Pinocho,
se escapa con su amigo Espárrago al país de los juguetes.
Pinocho
pidió al Hada que le permitiese dar una vuelta por la población, a
fin de invitar a sus compañeros, y el Hada le dijo:
-Vete,
pues, a invitar a todos tus amigos y compañeros para la merienda de
mañana; pero ten cuidado de volver a casa antes de que sea de noche.
¿Has comprendido?
-Te
prometo que dentro de una hora estaré de vuelta -replicó el muñeco.
-¡Ten
cuidado, Pinocho! Todos los muchachos prometen en seguida, pero raras
veces saben cumplir lo ofrecido.
-Pero
yo no soy como los demás: cuando yo digo una cosa, la sostengo.
-¡Ya
lo veremos! Si no obedeces, tanto peor para ti.
-¿Por
qué?
-Porque
a los niños desobedientes les pasan muchas desgracias.
-¡Ya
lo sé, ya! ¡Bien caro me ha costado ser tan travieso! Pero ya he
cambiado y siempre seré bueno -dijo Pinocho.
Sin
decir una palabra más saludó el muñeco a la buena Hada que le
servía de mamá, y cantando y bailando salió de la casa.
En
poco más de una hora quedaron hechas todas las invitaciones. Algunos
muchachos aceptaron en seguida y con mucho gusto; otros se hicieron
rogar algo; pero cuando supieron que los panecillos con que se iba a
tomar el café con leche no sólo estarían untados de manteca por
dentro, sino también por fuera, acabaron por decir:
-¡Bueno!;
¡pues iremos también, por complacerte!
Ahora
conviene saber que entre los amigos y compañeros de escuela Pinocho
había uno a quien quería y distinguía sobre los demás.
Llamábase
este amigo Ricardo; pero todos le llamaban por el sobrenombre de
Espárrago, a causa de su figura seca, enjuta y delgada como un
espárrago triguero.
Espárrago
era el muchacho más travieso y revoltoso de toda la escuela; pero
Pinocho le quería entrañablemente; así es que no dejo de ir a su
casa para invitarle a la merienda. Como no le encontró, volvió
segunda vez, y tampoco; volvió una tercera, y también perdió el
viaje.
¿Dónde
encontrarle? Busca por aquí, busca por allí, por fin le halló
escondido en el portal de una casa de labradores.
-¿Qué
haces aquí? -le preguntó Pinocho, acercándose.
-Espero
a que sea media noche para marcharme.
-¿Adónde?
-Lejos,
lejos; muy lejos.
-¡Y
yo que he ido a buscarte tres veces a tu casa!
-¿Qué
me querías?
-Que
mañana te espero a merendar en mi casa.
-Pero,
¿no te digo que me marcho esta noche?
-¿A
qué hora?
-Dentro
de poco.
-¿Y
dónde vas?
-Voy
a vivir en un país que es el mejor país del mundo. ¡Una verdadera
Jauja!
-¿Y
cómo se llama?
-Se
llama "El País de los Juguetes" ¿Por qué no te vienes tú
también?
-¿Yo?
¡No por cierto!
-Haces
mal, Pinocho. Créeme a mí. Si no vienes, te arrepentirás algún
día.
¿Donde
vas a encontrar un país más sano para nosotros los muchachos? Allí
no hay escuelas; allí no hay maestros; allí no hay libros. En aquel
bendito país no se estudia nunca. Los jueves no hay escuela, y todas
las semanas tienen seis jueves y un domingo. ¡Figúrate que las
vacaciones de verano empiezan el primer día de Enero y terminan el
último de Diciembre! ¡Ese es un país como a mí me gusta!
¡Así
debieran ser todos los países civilizados!
-Pero,
entonces, ¿cómo se pasan los días en "El País de los
Juguetes"?
-Pues
jugando y divirtiéndose desde la mañana hasta la noche. Después se
va uno a dormir, y a la mañana siguiente vuelta a empezar.
-¿Qué
te parece?
-¡Hum!
-hizo Pinocho moviendo la cabeza, como si quisiera decir: ¡Esa vida
también la haría yo con mucho gusto!
-¡Conque,
vamos, decídete! ¿Quieres venir conmigo, si, o no?
