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jueves, 23 de enero de 2014

Los forzadores de bloqueos - Cap I. El delfin

(De glasgow a charlestón)

El primer río cuyas aguas espumaron bajo las ruedas de un barco de vapor, fue el Clyde, en 1812, el barco se llamaba el Cometa, y hacía un servicio regular entre Glasgow y Greenock, con una velocidad de 6 millas por hora. Desde entonces más de un millón de barcos de vapor han remontado o descendido la corriente del río escocés, y los habitantes de la gran ciudad mercantil deben haberse familiarizado con los prodigios de la navegación por medio del vapor.  Sin embargo, el 2 de diciembre de 1862, un gentío enorme, compuesto de armadores, comerciantes, fabricantes, trabajadores, marineros, mujeres y niños, obstruía las fangosas calles de Glasgow, dirigiéndose a Kalvindock, vasto establecimiento de construcciones navales, pertenecientes a MM. Tod y Mac-Grégor. Este ultimo nombre prueba superabundantemente que los famosos descendientes de los Higlanders se han hecho industriales, y que los vasallos de los viejos clans se han hecho jornaleros de fábrica.  Kalvindock dista algunos minutos de la ciudad; está en la derecha del Clyde. Los inmensos astilleros fueron pronto invadidos por los curiosos; ni una punta de muelle, ni una tapia de patio, ni un tejado de almacén ofreció, un sitio desocupado; el mismo río estaba cuajado de embarcaciones; en la orilla izquierda, hormigueaban los espectadores en las alturas de Govan.  No se trataba, a pesar de todo, de ninguna ceremonia extraordinaria, sino sencillamente de botar un buque al agua. El público de Glasgow tenía sobrado motivo de estar harto de operaciones semejantes. El Delfín (así se llamaba el buque construido por MM.-Tod y Mac-Grégor) ¿ofrecía pues alguna particularidad?  No, en verdad. Era un gran barco de 1.500 toneladas, de plancha de acero, y en la cual todo se había combinado para obtener una marcha superior. Su máquina, procedente de los obradores de Lancefield-forge, era de alta presión y de 500 caballos de fuerza efectiva. Ponía en movimiento dos hélices gemelas, situadas a ambos lados del codaste, en las partes delgadas de la popa y completamente independientes entre sí, aplicación nueva del sistema de Dugeon y Milwal, que da gran velocidad a los buques y les permite evolucionar en un círculo muy pequeño.  Los inteligentes afirmaban que el calado del Delfín, poco considerable, daba a entender que no estaba destinado a grandes profundidades. Pero todas estas particularidades eran insuficientes para justificar la aglomeración del público.  En resumen, el Delfín era un buque como otro cualquiera. ¿Habría que vencer, para botarlo, alguna dificultad mecánica? Tampoco. El Clyde había ya sentido en sus aguas muchos buques de mayor porte que el Delfín; éste debía botarse del modo más vulgar y sencillo.
En efecto, así que se dejó sentir el reflujo, empezaron las maniobras; los martillazos resonaron con perfecta uniformidad sobre las cuñas destinadas a elevar la quilla del buque, por cuya maciza construcción no tardó en correr un súbito estremecimiento; pronto empezó a desviarse, el movimiento se aceleró, y al cabo de algunos instantes, el Delfín, abandonando los rodillos cuidadosamente ensebados, se encontró en el agua, en medio de espesas volutas de blancos vapores. Su popa chocó contra el fondo cenagoso del río, volvió a elevarse sobre el lomo de una ola gigantesca, y el magnífico barco, arrastrado por su propio impulso, se hubiera estrellado contra los andenes de los astilleros de Govan, si todas sus anclas, cayendo a un tiempo con formidable estruendo no le hubieran contenido.
La operación Había tenido completo éxito. El Delfín se mecía tranquilamente en las aguas del Clyde. Todos los espectadores batieron palmas cuando tomó posesión de su elemento natural, y vivas entusiastas resonaron en ambas orillas.  Pero ¿por qué resonaban aquellos aplausos? Sin duda a los espectadores más apasionados les hubiera costado trabajo explicar su entusiasmo. ¿Cuál era pues la causa de las simpatías que el buque inspiraba? Pura y simplemente el misterio que encubría su destino. Se ignoraba a qué género de comercio iba a ser dedicado; la diversidad de opiniones emitidas sobre este punto por los distintos grupos de curiosos hubiera asombrado con justicia a cualquiera.  Los que estaban o pretendían estar mejor informados, aseguraban que el buque estaba destinado a desempeñar un papel en la guerra terrible que devastaba en aquella época los Estados Unidos de América. Pero nada más sabían, y nadie podía decir si el Delfín era un corsario o un transporte confederado o federal.
¡Viva! -exclamaba uno, afirmando que estaba construido por cuenta del Sur.
¡Hip! ¡hip! ¡hip! -gritaba otro, jurando que jamás buque más ligero había cruzado las costas americanas.
En resumen; para saber la verdad, hubiera sido preciso ser asociado o íntimo amigo de Vicente Playfair y compañía, de Glasgow.  ¡Rica, poderosa e inteligente casa de comercio, era la que tenía por razón social Vicente Playfair y compañía, antigua y honrada familia, descendiente de los lores Tobaco, que edificaron los mejores barrios de la ciudad! Aquellos hábiles negociantes, después del acta de la Unión, habían formado las primeras factorías de Glasgow, traficando en tabacos de Virginia y Maryland. Se hicieron fortunas inmensas en aquel nuevo centro de comercio. No tardó Glasgow en hacerse industrial y manufacturera; fábricas de tejidos y de fundición se edificaron por todas partes, y en pocos años llegó al extremo la prosperidad de la población. 
