Tragalumbre
regala a Pinocho cinco monedas de oro para que se las lleve a su
padre Gepeto; pero Pinocho se deja engañar por la zorra y el gato y
se marcha con ellos.
Al
día siguiente Tragalumbre llamó aparte a Pinocho y le preguntó:
-¿Cómo
se llama tu padre?
-Gepeto.
-¿Qué
oficio tiene?
-El
de pobre.
-¿Gana
mucho?
-Lo
bastante para no tener nunca un céntimo en el bolsillo. Figúrese
que para comprarme la cartilla que yo necesitaba para ir a la escuela
vendió la única chaqueta que tenía; una chaqueta tan llena de
remiendos y de piezas que parecía un mapa.
-¡Pobre
hombre! ¡Me da lástima! Aquí tienes cinco monedas de oro. Vete en
seguida a llevárselas, y dale muchos recuerdos de mi parte.
Como
puede suponerse, Pinocho dio miles de gracias a Tragalumbre; abrazó
uno por uno a todos los muñecos de la compañía, incluso a los
guardias civiles, y lleno de alegría se puso en camino con dirección
a su casa.
Pero
todavía no había andado medio kilómetro, cuando encontró una
zorra coja y un gato ciego, que iban andando poquito a poco y
ayudándose uno a otro, como buenos amigos. La zorra andaba
apoyándose en el gato, que a su vez se dejaba guiar por la zorra.
-¡Buenas
días, Pinocho! -le dijo la zorra, saludándole gentilmente.
-¿Cómo
sabes mi nombre?-preguntó el muñeco.
-Porque
conozco mucho a tu papa.
-¿Dónde
le has visto?
-Le
vi ayer en la puerta de su casa.
¿Y
que hacía?
-Estaba
en mangas de camisa y tiritaba de frío.
-¡Pobre
papito mío! Pero, si Dios quiere, desde hoy ya no tendrá frío.
-¿Por
qué?
-Porque
yo me he convertido en un gran señor.
-¿Tú,
un gran señor? -dijo la zorra comenzando a reír burlona y
descarada-mente. También se reía el gato, pero trataba de ocultarlo
atusándose los bigotes con una de las manos.
-¡No
es caso de risa! -replicó Pinocho incomodado. No es por daros
envidia; pero mirad esto, si es que entendéis de dinero. Estas son
cinco magníficas monedas de oro.
Y
enseñó las monedas que le había regalado Tragalumbre.
Al
oír el simpático ruido del oro, la zorra coja, sin darse cuenta,
alargó la pata que parecía coja, y el gato ciego abrió tanto los
ojos, que parecían dos faroles verdes; pero volvió a cerrarlos tan
rápidamente, que Pinocho no llegó, a notarlo.
-¿Y
qué piensas hacer con ese dinero? -preguntó la zorra.
-Ante
todo -contestó el muñeco, quiero comprar a mi papá una hermosa
chaqueta nueva, toda bordada en oro y plata, y con botones de
brillantes, y después me compraré una cartilla para mí,
-¿Para
ti?
-¡Claro
está; como que quiero ir a la escuela y estudiar mucho!
-¡Dios
te libre! -dijo la zorra. Mírate en mí. Por mi loca afición al
estudio he perdido una pata.
-¡Dios
te libre! -dijo el gato. Mírate en mí. Por mi loca afición al
estudio he perdido la vista de los dos ojos.
En
aquel instante un mirlo blanco que estaba encaramado en un seto a
orilla del camino, dejó oír su acostumbrado silbido y dijo:
-¡Pinocho,
no hagas caso de los consejos de las malas compañías, porque
tendrás que arrepentirte!
¡Pobre
mirlo; nunca lo hubiera dicho! El gato, dando un gran salto, le cayó
encima, y sin dejarle tiempo ni para decir ¡ay!, se lo tragó de un
bocado, con plumas y todo.
Después
de comerlo y de haberse limpiado el hocico, cerró los ojos y volvió
a hacerse el ciego nuevamente.
