En cierto reino, en cierto país,
vivían un viejo y su mujer. No tenían hijos. El hombre dijo una vez a la vieja:
-Compra un nabo para el almuerzo.
La vieja fue y compró dos. Mal que
bien, se comieron uno crudo y el otro lo metieron en el horno para que se
asara. Al poco rato oyeron que alguien gritaba desde dentro del horno:
-¡Abuelita! Abre, que hace mucho
calor aquí.
La vieja abrió la puerta del horno
y allí se encontró a una niña.
-¿Qué pasa? -preguntó el viejo.
-¡Ay, mira! El Señor nos ha mandado
una criatura.
Los dos viejos se pusieron muy
contentos y le dieron a la niña el nombre de Nabita.
Nabita fue creciendo, creciendo,
hasta hacerse mayor. Una vez vinieron a buscarla otras muchachas de la aldea
para que fuera con ellas al bosque a recoger bayas.
-¡Ni pensarlo, malas pécoras! Sois
capaces de abandonarla en el bosque...
-¡Que no, abuela! ¡Que no la
abandonaremos de ninguna manera!
Conque la abuela consintió que
fuera con ellas Nabita. Las muchachas se juntaron, empezaron a buscar bayas y
se adentraron en un bosque tan espeso, que no se veía ni gota. En esto descubrieron
una casita en el bosque. Entraron y dentro había un oso sentado en un poste.
-Hola, guapas mozas -dijo el oso.
Hace mucho tiempo que os espero.
Las invitó a sentarse a la mesa,
les sirvió un plato a cada una y dijo:
-Comed, preciosas. La que no coma,
la tomaré por esposa.
Todas se pusieron a comer, menos
Nabita. De manera que el oso permitió que volvieran a sus casas todas menos
Nabita. Luego trajo un trineo, lo colgó del techo y ordenó a Nabita que le
meciera. Nabita obedeció y se puso a mecerle murmurando:
-¡Ea, ea, viejo pendejo!
-¡Así, no! -protestó el oso-.
Tienes que decir: «Ea, ea, amor querido.»
¿Qué podía hacer Nabita? Pues
mecerle diciendo:
-¡Ea, ea, amor querido!
Así vivió el oso con ella cerca de
un año. Nabita se quedó preñada y sólo esperaba una ocasión propicia para
escaparse y volver a su casa.
Una vez que el oso se marchó de
caza y la dejó a ella encerrada y con la puerta apuntalada con tocones de
roble, Nabita consiguió a costa de muchos esfuerzos deslizarse retorciéndose
por entre los tocones y escaparse a su casa.
El viejo y la vieja estaban
encantados de que hubiera aparecido. Así pasó un mes, luego otro, y el
tercero, hasta que, al cuarto mes, Nabita dio a luz un niño que era mitad
persona y mitad oso. Le puso el nombre de Ivashko-Osero. Empezó Ivashko a
crecer a ojos vistas, no ya por años, sino por horas: a cada hora que pasaba,
él crecía un vershok como si alguien
hubiera tirado de él hacia arriba.
A los quince años comenzó a salir
con otros muchos a ejercitarse en distintos juegos, pero gastaba bromas que
eran una verdadera calamidad: al que agarraba por un brazo, se lo arrancaba;
al que agarraba por la cabeza, se la retorcía.
Fueron los vecinos a quejarse y le
dijeron al viejo:
-Tú verás cómo te las compones,
compradre, pero el chico tiene que desaparecer de aquí. No estamos dispuestos a
que desgracie a nuestros hijos por capricho.
El viejo se quedó muy triste y
cabizbajo.
-¿Qué te ocurre, abuelo? ¿Por qué
estás tan preocupado? -inquirió Ivashko-Osero. ¿Te han hecho algo?
-¡Querido nieto mío! -suspiró
dolorosamente el viejo. No tenía más sostén que tú, y ahora me ordenan que te
eche de la aldea...
-¡Pero no te apures, abuelo! Lo
malo no es eso. Lo malo es que no tengo con qué defenderme. ¿Por qué no me
haces una maza de hierro de veinticinco puds?
El viejo le hizo la maza que pedía.
