería yo?
El amante
empezó a dar vueltas por la sala, y Gavrilo detrás de él gritando:
-¿Y yo,
dónde me meto?
Hasta que
la mujer abrió un camaranchón y los metió dentro a los dos.
El
mercader venía con unos amigos. Bebieron unas copas y se pusieron a cantar.
Gavrilo, metido en el camaranchón, le dijo a su compañero:
-Tú harás
lo que quieras, pero ésta es la canción que más le gusta a mi padre, y yo tengo
que cantarla.
-¿Qué
dices, hombre, qué dices? No cantes, por favor. Toma cien rublos, pero calla.
Gavrilo
cogió el dinero y calló.
Poco
después, el mercader y sus amigos entonaron otra canción. Gavrilo le dijo a su
compañero:
-Tú harás
lo que quieras, pero ahora tengo que cantar. Esta es la canción que más le
gusta a mi madre.
-¡No, por
favor! Toma doscientos rublos, pero no cantes.
Gavrilo,
tan contento de tener ya trescientos rublos, se guardó el dinero y no rechistó.
Al cabo
de un rato cantaron por tercera vez. Dijo Gavrilo:
-Aunque
me des cuatrocientos rublos, ahora sí que canto. La mujer oyó el revuelo que
estaban armando, entreabrió la puerta y preguntó:
-¿Qué os
pasa?
El amante
le pidió entonces quinientos rublos. Ella los trajo en seguida. Gavrilo cogió
también aquel dinero y no cantó.
Luego,
husmeando por el camaranchón, encontró una almohada y un barril de brea. Le
dijo a su compañero que se desnudara y le embadurnó de brea. Luego reventó la
almohadá, esparció las plumas por el suelo y le mandó que se revolcara en
ellas. Cuando estuvo todo emplumado, montó a caballo sobre sus espaldas, abrió
el camaranchón y salió gritando:
-¡La
novena partida se larga de esta casa!
Los
invitados, al verlos, escaparon a sus casas pensando que eran demonios. Después
de aquella desbandada le dijo la mercadera a su marido:
-¿Ves tú?
Ya te había advertido yo de que algo raro pasaba en nuestra casa.
El tonto
del mercader se lo creyó y vendió la casa por una miseria. Gavrilo volvió a su
casa y mandó al mayor de sus hijos a pedirle a Danilo que viniese para ayudarle
a contar el dinero. El hijo fue y le dio el recado a su tío, pero éste se echó
a reír.
-¿Tanto
tiene que contar? ¿Es que Gavrilo no es capaz de contar dos rublos y medio él solo?
-No, tío:
ha traído mucho dinero.
Intervino
la mujer de Danilo:
-Anda,
hombre, acércate. ¿Qué trabajo te cuesta? Por lo menos, te reirás de él.
Danilo le
hizo caso a su mujer y fue a casa de su hermano. Cuando Gavrilo puso sobre la
mesa el montón de dinero, Danilo preguntó muy extrañado:
-¿De
dónde has sacado todo esto, hermano?
-¿Cómo
que de dónde? Pues ya sabes: maté la vaca y vendí su piel en la ciudad por
veinticinco rublos. Entonces compré cinco vacas, las maté también y vendí cada
piel por el mismo precio. Y así sucesivamente...
Al oír
que su hermano había juntado tanto dinero con esa facilidad, Danilo volvió a su
casa, mató todos los animales que tenía y esperó que fuera día de mercado. Como
hacía calor, la carne se le estropeó toda. Llevó a vender las pieles, y nadie
quiso darle más de dos rublos y medio por cada una.
De manera
que salió mal parado en el negocio y desde entonces vivió peor que Gavrilo.
En cuanto
a Gavrilo, valiéndose de su ingenio llegó a juntar una fortuna.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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