-¡Pobre
mirlo! -dijo Pinocho al gato. ¿Por qué has hecho eso?
-Para
darle una lección. Así aprenderá para otra vez a no meterse en
camisa de once varas ni en conversaciones ajenas.
Cuando
ya estaban a mitad del camino, la zorra se detuvo de pronto y dijo a
Pinocho:
-¿Quieres
aumentar tus monedas de oro?
-¿Cómo?
¿Quieres
hacer con sólo esas cinco monedas, ciento, mil, dos mil?
-¡Ya
lo creo! Pero, ¿de que modo?
-De
un modo muy sencillo. En vez de ir a tu casa, vente con nosotros.
-¿Y
adónde vamos?
-Al
país de los búhos.
Pinocho
meditó un instante, pero al fin dijo resueltamente:
-No,
no quiero. Ya estoy cerca de mi casa, y quiero ir a buscar a mi papá,
que me está esperando. ¡Pobre viejo! Estará muy triste. ¡Dios
sabe cuánto habrá suspirado desde ayer al no verme volver! He sido
un mal hijo, y el grillo parlante tenía razón cuando me decía que
a los niños desobedientes les castiga Dios. Yo lo sé por
experiencia, porque me he buscado muchas desgracias, y aun anoche
mismo me vi bien en peligro en casa de Tragalumbre. ¡Uf! ¡Sólo el
recordarlo me da frío!
-¡Ah!
¿Te empeñas en volver a tu casa? Bueno; pues vete; peor para ti.
-¡Peor
para ti! -repitió el gato.
-¡Piénsalo
bien, Pinocho, porque pierdes la ocasión de hacer fortuna!
-¡De
hacer fortuna! -repitió el gato.
-De
hoy a mañana, tus cinco monedas se hubieran convertido en dos mil.
-¡Dos
mil! -repitió el gato.
-Pero,
¿cómo es posible que se conviertan en tantas preguntó Pinocho,
quedando con la boca abierta por la sorpresa?
-Pues
verás -dijo la zorra. Sabrás que en el país de los búhos hay un
campo extraordinario, al cual llaman todos el Campo de los Milagros.
Tú haces un agujero en aquel campo y meter; por ejemplo, una moneda
de oro. Tapas después el agujero con tierra, lo riegas con un poco
de agua, echas encima un poquito de sal, y ya puedes irte
tranquilamente a dormir en tu cama. Durante la noche la moneda echa
raíces y ramas, y cuando vuelvas al campo, a la mañana siguiente,
¿sabes lo que encuentras? Pues un hermoso árbol que está tan
cargado de oro como las espigas lo están de granos de trigo en el
mes de Junio.
-Así,
pues -dijo Pinocho, que estaba cada vez más asombrado, si yo
enterrase en ese campo mis cinco monedas de oro, ¿cuántas
encontraría a la mañana siguiente?
-Es
una cuenta sencillísima -contesto la zorra; una cuenta que puede
echarse con los dedos. Pongamos que cada moneda se convierte en un
racimo de quinientas; multiplica quinientas por cinco, y verás que
mañana puedes tener en el bolsillo dos mil quinientas monedas de oro
contantes y sonantes.
-¡Oh,
qué hermosura! -gritó Pinocho saltando de alegría. En cuando
recoja todas esas monedas me quedaré con dos mil para mí, y os daré
a vosotros quinientas de regalo.
-¿Un
regalo a nosotros? -dijo la zorra con acento desdeñoso y ofendido.
¡Dios te guarde de hacerlo!
-¡Dios
te guarde de hacerlo! -repitió el gato.
-Nosotros
no trabajamos por el vil interés -continuó la zorra; trabajamos
sólo por enriquecer a los demás.
-¡A
los demás! -repitió el gato.
-¡Qué
excelentes personas! -pensó Pinocho; y olvidándose en el acto de su
papito, de la chaqueta nueva, de la cartilla y de todos sus buenos
propósitos, dijo a la zorra y al gato:
-¡Vamos
en seguida; os acompaño!
1.032 Collodi (carlo)
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