Pinocho
tiene hambre, y buscando, buscando, encontró un huevo con el cual
pensó hacer una tortilla; pero cuando menos los pensaba se encontró
con que la tortilla salió volando por la ventana.
Mientras
tanto se iba haciendo de noche. Pinocho se acordó de que no había
comido nada, Y empezó a sentir en el estómago un cosquilleo que se
parecía muchísimo al apetito.
Pero
el apetito en los muchachos camina muy de prisa. A los pocos minutos
el apetito de Pinocho se convirtió en hambre, y en un abrir y cerrar
de ojos el hambre se hizo canina, rabiosa.
El
pobre Pinocho se acercó al fuego donde estaba aquella olla que
hervía, y quiso destaparla para ver lo que había dentro; pero ya os
acordáis que estaba pintada en la pared. Figuraos la cara que puso.
La nariz, que ya era bien larga, le creció lo menos una cuarta.
Entonces
empezó a recorrer la habitación buscando por todos los cajones y
por todos los escondrijos un poco de pan, aunque fuera muy duro y muy
seco; una corteza, un hueso que se hubiera dejado para los perros,
una raspa de pescado: cualquier cosa, en fin, que se pudiera llevar a
la boca; pero no encontró nada, ¡nada! ¡¡Absolutamente nada!!
Y
mientras tanto el hambre crecía y crecía. El pobre Pinocho no tenía
más consuelo ni más alivio que bostezar; y eran tan grandes los
bostezos, que algunas veces abría la boca hasta las orejas. Pero a
pesar de los bostezos, el estómago seguía dando tirones.
Entonces
empezó a llorar y a desesperarse, mientras decía:
-¡Razón
tenía el grillo-parlante! ¡Qué mal he hecho en rebelarme contra mi
papá y en escaparme de casa! Dios me castiga. ¡Si mi papá
estuviera aquí, no me vería expuesto a morir bostezando! ¡Oh! ¡Qué
enfermedad tan mala es el hambre!
De
pronto le pareció ver en el montón de virutas una cosa redonda y
blanca, semejante a un huevo de gallina. Dar un salto y cogerlo, fue
cuestión de un momento: era un huevo de verdad.
No
es posible describir la alegría del muñeco; poneos en su caso.
Temía estar soñando; acariciaba el huevo, le daba vueltas mirándole
por todos lados, y lo besaba diciendo:
-¿Y
ahora cómo lo guisaré? ¿Haré una tortilla? ¡No; estará mejor
pasado por agua! ¿Y no estará más sabroso frito? ¿Y escalfado?
¡No; lo mejor que puedo hacer es cocerlo en una cacerola! Esto es lo
más rápido, y el hambre que tengo no es para esperar mucho.
Dicho
y hecho; puso una cacerola en una estufita que tenía algunas brasas;
echó un poco de agua en vez de aceite o de manteca, y cuando empezó
a hervir, ¡TAC!, rompió el cascarón del huevo para echarlo dentro.
Pero
en lugar de clara y yema salió un pollito muy alegre y muy
ceremonioso, que después de hacerle una linda reverencia, dijo:
-Muchísimas
gracias, señor Pinocho, por haberme evitado la molestia de romper el
cascarón. ¡Vaya, hasta la vista! ¡Me alegro mucho de verle bueno,
y recuerdos a la familia!
Después
de decir esto extendió sus alitas, y salió volando por la ventana
hasta que se perdió de vista.
El
pobre muñeco se quedó estupefacto, con los ojos fijos, la boca
abierta y las cáscaras del huevo en las manos. Cuando volvió de su
asombro comenzó a llorar, a gritar y a dar patadas en el suelo con
desesperación, diciendo:
-¡Cuanta
razón tenía el grillo-parlante! ¡Si yo no me hubiera escapado de
casa y si mi papá estuviera aquí, no me moriría de hambre!
Y
como el estómago le gritaba cada vez más y no sabía cómo hacerle
callar, se le ocurrió salir de la casa y dar una vuelta, con la
esperanza de encontrar alguna persona caritativa que le socorriera
con un pedazo de pan.
1.032 Collodi (carlo)
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