Ivashko se despidió de su abuelo y de su abuela y partió a la buena de Dios.
Caminando llegó a un río que tenía
tres verstas de anchura. En la orilla había un hombre que había apresado el río
entre los dientes y estaba dedicado a pescar con los bigotes y a cocinar los
peces que capturaba sobre su lengua antes de comérselos.
-¡Salud tengas, bogatir Mostachón!
-Igual te digo, Ivashko-Osero. ¿A
dónde vas?
-Ni yo mismo lo sé. A la buena de
Dios.
-Me gustaría ir contigo.
-Pues vamos, hermano. Siempre es
grato tener compañía. Se pusieron en marcha, esta vez juntos, y vieron a un bogatir que, para igualar el camino,
agarraba una montaña y la colocaba en un valle.
-¡Qué portento! -exclamó Ivashko
sorprendido. ¡Vaya si tienes fuerza, Montañón!
-¿Quién habla de fuerza, hermanos?
Anda por el mundo un tal Ivashko-Osero que, según cuentan, tiene verdaderamente
fuerza.
-¡Pero si soy yo!
-¿Sí? ¿A dónde vas?
-Pues a la buena de Dios.
-Me gustaría ir contigo.
-Bueno. Siempre es grato tener
compañía.
Caminaron los tres hasta detenerse
ante otro portento: un bogatir
estaba igualando el bosque. Al árbol que era demasiado alto, lo hundía un poco
en la tierra; al que no había crecido bastante, lo estiraba.
-¡Vaya fuerza! ¡Eso es tener vigor!
-¡Yo qué voy a ser fuerte,
hermanos! Quien de verdad tiene mucha fuerza es un tal Ivashko-Osero que anda
por el mundo.
-¡Pero si soy yo!
-¿Hacia dónde te encaminas?
-Ni yo mismo lo sé, Robladero. Voy
a la buena de Dios.
-Me gustaría ir contigo.
-Bueno. Siempre es grato tener
compañía.
Así se juntaron cuatro. Caminando
su camino, no sé si muy largo o no, penetraron en un bosque muy frondoso y
oscuro. En aquel bosque había una casita, montada sobre una pata de gallina,
que giraba sobre sí misma.
-¡Casita, casita! -dijo Ivashko.
Ponte de espaldas al bosque y de cara a nosotros.
La casita giró, mostrando la
fachada, la puerta se abrió ella sola, y las ventanas también. Entraron los
bogatires. No había nadie en la casita, pero en el corral se veía gran número
de gansos, patos, pavos...
-Hermanos -dijo Ivashko-Osero al
cabo de un rato: no debemos quedarnos todos en casa. Vamos a echar a suertes
para ver quién se queda y quién sale de caza.
Echaron a suertes, y le tocó
quedarse a Mostachón. Mientras los otros estaban de caza, él preparó para comer
todo lo mejor que encontró. Luego se lavó la cabeza, fue a sentarse junto a la
ventana y empezó a desenredarse el pelo. De pronto se puso todo oscuro,
estalló un vendaval, entre las tinieblas empezó a hincharse la tierra, de la
tierra asomó una roca y de debajo de la roca salió la bruja Yagá Pata-de-hueso,
c... descarnado, montada en un almirez. Detrás corría un chucho ladrando. La
mano del almirez servía de timón.
-Aquí me dará de comer y de beber
el bogatir Mostachón.
-Entra y acomódate, bruja Yagá
Pata-de-hueso.
Le ofreció una silla junto a la
mesa, le sirvió un plato de potaje, y ella se lo comió. Le sirvió otro, y ella
se lo dio al chucho.
-¿Así me agasajas? -gritó.
Empuñó la mano del almirez y empezó
a golpear a Mostachón hasta que le hizo refugiarse debajo de un banco. Luego le
arrancó de las espaldas una tira de pellejo para un cinto, acabó con toda la
comida que tenía preparada y se marchó.
Cuando Mostachón volvió en sí, se
vendó la cabeza con un pañuelo y se sentó a esperar, todo gemebundo. Al cabo
regresó Ivashko-Osero con los demás.
