Pinocho
llora la muerte de la hermosa niña de los cabellos azules; después
encuentra una paloma que los lleva a la orilla del mar, y ahí se
arroja al agua para ir a salvar a su papá.
Apenas
se vio Pinocho libre de aquel collar ignominioso y molestísimo,
escapó a todo correr por el campo, y no paró un momento hasta
llegar al camino real que había de conducirle hasta la casita del
Hada.
Apenas
llegó al camino, divisó a lo lejos el bosque donde, por su
desgracia, había encontrado a la zorra y al gato, y vio también
entre los demás árboles la elevada copa de aquella Encina grande,
de la cual había sido colgado por el cuello; pero, por más que
miraba a uno y otro lado, no pudo descubrir la casita de la hermosa
niña de los cabellos azules.
Sintió
entonces una especie de triste presentimiento, y apretando a correr
con todas las fuerzas que sus piernas le permitían, en pocos minutos
llegó a la pradera donde antes se levantaba la casita blanca. Pero
la casita blanca ya no estaba allí.
En
su lugar había una lápida de mármol con una cruz, y en la cual
estaban escritas las siguientes palabras:
AQUI
YACE
LA
NIÑA DE CABELLOS AZULES,
QUE
MURIO DE DOLOR
POR
HABERLA ABANDONADO
SU
HERMANITO PINOCHO.
R.
I. P.
AMEN.
Podéis
pensar cómo se quedaría el muñeco, después de haber deletreado
con mucho trabajo esta inscripción.
Cayó
al suelo de bruces, y cubriendo de besos el mármol funerario, se
echó a llorar desconsolado.
Así
permaneció toda la noche, y a la mañana siguiente seguía llorando,
aunque ya sus ojos no tenían lágrimas que derramar. Sus lamentos y
gritos eran tan fuertes y estridentes, que el eco los repetía en las
colinas cercanas.
Y
llorando decía:
-¡Oh,
Hada preciosa! ¡Hermanita mía! ¿Por qué has muerto? ¿Por qué no
me he muerto yo en tu lugar; yo, que soy tan malo, mientras que tú
eras tan buena? Y mi papa, ¿dónde estará? ¡Oh, Hada preciosa!
¡Dime dónde podré encontrarle, porque ahora quiero estar a su lado
y no dejarle nunca, nunca, nunca! ¡Dime que no es verdad que te has
muerto! ¡Si es cierto que me quieres, si quieres mucho a tu
hermanito, vuelve a mi lado como antes! ¿No te da pena verme solo,
abandonado de todos? ¡Si ahora vienen los ladrones me colgarán de
nuevo en la Encina grande, y esta vez moriré para siempre! ¿Qué va
a ser de mí, solo en el mundo?
¿Quién
me dará de comer ahora, que te he perdido a ti y a mi pobre papá?
¿Quién me dará una chaqueta nueva? ¡Oh, cuánto mejor sería que
yo también me muriese! ¡Si! ¡Yo quiero morir! ¡Hi... hi... hi...!
Mientras
se lamentaba de este modo, trataba algunas veces de arrancarse los
cabellos; pero como eran de madera, ni siquiera tenía el consuelo de
despeinarse en desahogo de su desesperación.
En
aquel instante pasó volando una paloma muy grande, que deteniéndose
en el aire con las alas extendidas, gritó desde una gran altura:
-Dime,
muchacho: ¿qué haces ahí, en el suelo?
-¡Ya
lo ves: estoy llorando! -dijo Pinocho alzando la cabeza hacia aquella
voz y secándose los ojos con la manga de la chaqueta.
-Y
dime ahora -continuó preguntando la paloma: ¿no conoces por
casualidad entre tus compañeros a un muñeco que se llama Pinocho?
-¿Pinocho?
¿Has dicho Pinocho? -repitió el muñeco, poniéndose
instantáneamente de pie-. ¡Yo soy Pinocho!
Al
oír la paloma esta respuesta se dejó caer velozmente y vino a
posarse en tierra.
Era
más grande que un pavo.
-Entonces,
conocerás también a Gepeto.
-¡Qué
si le conozco! ¡Pues si es mi papá! ¿Te ha hablado de mí? ¿Vas a
llevarme adonde esté? ¿Vive todavía? ¡Contéstame, por caridad!
¿Vive?
-Hace
tres días que le dejé en la playa, orilla del mar.
-¿Qué
hacía?
-Estaba
construyendo una barquilla para atravesar el Océano. Hace más de
cuatro meses que el pobre viejo anda errante por el mundo en busca
tuyo; y como no ha podido encontrarte todavía, se le ha metido entre
ceja y ceja ir a buscarte a los lejanos países del Nuevo Mundo.
-¿Cuánto
hay desde aquí hasta esa playa?
-Más
de mil kilómetros.
-¡Mil
kilómetros! ¡Oh, linda paloma! ¡Qué felicidad tan grande si yo
tuviera unas alas: como las tuyas!
-Si
quieres venir, yo te llevaré.
-¿Cómo?
-A
caballo sobre mí. ¿Pesas mucho?
-¿Pesar
mucho? ¡Quita allá! ¡Soy ligero como una pluma!
Y
sin decir más, saltó Pinocho sobre la paloma, y poniendo una pierna
a cada lado, como los jinetes en los caballos, gritó lleno de
alegría:
¡Galopa,
caballito, galopa! ¡Tengo ganas de llegar pronto!
Levantó
el vuelo la paloma, y a los pocos minutos, había subido tanto, que
casi tocaban las nubes. Al llegar a tan extraordinaria altura, el
muñeco tuvo la curiosidad de mirar hacia abajo y asomó la cabeza;
pero sintió tal miedo y tal vértigo, que para no caer tuvo que
agarrarse con ambos brazos al cuello de su caballito de plumas.
Volaron
durante todo el día, y al caer la noche dijo la paloma:
-¡Tengo
mucha sed!
-¡Y
yo mucha hambre! -agregó Pinocho.
-Vamos
a detenernos unos minutos en ese palomar, y después nos pondremos de
nuevo en viaje, para estar al amanecer en la playa del mar.
Entraron
en un palomar que estaba desierto, y en el cual encontraron, por
fortuna, una cazuela con agua y un cestito lleno de algarrobas.
En
toda su vida había podido Pinocho comer algarrobas. Según decía
él, le causaban náuseas, le revolvían el estómago. Pero aquella
noche comió hasta que no pudo más, y cuando casi había dado fin de
ellas, se volvió hacia la paloma, diciendo:
-¡No
lo hubiera creído nunca que las algarrobas fuesen tan ricas!
-Hay
que convencerse, muchacho -replicó la paloma, de que cuando el
hambre dice "¡aquí estoy!", y no hay otra cosa que comer,
hasta las algarrobas resultan exquisitas. La verdadera hambre no
tiene caprichos ni preferencias.
Después
de terminada esta ligera colación se pusieron de nuevo en viaje, y
¡a volar! A la mañana siguiente llegaron a la playa.
La
paloma dejó en tierra a Pinocho, y llevando su desinterés hasta no
esperar ni a que Pinocho le diera las gracias, echó a volar
rápidamente y desapareció.
La
playa estaba llena de gente, que gritaba y gesticulaba mirando hacia
el mar.
-¿Qué
es lo que sucede? -preguntó Pinocho a una viejecita.
-Sucede
que un pobre padre que ha perdido a su hijo se ha metido en una
barquilla para ir al otro lado del mar en busca suya; pero hoy está
tan malo el mar, que la barquilla acabará por irse a pique.
-¿Dónde
está la barquilla?
Mírala
allí lejos, frente a mi dedo -dijo la vieja, señalando una barquita
en el mar, que vista desde aquella distancia parecía una cáscara de
nuez que llevaba. Dentro un hombre muy pequeñito.
Siguió
Pinocho con los ojos la dirección indicada, y después de mirar
atentamente lanzó un agudísimo grito, diciendo:
-¡Ese
es mi papá! ¡Es mi papá!
Mientras
tanto la barquilla era presa del furioso temporal, y tan pronto
desaparecía tras una enorme ola como volvía a flotar. Pinocho, de
pie en la cima de una roca más elevada que las demás, no cesaba de
llamar a su papá y de hacerle señas con los brazos, con el pañuelo
y hasta con el gorro.
Pareció
que Gepeto, por su parte, a pesar de estar tan lejos de la orilla,
reconoció a su hijo, porque levantó su gorro al aire saludando, y a
fuerza de señas dio a comprender que hubiera deseado volver a la
playa, pero que el mar estaba tan alborotado, que no le permitía
hacer uso de los remos para acercarse a tierra.
De
pronto vino una terrible ola que hizo desaparecer la barca.
Esperaron
que volviese a flote, pero no se la vio más.
-¡Pobre
hombre! -dijeron entonces los pescadores que se hallaban reunidos en
la playa: y se marchaban tristemente hacia sus casas, cuando oyeron
un grito desesperado y al volver la cabeza vieron un muchacho que se
arrojaba al mar desde lo alto de una roca, gritando:
-¡Quiero
salvar a mi papá!
Como
Pinocho era de madera, flotaba fácilmente y nadaba como un pez.
Tan
pronto se le veía desaparecer bajo el agua, impulsado por la fuerza
de las olas, como reaparecía nuevamente con un brazo o una pierna
fuera, siempre alejándose de la playa, hasta que por último se
perdió de vista.
-¡Pobre
muchacho! -dijeron entonces los pescadores que se hallaban en la
playa; y volvieron a sus casas tristemente.
1.032 Collodi (carlo)
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