-¡No,
no y no! He prometido a mi mamá ser bueno, y quiero cumplir mi
palabra.
Ya
se está poniendo el Sol y tengo que irme. ¡Conque adiós, y buen
viaje!
-¿Adónde
vas con tanta prisa?
-A
casa. Mi mama me ha dicho que vuelva antes de anochecer.
-¡Espera
dos minutos más!
-¡Se
va a hacer tarde!
-¡Tan
sólo dos minutos!
-¿Y
si el Hada me regaña?
-¡Déjala
que regañe! Ya se cansará, y acabará por callarse -dijo aquel
bribonzuelo de Espárrago.
-Y
qué, ¿te vas solo o acompañado?
-¡Solo!
¡Pues si vamos a ser más de cien muchachos!
-¿Hacéis
el viaje a pie?
-No.
Dentro de poco pasará por aquí el coche que ha de llevarnos a ese
delicioso país.
-¡Daría
cualquier cosa por que pasara ahora ese coche!
-¿Para
qué?
-Para
veros marchar a todos juntos.
-Pues
quédate un poco más, y podrás verlo.
-¡No,
no! ¡Me voy a mi casa!
-¡Espera
otros dos minutos!
-He
perdido mucho tiempo. El Hada estará ya con cuidado.
-¡Dichosa
Hada! ¿Es que tiene miedo de que te coman los murciélagos?
-Pero,
dime la verdad -preguntó Pinocho, que parecía estar pensativo:
¿estás bien seguro de que en aquel país no hay escuelas?
-¡Ni
sombra de ellas!
-¿Ni
maestros tampoco?
-¡Mucho
menos!
-¿Y
no hay obligación de estudiar?
-¡Ni
por asomo!
-¡Qué
país tan hermoso! -dijo Pinocho, haciéndosele la boca agua. ¡Qué
país tan hermoso! Yo no he estado nunca, pero me lo figuro.
-¿Por
qué no te vienes?
-Es
inútil que quieras convencerme. He prometido a mi mamá ser un
muchacho juicioso, y no quiero faltar a mi palabra.
-Pues
entonces, adiós, y muchos recuerdos a todos los amigos y compañeros
de escuela.
-Adiós,
Espárrago; que tengas buen viaje; diviértete mucho, y que te
acuerdes alguna vez de los amigos.
Dicho
esto se separó el muñeco y anduvo dos pasos, como para marcharse;
pero se paró de pronto, y volviéndose hacia su amigo le preguntó.
-Pero,
¿estas bien seguro de que en aquel país todas las semanas tienen
seis jueves y un domingo?
-¡Segurísimo!
-¿Y
sabes también de cierto que las vacaciones de verano empiezan el
primer día de Enero y terminan el último de Diciembre?
-¡Claro
que lo sé!
-¡Qué
hermoso país! -repitió Pinocho como para consolarse.
Por
último, hizo un esfuerzo y dijo apresuradamente:
-¡Vaya,
adiós, y buen viaje!
-¡Adiós!
-¿Cuándo
os vais?
-Dentro
de poco.
-¡Qué
lástima! ¡Si sólo faltase una hora, me esperaba para veros
marchar!
-¿Y
el Hada?
-De
todos modos, ya se ha hecho tarde. Lo mismo da que llegue una hora
antes que una hora después.
-¡Pobre
Pinocho! ¡Y si el Hada te regaña!
-¡Psch...!
Después de todo acabará por cansarse y se callará.
Mientras
tanto se había hecho completamente de noche. A poco rato vieron
moverse a lo lejos una lucecita, y oyeron ruido de cascabeles y el
sonido de una bocina; pero tan débil, que parecía un zumbido.
-¡Aquí
está! -gritó Espárrago, poniéndose de pie.
-¿Qué
es? -preguntó Pinocho en voz baja.
-El
coche que viene por mí. ¡Te vienes por fin, o no!
-Pero,
¿es de verdad, de verdad -preguntó el muñeco, que en aquel país
no tienen que estudiar los niños?
-¡Nunca,
nunca, nunca!
-¡Qué
hermoso país! -repitió Pinocho, ¡Que hermoso país!
1.032 Collodi (carlo)
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