-A ver, Mostachón, sírvenos lo que
has guisado.
-¡Ay, hermanos! La verdad es que no
he guisado nada. Se armó tanto tufo que me mareé, y ni sé cómo pude ventilar la
casa.
Al día siguiente se quedó el bogatir Montañón. Guisó todo lo
necesario, se lavó la cabeza, fue a sentarse junto a la ventana y empezó a
desenredarse el pelo. De pronto se puso todo oscuro, estalló un vendaval, entre
las tinieblas empezó a hincharse la tierra, de la tierra asomó una roca y de
debajo de la roca salió la bruga Yagá Pata-de-hueso, montada en un almirez,
con un chucho que corría detrás ladrando. Como timón, usaba la mano del
almirez.
-¡Hoy me va a alimentar Montañón!
-Pasa y acomódate, bruja Yagá
Pata-de-hueso.
La bruja Yagá se sentó, Montañón le
sirvió un plato de potaje y ella se lo comió. Le sirvió otro, y ella se lo dio
al chucho.
-¿Así me agasajas? -gritó.
Empuñó la mano del almirez y empezó
a golpearle hasta que le hizo refugiarse debajo de un banco. Luego le arrancó
de las espaldas una tira de pellejo para un cinto, acabó con toda la comida
que tenía preparada y se marchó.
Cuando Montañón volvió en sí, se
vendó la cabeza con un pañuelo y fue de un lado para otro, quejándose.
-Vamos a ver, Montañón -dijo
Ivashko-Osero cuando volvió con los otros, ¿qué nos tienes preparado hoy de
comida?
-¡Ay, hermanos! No he preparado
nada: la estufa no tira, la leña está húmeda, y ni sé cómo he podido ventilar
esto.
Al tercer día se quedó el bogatir Robladero. Guisó lo que le pareció,
se lavó la cabeza, fue a sentarse junto a la ventana y empezó a desenredarse el
pelo. De pronto se puso todo oscuro, estalló un vendaval, entre las tinieblas
empezó a hincharse la tierra, de la tierra asomó una roca, y de debajo de la
roca salió la bruja Yagá Pata-de-hueso, montada en un almirez, conn un chucho
que corría detrás ladrando. Como timón, usaba la mano del almirez.
-¡Hoy me va a alimentar Robladero!
-Pasa y acomódate, bruja Yagá
Pata-de-hueso.
La bruja Yagá se sentó y Robladero
le sirvió un plato de potaje. Ella se lo comió. Le sirvió otro, y ella se lo
tiró al chucho.
-¿Así me agasajas? -gritó.
Empuñó la mano del almirez y empezó
a golpearle hasta que le hizo refugiarse debajoo de un banco. Luego le arrancó
de las espaldas una tira de pellejo para un cinto, acabó con toda la comida
que tenía preparada y se marchó.
Cuando Robladero volvió en sí, se
vendó la cabeza con un pañuelo y fue de un lado para otro quejándose. Volvió
Ivashko:
-A ver, Robladero, danos de comer.
-No he guisado nada, hermanos. Me
he atufado de tal manera, que ni sé cómo he podido ventilar esto.
A Ivashko le llegó su turno al
cuarto día. Se quedó en casa, guisó lo mejor que encontró, se lavó la cabeza,
fue a sentarse junto a la ventana y empezó a desenredarse el pelo. De pronto se
puso todo oscuro, estalló un vendaval, entre las tinieblas empezó a hincharse
la tierra, de la tierra asomó una roca y de debajo de la roca salió la bruja
Yagá Pata-de-hueso, montada en un almirez con un chucho que corría detrás
ladrando. Como timón, usaba la mano del almirez.
-Aquí me dará de comer y de beber
Ivashko-Osero. -Pasa y acomódate, bruja Yagá Pata-de-hueso.
La ayudó a sentarse, le sirvió un
plato de potaje y ella se lo comió. Le sirvió otro y ella se lo tiró al chucho.
-¿Así me agasajas? -gritó.
Empuñó la mano del almirez y le
empezó a pegar. Ivashko se enfadó, le arrebató la mano del almirez y se puso a
devolverle los golpes con todas sus fuerzas. