De
lo que sucedió a Pinocho con el grillo-parlante, en lo cual se ve
que los niños malos no se dejan guiar por quien sabe más que ellos.
Pues,
señor, sucedió que mientras el pobre Gepeto era conducido a la
cárcel sin culpa alguna, el monigote de Pinocho, libre ya de las
garras del guardia, escapó a campo traviesa; corría como un
automóvil, y en el entusiasmo de la carrera saltaba altísimos
matorrales, setos, piedras y fosos llenos de agua, como una liebre
perseguida por galgos.
Cuando
llegó a su casa encontró la puerta entornada. Abrió, entró en la
habitación, y después de correr el cerrojo se sentó en el suelo,
lanzando un gran suspiro de satisfacción.
Pero
la satisfacción le duró poco, porque oyó que alguien decía dentro
del cuarto:
-¡Cri,
cri, cri!
-¿Quién
me llama? -gritó Pinocho lleno de miedo.
-Soy
yo.
Volvió
Pinocho la cabeza, y vio que era un grillo que subía poco a poco por
la pared.
-Dime,
grillo: ¿y tú quién eres?
-Yo
soy el grillo-parlante que vive en esta habitación hace más de cien
años.
-Bueno
-contestó el muñeco; pero hoy esta habitación es mía; si quieres
hacerme un gran favor márchate prontito y sin volver siquiera la
cabeza.
-No
me marcharé sin decirte antes una verdad como un templo.
-Pues
dila, y despacha pronto.
-¡Ay
de los niños que se rebelan contra su padre y abandonan
caprichosamente la casa paterna! Nada bueno puede sucederles en el
mundo, y pronto o tarde acabarán por arrepentirse amargamente.
-Como
quieras, señor grillo; pero yo sé que mañana al amanecer me marcho
de aquí, porque si me quedo, me sucederá lo que a todos los niños:
me llevarán a la escuela y tendré que estudiar quiera o no quiera.
Y yo te digo en confianza que no me gusta estudiar, y que mejor
quiero entretenerme en cazar mariposas y en subir a los árboles a
coger nidos de pájaros.
-¡Pobre
tonto! Pero, ¿no comprendes que de ese modo cuando seas mayor
estarás hecho un solemne borrico y que todo el mundo se burlará de
ti?
-¡Cállate,
grillucho de mal agüero! -gritó Pinocho.
Pero
el grillo, que era paciente y filósofo, no se incomodó al oír esta
impertinencia, y continuó diciendo con el mismo tono:
-Y
ya que no te gusta ir a la escuela, ¿por qué no aprendes al menos
un oficio que te sirva para ganar honradamente un pedazo de pan?
-¿Quieres
que te lo diga? -contestó Pinocho, que empezaba ya a perder la
paciencia-. Entre todos los oficios del mundo no hay más que uno que
me guste.
-¿Y
qué oficio es ese?
-El
de comer, beber, dormir, divertirme y hacer desde la mañana a la
noche vida de paseante en corte.
-Te
advierto -replicó el grillo-parlante con su acostumbrada calma- que
todos los que siguen ese oficio acaban casi siempre en el hospital o
en la cárcel.
-¡Mira,
grillucho de mal agüero, si se me acaba la paciencia, pobre de ti!
-¡Pinocho!
¡Pinocho! ¡Me das verdadera lástima!
-¿Por
qué te doy lástima?
-Porque
eres un muñeco, y, lo que es peor aún, porque tienes la cabeza de
madera.
Al
oír estas palabras saltó del suelo Pinocho muy enfurecido, y
cogiendo un mazo de madera que había sobre el banco, se lo tiró al
grillo-parlante.
Quizás
no creía que iba a darle; pero, por desgracia, le dio en la misma
cabeza, y el pobre grillo apenas si pudo decir cri, cri quedó
aplastado en la pared.
1.032 Collodi (carlo)
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