Gepeto
vuelve a su casa, y le da al muñeco el desayuno que el buen hombre
tenía para sí.
El
pobre Pinocho, que aún tenía los ojos hinchados del sueño, no
había notado que sus pies estaban hechos; carbón, por lo cual
apenas oyó la voz de su padre, quiso levantarse en seguida para
descorrer el cerrojo; pero al ponerse en pie se tambaleó dos o tres
veces, hasta que al fin dio con su cuerpo en tierra cuan largo era,
haciéndose un ruido, tremendo.
-¡Ábreme!
-gritaban mientras tanto desde la calle.
-¡No
puedo, papa, no puedo! -respondía el muñeco llorando y revolcándose
en el suelo.
-¿Por
que no puedes?
-¡Porque
me han comido los pies!
-¿Quién
te los ha comido?
-¡El
gato! -dijo Pinocho, viendo que el animal se entretenía en jugar con
un pedazo de madera.
-¡Ábreme,
te digo! -repitió, Gepeto. ¡Si no, vas a ver cuando entre yo en casa
como te voy a dar el gato!
-¡Oh,
papá; créeme! ¡No puedo ponerme en pie! ¡Pobre de mí! ¡Pobre de
mí, que tendré que andar de rodillas toda mi vida!
Creyendo
Gepeto que todas estas lamentaciones no eran otra cosa que una nueva
gracia del muñeco, decidió acabar de una vez, y escalando el muro,
penetró en la casa por la ventana.
Al
principio quería hacer y acontecer; pero cuando vio que su Pinocho
estaba en tierra y que era verdad que le faltaban los pies, se
enterneció, y levantándole por el cuello, comenzó a besarle y a
acariciarle.
-¡Pinochito
mío!-decía sollozando. ¿Como te has quemado los pies?
-¡No
lo se, papá; pero créeme que esta noche ha sido infernal, y que me
acordaré de ella toda mi vida! Tronaba, relampagueaba, y yo tenía
mucha hambre.
Entonces
me dijo el grillo-parlante: "Te está muy bien empleado; has
sido malo y lo mereces". Y yo le dije: "¡Ten cuidado,
grillo!" Y él me contestó: "Tú eres un muñeco, y tienes
la cabeza de madera." Y yo entonces le tiré un mazo y le maté.
Pero
la culpa fue suya, y la prueba es que puse en la lumbre una cacerola
para cocer un huevo que me encontré; pero el pollito me dijo: "¡Me
alegro de verte bueno; recuerdos a la familia!"
Y
yo tenía cada vez más hambre, y por eso aquel viejo del gorro de
dormir, asomándose a la ventana, me dijo: "¡Acércate y pon la
gorra!; y yo entonces me encontré con un cubo de agua en la cabeza
porque pedir un poco de pan no es vergüenza, ¡verdad! Me vine a
casa en seguida, y como seguía teniendo mucha hambre, puse los pies
en el brasero, y cuando usted ha vuelto me los he encontrado
quemados. ¡Y yo tengo, como antes, hambre; pero ya no tengo pies!
¡Hi!...
¡hi!... ¡hi!..
Y
el pobre Pinocho comenzó a llorar y a berrear tan fuerte, que se le
podía oír en cinco kilómetros a la redonda.
De
todo este discurso incoherente y lleno de líos, sólo comprendió
Gepeto una cosa: que el muñeco estaba muerto de hambre. Sacó
entonces tres peras del bolsillo, y enseñándoselas a Pinocho le
dijo:
-Estas
tres peras eran mi desayuno, pero te las regalo. Cómetelas, y que te
hagan buen provecho.
-Pues
si quieres que las coma, tienes que mondármelas.
-¿Mondarlas?
-replicó asombrado Gepeto. ¡Nunca hubiera creído, chiquillo, que
fueras tan delicado de paladar! ¡Malo, malo, y muy malo! En este
mundo hijo mío hay que acostumbrarse a comer de todo, porque no se
sabe lo que puede suceder. ¡Da el mundo tantas vueltas!...
-Usted
dirá todo lo que quiera -refunfuñó Pinocho; pero yo no me comeré
nunca una fruta sin mondar. ¡No puedo resistir las cáscaras!
Y
el bueno de Gepeto, armándose de santa paciencia, tomó un cuchillo,
mondó las tres peras, y puso las cáscaras en una esquina de la
mesa.
Después
de haber comido en dos bocados la primer pera, iba Pinocho a tirar
por la ventana el corazón de la fruta; pero Gepeto le detuvo el
brazo, diciendo:
-¡No
lo tires! ¡Todo puede servir en este mundo!
-¡Pero
yo no voy a comer también el corazón! -contestó el muñeco con muy
malos modos.
-¡Quién
sabe! ¡Da el mundo tantas vueltas!... -repitió Gepeto con su
acostumbrada calma.
Dicho
se está que después de comidas las peras los tres corazones fueron
a hacer compañía a las cáscaras en la esquina de la mesa.
Cuando
hubo terminado Pinocho de comer, o mejor dicho, de devorar las tres
peras, dio un prolongado bostezo y dijo con voz llorosa:
-¡Tengo
más hambre!
-Pues
yo, hijo mío, no tengo nada más que darte.
-¿Nada,
absolutamente nada?
-Aquí
tenemos estas cáscaras y estos corazones de pera.
-¡Paciencia!
-dijo Pinocho. Si no hay otra cosa, comeré una cáscara.
Al
principio hizo un gesto torciendo la boca; pero después, una tras
otra, se comió en un momento todas las cáscaras, y luego la
emprendió también con los corazones, hasta que dio fin de todo.
Entonces se pasó las manos por el estómago, y dijo con
satisfacción:
-¡Ahora
sí que me siento bien!
-Ya
ves -contestó Gepeto- cuánta razón tenía yo al decirte que no hay
que acostumbrarse a ser demasiado delicados de paladar. No se sabe
nunca, querido mío, lo que puede suceder en este mundo. ¡Da tantas
vueltas!...
1.032 Collodi (carlo)
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