Dos días después del encuentro con la Iroquesa sufrió el
Delfín, a la altura de las Bermudas, una violenta borrasca. Terribles huracanes
frecuentan aquellas aguas, célebres por los siniestros. En ellas colocó
Shakespeare las conmovedoras escenas de su drama La Tempestad , en el cual
Ariel y Calibán se disputan el imperio de los mares.
El golpe de viento fue espantoso.
Jacobo pensó un momento en recalar en Mainland, una de las Bermudas, donde
tienen los ingleses un puerto militar, lo cual hubiera sido un lamentable
contratiempo. Afortunadamente, el Delfín se condujo dc una manera admirable
durante la borrasca, y después de huir un día entero ante el huracán, pudo
proseguir su viaje hacia la costa americana.
Pero si Jacobo había quedado satisfecho de su buque, no le había
admirado menos el valor sereno de la joven. Miss Halliburtt pasó a su lado,
sobre-cubierta, las peores horas de la tempestad. Jamás, interrogándose bien,
comprendió que un amor profundo, irresistible, imperioso, se apoderaba de todo
su ser. «Si -se dijo, esta valiente niña
es el ama a bordo de mi barco. ¡Me trae y me lleva como el mar a un buque
desgobernado! ¡Me voy a pique! ¿Qué dirá el tío? ¡Ah, pobre naturaleza! ¡Estoy seguro de que si Jenny me pidiera que
echara al mar todo este maldito contrabando, lo haría sin vacilar, sólo por
ella!» Afortunadamente para la casa Playfair y compañía, no exigió miss
Halliburtt tamaño sacrificio. Sin embargo, el pobre capitán estaba bien cogido,
y Crockston, que leía en su corazón como en un libro abierto, se frotaba las
manos hasta despellejárselas.
-«¡Es nuestro! ¡Es nuestro! -se repetía, y antes de ocho
días, mi amo estará instalado tranquilamente a bordo, en el mejor camarote del
Delfín.» En cuanto a Jenny ¿se apercibió del sentimiento que inspiraba? ¿Se
dejó llevar por él hasta experimentarlo? Nadie podía decirlo, y Jacobo menos
que nadie. La joven se mantenía en completa reserva, sin dejar de sufrir la
influencia de su educación americana, y su secreto permaneció sepultado en su
corazón. Mientras el amor progresaba en
el corazón de su capitán, el Delfín desfilaba con no menor rapidez hacia
Charleston.
El 13 de enero, el vigía señaló
tierra a diez millas al Oeste. Era una costa baja y casi confundida, a lo
lejos, con la línea de las olas. Crockston examinaba con atención el horizonte
y a las nueve de la mañana, señalando un yunto en el cielo, exclamó:
¡El faro de Charleston!
Si el Delfín hubiera llegado de
noche, aquel faro, situado en la isla de Morris y elevado 140 pies sobre el nivel
del mar, hubiera sido visto muchas horas antes, porque los destellos de su luz
giratoria son visibles a 14 millas de distancia.
Determinada la posición del Delfín,
Jacobo sólo tuvo una cosa que decidir: por qué paso penetraría en la bahía de
Charleston.
Si no encontramos ningún obstáculo
-dijo-, antes de tres horas estaremos seguros en los docks del puerto.
La ciudad de Charleston está
situada en el fondo de un estuario de 7 millas de largo y 2 de ancho, llamado
Charleston Harbour, cuya entrada es bastante difícil, pues la estrechan la isla
Morris al Sur y la Sullivan
al Norte. En la época en que el Delfín intentaba forzar el bloqueo, la isla de
Morris pertenecía ya al ejército federal; y el general Gillmore hacía
establecer en ella baterías que dominaban la rada. La isla de Sullivan, al
contrario, era de los confederados, que ocupaban el fuerte Moultrie, situado en
su extremidad. El Delfín se veía, pues, obligado a rasar las orillas del Norte,
para evitar el fuego de la isla de Morris.
Cinco pasos permitían la entrada en
el estuario: el canal de la isla Sullivan, el del Norte, el de Overall, el
principal y el de Lewford; pero este ultimo es impracticable para los
extranjeros, a no ser que tengan a bordo excelentes prácticos y que sus buques
calen menos de siete pies de agua. El canal del Norte y el de Overall estaban
enfilados por la artillería federal. Si Jacobo hubiera podido escoger, hubiera
entrado por el principal, pero era preciso atenerse a las circunstancias. El
capitán del Delfín conocía todos los secretos de la bahía, sus peligros,
corrientes y profundidad en la bajamar; era, pues, capaz de gobernar su barco
en la seguridad más perfecta así que hubiera embocado uno de los canales. La
gran cuestión era entrar en ellos.
La maniobra exigía gran experiencia
de mar y exacto conoci-miento de las cualidades del buque.
En efecto, dos fragatas federales
cruzaban a la sazón las aguas de Charleston.
Mr. Mathew las señaló pronto a
Jacobo.
Se preparan a preguntarnos qué se
nos ofrece por estas aguas.
Con no contestarles saldremos del
paso, y se quedarán con su curiosidad.
Pero los cruceros se dirigían a
todo vapor sobre el Delfín, que continuó su camino cuidando de mantenerse fuera
del alcance de sus cañones. Para ganar tiempo, Jacobo puso la proa al S.O.,
tratando de engañar a los buques enemigos.
Estos debieron creer que, efectivamente, el Delfín trataba de lanzarse
a los pasos de la isla de Morris; como en ellos había cañones que con una sola
bala podían echar a pique el barco inglés, le dejaron correr hacia el S.O. sin
cazarlo de cerca, limitándose a observarlo.
Por espacio de una hora, la
posición de los barcos no varió. Jacobo, para engañar a los cruceros respecto a
la marcha del Delfín, había hecho moderar el fuego de los tiradores y marchaba
a media máquina. Sin embargo, los densos torbellinos de humo que brotaban de
sus chimeneas, hacían suponer que trataban de obtener un máximo de presión y,
por tanto, de velocidad.
¡Buen chasco se van a llevar cuando
nos escurramos de entre sus dedos!
En efecto, así que el capitán se
vio bastante cerca de la isla de Morris, delante de una línea de cañones cuyo
alcance le era desconocido, viró bruscamente y volvió al Norte, dejando los
cruceros a dos millas a sotavento.
Estos, conociendo los proyectos del Delfín, empezaron resueltamente a
darle caza. Pero ya era tarde. El Delfín, forzando su velocidad, bajo la acción
de sus hélices a toda máquina, los burló muy pronto, acercándose a la costa.
Algunas balas de cañón le fueron dirigidas por hacer algo, pero los proyectiles
federales quedaron a mitad del camino. A las once de la mañana el Delfín,
costeando de cerca la isla Sullivan, gracias a su poco calado, entraba, a todo
vapor, por el estrecho paso, donde se hallaba en seguridad, porque ningún crucero
federal se hubiera atrevido a seguirle por aquel estrecho canal que no tiene
más de 11 pies
de agua, en la bajamar.
¡Cómo! -dijo Crockston- ¿No hay que
hacer nada más difícil que esto?
¡Oh! ¡oh! maese Crockston
-respondió Jacobo Playfair. No es difícil entrar, sino salir.
¡Bah! -respondió el americano. Eso
me tiene sin cuidado. Con un barco como el Delfín y un capitán como Mr. Jacobo
Playfair, se sale como se entra, cuando se quiere.
Jacobo Playfair, anteojo en mano,
examinaba el camino que debía recorrer. Tenía a la vista excelentes cartas
costeras que le permitían adelantar sin vacilación. Ya en medio del canal que corre a lo largo de
la isla Sullivan, Jacobo viró hacia el fuerte Maultrie, O. cuarto al N. hasta
que el castillo de Pickney, fácil de reconocer por su color oscuro, y situado
en el islote de Shutets Felly, se mostró al NNE. Al otro lado tenía la casa del
fuerte Johnson, elevada a la izquierda, abierta 2º al norte del fuerte Sumter.
En aquel momento le saludaron
algunos proyectiles de la isla Morris, que no le alcanzaron. Prosiguió su
marcha sin desviarse, pasó por delante de Moultrieville, situado al extremo de
la isla Sullivan, y desembocó en la bahía.
Pronto dejó a su izquierda el fuerte Sumter, que lo cubrió de las
baterías federales.
Este fuerte, célebre en la guerra
de los Estados Unidos, dista 5 kilómetros de Charleston y una milla de cada
lado de la bahía. Es un pentágono irregular, construido sobre una isla
artificial de granito del Massachussetts, cuya construcción duró diez años y costó
5 millones de francos.
De este fuerte fueron desalojados,
el 13 de abril de 1861, Anderson y las tropas federales; contra él dispararon
el primer tiro los separatistas. No puede calcularse la masa de plomo y hierro
que vomitaron sobre él los cañones federales. Pero resistió cerca de tres años.
Algunos meses después del paso del Delfín, cayó bajo las balas de 300 libras de los
cañones rayados de Parrot, que el general Guillmore hizo establecer en la isla
Morris. Pero, al pasar el Delfín, estaba
en todo su vigor, y el pabellón confederado ondeaba sobre aquel enorme
pentágono de piedra. Pasado el fuerte,
apareció la ciudad de Charleston, recortada entre los ríos Ashley y Cooper,
formando una punta hacia la rada. Jacobo
Playfair desfiló por entre las boyas que marcan el canal, dejando al SSE. el faro de Charleston, visible por encima de
los terraplenes de la isla de Morris. Había enarbolado el pabellón de
Inglaterra, y navegaba por los pasos con rapidez maravillosa.
Así que hubo dejado a estribor la
boya de la cuarentena, avanzó libremente por la bahía. Miss Halliburtt estaba
en pie en la toldilla, mirando la ciudad en que su padre estaba cautivo; sus
ojos se llenaban de lágrimas. Por fin,
la marcha del buque se moderó por orden del capitán; el Delfín rozó la punta de
las baterías del Sur y del Este, y pronto estuvo amarrado al muelle.
1.016. Verne (Julio)
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