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miércoles, 22 de enero de 2014

El matrimonio del señor anselmo de los tilos - Cap. I

(Recuerdos de un alumno de octavo)

El marqués Anselmo de los Tilos había llegado, en 1842, después de haber pasado mucho más allá de la edad de la razón y de la pubertad, a los veintisiete años. ¡Es esta la época ultramontana de la existencia en la cual los adolescentes terminan con las locuras de una aprovechada juventud, a menos que no las comiencen! ¡Feliz período de la vida, donde se puede hacer aquello que, en un lenguaje enérgico y paternal, se conoce como tonterías!
Para abreviar, Anselmo de los Tilos representaba un joven de cabello rubio, extendido en las puestas del sol; sus cabellos, en abierta rebelión con las leyes de la geometría capilo-práctica, proponían a los barberos de las ciencias un teorema insoluble, cuyos corolarios osados y erizados lanzaban el terror entre un centenar de muchachas en los alrededores; pero por el contrario, los brazos simiescos, las piernas zancudas, los ojos irreconciliables, una boca adornada en palisandro, las orejas de escolar de primaria, le atribuían al joven marqués un encanto indescriptible, un atractivo inexpresable.
¡Grande de cuerpo y pequeño de ideas, ancho de pecho, pero estrecho de cerebro, fuerte de hombros, pero débil de espíritu, de constitución física fuerte y pobre de inteligencia, ya fuese juntando montañas como Encelado[1], ya fuese viviendo una existencia puramente vegetal, él debía, indudablemente, ganar el reino de los Cielos!
Sin embargo, Anselmo de los Tilos disfrutaba de una cierta estima cuando se le miraba desde lo lejos; como los altos monumentos, quería la lejanía de una perspectiva rehabilitante; a cien pasos de distancia, se hubiera dicho que era una arquitectura piramidal, a ciento cincuenta pasos, representaba tan exactamente al hombre agradable del gran mundo; a doscientos era un Antinoo[2], y las jóvenes chicas sentían una palpitación desconocida levantar sus virginales tocas; en fin, a doscientos cincuenta pasos, las mujeres casadas lanzaban miradas siniestras sobre el esposo de sus encantos, y se las ingeniaban para combinar los artículos homicidas y conyugales del código civil y del código penal.
Pero, las sinuosas calles de la ciudad de C... no le permitían apenas al joven marqués alcanzar estas bellas perspectivas. Además, ¿cómo comprometer a las mujeres a semejantes distancias?, ¿cómo seducir a las jóvenes muchachas sin un poco de proximidad?, ¿cómo satisfacer en una palabra los más dulces sentimientos del alma de una calle a la otra?
¡También los maridos y las amantes dormían entre las sábanas de la indiferencia! Ellos colmaban al joven Anselmo de amistosas atenciones y para su pureza personal, le crearon de mutuo acuerdo un pararrayos contra sus cóleras.
De acuerdo a las observaciones hechas a la oficina de las longitudes, el marqués de los Tilos se elevaba a un metro y noventa y cinco centímetros sobre del nivel del mar; pero su inteligencia no alcanzaba menos de tres metros por debajo del más tonto de los cetáceos. La esponja sola lucharía desfavorablemente con él desde el punto de vista de las facultades intelectuales.
Sin embargo, el señor Anselmo de los Tilos llegó a ser marqués, ni más ni menos, un marqués chapado a la antigua. ¡No había más nobleza de vestimenta que en la suya! ¡Nunca se había bañado en las bañeras gubernamentales, que eran de poca nobleza! Ni bribón, ni burgués, ni villano, ni mercader, era marqués y a justo título.
Debido a que su antepasado Rigoberto, habiendo tenido la nobleza de espíritu y la grandeza de alma necesarias para curar a Luis el tartamudo de una indigestión avanzada, en el año de gracia 879, por medio de las hojas de una planta de tilo que sombreaba su pedazo de tierra, fue hecho noble inmediatamente por la agradecida y aliviada realeza.
Desde esta época memorable, la familia de los Tilos, había sembrado sus raíces en su madriguera, sin preocuparse de las invasiones extranjeras, o de los eventos foráneos, habiéndose puesto a disposición, tan inútilmente como fuese posible, de su estimado país.
