¿Dónde nos hallamos, queridos
niños? Continuamos, en uno de esos países que yo no conozco, y cuyo nombre no
podría decir. Pero éste, con sus vastos paisajes y sus árboles de la zona
tropical, se asemeja un tanto a la
India , y a los hindúes sus habitantes.
Penetremos en esa casa, una especie
de posada abierta para todo el que llegue.
Allí se encuentra reunida toda la familia Ratón, que, siguiendo los
consejos del hada Firmenta, se ha puesto en camino. Lo más seguro, en efecto,
era abandonar Ratópolis, con objeto de escapar a la venganza del Príncipe,
mientras no fueran lo bastante fuertes para defenderse. Ratona, Ratana, Ratina,
Rata y Raté no son todavía más que simples volátiles; cuando se truequen en
fieras, ya tendrán buen cuidado de meterse con ellos.
Sí, simples volátiles, entre los
cuales Ratana ha sido la menos favorecida; por eso se pasea ella sola por el
corral de la posada.
¡Ay, ay, después de haber sido una
trucha elegante -exclama-, una rata que supo agradar, heme aquí convertida en
un ganso, un ganso doméstico, uno de esos gansos de corral, al que cualquier
cocinero puede rellenar con castañas!
Y suspiraba ante esta idea,
añadiendo:
¿Quién sabe si hasta a mi propio
marido se le ocurrirá el pensamiento de hacerlo? ¡Ahora, él me desdeña! ¿Cómo
queréis que un pavo tan majestuoso tenga la menor consideración por un ganso
tan vulgar? ¡Todavía, si yo fuese pava...!
Pero no. ¡Y Rata no me encuentra de su gusto!
Y esto sucedió, en verdad, cuando
el vanidoso Rata entró en el corral. Pero, en realidad, ¡qué pavo real tan
hermoso! ¿Cómo era posible que aquella admirable ave se rebajase hasta aquel
ganso tan torpe y tan feo?
¡Mi querido Rata! -dijo ella.
¿Quién se atreve a pronunciar mi
nombre? -replicó el pavo real.
¡Yo!
¡Un ganso! ¿Quién es este ganso?
Soy vuestra Ratana.
¡Uf, qué horror...! ¡Seguid vuestro
camino si gustáis!
Verdaderamente, la vanidad hace
decir muchas necedades. Y era que el
ejemplo le venía de arriba a aquel orgulloso. ¿Mostraba, por ventura, su ama a
Ratona más buen sentido? ¿Acaso no trataba ella tan desdeñosamente a su esposo?
Y, precisamente, hela ahí que hace
su entrada acompañada de su marido, de su hija, de Ratín y del primo Raté.
Ratina está encantadora como
paloma, con su plumaje de color ceniza con reflejos azulados, el cuello verde
dorado y las delicadas manchas blancas de sus alas. ¡Por eso Ratín la devora con los ojos! ¡Y qué
melodioso ron-ron deja ella oír revoloteando en torno del hermoso joven!
El padre Ratón, apoyado en su
muleta, contemplaba a su hija con admiración. ¡Qué hermosa la encontraba! Pero
la verdad es que la señora Ratona se encontraba más bella todavía.
¡Ah, qué bien había hecho la Naturaleza en
metamorfosearla en cotorra! ¡Cómo se engallaba y se ufanaba de sus encantos!
Movía y removía su cola hasta el extremo de causar celos al propio don Rata.
¡Si la hubieseis visto cuando se colocaba ante los rayos solares para hacer
brillar los maravillosos colores de sus plumas y de su cuello! Era, en
realidad, uno de los más admirables ejemplares de las cotorras de Oriente.
¿Y bien, estás contenta de tu
destino, bobona? -le preguntó Ratón.
¿Qué es eso de bobona? -respondió
ella en tono seco. ¡Os ruego que midáis vuestras expresiones y que no olvidéis
la distancia que actualmente nos separa!
¡Yo...! ¡Tu marido!
¡Un ratón el marido de una
cotorra...! ¡Estáis loco, querido mío!
Y la señora Ratona volvió a
engallarse, en tanto que Rata se pavoneaba cerca de ella.
Ratón hizo una leve señal de
amistad a su criado, que no había desmerecido a sus ojos, y luego se dijo para
sus adentros:
¡Ah, las mujeres, las mujeres...!
¡Pero seamos filósofos!
Y mientras tenía lugar aquella
escena de familia, ¿qué era del primo Raté, con aquel apéndice que no,
pertenecía a su especie? ¡Después de haber sido ratón con una cola de
pescadilla, ser garza con cola de rata! Si, aquello continuaba así, a medida
que se iba elevando en la escala de los seres, ¡resultaba verdaderamente
deplorable! Así es que permanecía en un rincón del corral, apoyado sobre una
pata, como lo hacen las garzas cuando piensan hondamente, mostrando la parte
delantera de su cuerpo, cuya blancura se realza con pequeñas láminas negras, su
plumaje cenizoso, y su copete melancólicamente inclinado hacia atrás.
Tratóse entonces de continuar el
viaje, a fin de admirar el país en toda su belleza.
Pero ni la señora Ratona ni don
Rata se admiraban más que a sí mismos. Ninguno de ellos miraba aquellos
incomparables paisajes, prefiriendo las villas y ciudades, con objeto de
desplegar en ellos todas sus gracias. Hallábanse
en lo más empeñado de la discusión, cuando un nuevo personaje se presento a la
puerta de la posada.
Era uno de esos guías del país,
vestido a usanza hindu, y que acudía a ofrecer sus servicios a los viajeros.
Amigo mío -díjole Ratón, ¿hay algo
curioso que ver aquí?
Una maravilla sin igual -respondió
el guía: la gran efigie del desierto.
¿Del desierto? -dijo desdeñosamente
la señora Ratona.
No hemos venido nosotros aquí para
visitar un desierto -añadió don Rata.
¡Oh! -repondió el guía. Un desierto
que no lo será hoy, porque es la fiesta de la esfinge y vienen a adorarla de
todos los puntos del globo. Esto último
era bastante para inducir a nuestros vanidosos volátiles a visitarla. Poco, por
lo demás, importaba a Ratina y a su novio el sitio adonde se les condujera, con
tal de ir juntos. Por lo que hace al primo Raté y a la buena Ratana, en el
fondo de un desierto era precisamente donde hubieran deseado refugiarse.
En marcha -dijo la señora Ralana.
En marcha -respondió el guía.
Un instante después todos
abandonaron el albergue, sin pensar siquiera en que su guía fuese el encantador
Gardafur, imposible de reconocer bajo su disfraz, y que trataba de atraerles a
una nueva emboscada.
1.016. Verne (Julio)
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