Por
no haber hecho caso a los consejos del grillo-parlante, se encuentra
Pinocho con unos ladrones.
-¡Verdaderamente
que los niños somos bien desgraciados! -se decía el muñeco al
emprender de nuevo su viaje.
¡Todo
el mundo nos grita, todos nos riñen y se meten a darnos consejos! Si
les hiciéramos caso, todos harían oficio de padres o maestros:
¡hasta los grillos-parlantes! Por ejemplo por no hacer caso de ese
fastidioso grillo; ¿quién sabe cuántas desgracias deberán
ocurrirme, según él?
¡Hasta
ladrones dice que voy a encontrarme! Menos mal que no creo ni he
creído nunca en los ladrones. Para mí los ladrones han sido
inventados por los papás a fin de meter miedo a los muchachos que
quieren andar por las noches fuera de su casa. Además, aunque me los
encontrase aquí mismo en el camino, ¿qué me iba a pasar? De seguro
que nada, porque les gritaría bien fuerte, en su misma cara:
"Señores
ladrones, ¿qué quieren de mí? ¡Les advierto que conmigo no se
juega; conque ya pueden largarse de aquí, y silencio! Cuando les
diga todo esto muy en serio, los pobres ladrones escaparán como el
viento. ¡Ya me parece que los estoy viendo correr! Y en último
término, si estuvieran tan mal educados que no quisieran escapar,
entonces me escapaba yo, y asunto concluido.
Pero
no pudo Pinocho terminar sus razonamientos, porque en aquel instante
le pareció oír detrás de él un ligero ruido de hojas.
Volvióse
para mirar lo que fuera, y vio en la oscuridad dos mascarones negros
que, disfrazados con sacos de carbón, corrían tras él dando
saltitos de puntillas como dos fantasmas.
-¡Aquí
están! -se dijo Pinocho; y no, sabiendo dónde esconder las cuatro
monedas de oro, se las metió en la boca debajo de la lengua.
Después
trató de escapar; pero aún no había dado el primer paso, cuando
sintió que le agarraban por los brazos y que dos voces horribles y
cavernosas le decían:
-¡La
bolsa o la vida!
No
pudiendo Pinocho contestar de palabra, porque se lo impedían las
monedas que tenía en la boca, hizo mil gestos y señas para a
entender a aquellos dos encapuchados (de los cuales sólo podía
verse los ojos por unos agujeros hechos en los sacos) que él era un
pobre muñeco, y que no tenía en el bolsillo ni siquiera un céntimo
partido por la mitad.
-¡Ea,
vamos! ¡Menos gestos, y venga pronto el dinero! -gritaron
bruscamente los dos bandidos.
Y
el muñeco hizo de nuevo con la cabeza y con las manos un gesto como
diciendo: ¡No tengo absolutamente nada!
-¡Saca
pronto el dinero!, o eres muerto: -dijo el más alto de los dos
ladrones.
-¡Muerto!
-repitió el otro.
-¡Y
después de matarte a ti, mataremos también a tu padre!
-¡También
a tu padre!
-¡No,
no, no! ¡A mi pobre papá no! -gritó Pinocho con acento
desesperado; pero al gritar le sonaron las monedas en la boca.
-¡Ah,
bribón! ¿Conque llevabas escondido el dinero en la boca? ¡Escúpelo
en seguida!
Y
Pinocho firme como una roca.
-Te
haces el sordo, ¿eh? ¡Pues espera, y ya verás cómo nosotros
hacemos que lo escupas!
Uno
de ellos cogió el muñeco por la punta de la nariz y el otro por la
barba, y comenzaron a tirar cada uno por su lado a fin de obligarle a
que abriera la boca; pero no fue posible: parecía como si estuviera
clavada y remachada.
Entonces
el más bajo de los dos ladrones sacó un enorme cuchillo, y trató
de meterlo por entre los labios de Pinocho para obligarle a abrir la
boca; mas el muñeco, rápido como un relámpago, le cogió la mano
con los dientes y se la cortó en redondo de un mordisco. ¡Figuraos
lo asombrado que se quedaría cuando al echarlo de la boca vio que
era una zarpa de gato!
Envalentonado
con esta primera victoria, consiguió librarse de los ladrones a
fuerza de arañazos, y saltando por encima de un matorral escapó a
campo traviesa. Los ladrones echaron a correr tras él, como dos
perros tras una libre.
Después
de una carrera de quince kilómetros, el pobre Pinocho no podía ya
más: viéndose perdido, se encaramó por el tronco de un altísimo
pino, y cuando llegó a la copa se sentó cómodamente entre dos
ramas. También los ladrones trataron de subir al árbol; pero al
llegar a la mitad de la altura resbalaron por el tronco y cayeron a
tierra, con los pies y las manos despellejados.
Pero
no por eso se dieron por vencidos, sino que recogiendo un brazado de
leña seca, la arrimaron al pie del árbol y prendieron fuego. En
menos tiempo del que se tarda en decirlo empezó a arder el pino.
Viendo Pinocho que las llamas iban subiendo cada vez más, y no
queriendo terminar asado como un pollo, dio un magnífico salto desde
lo alto del árbol, y se lanzó a correr como un gamo por campos y
viñedos. Y los ladrones detrás, siempre detrás, sin cansarse
nunca.
En
tanto empezaba a clarear el día, y de pronto se encontró Pinocho
con que estaba el paso cortado por un foso ancho y muy profundo,
lleno de agua sucia de color de café con leche. ¿Qué hacer? El
muñeco no se detuvo a pensarlo. Tomó carrerilla y gritando: ¡Una,
dos, tres!, salvó de un salto el foso, yendo a parar a la otra
orilla. También saltaron a su vez los ladrones; pero como no habían
calculado bien la distancia, ¡cataplum!, cayeron de patitas en el
agua.
Al
sentir Pinocho el golpazo de la caída y las salpicaduras del agua,
gritó, burlándose y sin dejar de correr:
-¡Que
siente bien el baño, señores ladrones!
Y
ya se figuraba que se habrían ahogado en el foso, cuando al volver
una vez la cabeza vio que seguían corriendo detrás siempre metidos
en los sacos y chorreando agua por todas partes.
1.032 Collodi (carlo)
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