Durante la defensa de París por Eudes en el año 885, Rigoberto de los Tilos se escondió en el sótano de su casa.
En la época de las Cruzadas, Atanasio de los Tilos y sus cinco hijos se cruzaron de brazos.
Bajo el reinado de Luis XI, en el momento de la liga del bien público, Ejuperio de los Tilos solamente se preocupó de su bien particular.
En la batalla de Pavía, Francisco I lo perdió todo, excepto el honor. La señora Aldegonda de los Tilos se dejó amar por un jovenzuelo y perdió un poco más que el rey de Francia.
En el día de las barricadas, la familia de los Tilos no hizo más que hacerla detrás de su puerta, dando un ejemplo poco digno de imitar.
Durante el sitio de París por Enrique IV, en medio de la gran hambre, Perefijo de los Tilos, lejos de dar de comer a sus hijos, los alimentó con unas pocas provisiones cuidadosamente acumuladas en sus atestados áticos.
Bajo el reinado de Richelieu, los descendientes de este ilustre linaje aprovecharon el desorden para vivir en una paz profunda, y durante la guerra de Holanda, Nepomuceno de los Tilos, no hizo más que luchar contra las ratas que le devoraban los quesos de ese reino.
Durante la guerra de los siete años, la señora Fredegonda de los Tilos engendró siete bellos niños, y, a menos que se sospeche de su virtud, es necesario creer que durante este tiempo Agliberto de los Tilos, su valeroso esposo, no combatió al gran Federico al lado del mariscal de Sajonia.
En fin, estos apetitosos aristócratas no eran lo suficientemente nobles para ser sospechosos en el noventa y tres, pero lo fueron suficientemente para que les tocase su parte en la indemnización en el regreso de los Borbones.
Por consiguiente, Anselmo de los Tilos, último de esta descen-dencia, marchaba sobre las huellas de sus ilustres antepasados; no era ni bello, ni corajudo, ni pródigo, pero ignorante, cobarde y simple. En una palabra, marqués, bien marqués, ¡sólo por la gracia de Dios y la indigestión de Luis, el tartamudo!
En 1842, tomaba lecciones de latín de un estimado profesor, de nombre Naso Paraclet[3], hombre versado en el estudio de la lengua latina, y cuya completa inteligencia costaba trescientos escudos por año.
Era el director espiritual del joven Anselmo, el mentor severo de un Telémaco vestido con piel de marqués, puesto que el pobre alumno no veía, no escuchaba, no comprendía más allá de lo que le enseñaba su profesor.
Los discursos de Naso Paraclet estaban impresos de esa casta tranquilidad que distinguió al devoto Eneas[4], su héroe favorito; sus oraciones se adornaban incesantemente de fórmulas y de ejemplos tomados de la gramática latina de Lhomond, profesor emérito de la antigua Universidad de París.[5]
-¡Vientre de cierva, señor marqués -le decía de buena fe el devoto Paraclet, usted es de una nobleza no menos vieja que antigua, y usted labrará su camino! Viam facietis, porque yo no me atrevería jamás a tutearlo en esta lengua divina, pero deshonesta.
-Sin embargo -contestó el desdichado de los Tilos- tengo veintisiete años cumplidos; ¿quizás sería este el buen momento para iniciarme en los secretos del mundo?
Cupidus videndi![6]. Sus reglas de conducta y gramática están todas contenidas en Lhomond: ¡desde Deus sanctus[7] hasta Virtus et vitium contraria[8], los altos principios de la sintaxis y la moral se encuentran claramente explicados y deducidos!
-Sin embargo, en fin -respondió el joven Anselmo, ¿no es necesario que un matrimonio adecuado venga a renovar a mi casi extinta familia?
-¡Sin duda alguna, señor marqués, sobre usted descansa la esperanza de todo un noble linaje! ¡Domus inclinata recumbit![9]
Recumbit humi bos![10] - ripostó de los Tilos para hacer gala de su conocimiento.
-Mil excusas, mi ilustre alumno, usted se confunde... Procumbit humi bos[11] significa que el buey se cae en la tierra, y esta oración es usada por Virgilio en una circunstancia diferente. Domus inclinata recumbit significa palabra a palabra: domus, su familia; inclinata, que se va a extinguir, y recumbit, descansa sobre su alma.
-¿Pero quién me querrá amar, mi buen Paraclet?
-¿No tiene usted cuarenta mil libras de renta? ¿Desde cuando alguien se niega a casarse con cuarenta mil libras ofrecidas por veintisiete nobles años, acompañados de un marqués de buena familia, cuando este marqués abriga sus riquezas bajo los vastos techos de un castillo bien defendido por un gran torreón? ¡Habría que estar loco, o poseer cuarenta y un mil francos de ingresos!
-A decir verdad -continuó el marqués, ¿qué es el matrimonio?
-¡Señor -contestó castamente el nombrado Paraclet, no lo he conocido nunca! ¡Soy soltero desde hace cincuenta y un años, y jamás mi alma, incluso en sueños, ha vislumbrado las felicidades conyugales! Attamen[12], tanto como le es permitido a un hombre honesto, vir bonus dicendi peritus[13], razonar por aproximación sobre las cosas que no conoce ni de re aut visu, aut auditu, aut tactu[14], (y este último vocablo fatiga enérgicamente mi pensamiento), responderé con mis mejores deseos al señor marqués de los Tilos, puesto que mi deber es inculcarle los elementales principios del mundo hasta llegar, inclusive, a su procreación.
El profesor pensó terminar después de esta larga oración; pero afortunadamente volvió a tomar aire, tomó su tabaquera adornada con una imagen de Virgilio llevando un vestido negro y la cruz de la Legión de Honor; se introdujo el dedo pulgar, que contenía un gramo de tabaco, en su orificio nasal y dijo:
-Soy el devoto Naso Paraclet, y le haré parte señor marqués, de mis opiniones personales sobre ese nudo antigordiano que se llama matrimonio, himeneo, matrimonium. Lhomond en su curso de moral aconsejó conjugar en primer lugar el verbo amo, que significa yo amo. ¡Al escoger esta palabra existe una sutileza que puede escapar a primera vista, pero que escapa a la segunda por completo! Procedamos con un método sintético y analítico a la vez. ¿Qué significa amo?
-¡Yo amo! -respondió gallardamente el joven Anselmo.
-¿Qué es esta palabra?
-¡Un verbo!
-¿Es activo, pasivo, neutro o deponente[15]?
-¡Activo! -dijo sin dudar el marqués de los Tilos.
-¡Activo! Es activo, e insisto sobre esta cualidad esencial -dijo el profesor animándose. ¡Es activo! y para gobernar al acusativo, es necesario que sea activo, en ocasiones deponente; pero nunca pasivo, nunca neutro. ¡Sigamos! ¿Cuándo el verbo no está en infinitivo...eh?
-¡Concuerda con su nominativo o sujeto!
-¡Admirable, mi noble alumno, y crea que sus veintisiete años de juventud no han sido desperdiciados! ¡Concuerda con el nominativo o sujeto! ¿Y bien, sabe usted quién es, señor marqués? Usted es... ¡un sujeto, un buen sujeto, un excelente sujeto, un brillante sujeto! ¡Como tal, usted es el nominativo de la oración, el individuo nombrado, bien nombrado Anselmo de los Tilos! ¡Por tanto! ¡Usted gobierna a toda la oración! ¿Qué es la oración? ¡Es la imagen de la vida con sus decepciones y sus comas, sus puntos y sus esperanzas, sus placeres y sus signos de exclamación! ¡Por tanto! ¡Usted, sujeto, tome a su gusto todo aquello que la oración encierra en su seno desde el primero de los adverbios hasta la última de las preposiciones, y actúe necesaria y mediatamente sobre el complemento directo! ¡Digo mediatamente, porque entre este complemento y usted se encuentra el indispensable verbo, esta acción, que puesta en movimiento por el sujeto, somete invenciblemente al com-plemento!
-¿Pero cuál es este verbo? -preguntó el joven Anselmo con creciente interés.
-Este verbo, es el verbo amo, o sea yo amo, el verbo esencialmente activo que gobierna, ¿qué? Al acusativo. Ejemplo: amo a Dios, amo Deum. ¡El complemento se subordina al verbo, y por él mismo, al sujeto!
-¿Cuál es, entonces, este complemento? -dijo el marqués enco-giéndose de hombros.
-¡Aquí -contestó prestamente el devoto Naso, présteme toda su atención, mi noble discípulo! Existe, se dice, en la sintaxis del mundo, tres géneros muy distintos, como en la lengua latina. Usted pertenece esencialmente al género masculino, debido a que usted ha sido registrado como tal en la alcaldía de su pueblo; pero existen otros individuos que son neutros, como Orígenes, Abelardo, etc., de manera que los verbos de esta naturaleza no concuerdan con ningún complemento en el acusativo. Ejemplo: estudio gramática: studeo grammaticae. En fin, el género femenino aparece ante nosotros y es éste el que nos ocupa. La mujer, me han dicho, pertenece a esta última categoría; ella es bien reconocible por su vestimenta habitual, y por la ausencia total de barba en el mentón. ¡Fue hecha esencialmente para ser gobernada, para permanecer bajo la acción directa del sujeto y del verbo, ella siempre está y debe siempre estar en el acusativo con sus formas acusativas! ¿Quién une entonces el sujeto al complemento, el nominativo al acusativo, el hombre a la mujer? ¡Es el verbo, el verbo activo, muy activo, lo más activo posible; este verbo que se encuentra tan frecuentemente en el cuarto libro de La Eneida, que yo he debido hacerle pasar por alto por razones de pudor! ¡Este verbo, esta marca de unión que une a Eneas a la reina de Cartago! ¡Æneas amat Didonem[16]! El matrimonio, esta es la conjugación de este verbo desde el presente lleno de miel hasta el infinitivo repleto de amargura. Conjugue a su gusto, señor marqués. Existen cuatro conjugaciones en la existencia y la sintaxis. Unas difieren por su movimiento y su imperativo, otras por su embriaguez y su supino[17] otras por su efervescencia y su gerundio en dus, da, dum[18]. ¡Conjugue, noble de los Tilos, conjugue!
-Amo, amas, amat, amamus[19], -dijo dulcemente el joven Anselmo quien a cada suspiro vehemente de estas descripciones amorosas escuchaba mugir las hogueras de su corazón
-Bien, señor marqués -dijo el profesor limpiándose su frente diluviana-. ¡Una última opinión, y partiremos para Citeres[20]!
-¡Hable, mi sabio Naso!
-Absténgase de admitir el pronombre en su oración: su acusativo correría los más grandes peligros, debido a que este pronombre siempre toma el lugar del nombre o del sujeto.
¡Completamente instruido por esta discusión conyugal y gramatical, el joven Anselmo de los Tilos, se cavaba noche y día el cerebro para llegar a esas capas inferiores que ocultan los misterios más deliciosos! Pero la verdad obliga a decir que no cavó durante mucho tiempo, porque sus escasas facultades se estrellaron pronto contra la roca de la ininteligencia.
Naso Paraclet estudió más que nunca estos principios de toda moral plasmados en la gramática; se remitió con éxito a la cultura moral de la hoja de vid, e hizo algunos comentarios útiles sobre las declinaciones irregulares de la lengua latina.
La ciudad de C..., en la que habitaban estos ilustres personajes, tenía unos siete mil habitantes; aunque, intelectualmente hablando, la ciudad contenía a lo sumo doscientas almas, incluyendo las almas de las bestias.
Esta ciudad de provincia de estrechas calles e ideas, se levantaba a las seis de la mañana, y se acostaba a las nueve de la noche, siguiendo el ejemplo de las gallinas emplumadas en sus corrales. Durante el día, se iba a sus ordinarias ocupaciones, desayunaba a la nueve y cenaba a las cuatro; ciudad exenta de remordimiento y civilización, se acordonaba por delante, se escotaba hasta el mentón inclusive, llevaba medias negras y zapatos de escolar, peregrinaba sobre grandes pies, y golpeaba en manos aun más grandes cuando aplaudía a los virtuosos de su invención. Las mangas de los vestidos se consumían en sus brazos, sus sombreros gozaban de una virtud antiadulterina, y sus doncellas casaderas, deteniendo por medio de resistentes corsés las avalanchas de sus encantos, poseían el verdadero cinturón de castidad. Cuando la noche llegaba, la ciudad se reunía con sus notables, se alumbraba con la linterna proverbial, y hacía resonar sus zapatos de madera sobre las angulosas calles.
