Cae
Pinocho en poder de un labrador que le obliga a servir de perro para
custodiar un gallinero.
¡Pobre
muñeco! Empezó a llorar, a gritar y a lamentarse; pero llantos y
gritos eran inútiles, porque en todo el contorno no se veía casa
alguna, y por el camino no pasaba alma viviente.
Se
hizo de noche. En parte por el daño grandísimo que le hacían
aquellos hierros, apretándole las piernas como unas tenazas, y en
parte por el miedo fenomenal de estar solo y de noche en aquel campo,
el pobre Pinocho estaba a punto de caer desvanecido.
En
esto vio pasar cerca de su cabeza una luciérnaga de luz, y le llamó
diciéndole:
-¡Gusanito!
¡Precioso gusanito! ¿Quieres hacer la caridad de librarme de este
suplico?
-¡Pobre
muchacho!-exclamó la luciérnaga, acercándose com-pasiva para
mirarle-
-¿Por
qué tienes las piernas entre esos hierros tan cortantes?:
Porque
he entrado en este campo para coger un par de racimos de uva
moscatel...
Pero,
¿esas uvas son tuyas?
-No.
-¿Y
quién te ha enseñado a tomar lo que no es tuyo?
¡Tenía
mucha hambre!
-¡Hijo
mío!, el tener hambre no es buena razón para apropiarse de lo
ajeno.
-¡Es
verdad, es verdad! -exclamó Pinocho llorando. ¡Pero ya no lo haré
más!
En
este momento fue interrumpido el diálogo por el ligerísimo rumor de
pasos que se acercaba. Era el dueño del campo, que, andando de
puntillas, venía a ver si había caído en el cepo alguna de
aquellas garduñas que le arrebataban los pollos durante la noche.
Grande
fue su asombro cuando, al sacar una linterna que llevaba debajo del
capote, vio que en vez de una garduña había caído un muchacho.
-¡Ah,
ladronzuelo! -dijo el labrador encolerizado. ¿Conque eres tú quien
me roba las gallinas?
-¡Yo,
no; yo, no! -gritó Pinocho sollozando. ¡Yo he entrado en el campo
sólo para tomar dos racimos de uvas!
-El
que roba uvas es capaz de robar también gallinas. ¡No tengas
cuidado! ¡Voy a darte una lección que no olvidarás en toda tu
vida!
Y
abriendo el cepa, agarró al muchacho por el cuello y echó a andar
camino de su casa.
Al
llegar frente a la puerta le dejó caer en una era que había casi a
la entrada y dándole dos azotes, dijo:
-Ahora
ya es muy tarde, y quiero acostarme: mañana te ajustaré las
cuentas.
Mientras
tanto, como hoy se ha muerto el perro que me hacía la guardia de
noche, voy a ponerte en su puesto. Me servirás de perro guardián.
Después
de decir esto, le puso al cuello un grueso collar de cuero, erizado
de púas de hierro, y se lo apretó de modo que no pudiera quitárselo
por la cabeza. El collar estaba sujeto a una larga cadena de hierro,
ésta a la pared por el otro extremo.
-Si
llueve esta noche -dijo el labrador, puedes meterte en esa caseta de
madera: ahí está la paja que ha servido de cama a mi perro durante
cuatro años.
¡Ah!
Procura estar bien alerta, y si vienen los ladrones, ladra muy
fuerte.
Hecha
esta última advertencia, entró el labrador en su casa y cerró la
puerta con cerrojo, mientras que el desgraciado Pinocho, más muerto
que vivo, quedaba solo en la era, tiritando de frío, de hambre y de
miedo. De vez en cuando trataba rabiosamente de meter las manos por
entre aquel collar, que le apretaba horrible-mente la garganta.
El
pobre muñeco decía llorando:
-¡Me
está muy bien, pero muy requetebién empleado! ¡He querido hacer
vida de perdido, vagabundo; he seguido los consejos de las malas
compañías; he sido un niño malo y desobediente, y por eso Dios me
castiga! ¡Si hubiera sido un niño bueno y obediente, como lo son
otros muchachos; si me hubiera dedicado al estudio y al trabajo; si
hubiera permanecido en casa al lado de mi buen papá, no me vería
ahora como me veo en medio del campo, teniendo que servir de perro de
guarda a un labrador! ¡Oh, si se pudiera nacer otra vez! ¡Pero ya
es tarde, y no hay más remedio que tener paciencia!
Después
de este pequeño desahogo, que realmente le salía del corazón, se
metió en la perrera, y muy poco después se quedó dormido.
1.032 Collodi (carlo)
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