Toda la tripulación supo muy pronto
la historia de miss Halliburtt.
Crockston no se hizo de rogar para contarla. Por orden del capitán, el
fiel servidor había sido desatado y el gato de nueve colas había vuelto a su
escondrijo.
¡Bonito animal! -dijo Crockston;
sobre todo cuando no araña.
Así que se vio libre, bajó al
puesto de los marineros y tomó una maleta que llevó a Jenny. Esta pudo recobrar
se traje de mujer, pero no volvió a aparecer sobre cubierta.
En cuanto a Crockston, habiendo
todos reconocido que era menos marino que un mozo de caballos, quedó dispensado
de todo servicio. Entre tanto el Delfín
seguía navegando por el Atlántico, cuyas olas torcía con su doble hélice. Toda
la maniobra estaba reducida a vigilar atentamente. Al día siguiente, Jacobo
Playfair paseaba con rápido paso por la toldilla. No había hecho ninguna
tentativa de volver a ver a la joven para reanudar la conversación.
Mientras paseaba, Crockston se
cruzaba frecuentemente con él; y le examinaba haciendo un gesto de
satisfacción. Evidentemente, ansiaba hablar con el capitán, mirándole con tal
insistencia que acabó por impacientarle.
Vaya, ¿qué quieres aún? -dijo Jacobo
interpelando al americano. Das vueltas a mí alrededor como un nadador en torno
de una boya. ¿Va a ser esto el cuento de nunca acabar?
Dispensadme, capitán -replicó
Crockston guiñando un ojo; tengo algo que deciros.
¿Hablarás?
¡Oh! es muy sencillo. Quiero
deciros que sois un hombre honrado en el fondo.
¿Por qué en el fondo? también en la
superficie.
No necesito piropos.
No son piropos. Esperaré para
echároslos a que hayáis llegado al fin.
¿A qué fin?
Al de vuestra misión.
¡Ah!... ¿tengo una misión que
cumplir?
Es claro, habéis recibido a la niña
y a mí. Bien. Habéis cedido vuestro camarote a miss Jenny. Bien. Me habéis
perdonado los correazos. No puede ir mejor. Nos lleváis a Charleston. Es
admirable. Pero no basta.
¡Cómo! ¿no es eso todo?
¡Ca, no señor! -respondió Crockston
con aire picaresco. El padre está prisionero allá abajo.
¿Y qué?
¿Y qué? Que es preciso liberarle.
¿Liberar al padre de miss Jenny?
Sin duda.¡Un hombre de bien! ¡Un
ciudadano honrado! Vale la pena que se haga algo por él.
Maese Crockston -dijo Jacobo
frunciendo el entrecejo; me parece que eres un bromista de marca mayor. Pero,
recuerda esto: no estoy de humor para bromas.
Os equivocáis, capitán. No pienso
en chancearme. Os hablo formalmente. Lo que os propongo os parece absurdo en
este momento, pero así que hayáis reflexionado, os convenceréis de que no
podéis pasar por otro punto.
¡Cómo! ¿Tendré que liberar a mister
Halliburtt?
Eso mismo. Pediréis su libertad al
general Beauregard, que no os la negará.
¿Y si me la niega?
Entonces -respondió Crockston con
la mayor naturalidad- emplearemos los grandes recursos, y liberaremos al
prisionero ante las barbas de los confederados.
De manera que, no contento con
atravesar las escuadras federadas y con forzar el bloqueo de Charleston, tendré
que tomar el mar bajo el cañón de los fuertes, y todo eso por liberar a un
señor a quien no conozco, a uno de esos abolicio-nistas que detesto, uno de
esos emborronadores de papel que derraman tinta en vez de derramar su sangre.
¡Oh! ¡Cañonazo más o menos! -añadió
Crockston.
Maese Crockston -dijo Jacobo
Playfair; escucha bien: si tienes la desgracia de volver a hablarme de ese
asunto, te envío al fondo de la sentina por todo el tiempo de la travesía, para
que aprendas a contener la lengua.
Y el capitán despidió al americano,
que se alejó murmurando:
¡Bah! no estoy descontento de la
conversación. Ya se lo he dicho. Esto marcha; esto marcha.
