Es una hermosa ciudad, la ciudad de
Ratópolis. Está situada en un reino, cuyo nombre he olvidado, que no está ni en
Europa, ni en Asia, ni en África, ni en Oceanía, ni en América, si bien se
encuentra en alguna parte. En todo caso,
el paisaje que rodea a Ratópolis se parece mucho al paisaje holandés. Es
fresco, verde, limpio, con nítidos arroyuelos, jardines sombreados por hermosos
árboles y grandes praderas donde pacen los más felices rebaños del mundo.
Como todas las ciudades, Ratópolis
tiene calles, plazas y bulevares; pero esos bulevares, esas plazas, esas calles
están bordeados de quesos magníficos, a guisa de casas: Gruyére, Roquefort,
Holanda, Chester de veinte especies. En el interior se han abierto pisos,
apartamentos, habitaciones. Allí es donde vive, en república, una numerosa
población de ratas, sabia, modesta y previsora.
Serían las siete de la tarde de un domingo. En familia, ratas y ratones
se paseaban tomando el fresco. Después de haber trabajado con ardor durante
toda la semana, renovando las provisiones de la casa, reposaban el séptimo
día. Ahora bien, el príncipe Kissador se
hallaba a la sazón en Ratópolis, acompañado de su inseparable Gardafur.
Habiendo sabido que los miembros de la familia Ratón, después de haber sido
peces durante algún tiempo, habían vuelto a ser ratones, se ocupaban en
prepararles secretas emboscadas.
Cuando pienso -repetía el príncipe-
que a esa maldita hada es a quien deben otra vez su nueva transformación...
¡Pues bien, tanto mejor! -respondía
Gardafur; ahora será más fácil cogerlos.
Siendo peces podían escaparse con
suma facilidad, en tanto que ahora son ratas o ratones, y sabremos
perfectamente apoderarnos de ellos, y una vez en nuestro poder -añadió el
encantador, la bella Rutina acabará por enloquecer por vuestra señoría.
Ante aquel discurso, el fatuo se
engallaba, se pavonaba, lanzando miradas a las lindas ratas que estaban
paseando.
Gardafur -dijo. ¿Está todo
dispuesto?
Todo, príncipe, y Ratina no podrá
escapar de la trampa que le he tendido.
Y Gardafur mostraba un elegante
lecho de follaje, preparado en un rincón de la plaza.
Ese lindo retiro oculta una trampa
-dijo, y yo os prometo que la bella estará hoy mismo en el palacio de vuestra
señoría, en el que no podrá resistirse a las gracias de vuestro espritu y a las
seducciones de vuestra persona. ¡Y el
imbécil se regodeaba ante aquellas groseras adulaciones del encantador!
Hela ahí -dijo Gardafur; venid,
príncipe, no es conveniente que nos vea.
Uno seguido del otro se perdieron
en la calle más próxima. Era Ratina, en
efecto, pero acompañada de Ratín. ¡Qué encantadora estaba con su lindo y su
gracioso porte de rata! El joven le decía:
¡Ah, querida Ratina, qué pena que
no seas aun una señorita...! Si para casarme en seguida hubiera podido
convertirme en ratón, no habría vacilado un instante, ¡pero eso es imposible!
Pues bien, mi querido Ratín, hay
que aguardar...
¡Aguardar...! ¡Siempre aguardar!
¿Qué importa, toda vez que sabes
que te amo y que jamás seré de otro? Por lo demás, el hada buena nos protege y
nada tenemos que temer ya del malvado Gardafur ni del príncipe Kissador...
¡Ese impertinente -exclamó Ratín,
ese necio, a quien he de aplicar un correctivo...!
¡No, Ratín mío, no, no le busques
pendencia! Tiene guardias que le defenderían... ¡Ten paciencia, ya que es
preciso, y confianza, ya que yo te amo!
Mientras Ratina decía con tanta gentileza estas cosas, el joven la
estrechaba contra su corazón y besaba sus patitas.
Y como se sintiese un poco cansada
de su paseo,
Ratín -le dijo-, he aquí el retiro
en el que tengo costumbre de descansar. Ve a casa a prevenir a mi padre y a mi
madre, y diles que me encontrarán aquí para ir a la fiesta.
Es una hermosa ciudad, la ciudad de
Ratópolis.
Y Ratina se deslizó en aquel
agradable retiro.
De pronto hízose un ruido seco,
como el chasquido de un resorte que funciona...
El follaje ocultaba una pérfida ratonera, y Ratina, que no podía abrigar
la menor desconfianza, acababa de tocar el resorte. Bruscamente había caído una
verja de hierro, tapando la abertura, y Ratina quedó prisionera. Ratín lanzó un grito de cólera, al que
respondió el grito de desesperación de Ratina y el grito de triunfo de
Gardafur, que corrió hacia allí con el príncipe Kissador.
En vano el joven se aferró a la
verja, haciendo esfuerzos titánicos para romper los barrotes, en vano quiso
lanzarse sobre el príncipe. Lo mejor era
correr en busca de socorro para librar a la desventurada Ratina, y esto fue lo
que hizo Ratín, corriendo por la
Calle Mayor de Ratópolis.
Mientras, Ratina era sacada de la ratonera y el príncipe Kissador le
decía lo más galantemente del mundo:
1.016. Verne (Julio)
No hay comentarios:
Publicar un comentario