A la derecha, sin embargo, algunos
peñascos han quedado al descubierto. No puede cubrirlos la marea ni aun en los
momentos en que la tempestad lanza sus olas contra la costa.
Allí fueron a refugiarse el
príncipe y el encantador. Cuando el banco se quedase seco irían a buscar la
preciosa ostra que encierra a Ratina y se la llevarían consigo. En el fondo, el
príncipe estaba furioso; por poderosos que fueran los príncipes, y aun los
mismos reyes, nada podían hacer en aquel tiempo contra las hadas, y todavía
sucedería lo mismo si ahora volviésemos a aquella dichosa época.
He aquí, en efecto, lo que Firmenta
dijo al joven:
Ahora que la mar está alta, Ratón y
los suyos van a subir un escalón hacia la Humanidad. Voy a
hacerlos peces, y bajo esta forma nada tendrán ya que temer de sus enemigos.
Pero ¿y si los pescan...? -hizo
observar Ratín.
No te preocupes, yo velaré por
ellos.
Por desgracia, Gardafur había oído
al hada e imaginado en seguida un plan; seguido del príncipe se dirigió hacia
tierra firme.
Entonces, el hada extendió su
varita hacia el banco de Samobrives, oculto bajo las aguas. Las ostras de la
familia Ratón se entreabren y de ellas salen peces bulliciosos, muy alegres por
aquella nueva transformación. Ratón, el
padre, un bravo y digno rodaballo, con tubérculos sobre su flanco amarillento,
y que si no hubiese tenido semblante humano os habría mirado con sus dos
grandes ojos, colocados en el lado izquierdo.
La señora Ratona, una araña con el fuerte aguijón de su opérculo y las
espinas punzantes de su primera dorsal, muy bella, por lo demás, con sus
colores tornasolados.
La señorita Ratina, una linda y
elegante dorada, araña de China, casi diáfana y muy atrayente con su ropaje,
mezcla de negro, de rojo y de azul.
Rata, un mal encarado lucio, de cuerpo alargado, boca hendida hasta los
ojos, dientes acerados, el semblante furioso como un tiburón en miniatura y de
una sorprendente voracidad.
Ratana, una gorda trucha salmonada,
con sus manchas rojizas, el semblante furioso como un tiburón en miniatura y
que no habría dejado de hacer muy buen papel sobre la mesa de un gastrónomo.
Finalmente, el primo Raté, una
pescadilla con el dorso de un gris verdoso. Pero he aquí que, por un extraño
capricho de la Naturaleza ,
¡no era pez más que a medias! Sí, la extremidad de su cuerpo, en vez de
terminar con una cola, ésta estaba encerrada todavía entre dos conchas de
ostra. ¿No es esto el colmo de lo ridículo? ¡Pobre primo!
Y entonces, pescadilla, trucha,
lucio, dorada y rodaballo, alineados bajo las transparentes y límpidas aguas al
pie de la roca en que Firmenta agitaba su varita, parecían decir:
¡Gracias, hada buena, gracias!
¡Gracias, hada buena, gracias!
1.016. Verne (Julio)
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