Jacobo, al decir «un abolicionista
a quien detesto» había dicho más de lo que sentía.
No era partidario de la esclavitud,
pero no quería admitir que la cuestión de la esclavitud fuera predominante en
la guerra de los Estados Unidos, a pesar de las declaraciones del presidente
Lincoln. ¿Pretendía que los Estados del Sur, ocho de treinta y seis, tenían el
derecho de separarse, puesto que se habían reunido voluntaria-mente? Nada de
eso. Detestaba a los del Norte, y esto era todo. Los detestaba como antiguos
hermanos separados de la familia, verdaderos ingleses que habían juzgado
oportuno hacer lo que él, Jacobo Playfair, aprobaba en los Estados
confederados. Tales eran las opiniones políticas del capitán del Delfín; pero,
sobre todo, la guerra le perjudicaba personalmente, y odiaba a los que la
hacían. Se comprende, pues, que acogiera mal la proposición de salvar a un
federal y de ponerse en contra de los confederados, con quienes pretendía
traficar.
Las insinuaciones de Crockston no
le dejaban en paz ni un instante. Quería desechar su recuerdo, pero éste
asediaba sin des-canso su mente; cuando, al otro día, miss Jenny subió un
momento a cubierta, no se atrevió siquiera a mirarla. Aquella joven, de rubia cabellera, de ojos
rasgados e inteligentes, merecía ser mirada por un joven de treinta años, pero
Jacobo se encontraba perplejo en su presencia, comprendía que aquella
encantadora criatura poseía un alma fuerte y generosa, educada en la escuela de
la desgracia. Comprendía que su silencio para con ella encerraba una negativa a
acceder a sus votos más fervientes. Por lo demás, miss Jenny, aunque no buscaba
a Jacobo, tampoco le evitaba Miss Halliburtt salía poco de su camarote, y nunca
hubiera dirigido la palabra al capitán, si una estratagema de Crockston no les
hubiera hecho encontrarse. El digno
americano era un fiel servidor de la familia de Halliburtt. Había sido educado
en casa de su amo, y su adhesión no tenía límites. Su buen sentido igualaba a
su valor. Tenía una manera particular de ver las cosas, una filosofía
particular respecto a los acontecimientos; no se desanimaba nunca, sabiendo
salir de apuros en las circunstancias más difíciles.
Se había empeñado en liberar a
mister Halliburtt, empleando, para salvarle, el buque del capitán y al capitán
mismo, y regresar a Inglaterra. Tal era su proyecto, aunque la joven sólo
pretendía compartir el cautiverio con su padre.
Crockston trataba, en consecuencia, de convencer a Playfair. Le había
abordado, pero el enemigo no se había rendido; al contrario.
«Es preciso -se dijo-, es preciso
absolutamente que miss Jenny y el capitán se entiendan. Si hacen el mudo
durante toda la travesía, no conseguiremos nada. Es preciso que hablen, que
discutan, hasta que riñan, pero que hablen; que me ahorquen si en la
conversación el capitán no propone por sí mismo lo que ahora se niega a hacer.»
Pero cuando vio que los dos jóvenes evitaban encontrarse empezó a sentirse
perplejo.
«Es preciso acabar de una vez», se
dijo.
En la mañana del cuarto día entró
en el camarote de miss Jenny, frotándose las manos con aire de completa
satisfacción.
¡Buena noticia -exclamó, buena
noticia! ¡Nunca adivinaríais lo que me ha propuesto el capitán! ¡Qué buen sujeto!
¡Ah! -exclamó Jenny, cuyo corazón
palpitó violentamente; ha propuesto...
Liberar a Mr. Halliburtt; robárselo
a los confederados y llevarlo a Inglaterra.
¿Es cierto? -gritó la joven.
Como lo oís. ¡Es todo un hombre de
corazón! Así son los ingleses. Muy malos o muy buenos. ¡Ah! puede contar con mi
gratitud; me dejaría hacer pedazos por darle gusto.
Profunda fue la alegría de Jenny.
