Pinocho
vende su cartilla para ver una función en el teatro de muñecos.
Cuando
ya cesó de nevar, tomó Pinocho el camino de la escuela, llevando
bajo el brazo su magnífica cartilla nueva. Por el camino iba
haciendo fantásticos proyectos y castillos en el aire, a cuál más
espléndidos.
Decía
para su coleto:
-Hoy
mismo quiero aprender a leer; mañana, a escribir, y pasado, las
cuentas. En cuanto sepa todo esto ganaré mocho dinero y con lo
primero que tenga le compraré a mi papito una buena chaqueta de
paño. ¿Qué digo de paño? ¡No; ha de ser una chaqueta toda
bordada de oro y plata, con botones de brillantes! ¡Bien se lo
merece el pobre! ¡Es muy bueno! Tan bueno que para comprarme este
libro, y que yo aprenda a leer, ha vendido la única chaqueta que
tenía y se ha quedado en mangas de camisa con este frío. ¡La
verdad es que sólo los padres son capaces de estos sacrificios!
Mientras
iba discurriendo de este modo y hablando para sí, le pareció sentir
a lo lejos una música de pífanos y bombo: ¡Pi-pi-pi, pi-pi-pi,
pom-pom, pom-pom!
Se
detuvo y se puso a escuchar. Aquellos sonidos venían por una larga
calle transversal que conducía a un paseo orilla del mar.
-¿Qué
será esa música? ¡Qué lástima tener que ir a la escuela, porque
si no!...
Permaneció
un instante indeciso, sin saber qué hacer; pero no había más
remedio que tomar una resolución: ir a la escuela, o ir a la música.
Por
fin se decidió el monigote, y encogiéndose de hombros, dijo:
-¡Bah!
¡Iremos hoy a la música, y mañana a la escuela! ¡Así como así,
para ir a la escuela siempre hay tiempo de sobra!
Y
tomando por la calle transversal, echó a correr. A medida que iba
corriendo sentía más cercanos los pífanos y el bombo: ¡Pi-Pi-pi,
pi-pi-pi; pom-pom, pom-pom!
De
pronto desembocó en una plazoleta llena de gente arremoli-nada en
torno de un gran barracón de madera, cubierto de tela de colores
chillones.
-¡Qué
barracón es ese! -preguntó Pinocho a un muchacho que vio al lado
suyo.
-Lee
el cartel.
-Lo
leería con mucho gusto, pero es el caso que hoy precisamente no
puedo todavía.
-¡Buen
lila estás hecho! Yo te lo leeré. ¿Ves esas letras grandes
encarnadas?
Pues,
mira, dicen: GRAN TEATRO DE MUÑECOS.
-¿Hace
mucho que ha empezado la función?
-Va
a empezar ahora mismo.
-¿Cuánto
cuesta la entrada?
-Veinte
céntimos.
Pinocho,
que ya estaba dominado por la curiosidad, dijo descara-damente al
otro muchacho:
-¿Quieres
prestarme veinte céntimos hasta mañana?
-Te
los prestaría con mucho gusto -contestó el otro con tono zumbón y
remedando a Pinocho-; pero es el caso que hoy precisamente no puedo.
-Te
vendo mi chaqueta por veinte céntimos -dijo entonces el muñeco.
-¿Y
qué quieres que haba yo con esa chaqueta de papel pintado? Si te
llueve encima, no tendrás el trabajo de quitártela, porque se caerá
ella sola.
-¿Quieres
comprarme mis zapatos?
-Sólo
sirven para encender fuego.
-¿Cuánto
me das por el gorro?
-¡Vaya
un negocio! ¡Un gorro de miga de pan! ¡Me lo comerían los ratones
en la misma cabeza!
Pinocho
estaba ya sobre ascuas. Pensaba hacer una última proposición; pero
le faltaba valor, dudaba, quería intentarlo, volvía a vacilar. Por
último se decidió y dijo:
Quieres
darme veinte céntimos por esta cartilla nueva
-Yo
soy un niño y no compro nada a los demás niños -contestó el otro,
que tenía más juicio que Pinocho.
-¡Yo
compro la cartilla por veinte céntimos! -dijo entonces un trapero
que escuchaba la conversación.
Y
de esta manera fue vendida aquella cartilla, mientras que el pobre
Gepeto estaba en mangas de camisa y tiritando de frío, por haber
vendido su única chaqueta para comprar el libro a su hijo.
1.032 Collodi (carlo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario