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jueves, 23 de enero de 2014

Los forzadores de bloqueos - Cap VI. El canal de la isla sullivan

Dos días después del encuentro con la Iroquesa sufrió el Delfín, a la altura de las Bermudas, una violenta borrasca. Terribles huracanes frecuentan aquellas aguas, célebres por los siniestros. En ellas colocó Shakespeare las conmovedoras escenas de su drama La Tempestad, en el cual Ariel y Calibán se disputan el imperio de los mares.
El golpe de viento fue espantoso. Jacobo pensó un momento en recalar en Mainland, una de las Bermudas, donde tienen los ingleses un puerto militar, lo cual hubiera sido un lamentable contratiempo. Afortunadamente, el Delfín se condujo dc una manera admirable durante la borrasca, y después de huir un día entero ante el huracán, pudo proseguir su viaje hacia la costa americana.  Pero si Jacobo había quedado satisfecho de su buque, no le había admirado menos el valor sereno de la joven. Miss Halliburtt pasó a su lado, sobre-cubierta, las peores horas de la tempestad. Jamás, interrogándose bien, comprendió que un amor profundo, irresistible, imperioso, se apoderaba de todo su ser.  «Si -se dijo, esta valiente niña es el ama a bordo de mi barco. ¡Me trae y me lleva como el mar a un buque desgobernado! ¡Me voy a pique! ¿Qué dirá el tío?  ¡Ah, pobre naturaleza!  ¡Estoy seguro de que si Jenny me pidiera que echara al mar todo este maldito contrabando, lo haría sin vacilar, sólo por ella!» Afortunadamente para la casa Playfair y compañía, no exigió miss Halliburtt tamaño sacrificio. Sin embargo, el pobre capitán estaba bien cogido, y Crockston, que leía en su corazón como en un libro abierto, se frotaba las manos hasta despellejárselas.
-«¡Es nuestro!  ¡Es nuestro! -se repetía, y antes de ocho días, mi amo estará instalado tranquilamente a bordo, en el mejor camarote del Delfín.» En cuanto a Jenny ¿se apercibió del sentimiento que inspiraba? ¿Se dejó llevar por él hasta experimentarlo? Nadie podía decirlo, y Jacobo menos que nadie. La joven se mantenía en completa reserva, sin dejar de sufrir la influencia de su educación americana, y su secreto permaneció sepultado en su corazón.  Mientras el amor progresaba en el corazón de su capitán, el Delfín desfilaba con no menor rapidez hacia Charleston.
El 13 de enero, el vigía señaló tierra a diez millas al Oeste. Era una costa baja y casi confundida, a lo lejos, con la línea de las olas. Crockston examinaba con atención el horizonte y a las nueve de la mañana, señalando un yunto en el cielo, exclamó:
¡El faro de Charleston!
Si el Delfín hubiera llegado de noche, aquel faro, situado en la isla de Morris y elevado 140 pies sobre el nivel del mar, hubiera sido visto muchas horas antes, porque los destellos de su luz giratoria son visibles a 14 millas de distancia.
Determinada la posición del Delfín, Jacobo sólo tuvo una cosa que decidir: por qué paso penetraría en la bahía de Charleston.
Si no encontramos ningún obstáculo -dijo-, antes de tres horas estaremos seguros en los docks del puerto.
La ciudad de Charleston está situada en el fondo de un estuario de 7 millas de largo y 2 de ancho, llamado Charleston Harbour, cuya entrada es bastante difícil, pues la estrechan la isla Morris al Sur y la Sullivan al Norte. En la época en que el Delfín intentaba forzar el bloqueo, la isla de Morris pertenecía ya al ejército federal; y el general Gillmore hacía establecer en ella baterías que dominaban la rada. La isla de Sullivan, al contrario, era de los confederados, que ocupaban el fuerte Moultrie, situado en su extremidad. El Delfín se veía, pues, obligado a rasar las orillas del Norte, para evitar el fuego de la isla de Morris.
Cinco pasos permitían la entrada en el estuario: el canal de la isla Sullivan, el del Norte, el de Overall, el principal y el de Lewford; pero este ultimo es impracticable para los extranjeros, a no ser que tengan a bordo excelentes prácticos y que sus buques calen menos de siete pies de agua. El canal del Norte y el de Overall estaban enfilados por la artillería federal. Si Jacobo hubiera podido escoger, hubiera entrado por el principal, pero era preciso atenerse a las circunstancias. El capitán del Delfín conocía todos los secretos de la bahía, sus peligros, corrientes y profundidad en la bajamar; era, pues, capaz de gobernar su barco en la seguridad más perfecta así que hubiera embocado uno de los canales. La gran cuestión era entrar en ellos.
La maniobra exigía gran experiencia de mar y exacto conoci-miento de las cualidades del buque.
En efecto, dos fragatas federales cruzaban a la sazón las aguas de Charleston.
Mr. Mathew las señaló pronto a Jacobo.
Se preparan a preguntarnos qué se nos ofrece por estas aguas.