¡Liberar a su padre! Nunca se hubiera atrevido a concebir semejante proyecto. ¡Y
el capitán del Delfín iba a arriesgar por ella su buque y su tripulación!
Creo, miss -dijo Crockston, que
merece que le deis las gracias.
¡Más que las gracias -exclamó la
joven, una amistad eterna!
Y miss Jenny salió de su camarote,
para ir a manifestar al joven capitán cuan reconocido le estaba su corazón.
«¡Esto va cada vez mejor! -murmuró
el americano. ¡Esto va que vuela!» Paseábase Jacobo por la toldilla y, como se
comprende, quedó sorprendido, por no decir estupefacto, al ver que la joven se
acercaba a él, y con los ojos llenos de lágrimas de gratitud, le alargaba la
mano, diciendo:
¡Gracias, caballero, gracias por
vuestro interés, que nunca me hubiera atrevido a esperar de un extraño!
Miss -dijo el capitán, que no
comprendía ni podía comprender-; no sé...
Pero vais a correr muchos peligros
por mí, tal vez compro-metiendo vuestros intereses. Habéis hecho ya tanto,
concediéndome a bordo una hospitalidad a que no tengo derecho alguno...
Perdonadme, miss Jenny. -respondió
Jacobo Playfair, pero os aseguro que no entiendo vuestras palabras. Me he
conducido con vos como hace todo hombre bien educado con una mujer, y no
merezco tanta gratitud.
Caballero, inútil es fingir por más
tiempo. Crockston me lo ha dicho todo.
¡Ah! -dijo el capitán: ¡Crockston
os lo ha dicho todo! Entonces aún en- tiendo menos el motivo que os ha hecho
abandonar vuestro camarote para... Al
hablar así, el capitán se hallaba en una situación difícil; recordaba la
brutalidad con que había acogido la proposición del americano; pero Jenny, muy
afortunadamente para él, no le dio tiempo para explicarse más, pues le
interrumpió, diciendo:
Caballero, al tomar pasaje a bordo
de vuestro buque, no tenía otro proyecto que ir a Charleston; allí, por crueles
que sean los esclavistas, no hubieran negado a una hija compartir la prisión de
su padre. Esta era toda mi esperanza; nunca me hubiera atrevido a confiar en
una libertad imposible, pero ya que vuestra generosidad llega al extremo de
querer liberar a mi padre, ya que tratáis de intentarlo todo por salvarle,
podéis contar con mi eterno agrade-cimiento.
¡Dejadme daros la mano!
Jacobo no sabía qué decir ni qué
cara poner. No se atrevía a tomar la mano que la joven le tendía. Sabía que
Crockston le había comprometido para que no pudiera retroceder.
Sin embargo, no entraba en sus
ideas contribuir a la libertad de Mr. Halliburtt, empuñándose en tan arduo
negocio. Pero ¿cómo destruir las esperanzas de aquella pobre hija? ¿Cómo
rehusar la mano que le tendía con sentimiento de profunda amistad? ¿Cómo
convertir en lágrimas de dolor las lágrimas de gratitud que brotaban de sus
ojos?
Así, el joven trató de responder
evasivamente, conservando su libertad de acción, sin soltar prenda para el
porvenir.
Miss Jenny -dijo, creed que haré
todo lo posible por... Y tomó en sus manos la pequeña mano de Jenny; pero, al
sentir su dulce presión, comprendió que su corazón se derretía, que su cabeza
se turbaba; le faltaron palabras para expresar sus pensamientos, y balbuceó:
Miss...
miss Jenny... por vos...
Crockston, que le veía, se frotaba
las manos, muy contento, repitiendo: «¡Esto corre que vuela! ¡Corre que vuela!»
¿Cómo hubiera salido acabo de tan embarazosa situación? Difícil sería
decirlo. Pero, afortunadamente para él,
aunque no para el Delfín, se oyó la voz del vigía:
¡Ohé! ¡Oficial de cuarto!
¿Qué hay? -preguntó Mr. Mathew.
¡Una vela!
Jacobo, dejando sola a la joven, se
lanzó a los obenques de mesana.
1.016. Verne (Julio)
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