Maese
Cereza regala el pedazo de tronco a su amigo Gepeto, el cual lo
acepta para construir un muñeco maravilloso, que sepa bailar, tirar
a las armas y dar saltos mortales.
En
aquel momento llamaron a la puerta.
-¡Adelante!
-contestó el carpintero con voz débil, asustado y sin fuerzas para
ponerse en pie.
Entonces
entró en la tienda un viejecillo muy vivo, que se llamaba maese
Gepeto; pero los chiquillos de la vecindad, para hacerle rabiar, le
llamaban maese Fideos, porque su peluca amarilla parecía que estaba
hecha con fideos finos. Gepeto tenía un genio de todos los diablos,
y además le daba muchísima rabia que le llamasen maese
Fideos.
¡Pobre del que se lo dijera!
-Buenos
días, maese Antonio -dijo al entrar. ¿Qué hace usted en el suelo?
-¡Ya
ve usted! ¡Estoy enseñando Aritmética a las hormigas!
-¡Es
una idea feliz!
-¿Qué
le trae por aquí, compadre Gepeto?
-¡Las
piernas! Sabrá usted, maese Antonio, que he venido para pedirle un
favor.
-Pues
aquí me tiene dispuesto a servirle -replicó el carpintero.
-Esta
mañana se me ha ocurrido una idea.
-Veamos
cuál es.
-He
pensado hacer un magnifico muñeco de madera; pero ha de ser un
muñeco maravilloso, que sepa bailar, tirar a las armas y dar saltos
mortales. Con este muñeco me dedicaré a correr por el mundo para
ganarme un pedazo de pan y... un traguillo de vino.
¡Eh!
¿Qué le parece?
-¡Bravo,
maese Fideos! -gritó aquella vocecita que no se sabía de dónde
salía.
Al
oírse llamar maese Fideos, el compadre Gepeto se puso rojo como una
guindilla, y volviéndose hacia el carpintero, le dijo encolerizado:
-¿Por
qué me insulta usted?
-¿Quién
le insulta?
-¡Me
ha llamado usted Fideos!
-¡Yo
no he sido!
-¡Si
le parece, pondremos que he sido yo! ¡Digo y repito que ha sido
usted!
-¡No!
-¡Sí!
Y
furiosos los dos, pararon de las palabras a los hechos, y agarrándose
con furia se arañaron, se mordieron, se tiraron del pelo... Se
pusieron hechos una lástima.
Cuando
terminó la batalla, maese Antonio se encontró con la peluca
amarilla de
Gepeto
en las manos, y Gepeto tenía en la boca la peluca gris del
carpintero.
-¡Dame
mi peluca! -gritó maese Antonio.
-¡Dame
tú la mía, y hagamos las paces!
Los
dos viejecillos se entregaron las pelucas y se dieron las manos,
prometiendo solemnemente ser buenos amigos toda la vida.
-Conque
vamos a ver qué favor es el que tiene que pedirme, compadre Gepeto
-dijo el maestro carpintero como muestra de que la paz estaba
consolidada.
-Quisiera
un poco de madera para hacer ese muñeco de que le he hablado.
¿Puede
usted dármela?
Maese
Antonio, contentísimo, se apresuró a coger aquel leño que le había
hecho pasar tan mal rato. Pero, cuando iba a entregárselo a su amigo
dio el leño una fuerte sacudida y se le escapó de las manos, yendo
a dar un palo tremendo en las esmirriadas pantorrillas del compadre
Gepeto.
-¡Ay!
¿Tan amablemente regala usted las cosas, maese Antonio? ¡Por poco
me deja usted cojo!
-¡Pero
si no he sido yo!
-¡Y
dale! ¡Habré sido yo entonces!
-¡No,
si la culpa la tiene este demonio de leño!
-Ya
lo sé que ha sido el leño; pero, ¿quien me lo ha tirado a las
piernas, sino usted?
-Le
digo a usted que yo no lo he tirado.
-¡Embustero!
-¡Gepeto,
no me insulte usted, o le llamo Fideos!
-¡Borrico!
-¡Fideos!
-¡Hipopótamo!
-¡Fideos!
-¡Orangután!
-¡Fideos!
Al
oírse llamar fideos por tercera vez perdió Gepeto los estribos, se
arrojó sobre el carpintero, y de nuevo se obsequiaron con una
colección de coscorrones, pellizcos y arañazos.
Al
terminar la batalla maese Antonio se encontró con dos arañazos más
en la nariz, y Gepeto con dos botones menos en el chaleco. Arregladas
así sus cuentas, se estrecharon las manos y otra vez se ofrecieron
indestructible amistad para toda la vida.
Hecho
lo cual, Gepeto tomó bajo el brazo el famoso leño, y dando las
gracias a maese Antonio, se marchó cojeando a su casa.
1.032 Collodi (carlo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario