Pinocho
promete al Hada ser bueno y estudiar.
Al
principio la mujercita negaba que fuese el Hada de los cabellos
azules; pero después, viéndose descubierta y no queriendo continuar
más tiempo la comedia, terminó por darse a conocer, y dijo a
Pinocho:
-¡Bribón
de muñeco! ¿Cómo has podido acertar que era yo?
-¡Es
por lo mucho que te quiero!
-¿Te
acordabas de mí? Me dejaste siendo niña, y ahora me encuentras
hecha una mujer; tanto, que pudiera servirte de mamá.
-Y
yo me alegro mucho, porque en vez de hermanita te llamaré mamá.
¡Hace tanto tiempo que deseaba tener una mamá como los demás
niños!
-La
tendrás si sabes merecerlo.
-¿De
veras? ¿Qué puedo hacer para merecerlo?
Una
cosa facilísima: acostumbrarte a ser un niño bueno.
-¿Es
que no lo soy?
-No,
no lo eres. Los niños buenos son obedientes; pero tú...
-Yo
no obedezco nunca.
-Los
muchachos buenos tienen amor al estudio y al trabajo; pero tú...
-Yo,
en cambio, estoy todo el año hecho un holgazán y un vagabundo.
-Los
niños buenos dicen siempre la verdad.
-Y
yo digo mentiras.
-Los
niños buenos van con gusto a la escuela.
-Y
a mí la escuela me da dolor de cabeza. Pero de hoy en adelante
quiero cambiar de vida.
-¿Me
lo prometes de verdad?
-¡Lo
prometo! Quiero ser muy bueno y quiero ser el consuelo de mi papá
¿Donde estará a estas horas mi pobre papá?
No
lo se.
-¿Tendré
aún la suerte de volver a verle y de abrazarle?
-Creo
que sí, pero no estoy segura.
Tal
contento causó a Pinocho esta respuesta, que tomó las manos del
Hada y comenzó a besarla entusiasmado. Después levantó la cabeza,
y mirándola cariñosamente preguntó:
-Dime,
mamita: ¿verdad que no te habías muerto?
-Por
lo visto... -respondió el Hada sonriendo.
-¡Si
supieras qué dolor tan grande sentí al leer: "Aquí yace..."!
-Ya
lo sé, y por eso te he perdonado. La sinceridad de tu dolor me hizo
conocer que tenías buen corazón, y cuando un niño tiene buen
corazón se puede esperar algo de él, aunque sea un poco travieso y
revoltoso; es decir, se puede esperar que vuelva al buen camino. Por
eso he venido a buscarte hasta aquí. Yo seré tu mamá...
-¡Oh,
qué bien! -gritó Pinocho saltando de alegría.
-Tú
me obedecerás, y harás siempre lo que te diga.
-¡Todo,
todo, todo y muy contento!
-Desde
mañana irás a la escuela -continuó el Hada.
Pinocho
se puso un poco menos alegre.
-Después
escogerás el oficio que te parezca.
Pinocho
se puso serio.
-¿Qué
murmuras entre dientes? -preguntó el Hada con acento de disgusto.
-Decía...
-balbuceó el muñeco a media voz- que ahora ya me parece algo tarde
para ir a la escuela.
No,
señor. Para instruirse y aprender, nunca es tarde.
-Pero
yo no quiero aprender ningún oficio.
-¿Por
qué?
-Porque
el trabajo me cansa mucho.
-Hijo
mío -dijo el Hada, los que piensan de ese modo acaban siempre en la
cárcel o en el hospital. Todo hombre, nazca pobre o nazca rico, está
obligado en este mundo a hacer algo, a tener una ocupación, a
trabajar. ¡Ay del que se deje dominar por la pereza! La pereza es
una enfermedad muy grave y muy fea, y hay que curarla siendo niño,
porque cuando se llega a ser mayor ya no tiene cura.
Estas
palabras causaron gran impresión en Pinocho, que levantando
vivamente la cabeza, dijo al Hada:
-Yo
estudiaré, trabajaré y haré todo lo que me digas, porque te quiero
mucho, y porque tú tienes que ser siempre mi mamá.
1.032 Collodi (carlo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario