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jueves, 23 de enero de 2014

Los forzadores de bloqueos - Cap II. El aparejo

El Delfín estuvo pronto listo. Todo lo preciso para aparejarlo estaba dispuesto, y sólo hubo que ajustarlo. El Delfín llevaba tres palos de goleta, lujo casi inútil, pues, para librarse de los federales, no contaba, y hacía bien, con el viento, sino con la poderosa máquina que encerraba.
A últimos de diciembre, el Delfín fue a hacer sus ensayos en el golfo del Clyde.
Difícil sería decir quién quedó más satisfecho, si el constructor o el capitán.  El nuevo buque volaba y el patent-log [1] no tardó en marcar una velocidad de 17 millas por hora, velocidad que nunca había alcanzado buque alguno, inglés, francés o americano. Indudablemente, el Delfín, luchando con los buques más ligeros, hubiera ganado por muchos cables en una competición marítima. El 25 de diciembre, empezó la estiba. El buque se colocó en el muelle, un poco más abajo de Glasgow Bridge, el último puente que atraviesa el Clyde antes de su desembocadura. Allí, se hallaba almacenada una provisión inmensa de víveres, municiones y vestuario, que pasó rápidamente a la sentina del Delfín. La naturaleza del cargamento revelaba el misterioso destino del buque, y la casa Playfair no pudo guardar el secreto por más tiempo. Por otra parte, el Delfín no podía tardar en hacerse a la mar. Ningún crucero americano se había señalado en las aguas inglesas; además ¿al tratar de reclutar la tripulación, era posible guardar silencio? ¿Podía engancharse un marinero sin darle a conocer su destino?  Pues, cuando un hombre arriesga su pellejo, desea saber cómo y por qué.  Pero esta perspectiva no retrajo a nadie. El salario era bueno, y además cada tripulante tendría parte en las ganancias. Los marineros se presentaron en gran número, y eran de los mejores. Jacobo pudo elegir bien; al cabo de veinticuatro horas, su lista de tripulantes contenía treinta nombres de marineros que hubieran hecho honor al yate de Su Muy Graciosa Majestad.  Se fijó la partida para el 3 de enero. El 31 de diciembre, el Delfín estaba listo. Su sentina rebosaba municiones y víveres; su bodega estaba atestada de carbón. Nada le retenía ya.
El 2 de enero, el capitán se hallaba a bordo, paseando su inteligente mirada por todo el barco, cuando se presentó un hombre en el Delfín preguntando por Jacobo Playfair. Uno de los marineros le condujo a la toldilla.  Era un mocetón robusto, ancho de espaldas, coloradote, y cuyo semblante sencillo no ocultaba cierto fondo de sagacidad y chispa. No parecía muy versado en las cosas marítimas, y miraba en torno suyo como hombre que no ha frecuentado muchas cubiertas de buque. Pero se daba los aires de lobo de mar, mirando el aparejo del Delfín y meneando el cuerpo como los marineros.
Llegado a presencia del capitán, le miró cara a cara y le dijo:
¿El capitán Jacobo Playfair?
Yo soy -respondió Jacobo. ¿Qué quieres?
Embarcarme a bordo de vuestro barco.
No hay plaza vacante.
¡Oh! Un hombre más no os estorbará, sino al contrario.
¿Lo crees así? -dijo Jacobo, mirando al blanco de los ojos de su interlocutor.
Estoy seguro -respondió el marinero.
Pero ¿quién eres?
Un marinero fuerte, os lo aseguro, un mozo de pelo en pecho, un hombre de temple. Dos brazos vigorosos como los que tengo el honor de ofreceros, no son realmente grano de anís, a bordo de un buque.
Pero habiendo otros buques, ¿por qué vienes aquí?
Porque quiero servir precisamente a bordo del Delfín, y a las órdenes del capitán Jacobo Playfair.
No te necesito.
Siempre se necesita un hombre vigoroso; si para probar mi fuerza, queréis ensayarme con tres o cuatro de vuestros hombres, estoy dispuesto.
¡Buena pieza estás! ¿Cómo te llamas?
Crockston, para serviros.
El capitán retrocedió algunos pasos para examinar mejor a aquel Hércules que se le presentaba tan de frente. Su figura, su estatura, todo su aspecto afirmaba sus palabras. Se comprendía que debía poseer una fuerza poco común y que no era blanco.
¿Dónde has navegado? -le preguntó Playfair.
Un poco en todas partes.
¿Sabes lo que va a hacer el Delfín?
Por eso he venido, precisamente por eso.
Pues bien, Dios me condene si dejo escapar un muchacho de tu temple. ¡Ve a buscar al segundo, y que te apunte en lista!
Dichas estas palabras, Jacobo esperaba ver a su hombre dar media vuelta y correr a proa; pero se engañaba. Crockston no se movía.
¿Me has entendido? -le dijo el capitán.
Sí -respondió el marinero. Pero aún tengo algo que proponeros.
Déjame en paz -respondió bruscamente Jacobo. No tengo ganas de conversación.
Dos palabras, ni más ni menos, voy a deciros. Tengo un sobrino.
¡Bonito tío tiene!
¡Eh¡ Eh! -exclamó Crockston.
¿Acabarás? -exclamó el capitán impacientado.
Pues bien; he aquí la cosa: quien toma al tío toma al sobrino, eso por sabido se calla.
¡Ah! ¿De veras?
Sí; es la costumbre. Nunca va el uno sin el otro.
¿Y quién es tu sobrino. Un chico de quince años, un novato a quien enseño el oficio. Tiene buena voluntad y llegará a ser un buen marino.