¡Pero en estas tardes indescriptibles, los mamíferos no se mezclaron indistintamente! La nobleza que tenía una ascendencia de cuatro nobles generaciones, aplastó a los burgueses bajo los quintales de su desprecio. Y sin embargo, muy pocos de estos dignos aristócratas podrían comparar sus títulos genealógicos con los arrugados pergaminos del marqués de los Tilos. Todos no tenían la dicha de haber tenido un antepasado que tuvo ante Luis, el tartamudo, estima y éxito como apotecario.
¡Por tanto, a pesar de las sumas de fealdad locamente dispensadas para beneficio de los habitantes de C..., el joven Anselmo era mirado como un prodigio desde el doble punto de vista de la imperfección de los rasgos y de la nulidad de la mente! Naso era el único que se le acercaba tanto. Él se atrevía, incluso, a encontrarle un aire distinguido; al escucharlo, era necesario estar ciego o estar a punto de serlo para encontrar a su alumno agradable, y le aconsejaba a sus detractores a ir a tocar el clarinete a través de los campos, ite clarinettam lusum[21], y nuevamente, usaba el supino, visto los movimientos y contorsiones que exige el toque de este instrumento nasal.
Sin embargo, el devoto Paraclet tenía empeño en preparar a su alumno apropiadamente. Él sabía que tenía todas las debilidades humanas, como todo hombre. ¡No crea que debido a que Anselmo no sentía nada, comprendía pocas cosas, y no deseaba más, sus sentimientos estaban en el estado de quimeras o de mitos! ¡No! Su alma podía entristecerse como la de cualquier otro; no había ahogado las pólvoras de su corazón, y quizás ellas sólo esperaban un frotamiento fosfórico para explotar de pronto, y cubrir las virgini-dades circundantes de sus restos incendiarios.
¡Por eso es que Naso redobló el toque de los tambores antes las pasiones de su alumno, e hizo reventar las pieles de asnos -de las que están hechos- para entrenar a Anselmo para el asalto! Cada mañana, creía oír que el joven marqués le decía: “estimado Paraclet, ¿qué terribles insomnios me atormentan?”
Anna soror, quoe me suspensam insomnia terrent[22], lo cual ha traducido interior y libremente por: “hermana Ana, hermana Ana, ¿ves algo venir?”.
Pero como el suelo se empolvaba y la hierba se verdeaba en la rocosa imaginación de esta naturaleza granítica, el buen profesor actuó secretamente; entró en campaña para conquistar a la fecunda novia que debía salvar a la familia de los Tilos de su próxima extinción. Y esta empresa resultaría aun más heróica que las marchas de Alejandro el Grande; Naso no se ocultaba ninguno de los peligros de su expedición y para llenar su alma con las narraciones fabulosas de las viejas victorias, releyó día y noche Jenofonte y Tucidides. ¡Fue entonces cuando la retirada de los Diez Mil le pareció una obra maestra de la estrategia![23]
¡Pero su corazón era grande, y su amor inmenso! Nada le atemorizaba y estableció su campamento al alcance de un cañón: sobre las herederas vecinas. Es necesario decir que había asegurado sus razones, apoyándose en el árbol genealógico de los Tilos, y había protegido su ataque por las ocho mil piezas de cien soles que formaban el ingreso del joven marqués.
-Por Júpiter -se dijo, ¿quién resistiría ataques similares? ¿La señora Mirabelle, con cinco hijas por casar? ¿El señor Pertinax, presidente del Tribunal, poseedor, se dice, de un acusativo de los más singulares? ¿El general de Vieille Pierre, quien no sabe con que nominativo puede concordar a su heredera? Se encuentran por las casas algunas declinaciones de muchachas sin uso. ¿Quién no querría unirse a la noble sangre de los Tilos? ¿Qué molinero no cambiaría su molino por un traje de obispo? diría ¡Sic parvis componere magna solebam![24]
Por consiguiente, mientras que el joven marqués Anselmo, habiendo llegado al año floreciente y vigésimo séptimo de su edad, concentraba los nocturnos rayos de su inteligencia en la regla del que se sustrae; el devoto Naso montó su regenerador caballito de juguete, y picó sus espuelas con destino a las almas de las jóvenes herederas.