Con no contestarles saldremos del paso, y se quedarán con su curiosidad.
Pero los cruceros se dirigían a todo vapor sobre el Delfín, que continuó su camino cuidando de mantenerse fuera del alcance de sus cañones. Para ganar tiempo, Jacobo puso la proa al S.O., tratando de engañar a los buques enemigos.  Estos debieron creer que, efectivamente, el Delfín trataba de lanzarse a los pasos de la isla de Morris; como en ellos había cañones que con una sola bala podían echar a pique el barco inglés, le dejaron correr hacia el S.O. sin cazarlo de cerca, limitándose a observarlo.
Por espacio de una hora, la posición de los barcos no varió. Jacobo, para engañar a los cruceros respecto a la marcha del Delfín, había hecho moderar el fuego de los tiradores y marchaba a media máquina. Sin embargo, los densos torbellinos de humo que brotaban de sus chimeneas, hacían suponer que trataban de obtener un máximo de presión y, por tanto, de velocidad.
¡Buen chasco se van a llevar cuando nos escurramos de entre sus dedos!
En efecto, así que el capitán se vio bastante cerca de la isla de Morris, delante de una línea de cañones cuyo alcance le era desconocido, viró bruscamente y volvió al Norte, dejando los cruceros a dos millas a sotavento.  Estos, conociendo los proyectos del Delfín, empezaron resueltamente a darle caza. Pero ya era tarde. El Delfín, forzando su velocidad, bajo la acción de sus hélices a toda máquina, los burló muy pronto, acercándose a la costa. Algunas balas de cañón le fueron dirigidas por hacer algo, pero los proyectiles federales quedaron a mitad del camino. A las once de la mañana el Delfín, costeando de cerca la isla Sullivan, gracias a su poco calado, entraba, a todo vapor, por el estrecho paso, donde se hallaba en seguridad, porque ningún crucero federal se hubiera atrevido a seguirle por aquel estrecho canal que no tiene más de 11 pies de agua, en la bajamar.
¡Cómo! -dijo Crockston- ¿No hay que hacer nada más difícil que esto?
¡Oh!  ¡oh! maese Crockston -respondió Jacobo Playfair. No es difícil entrar, sino salir.
¡Bah! -respondió el americano. Eso me tiene sin cuidado. Con un barco como el Delfín y un capitán como Mr. Jacobo Playfair, se sale como se entra, cuando se quiere.
Jacobo Playfair, anteojo en mano, examinaba el camino que debía recorrer. Tenía a la vista excelentes cartas costeras que le permitían adelantar sin vacilación.  Ya en medio del canal que corre a lo largo de la isla Sullivan, Jacobo viró hacia el fuerte Maultrie, O. cuarto al N. hasta que el castillo de Pickney, fácil de reconocer por su color oscuro, y situado en el islote de Shutets Felly, se mostró al NNE. Al otro lado tenía la casa del fuerte Johnson, elevada a la izquierda, abierta 2º  al norte del fuerte Sumter.
En aquel momento le saludaron algunos proyectiles de la isla Morris, que no le alcanzaron. Prosiguió su marcha sin desviarse, pasó por delante de Moultrieville, situado al extremo de la isla Sullivan, y desembocó en la bahía.  Pronto dejó a su izquierda el fuerte Sumter, que lo cubrió de las baterías federales.
Este fuerte, célebre en la guerra de los Estados Unidos, dista 5 kilómetros de Charleston y una milla de cada lado de la bahía. Es un pentágono irregular, construido sobre una isla artificial de granito del Massachussetts, cuya construcción duró diez años y costó 5 millones de francos.
De este fuerte fueron desalojados, el 13 de abril de 1861, Anderson y las tropas federales; contra él dispararon el primer tiro los separatistas. No puede calcularse la masa de plomo y hierro que vomitaron sobre él los cañones federales. Pero resistió cerca de tres años. Algunos meses después del paso del Delfín, cayó bajo las balas de 300 libras de los cañones rayados de Parrot, que el general Guillmore hizo establecer en la isla Morris.  Pero, al pasar el Delfín, estaba en todo su vigor, y el pabellón confederado ondeaba sobre aquel enorme pentágono de piedra.  Pasado el fuerte, apareció la ciudad de Charleston, recortada entre los ríos Ashley y Cooper, formando una punta hacia la rada.  Jacobo Playfair desfiló por entre las boyas que marcan el canal, dejando al SSE.  el faro de Charleston, visible por encima de los terraplenes de la isla de Morris. Había enarbolado el pabellón de Inglaterra, y navegaba por los pasos con rapidez maravillosa.
Así que hubo dejado a estribor la boya de la cuarentena, avanzó libremente por la bahía. Miss Halliburtt estaba en pie en la toldilla, mirando la ciudad en que su padre estaba cautivo; sus ojos se llenaban de lágrimas.  Por fin, la marcha del buque se moderó por orden del capitán; el Delfín rozó la punta de las baterías del Sur y del Este, y pronto estuvo amarrado al muelle.

 1.016. Verne (Julio)

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