Los
muñecos del teatro reconocen a su hermano Pinocho y le reciben con
las mayores demostraciones de alegría; pero en lo mejor de la fiesta
aparece el amo de los muñecos, Tragalumbre, y Pinocho corre peligro
de terminar sus aventuras de mala manera.
Cuando
entró Pinocho en el teatro de los muñecos, ocurrió algo que
produjo casi una revolución.
Empecemos
por decir que el telón estaba levantado y que había empezado la
función.
Estaban
en escena Arlequín y Polichinela, que disputaban acaloradamente, y
que, según costumbre, de un momento a otro acabarían repartiéndose
un cargamento de estacazos y bofetadas.
El
público seguía con gran atención la escena, prorrumpiendo en
grandes risas al ver aquellos dos muñecos que gesticulaban y se
insultaban con tanta propiedad, que parecían realmente dos seres
racionales, dos personas de carne y hueso.
Pero
de pronto deja Arlequín de recitar su parte y volviéndose frente al
público, señala con la mano el fondo de la sala y empieza a
vociferar con grandes gestos y tono dramático:
-¡Oh!
¡Ah! ¡Qué veo! ¡Cielos! ¿Es ilusión de mi mente acalorada o
delirio insano de la fantasía? ¡Sí, es él! ¡¡Él!!
¡¡¡Pinocho!!!
¡Él
es! ¡Es él! ¡Pinocho! -dijo Polichinela.
-¡Es
él, no hay duda! -chilló Colombina, asomando la cabeza entre
bastidores.
-¡Es
Pinocho! ¡Es Pinocho! -gritaron a coro los demás muñecos de la
compañía, saliendo al escenario. ¡Es nuestro hermano Pinocho!
¡Viva Pinocho! ¡Vivaaa...!
-¡Pinocho,
ven acá! -gritó Arlequín. ¡Ven a los brazos de tus hermanos de
madera!
Al
oír tan amable invitación, no pudo contenerse Pinocho, y en tres
saltos pasó desde la entrada general a las butacas; de las butacas a
la cabeza del director de orquesta, y de la cabeza del director de
orquesta al escenario.
¡Que
de abrazos! ¡Qué de besos! ¡Qué de achuchones, palmaditas y hasta
pellizcos de amistad, de afecto, de alegría! Es imposible figurarse
el bullicio y el jaleo que produjo la triunfal entrada de Pinocho en
aquella compañía dramática de madera.
No
hay que decir que el espectáculo era conmovedor; pero el público de
la entrada general, viendo que la comedia no seguía, se impacientó
y empezó a gritar:
-¡Que
siga la comedia! ¡Queremos la comedia!
Todo
fue inútil, porque los muñecos, en vez de continuar desempeñando
sus papeles en la comedia, redoblaron sus gritos y algazara, y
tomando a Pinocho en hombros, empezaron a pasearle triunfalmente por
delante de las candilejas.
Entonces
salió el dueño del teatro, un hombrazo tremendo, y tan feísimo que
sólo verle daba miedo. Tenía unas enormes barbas negras como el
pez, y tan largas, que llegaban hasta el suelo. ¡Como que se las
pisaba al andar! Su boca era grande como un horno, sus ojos parecían
dos faroles rojos encendidos. Llevaba en las manos unas disciplinas,
hechas de serpientes y rabos de zorros.
Ante
aquella inesperada aparición, todos los muñecos enmudecieron.
Se
hubiera oído el vuelo de una mosca. Los pobres muñecos y muñecas
tiritaban de miedo.
-¿Por
qué has venido a armar este jaleo en mi teatro?-preguntó a Pinocho
aquel gigante con vozarrón terrible.
-Crea
usted, señor, que no ha sido culpa mía.
-¡Basta
ya! ¡Después ajustaremos nuestras cuentas! -dijo el empresario,
metiendo a Pinocho detrás de las bambalinas y colgándole de un
clavo.
Terminada
la función, el dueño del teatro se fue a la cocina, en la cual
estaba preparando su cena: un carnero cebón atravesado en un asador,
que giraba lentamente sobre el fuego. Pero como faltaba algo de leña
para que el asado estuviera en su punto y bien dorado, llamó a
Arlequín y a Polichinela, y les dijo:
-Traedme
en seguida aquel muñeco que dejé colgado de un clavo. Me parece que
está hecho de madera bien seca, y estoy seguro de que en cuanto le
echemos al fuego dará una buena llama para terminar el asado.
Arlequín
y Polichinela dudaron al principio; pero, aterrorizados ante una
colérica mirada de su dueño, obedecieron. Salieron de la cocina, y
al poco tiempo llevaron en sus brazos al pobre Pinocho, que
revolviéndose como una anguila que se saca del agua, chillaba
desesperadamente:
-¡Papá,
papá, sálvame! ¡Yo no quiero morir! ¡No! ¡No! ¡No quiero!
¡Papá, papá...!
1.032 Collodi (carlo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario