Pinocho
se duerme junto al brasero, y al despertarse a la mañana siguiente
se encuentra con los pies carbonizados.
Hacía
una noche infernal: tronaba horriblemente y relampagueaba como si
todo el cielo fuese de fuego; un ventarrón frío y huracanado
silbaba sin cesar, levantando nubes de polvo y zarandeando todos los
árboles de la campiña.
Pinocho
tenía mucho miedo de los truenos y de los relámpagos; pero era más
fuerte el hambre que el miedo. Salió a la puerta de la casa sin
vacilar, y turnando carrera, llegó en un centenar de saltos a las
casas vecinas, sin aliento y con la lengua fuera como un perro de
caza.
Pero
lo encontró todo desierto y en la más profunda oscuridad. Las
tiendas estaban ya cerradas; las puertas y ventanas, también
cerradas, y por las calles ni siquiera andaban perros. Aquello
parecía el país de los muertos.
Entonces
Pinocho, desesperado y hambriento, se colgó de la campanilla de una
casa y empezó a tocar a rebato, diciéndose:
-¡Alguien
se asomará!
En
efecto: se asomó un viejo, cubierta la cabeza con un gorro de dormir
y gritando muy enfadado:
-¿Quién
llama a estas horas?
-¿Quisiera
usted hacer el favor de darme un pedazo de pan?
-¡Espérate
ahí que vuelvo en seguida! -respondió el viejo, creyendo que se
trataba de alguno de esos muchachos traviesos que se divierten
llamando a deshora en las casas para no dejar en paz a la gente que
está durmiendo tranquilamente.
Medio
minuto después se abrió la ventana de nuevo, y se asomo el mismo
viejo, que dijo a Pinocho:
-¡Acércate
y pon la gorra!
Pinocho,
no podía poner gorra alguna, porque no la tenía: se acercó a la
pared, y sintió que en aquel momento le caía encima un gran cubo de
agua, que le puso hecho una sopa de pies a cabeza.
Volvió
a su casa mojado como un pollo y abatido por el cansancio y el
hambre, y como no tenía fuerzas para estar de pie, se sentó y apoyó
los pies mojados y llenos de barro en el brasero, que por cierto
tenía una buena lumbre.
Quedóse
dormido, y sin darse cuenta metió en la lumbre ambos pies, que, como
eran de madera, empezaron a quemarse, hasta que se convirtieron en
ceniza.
Mientras
tanto Pinocho seguía durmiendo y roncando como si aquellos pies no
fueran suyos. Por último, se despertó al ser de día, porque habían
llamado a la puerta.
-¿Quién
es? -preguntó bostezando y restregándose los ojos.
-¡Soy
yo! -respondió una voz.
Aquella
voz era la de Gepeto.
1.032 Collodi (carlo)
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