¡Anselmo penetraba en el espíritu de la lengua ausonia, Naso en el de la señora Mirabelle, de los Tilos se identificaba con el genio de Lhomond, y Paraclet empleaba todo el suyo para preparar entre los corazones casaderos los pensamientos matrimoniales!
La señora Mirabelle era una mujer vieja, pero viuda, continua-mente vestida con su vestido de verdes colores, grande, flaca, seca, gruñona. En su presencia, se soñaba involuntariamente con esas personas altas y flacas que abundaban en las llanuras de Champaña.
Algunos habitantes de C... de ideas extramundanas repetían que la señora Mirabelle había acostumbrado fácilmente su vida a las asperezas de su anguloso esposo.
Como quiera que fuese, cinco muchachas habían brotado de su áspero himeneo.
Estas estimables doncellas, oscilando entre veinte y veinticinco inviernos, estaban listas para casarse; su madre las conducía en el mundo bajo esta rúbrica conyugal, y las señoritas como mariposas que vuelan alrededor de una llama corrían el riesgo de quemar las faldas de su vestido, y las jóvenes muchachas agitaban sus vestidos de seda con la preocupación de no encarcelar a la menor mariposa.
¡Y sin embargo, cada una estaba orgullosa de sus cien mil francos de dote y lanzaban con un interés todo metálico miradas cargadas de fosfato de dinero; sus ojos diversamente oscurecidos como el echarpe de lirio formaban una batería de diez botellas de Leiden, donde constantemente temblaban las apetitosas hojas de oro; pero ay, las violencias de sus descargas no había golpeado a ningún hijo de familia, y todas habían vanamente gastado mucha electricidad!
¡Es que ellas se parecían más o menos a su madre, y su madre tenía un perfil desagradable!
¿Qué fracasos podían entonces esperar al devoto Naso, cuando, como el criado Landry, venía a asirse a este cinco de corazones?
Arropado con un vestido negro, cuyas faldas acariciaban voluptuo-samente un tobillo excitado, decorado con un chaleco hecho para los grandes días de las reflexiones brillantes, llevando un pantalón que profesaba una lejanía imperdonable a los zapatos de hebilla resplandeciente, el osado Paraclet se aventuró al seno de estas vírgenes que la Luna parecía haber olvidado en sus distribuciones de miel; tanteó el terreno, comprendió por los vagos suspiros el desierto de estas almas desconsoladas, y expuso su demanda en términos escogidos.
El florecimiento de estas jóvenes caras a los rayos del sol conyugal no lo sorprendió: eran un número infinito de deseos multiplicados por cinco los que iban a ser llenados; cada mañana, las incomprendidas muchachas se lamentaban con la esperanza de que llegara este día feliz, y formaban entre ellas un total de mil ochocientos veinticinco suspiros por año.
-Sí, señoritas -dijo el devoto Naso, es un doncel de un cierto futuro y de un pasado recomendable. Su corazón es el más nuevo de los corazones para dar; su alma es virgen de emociones incandescentes. ¡Lámpara virginal que yo mismo he llenado con un nuevo aceite, yo la he inflamado con cuidado, y sólo espera por una llama propicia que haga arder un fuego inextinguible!
-¿Y es bello? -dijeron las jóvenes a coro.
-¡Señoritas, no es bonito; es magnífico!
-¿Es rico? -dijo la madre con una unanimidad inteligente.
-¡Señora, no es rico; es millonario!
-¿Espiritual? -preguntaron las jóvenes vírgenes.
-Lo suficiente para hacer las delicias de una mujer.
-¿Y se llama?
Sed tamen, iste Deus, qui sit, da, Tityre, nobis![25] ¡Me hubiera usted dicho si yo hubiera sido Titirio! ¡Háganos conocer ese Dios quienquiera que sea!
-¿Y bien? -exclamaron a una sola voz la madre y las hijas.
-¡El marqués Anselmo de los Tilos!
La fealdad horrible del marqués y el miedo de desposarlo efectuaron un cambio radical.
La mayor de las hermanas cayó desfallecida, la segunda experimentó un ataque de nervios, la tercera se cayó desmayada, la cuarta se cayó de espaldas, la quinta se quedó pasmada, y la madre se quedó asombrada.
Estas caídas sucesivas le recordaron al buen profesor los castillos de cartas que solía hacer en su juventud; podía haber abusado de su posición para desencadenar todas estas síncopas; pero, eminentemente casto, tomó su coraje con una mano, su sombrero con la otra y salió diciendo:
¡Ipse gravis graviterque ad terram pondere vasto concidit![26]
Pero el devoto Naso tenía un gran corazón, y estas postraciones humanas estaban por debajo de él; regresó entonces con su alumno llevando un estoicismo sardónico.
¡Sin embargo, estamos autorizados a creer, que si hubiera tenido una cola, la misma hubiera estado derecha!
Anselmo de los Tilos estaba inclinado sobre la sintaxis; quizá esta laboriosa obstinación la tenía con el propósito de calmar las pasiones ardientes. Sin duda los nenúfares de la lengua latina le llegaron al cerebro, y el ardor de su sangre se calmaba en las contemplaciones particularmente antiafrodisíacas de los misterios que le invadían.
-¿Y bien -le dijo el último heredero de su nombre, que pasó con las damas de la familia Mirabelle?
-Traduzca palabra a palabra -contestó Paraclet; mira, contemple, belle, con cuidado, ¡a qué familia usted pertenece, señor marqués, y no vaya usted a casarse con una persona de condición inferior! ¡Esas damas son de pequeña nobleza, de pequeño espíritu, de pequeña fortuna, y usted no tendría más que pequeños niños, lo que es algo inherente y exclusivo a los abuelos!
-¡Ay de mí! -respondió lastimosamente Anselmo.
-¡Coraje, mi noble discípulo! Después de los verbos aconsejar, persuadir, etc..., ¿cómo se expresa el “que” o el “de”?
-Se expresa a través de ut con el subjuntivo.
-Le doy un buen punto por esa respuesta, y me marcho al instante a la casa del general de Vieille Pierre.
Lo que fue dicho, fue hecho. Anselmo continuó su deber, y Naso Paraclet, vestido como antes, dirigió sus melancólicos pasos hacia la bella Amaltulda.
¡Era la hija y el ídolo del general! ¡Cada día, sobre el altar de sus caprichos, su padre la sacrificaba de las hecatombes!
Físicamente, esta joven estaba tallada en plena carne, ancha de espaldas, fuerte de caderas, rápida de movimientos y robusta de sus miembros. Su carácter era duro, su vivacidad petulante, su temperamento indomable. En lo que concierne a lo moral, se cubría con un quepis[27], y se vestía con un traje de campaña; parecía hecha para llevar la mochila sobre la espalda, y no tenía necesidad de esperar a la orden para hacerse a la carga. Su padre que había estado al mando de algunos batallones, ahora estaba siendo mandado y se batía en retirada ante todas las voluntades de su hija. Era una amazona, menos el arco y las mutilaciones necesarias para servirse. ¡En una palabra, tenía suficientes municiones en las venas!
¡Se necesitaba la unión de dos valerosos hombres como Áyax y Aquiles, para poder enfrentar a esta joven! ¡Se le tomaba por un baluarte con sus barbacanas, sus aspilleras y sus catapultas, tenía los aires de un cañón cargado y listo para la metralla!
¡También, el devoto Naso, acorazado en su propia conciencia, ponía su fe en Dios, y en Lhomond, su profeta de la lengua latina!

    1.016. Verne (Julio)




[1] Titán. Hijo de Tártaro y Gea, el más célebre de los que se revelaron contra Zeus. En su fuga fue herido por el rayo y enterrado por Zeus, debajo del Etna, cuyo volcán representa el aliento del gigante. (Todas las notas, a no ser que se especifique son tomadas de la edición de base).
[2] Joven bitinio, esclavo del emperador Adriano, que le hizo su favorito. Se le considera como el tipo de la belleza plástica. Se ahogó en el Nilo por adhesión a su amo, quien lo deificó.
