Al amanecer del día siguiente,
había desaparecido la costa americana.
No se veía un buque. El Delfín, moderando la velocidad terrible de su
marcha, se dirigió más tranquilamente hacia las Bermudas.
Inútil es referir la travesía del
Atlántico, en que no tuvo lugar incidente alguno. Diez días después se
reconocían las costas de Irlanda. ¿Qué
pasó entre Jacobo y Jenny, que no hayan adivinado los menos perspicaces? ¿Cómo podía Mr. Halliburtt pagar a su
libertador valiente y generoso, sino haciéndole el más feliz de los hombres? El
capitán no esperó la llegada a las aguas inglesas para declarar al padre y a la
hija la pasión que rebosaba de su corazón, y si hemos de dar crédito a
Crockston, Jenny recibió semejante confesión con una alegría que no trató de
disimular. Sucedió, pues, que el 14 de
febrero del presente año, muchísima gente estaba reunida bajo las macizas
bóvedas de San Mungo, la antigua catedral de Glasgow. Allí había un poco de todo: marinos,
comerciantes, industriales, magistrados. El valiente Crockston servía de
testigo a miss Jenny, vestida de novia; el buen hombre resplandecía en su traje
de color verde manzana con botones de oro. El tío Vicente estaba orgulloso al
lado de su sobrino.
En una palabra, se celebraba el
desposorio de Jacobo Playfair, de la casa de Vicente Playfair y Compañía de
Glasgow, con miss Jenny Halliburtt, de Boston.
La ceremonia se efectuó con gran magnificancia.
Todo el mundo conocía la historia del Delfín, y todo el mundo creía que el
joven capitán recibía una justa recompensa. Sólo el se creía pagado con usura.
Por la noche hubo gran fiesta en
casa del tío Vicente: gran baile, gran comida y gran distribución de chelines a
la multitud reunida en Gordon Street. En aquel memorable festín, Crockston, sin
salirse de los justos límites, hizo prodigios de voracidad.
Todos se alegraban de aquella boda:
unos por ver labrada su felicidad propia; otros por ver la ajena, cosa que no
siempre sucede en ceremonias de este género.
Así que se retiraron los
convidados, Jacobo Playfair fue a abrazar a su tío, que le besó en los dos
carrillos.
-¿Qué tal, tío Vicente? -dijo el
sobrino.
-¿Qué tal, sobrino Jacobo? -dijo el
tío.
-¿Estáis satisfecho del cargamento
que he traído a bordo del Delfín? -añadió el capitán Playfair, señalando a su
valiente esposa.
-¡Vaya que sí! -respondió el digno
comerciante. ¡He vendido el algodón con un 375 por 100 de beneficio!
1.016. Verne (Julio)
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