¿Crees, acaso, maese Crockston, que el Delfín es una simple escuela de grumetes?
No habléis mal de los grumetes -repuso el marinero. Uno de ellos llegó a ser el almirante Nelson, y el otro el almirante Franklin.
En fin -exclamó Jacobo, tienes un modo de hablar que me hace gracia; trae a tu sobrino. Pero si no encuentro en el tío el mozo tremendo que dice ser, el tío se verá conmigo. Vuelve antes de una hora.
Crockston saludó con bastante torpeza al capitán del Delfín, y regresó al muelle. Una hora después, estaba de vuelta a bordo con su sobrino, muchacho flaco y enclenque, de aire tímido y que se parecía poco a su tío, por el aplomo moral y las cualidades vigorosas del cuerpo. Crockston tuvo que animarle con algunas palabras.
¡Vamos! -decía. ¡Valiente! No nos comerán, ¡qué diablo! Además, aún estamos a tiempo de irnos.
¡No, no! -replicó el jovencillo. ¡Dios nos proteja!
El mismo día, el marinero Crockston y el grumete John Stiggs quedaban inscritos en el rol del Delfín.
Al día siguiente, a las cinco, los fuegos del buque se activaron, el puente empezó a temblar a impulso de las vibraciones de la caldera, y el vapor se escapaba silbando por las válvulas. Había llegado la hora de partir.  A pesar de lo matutino de la hora, una multitud compacta se apretaba en los muelles y en Glasgow Bridge, deseosa de saludar por última vez al atrevido buque.
Vicente Playfair estaba allí para despedirse de su sobrino; pero se condujo como un antiguo romano de los buenos tiempos. Su continente fue heroico; los dos sonoros besos que propinó a su sobrino eran claro síntoma de un alma vigorosa.
Anda, Jacobo -dijo al joven capitán; anda ligero y vuelve más ligero aún.
Sobre todo, no dejes de abusar de tu posición. Vende caro, compra barato y merecerás el afecto de tu tío.
Después de esta recomendación, tomada del Perfecto Comerciante, tío y sobrino se separaron al mismo tiempo que todas las visitas se retiraban.  En el mismo día, Crockston y John Stiggs se hallaban en el castillo de proa,  y el primero dijo al segundo:
¡Esto marcha! ¡Esto marcha! ¡Antes de dos horas estaremos en el mar, y un viaje que empieza así me da esperanzas!
Por toda respuesta, el joven estrechó la mano de su tío.
Jacobo Playfair daba en aquel momento las últimas órdenes para la salida.
¿Hay presión? -preguntó al segundo.
Sí, capitán -respondió Mr. Mathew.
Pues largad las amarras.
La maniobra quedó ejecutada en el acto. Las hélices se pusieron en movimiento.  El Delfín se animó, pasó entre los buques del puerto, y desapareció muy pronto de la vista de la multitud, que le saludaba con entusiásticos gritos.  La bajada del Clyde se efectuó fácilmente. Es un río que parece hecho por la mano del hombre y hasta por mano maestra, Desde hace sesenta años, gracias a las dragas y a una limpieza incesante, ha ganado 15 pies en profundidad y se ha triplicado su anchura entre los muelles de la ciudad. El bosque de mástiles y chimeneas no tardó en perderse entre el humo y la niebla. La distancia apagó el ruido de los martillos de las fraguas y de las hachas de los astilleros. Al llegar a la altura del pueblo de Partick, las casas de recreo sustituyeron a las fábricas. El Delfín, moderando la energía de su vapor, navegaba entre los diques en contrapendiente que contienen el río, encajonándolo a veces en pasos muy estrechos; este inconveniente es de poca importancia, pues en un río navegable importa mucho más la profundidad que la anchura. Guiado el buque por uno de esos excelentes pilotos del mar de Irlanda, se deslizaba sin vacilar por entre las boyas, las columnas de piedra y las señales coronados por fanales que marcan el canal. Pronto pasó del pueblecito de Renfrew. El Clyde se ensanchó entonces al pie de las colinas de Kilpatrick y delante de la bahía de Bowling, en cuyo fondo se abre la boca del canal que une a Edimburgo con Glasgow.  Por fin, a 400 pies, en los aires, el castillo de Dumbarton dibujó su silueta, apenas perfilada en la bruma, y pronto en la orilla izquierda los barcos del puerto de Glasgow oscilaron bajo la acción de las olas agitadas por el Delfín.  Algunas millas más allá, Greenock, la patria de Jacobo Walt, quedó atrás.  Hallábase entonces el Delfín en la desembocadura del Clyde y a la entrada del golfo por el cual vierte sus aguas en el canal del Norte. Allí se estremeció al sentir las primeras ondulaciones del mar y pasó a la vista de las pintorescas costas de la isla de Arran.
Por fin dobló el cabo de Cantyre, que atraviesa el canal, reconoció la isla de Rathlin y el práctico volvió en su bote a su pequeño cutter. El Delfín, devuelto a la autoridad exclusiva de su capitán, tomó, al Norte de Irlanda, un derrotero menos frecuentado, y pronto, habiendo perdido de vista las últimas tierras europeas, se encontró en pleno océano.

1.016. Verne (Julio)



[1] Instrumento que marca la velocidad

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