En aquel momento, una masa oscura
comienza a destacarse sobre la superficie del mar. Es una chalupa con su gran
palo de mesana y su foque al viento, y que se acerca a la bahía impulsada por
una fresca brisa.
El príncipe y el encantador están a
bordo, y a ellos debe vender la tripulación toda su pesca. La red ha sido arrojada al mar; en aquella
amplia bolsa que se pasea por el fondo arenoso se cogen, a centenares, toda
clase de peces, moluscos y crustáceos, Ratón y los suyos se agitan
bulliciosamente bajo las aguas,
cangrejos, camarones, bogavantes, gallos, rayas, lenguados, barbadas,
angelotes, arañas, doradas, rodaballos, lubinas, rubios, mújoles, salmonetes y
muchos más. ¡Qué riesgo tan grande
amenaza a la familia Ratón, entregada a la pena de vivir en su prisión de
concha! Si por desgracia la red la recoge, ¡ya no podrá escapar! Entonces, el
rodaballo, la araña, el lucio, la trucha, la pescadilla, cogidas por la mano
fuerte del marinero, serán amontonados con los demás para ser expedidos a alguna
gran capital y expuestos, palpitantes aún, sobre el mármol de los revendedores,
en tanto que la dorada, cogida por el príncipe, estará perdida para siempre
para su amado Ratín!
Más he aquí que el tiempo cambia.
El mar empieza a agitarse, silba el viento, la tormenta estalla con furia; es
la tempestad que avanza. El barco es
horriblemente sacudido por el oleaje; no hay tiempo de recoger la red, que se
rompe, y, a pesar de los esfuerzos del timonel, el barco es arrojado sobre la
costa, estrellándose contra los arrecifes. Apenas si el príncipe Kissador y
Gardafur pueden escapar al naufragio gracias a la abnegación de los pescadores.
Es el hada buena, queridos niños,
la que ha hecho desencadenar aquella tempestad para salvar a la familia Ratón.
Ella continúa allí, acompañada del hermoso joven, y con su varita mágica en la
mano.
Entonces, Ratón y los suyos se
agitan bullicio-samente bajo las aguas, que se han calmado. El rodaballo se
vuelve y se revuelve. Su hembra nada coquetonamente. El lucio abre y cierra sus
vigorosas mandíbulas, en las que se pierden algunos pececillos. La trucha hace
monadas, y la pescadilla, a quien estorban las conchas, se mueve torpemente. En
cuanto a la linda dorada, parece aguardar a que Ratín se precipite a las aguas
para reunirse con ella y recomenzar el idilio... Él quisiera hacerlo, sí, pero el hada le
detiene.
No -dice, ¡no antes de que Rutina
haya recobrado la forma bajo la que acertó a agradarte por primera vez!
1.016. Verne (Julio)
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