Gepeto
arregla los pies a Pinocho, y vende su chaqueta para comprarle una
cartilla.
Apenas
el muñeco hubo satisfecho el hambre, empezó a llorar y a
lamentarse, porque quería que le hiciesen un par de pies nuevos.
Para
castigarle por sus travesuras, Gepeto le dejó llorar y desesperarse
hasta mediodía. Después le dijo:
-¿Y
para qué quieres que te haga otros pies? ¿Para escaparte otra vez
de casa?
Le
prometo a usted -dijo el muñeco sollozando- ¡que desde hoy voy a
ser bueno!
-Todos
los niños -replico Gepeto -dicen lo mismo cuando quieren conseguir
algo.
-¡Le
prometo ir a la escuela, estudiar mucho y hacerme un hombre de
provecho!
-Todos
los niños repiten la misma canción cuando quieren conseguir alguna
cosa.
-¡Pero
yo no soy como los demás niños! ¡Yo soy mejor que todos y digo
siempre la verdad! Le prometo, papá, aprender un oficio para poder
ser el consuelo y el apoyo de su vejez.
Aunque
Gepeto estaba haciendo esfuerzos para poner cara de fiera, tenía los
ojos llenos de lágrimas y el corazón en un puño por ver en aquel
estado tan lamentable a su pobre Pinocho. Y sin decir nada, tomó sus
herramientas y dos pedacitos de madera y se puso a trabajar con gran
ahínco.
En
menos de una hora había hecho los pies; un par de pies esbeltos,
finos y nerviosos, como si hubieran sido modelados por un artista
genial.
Entonces
dijo al muñeco:
-Cierra
los ojos y duérmete.
Pinocho
cerró los ojos y se hizo el dormido. Y mientras fingía dormir,
Gepeto, con un poco de cola que echó en una cáscara de huevo, le
colocó los pies en su sitio; y tan perfectamente los colocó, que ni
siquiera se notaba la juntura.
Apenas
el muñeco se encontró con que tenía unos pies nuevos, se tiró de
la mesa en que estaba tendido y comenzó a dar saltos y cabriolas
como si se hubiera vuelto loco de alegría.
-Para
poder pagar a usted lo que ha hecho por mí -dijo Pinocho a su papá,
desde este momento quiero ir a al escuela.
-¡Muy
bien, hijo mío!
-Sólo
que para ir a la escuela necesito un traje.
Gepeto,
que era pobre y no disponía de un perro chico, le hizo un trajecillo
de papel raído, un par de zapatos de corteza de árbol y un gorrito
de miga de pan.
Pinocho
corrió inmediatamente a contemplarse en una jofaina llena de agua, y
tan contento quedó, que dijo pavoneándose:
-¡Anda!
¡Parezco enteramente un señorito!
-Es
verdad-replicó Gepeto-; pero ten presente que los verdaderos señores
se conocen más por el traje limpio que por el traje hermoso.
-¡A
propósito! -interrumpió el muñeco. Todavía me falta algo para
poder ir a la escuela: me falta lo más necesario.
-¿Qué
es?
-Me
falta una cartilla.
-Tienes
razón. Pero, ¿dónde la sacamos?
-Pues
sencillamente: se va a una librería y se compra.
-¿Y
el dinero?
-Yo
no lo tengo.
-Ni
yo tampoco -dijo el buen viejo con tristeza.
Y
aunque Pinocho era un muchacho de natural muy alegre, se puso también
triste; porque cuando la miseria es grande y verdadera, hasta los
mismos niños la comprenden y la sienten.
-¡Paciencia!
-gritó Gepeto al cabo de un rato, poniéndose en pie; y tomando su
vieja chaqueta, llena de remiendos y zurcidos, salió rápidamente de
la casa.
Poco
tardó en volver, trayendo en la mano la cartilla para su hijito;
pero ya no tenía chaqueta.
Venía
en mangas de camisa, aunque estaba nevando.
¿Y
la chaqueta, papá?
-¡La
he vendido!
-¿Por
qué?
-¡Porque
me daba calor!
Pinocho
comprendió lo que había sucedido, y conmovido y con los ojos llenos
de lágrimas, se abrazó al cuello de Gepeto y empezó a darle besos,
muchos besos.
1.032 Collodi (carlo)
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