La navegación del Delfín había
sido, hasta entonces, muy feliz y rápida. Ni un solo buque se había visto antes
de la vela que el vigía acababa de señalar.
Hallábase el Delfín a 32º 15’ de latitud y a 57º 44’ O. del meridiano de
Greenwich, esto es, a los tres quintos de su carrera, Hacía 48 horas que
paseaba sobre el océano una niebla que entonces empezaba a levantarse. La bruma
favorecía al Delfín, ocultando su marcha, pero también le impedía observar el
mar en gran extensión, de manera que, sin sospecharlo, podía navegar, bordo a
bordo, digámoslo así, con los buques cuyo encuentro trataba de evitar. Esto era precisamente lo que había sucedido.
El buque señalado en aquel momento sólo distaba tres millas a barlovento.
Así que llegó a las barras,
distinguió perfectamente una corbeta federal que marchaba a todo vapor. Se
dirigía hacia el Delfín, para cortarle el camino.
El capitán bajó a cubierta, y dijo
a su segundo:
¿Qué pensáis de ese buque, Mr. Mathew?
Que es un buque federal que ha
adivinado nuestro objeto.
En efecto, ya no cabe duda respecto
a su nacionalidad -repuso Jacobo. Mirad.
La corbeta enarbolaba en aquel
momento el estrellado pabellón de los Estados Unidos, asegurando sus colores
con un cañonazo.
Nos invita a enseñar los nuestros
-dijo Mr. Mathew. Pues bien, enseñémoslos; no hay por qué avergonzarse de
ellos.
¿Para qué? Nuestro pabellón no nos
cubriría, ni impediría que esas gentes quisieran visitarnos. No. Vamos
adelante.
Y de prisa -añadió Mr. Mathew,
porque si no me engaño, he visto ya esa corbeta en alguna parte, cerca de
Liverpool, donde vigilaba los buques en construcción. Que pierda mi nombre si
no se lee La Iroquesa
en la tabla de su popa.
¿Qué tal marcha tiene?
Una de las mejores de la marina
federal.
¿Cuántos cañones tiene?
Ocho.
¡Poca cosa!
¡Oh! no os encojáis de hombros,
capitán. De esos ocho cañones hay dos giratorios, uno de ellos de 60 en la popa
y otro de 100 sobre cubierta, ambos rayados.
¡Diablo! ¡Son Parrots, que tienen tres
millas de alcance!
Y más aún, capitán.
Pues bien, Mr. Mathew, sean los
cañones de 100 o de 4, alcancen tres millas o quinientas yardas, es lo mismo,
cuando se corre bastante para evitar sus balas.
Haced activar los fuegos.
El segundo trasmitió al maquinista
las órdenes del capitán y pronto una negra humareda brotó de las chimeneas.
Tales síntomas no debieron ser del
agrado dé la corbeta, pues hizo al Delfín señal de ponerse al pairo. Pero
Jacobo no hizo caso, y no varió la dirección de su marcha.
Y ahora -dijo, vamos a ver lo que
hace esa Iroquesa Buena ocasión se le presenta de saber cuánto alcanza su cañón
de cien. ¡A todo vapor!
¡Bueno! -dijo Mr, Mathew. No
tardaremos en recibir un magnífico saludo.
Al volver a la toldilla, encontró
el capitán a miss Jenny, tranquila-mente sentada.
Miss Jenny -le dijo, ese buque que veis a barlovento va
a darnos caza, y como nos va a hablar a cañonazos, os ruego aceptéis mi brazo
para acompañaros a vuestro camarote.
Muchas gracias, Mr. Playfair -respondió
la joven, mirándole con dulzura; pero no me asusta un cañonazo.
Pero, a pesar de la distancia,
podéis correr peligro.
¡Oh! no me han educado como una
niña miedosa. En América nos acostumbran a todo. Os aseguro que las balas de la
Iroquesa no me harán bajar la cabeza.
Sois muy valiente, miss Jenny.
Supongámoslo así, Mr. Playfair, y
permitidme estar a vuestro lado.
No puedo negaros nada, miss
Halliburtt, dijo Jacobo, admirado de la serenidad que veía en la joven.
Apenas había pronunciado estas
palabras, se vio una humareda blanca que brotaba de la corbeta federal. Antes
de que se oyera el ruido de la detonación, un proyectil cilindro-ojival,
girando sobre su eje con espantosa rapidez y atornillán-dose en el aire, por
decirlo así, se dirigió al Delfín. Podía seguírsele en su marcha, que se
operaba con cierta lentitud relativa, porque los proyectiles salen de los
cañones rayados con menor velocidad inicial que de los cañones de ánima lisa.
Llegada a 20 brazas del Delfín, la
bala, cuya trayectoria se deprimía sensiblemente, rebotó sobre las olas,
marcando su paso con una serie de surtidores; dejó al buque en la amplitud de
uno de sus rebotes, pero le cortó, al paso, el brazo de estribor de la verga de
trinquete, y se hundió a 30 brazas de distancia.
¡Diablos! -exclamó Jacobo Playfair.
¡Corramos! ¡Corramos! no tardará en llegar la segunda bala.
¡Oh! -dijo Mr. Mathew: se necesita
algún tiempo para cargar semejantes piezas.
A fe mía, que esto es digno de
verse -dijo Crockston que, cruzado de brazos, miraba la escena como personaje
indiferente. ¡Y pensar que son nuestros
amigos quienes nos envían semejantes proyectiles!
¡Ah! ¿Eres tú? -gritó Jacobo, midiendo al
americano de pies a cabeza.
Yo soy, capitán -repuso
imperturbable el americano. Acabo de mirar como tiran esos valientes fedérales.