[3] Naso era el sobrenombre del poeta latino Ovidio (Publius Ovidius Naso), y Paraclet uno de los nombres bajo el cual se designa al Espíritu Santo.
[4] El héroe de La Eneida de Virgilio, es un sobreviviente de la guerra de Troya (citado por Homero en La Ilíada). Fundó un nuevo reino en Italia luego de los viajes y de las peripecias ocurridas en las peregrinaciones de Ulises y que son precisamente el tema de La Eneida.
[5] El abad Charles François Lhomond (1727-1794) fue un gramático francés. Además de ser el autor de la gramática latina, también lo fue de la obra pedagógica De viris illustribus urbis Romae, que fue el libro de consulta de numerosas generaciones de jóvenes latinistas.
[6] Curioso de ver (gramática de Lhomond, página 136).
[7] Dios santo (gramática de Lhomond, página 133).
[8] La virtud y el vicio son contrarios (gramática de Lhomond, página 134).
[9] Fin del verso 59 del libro XII de La Eneida de Virgilio. La cita completa es: in te omnis domus inclinata recumbit, que significa “toda nuestra familia vacilante confía en tí”. En Virgilio, la familia en vías de extinción es la del rey Latino y la de su esposa Amata.
[10] Este parlamento del alumno es una cita inexacta de Virgilio (La Eneida, libro V, verso 481), donde Anselmo emplea por error recumbit en lugar de procumbit.
[11] El buey cae al suelo (traducción de Jacques Perret del verso 481 del libro V de La Eneida).
[12] Sin embargo.
[13] Un hombre de buenas habilidades en el uso de la palabra. Esta es la definición del orador expresada por Catón, el antiguo.
[14] Ni por los hechos, ni por la vista, ni por el oído, ni por el tacto.
[15] Según Lhomond (página 74), los verbos deponentes se conjugan en latín como los verbos pasivos. Existen los verbos deponentes de cada uno de las cuatro conjugaciones pasivas.
[16] Eneas ama a Dido.
[17] Una de las formas nominales del verbo en latín.
[18] Ligero error de Verne que confunde el gerundio (declinación del infinitivo) y el adjetivo verbal en -dus, -da, -dum que depende del género (gramática de Lhomond, página 162).
[19] amo, amas, ama, amamos (gramática de Lhomond, página 32).
[20] Nombre antiguo de la isla de Carigo, donde había un magnífico templo consagrado a Venus, la diosa del amor. (Nota del traductor)
[21] Vayan a tocar el clarinete. Según Lhomond (página 91 y página 161)
[22] Noveno verso del cuarto libro de La Eneida donde Virgilio se refiere a Ana, quien en la leyenda cartaginesa es la hermana de Dido. Los romanos parecían haberla confundido por una falsa homonimia con una divinidad puramente local de Latio. Verne traduce libremente este verso que en realidad significa: Ana, mi hermana, que visiones me espantan y me tienen en suspenso.
[23] Aquí Verne se refiere a la famosa retirada de los Diez Mil (445-355 a.c.), que fue dirigida por el general ateniense Jenofonte. (Nota del traductor)
[24] Por tanto, me había acostumbrado a comparar las grandes cosas y las pequeñas. Verne confunde dos pasajes de Virgilio, el verso 23 de la primera bucólica que cita incorrectamente cuando escribe si parvis... en lugar de sic parvis... y el fin del verso 176 del libro IV de las Geórgicas (cita célebre que muchos diccionarios Larousse citan): si parva licet componere magnis, que significa “si es permitido comparar las pequeñas cosas con las grandes”.
[25] Verso 18 de la primera bucólica de Virgilio que significa “Sin embrago, dinos, Titirio, quién es ese Dios (del cual hablas tanto)”. La primera bucólica es un diálogo entre dos pastores, Melibeo y Titirio.
[26] Verso 498 del libro V de La Eneida de Virgilio. Coincidit es el comienzo del verso siguiente.
[27] Gorra cilíndrica o ligeramente cónica, con visera horizontal, que como prenda de uniforme usan los militares en algunos países. (Nota del traductor)

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