En cierta
aldea vivían muy pobremente un viejo, su mujer y un hijo. Al llegar el hijo a
la edad de razón, dijo la vieja a su marido:
-Es hora
de que le casemos.
-Bueno,
pues encuéntrale novia.
Fue la
vieja a casa de un vecino a pedirle la mano de su hija, pero el vecino no
accedió. Fue a casa de otro campesino y también se la negó. Fue a casa de un
tercero y le dio con la puerta en las narices. Recorrió la aldea entera sin que
nadie quisiera aceptar a su hijo como yerno.
-Nuestro
hijo es cosa perdida -suspiró de vuelta a su casa.
-¿Por qué
lo dices?
-Pues
porque he recorrido todas las casas y nadie quiere darle a una hija suya por
esposa.
-¡Mala
cosa! -rezongó el viejo. El verano está encima y no hay en casa brazos
suficientes para las faenas. Prueba en otra aldea, a ver si le encuentras allí
novia.
Marchó la
vieja a otra aldea, la recorrió de punta a punta llamando en todas las casas,
pero tampoco consiguió nada: en todas partes rechazaban su petición. Volvió a
su hogar como se había marchado. Dijo:
-Nada,
que nadie quiere emparentar con nosotros, infelices.
-Bueno,
pues no te canses más: sube a echarte en el rellano de la estufa -contestó su
marido.
-Padre
querido, madre querida -pidió el hijo muy apenado: dadme vuestra bendición e
iré yo mismo a buscar mi suerte.
-¿Y
adónde vas a ir?
-A la
buena de Dios.
Los
padres le bendijeron y él se marchó sin saber adónde.
Llegó el
muchacho a un gran camino, rompió a llorar amarga-mente y murmuró:
-¿Tan
poco valdré, yo que ni una sola muchacha quiere casarse conmigo? Me parece que
si el diablo en persona me ofreciera una novia, yo la aceptaría.
De pronto
vio venir hacia él, como si hubiera salido de debajo de la tierra, a un viejo
muy viejo.
-¡Hola,
muchacho!
-¡Hola,
buen viejo!
-¿Qué
acabas de decir?
Asustado,
el muchacho no sabía qué contestar.
-No
temas, que no te haré nada malo. Al contrario: quizá pueda remediar tus apuros.
Habla sin miedo.
El
muchacho le contó toda la verdad.
-¡Pobre de
mí! Nadie quiere casarse conmigo. Por eso estoy tan apenado que, conforme iba
andando, dije: «Me parece que si el diablo en persona me ofreciera una novia,
yo la aceptaría.»
-Ven
conmigo -dijo el viejo riendo- y podrás elegir la novia que mejor te parezca.
Llegaron
junto a un lago.
-Vuélvete
de espaldas al lago -ordenó el viejo- y camina hacia atrás.
Apenas se
volvió de espaldas y dio un par de pasos cuando se encontró bajo el agua, en
unos aposentos de mármol ricamente amueblados y con bellos adornos. El viejo le
sirvió bebidas y manjares y luego hizo salir a doce doncellas a cuál más linda.
-Elige la
que te guste, y te la daré por esposa.
-Eso no
es tan fácil. Permíteme reflexionar hasta mañana.
-Bueno
-dijo el viejo, y le condujo a un aposento especial.
El
muchacho se acostó y se puso a pensar en cuál de las jóvenes debía elegir. En
esto se abrió la puerta y entró una de ellas.
-¿Estás
dormido, bravo muchacho? -preguntó.
-No,
hermosa doncella. No puedo conciliar el sueño pensando en cuál de vosotras debo
elegir como esposa.
-Por eso
he venido yo: quiero darte un consejo. Porque has de saber que eres huésped del
diablo. Conque, si quieres vivir todavía en el mundo, haz lo que voy a
aconsejarte. De lo contrario, no saldrás vivo de aquí.
-Te
escucho, linda doncella, y nunca olvidaré tu bondad.
-Mañana
te presentará el diablo a doce jovencitas, todas iguales. Tú fíjate y elígeme a
mí. Me reconocerás de seguro porque se me posará un mosquito sobre el párpado
derecho.
Luego le
habló de ella y le dijo quién era.
-¿Conoces
al pope de tal aldea? Pues yo soy su hija, la que desapareció a los nueve años.
Una vez se enfadó mi padre conmigo y dijo iracundo: «Así te lleve el diablo.»
Yo salí al porche llorando, cuando, de pronto, los demonios me levantaron en
vilo y me trajeron aquí. Desde entonces vivo con ellos.
A la
mañana siguiente apareció el viejo con doce doncellas, todas igualitas, y le
dijo al muchacho que eligiera novia entre ellas. El se puso a mirarlas y eligió
a la que tenía un mosquito posado en el ojo derecho. Al viejo le dio pena
entregársela. Las cambió a todas de sitio y le hizo elegir otra vez. El
muchacho indicó a la misma. Todavía le obligó el diablo a elegir una vez más,
pero el muchacho acertó de nuevo.
-Has
tenido suerte. Llévatela.
El
muchacho y la doncella se vieron al instante al borde del lago y, hasta llegar
al gran camino, fueron andando de espaldas.
Entre
tanto, los diablos se lanzaron tras ellos gritando: «Hay que quitár-sela. ¡Esa
muchacha es nuestra!» Pero no encontraron sus huellas junto al lago porque
todas las huellas conducían hacia el agua. Por mucho que corrieron y husmearon,
tuvieron que volverse como habían llegado.
El
muchacho condujo a la doncella hasta su pueblo y se detuvo frente a la casa del
pope. Este, que los vio, mandó a un criado suyo a preguntarles quiénes eran.
-Somos
gente de paso y quisiéramos pernoctar aquí.
-Tengo ya
hospedados a unos mercaderes -contestó el pope, y no hay más sitio en la isba.
-Pero,
padre, a los caminantes siempre hay que acogerlos -objetó uno de los
mercaderes. No nos harán extorsión.
-Bueno,
pues que entren.
Entraron,
efectivamente, saludaron y fueron a sentarse en un banco al fondo de la isba.
Luego preguntó la linda muchacha:
-¿No me
reconoces, padre? Soy tu hija.
Y refirió
cuanto le había sucedido. Padre e hija se abrazaron, se besaron y lloraron de
alegría.
-¿Y quién
es este joven?
-Es mi
prometido. El me ha vuelto a traer a este mundo. De no ser por él, me habría
quedado allí para siempre.
Luego
abrió la linda muchacha un hatillo que traía y aparecieron vasijas de oro y
plata que había quitado a los demonios.
-¡Pero si
esto es mío! -exclamó uno de los mercaderes. Una vez que tenía invitados me
enfadé con mi mujer no sé por qué. Como estaba bebido, grité: «¡Así se lo lleve
todo el demonio!», y empecé a tirar a la calle todo lo que había encima de la
mesa. Desde entonces desaparecieron estas vasijas.
El
mercader decía la verdad. No hizo más que mentar entonces al demonio cuando
éste se presentó y se llevó todas las vasijas de oro y de plata, dejando en su
lugar cascotes de barro.
Así fue
como el muchacho consiguió una preciosa novia. Se casó con ella y la llevó a
casa de sus padres. Estos le daban por perdido para siempre. Y es que hacía ya
más de tres años que faltaba de casa, aunque a él le parecía que sólo estuvo un
día con los demonios.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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