La casa de Playfair permaneció fiel al espíritu emprendedor de sus antepasados. Se lanzó a las operaciones más atrevidas, sosteniendo el honor del comercio inglés. Su actual jefe, Vicente Playfair, hombre de cincuenta años, de temperamento esencialmente práctico y positivo, aunque audaz, era un armador de pura sangre. Fuera de las cuestiones mercantiles, nada le impresionaba, ni el lado político de las transacciones. Por lo demás, era honrado a carta cabal, e incapaz de una deslealtad.
Pero no podía reivindicar la idea de haber construido y armado el Delfín, pues pertenecía a Jacobo Playfair, su sobrino, guapo mozo de treinta años, el más atrevido capitán de la marina mercante del Reino Unido.  Un día, en Tontine-coffee-room, bajo las bóvedas de la sala de la ciudad, Jacobo, después de leer con ira los periódicos americanos, participó a su tío un proyecto arriesgadísimo.
Tío Vicente -le dijo, poniéndose encarnado como la grana, pueden ganarse dos millones en menos de un mes.
¿Y qué se arriesga? -preguntó el tío.
Un buque y un cargamento.
¿Nada más?
Sí, el pellejo del capitán y de la tripulación; pero eso no se cuenta.
Vamos a ver -dijo el tío Vicente, picado por la curiosidad.
La cosa es clara. ¿Habéis leído la Tribuna, el A New York Herald, el Times, el American Review?
Veinte veces, sobrino.
¿Creéis como yo, que la guerra de los Estados Unidos durará aún mucho tiempo?
Mucho.
¿Sabéis cuánto perjudica esta guerra los intereses de Inglaterra, y particularmente los de Glasgow?
Y más especialmente aun los de la casa Playfair y compañía -añadió el tío.
Esos sobre todo -replicó el sobrino
Cada día me aflijo más, Jacobo, al pensar en los desastres comerciales que esa lucha puede traer consigo. No es esto decir que la casa Playfair no sea fuerte; pero tiene corresponsales que pueden quebrar. ¡Ah! ¡el diablo se lleve a todos los americanos, sean esclavistas o abolicionistas!
Si bajo el punto de vista de los grandes principios de humanidad, superiores siempre a los intereses personales, Vicente Playfair hacía mal en expresarse de este modo, tenía razón bajo el punto de vista puramente comercial. En la plaza de Glasgow se carecía de la más importante materia de la exportación americana.  El hambre de algodón, empleando la enérgica expresión inglesa, se hacía cada vez más temible. Millares de trabajadores se veían obligados a implorar la caridad pública. Glasgow posee 25.000 telares mecánicos que, antes de la guerra, producían 625.000 metros de algodón hilado cada día, es decir 50.000.000 de libras por año. Por estas cifras pueden calcularse las perturbaciones ocurridas en el movimiento industrial de la ciudad, cuando llego a faltar casi por completo la materia hilable. Las quiebras eran continuas. Todas las fábricas suspendían sus trabajos, los jornaleros perecían de hambre.  El espectáculo de aquella inmensa miseria había inspirado a Jacobo Playfair la idea de su atrevido proyecto.
Iré a buscar algodón -dijo, y lo traeré, cueste lo que cueste.
Pero como era tan «negociante» como su tío, resolvió proponer la operación bajo la forma de un negocio mercantil.
He aquí mi idea, tío -dijo.
Veamos.
Es muy sencilla. Vamos a construir un buque de marcha superior y de gran capacidad.
Eso es muy posible.
Lo cargaremos de municiones de guerra, víveres y vestuarios.
Bueno.
Tomaré el mando del barco. Desafiaré a la carrera a todos los buques de la marina federal. Forzaré el bloqueo de uno de los fuertes del Sur...
Venderás caro el cargamento a los confederados que lo necesiten -dijo el tío.
Y volveré con algodón.
Que te darán de balde.
Justamente, tío. ¿Qué tal?
Muy bien. ¿Pero podrás pasar?
Pasaré, si mi buque es bueno.
Se hará uno exprofeso. Pero ¿y la tripulación?
¡Oh! yo la encontraré. No necesito mucha gente. Basta maniobrar. No trato de batirme con los federales, sino de burlarlos.
Los burlarás -respondió el tío con voz segura. Dime, ¿a qué puerto americano piensas dirigirte?
Hasta ahora, algunos buques han forzado el bloqueo de Nueva Orleans, de Willmington y de Savannah. Pero yo trato de entrar directamente en Charleston.  Ningún buque inglés, a excepción de la Bermuda, ha podido penetrar en sus pasos.  Haré lo mismo que él, y, si mi buque cala poco, iré hasta donde no puedan seguirme los buques federales.
Lo cierto es -dijo el tío Vicente- que Charleston está repleto de algodón. Lo queman para librarse de él.
Además, la ciudad está casi cercada. Beauregard carece de municiones, y pagará mi cargamento a peso de oro.
¡Bien, sobrino! ¿Cuándo quieres partir?
Dentro de seis meses. Necesito las noches largas de invierno para pasar más fácilmente.
Se hará como deseas, sobrino.
Está dicho, tío.
He aquí por qué cinco meses después, los astilleros de Kalvindock botaban al agua el Delfín, y por qué nadie conocía su verdadero destino.

1.016. Verne (Julio)

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