¡No lo hacen mal, no lo hacen mal! El
capitán iba a responder con acritud a Crockston pero, en aquel momento, un
segundo proyectil se hundió en las aguas, a poca distancia de la banda de
estribor.
¡Bien! -gritó Jacobo. ¡Hemos ganado
dos cables sobre la Iroque-sa !
Tus amigos corren como una boya. ¿Oyes maese Crockston?
No diré que no -repuso el americano,
y, por primera vez en mi vida, me alegro de eso.
Un tercer proyectil quedó mucho más
atrás que los dos primeros, y, en menos de diez minutos, el Delfín se había
puesto fuera del alcance de los cañones de la corbeta.
Esto vale más que todos los patent-logs
del mundo, Mr. Mathew -dijo Jacobo.
Gracias a esas balas sabemos ya a
qué atenernos respecto a la marcha del buque.
Ahora, haced que moderen el fuego.
No quememos carbón inútilmente.
¡Mandáis un buen buque! -dijo miss
Halliburtt al capitán.
Sí, miss. Jenny; traga 17 nudos, mi
valiente Delfín; antes de acabar el día habremos perdido de vista la corbeta
federal.
Jacobo no exageraba las cualidades
marineras de su barco; aún no se había puesto el sol y los topes del buque
americano habían desaparecido bajo el horizonte. Este incidente permitió al capitán apreciar
bajo un nuevo aspecto el carácter de miss Halliburtt. El hielo de la
indiferencia estaba ya roto. Durante el resto de la travesía las conversaciones
del capitán y su pasajera fueron muy frecuentes. Jacobo halló en Jenny una joven serena,
fuerte, reflexiva, inteligente, que hablaba con la mayor franqueza, a la
americana, que tenía ideas fijas sobre todo y las emitía con profunda
conciencia, que penetraba en el corazón de Jacobo, sin saberlo él. Apreciaba su
país y la gran idea de la Unión ,
y se expresaba, acerca de la guerra de los Estados Unidos, con un entusiasmo de
que no hubiera sido capaz otra mujer. En más de una ocasión, Jacobo se vio
cortado, sin saber qué contestar a sus argumentos. Muy frecuentemente, las
opiniones del comerciante entraban en juego y Jenny las atacaba rigurosamente
no queriendo ceder nunca. En un principio, Jacobo discutió mucho, tratando de
sostener a los confederados contra los federales, de probar que el derecho
estaba de parte de los secesionistas, y afirmar que, gentes que se habían
reunido voluntariamente, podrían separarse del mismo modo. Pero la joven no quiso
ceder en este punto, y demostró que, en la lucha americana, la cuestión capital
era la esclavitud, y que la guerra que hacía el Norte al Sur era más una guerra
de moral y humanidad que una guerra política. Jacobo fue derrotado, sin que
pudiera defenderse. En sus discusiones escucha-ba, sobre todo. No podemos decir
si le impresionaban tanto los argumentos de su antagonista como el encanto que
sentía al oírla; pero al menos, hubo de reconocer que el caballo de batalla de
la guerra de los Estados Unidos era la esclavitud, y que era preciso resolver
de una vez la cuestión, acabando con los últimos horrores de los tiempos
bárbaros. Por lo demás, las opiniones
políticas del capi-tán, como ya hemos indicado, no estaban muy arraigadas.
Aunque hubiera tenido más fe en ellas las hubiera sacrificado a argumentos
presentados bajo aquellas formas y en tales condiciones. Pero el comerciante
llegó a verse atacado directamente en sus más caros intereses, un día que se
tocó la cuestión del tráfico a que se dedicaba el Delfín, a propósito de las
municiones que llevaba a los confedera-dos.
Sí, Mr. Jacobo -le dijo miss
Halliburtt; el agradecimiento no debe impedir que os hable con absoluta
franqueza. Al contrario. Sois un valeroso marino; un hábil comerciante; la casa
Playfair se cita por su honradez; pero, en este momento, hace un negocio
indigno de ella.
¡Cómo! -exclamó Jacobo. ¿No tiene
la casa Playfair el derecho de tentar semejante operación de comercio?
¡No! Lleva municiones de guerra a
desgraciados que luchan contra el gobierno regular de su país; fuertes armas a
una mala causa.
A fe mía, miss Jenny -repuso el
capitán, no discutiré con vos el derecho de los confederados. Sólo os diré; soy
comerciante; los intereses de mi casa ante todo. Busco la ganancia donde se presenta.
Eso es precisamente lo censurable,
Mr. Jacobo -replicó la joven. La ganancia no excusa. Cuándo vendéis a los
chinos el opio que les embrutece, sois tan culpables como ahora proporcionando
al Sur medios de prolongar una lucha criminal.
¡Oh! esta vez, miss Jenny, no puedo
daros la razón. Sois demasia-do injusta.
No. Lo que digo es justo, y cuando
consultéis con vuestra propia conciencia, cuando reflexionéis en el papel que
estáis desempeñando y en los resultados de que sois responsables, me daréis la razón
sobre este punto, como sobre otros muchos me la habéis dado.
Jacobo quedaba aturdido, y se
separaba de Jenny; atacado de verdadera cólera, pues le humillaba su propia
impotencia, continuaba enfadado por espacio de media hora, como un niño, pero
volvía luego al lado de aquella joven singular que le abrumaba con sus
argumentos acompañados de tan amable sonrisa.
En una palabra, el capitán ya no se pertenecía.
Ya no era amo después de Dios, a
bordo de su buque. Así, con gran alegría
de Crockston, los negocios de Mr. Halliburtt iban por buen camino. El capitán
parecía decidido a arrostrarlo todo para libertar al padre de miss Jenny,
aunque debiera, para conseguir este resultado, comprometer al Delfín, su
tripulación y su cargamento y merecer las maldiciones de su digno tío Vicente.
1.016. Verne (Julio)
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