-Y bien, ¿qué haces? -me dice mi padre.
-¡Yo...! ¡Yo...!
-Vamos, despierta, que es la hora de ir a la iglesia
-¿La hora...?
-Sí, anda, si no quieres perder la Misa , y ya lo sabes, si no hay Misa, no hay cena
de Navidad.
¿Dónde estaba...? ¿Qué había pasado? ¿Es que todo no había sido
más que un sueño... el encierro en los tubos del órgano, el fragmento de la Elevación , mi corazón
haciéndose pedazos...? Sí, hijos míos, desde el momento en que me había quedado
dormido hasta aquel en el que mi padre acababa de despertarme, había soñado
todo aquello, gracias a mi imaginación, demasiado sobrexcitada.
-¿El maestro Effarane? -pregunté.
-El maestro Effarane está ya en la iglesia -respondió mi padre; tu
madre está también allí; vamos, ¿acabarás de levantarte y vestirte?
Me vestí, como si estuviera borracho, sin dejar de oír aquella
séptima torturadora e interminable...
Llegué a la iglesia. Vi a todo el mundo en su sitio habitual; mi
madre, el señor y la señora Clére, mi querida Betty, bien abrigada, pues hacía
bastante frío. La campana todavía sonaba detrás del tornavoz del campanario, y
pude oír los últimos repiques.
El señor cura, revestido con sus ornamentos de las grandes
festividades, llegó ante el altar, esperando que el órgano hiciese sonar una
marcha triunfal.
¡Qué sorpresa! En lugar de lanzar los majestuosos acordes que
deben preceder al Introito, el órgano se callaba... ¡Nada, ni una sola nota!
Sube el sacristán a la tribuna... El maestro Effarane no estaba
allí. Se le buscó en vano. Había desaparecido el organista y con él el
entonador. Furioso, sin duda, por no haber podido instalar su registro de voces
infantiles, se había escapado sin reclamar lo que se le adeudaba, y desde
entonces no volvió a vérsele en Kalfermatt.
No quedé yo pesaroso por ello, lo confieso; queridos niños, porque
en compañía de aquel estrambótico personaje yo habría acabado seguramente por
volverme loco.
Y si se hubiera vuelto loco, el señor re sostenido no
habría podido casarse, diez años más tarde, con la señorita mi bemol;
matrimonio éste bendecido por el cielo. Lo que prueba que, a pesar de la
diferencia de un octavo de tono de una “coma”, según decía el maestro Effarane,
se puede ser feliz y dichoso en un hogar.
1.016. Verne (Julio)
No hay comentarios:
Publicar un comentario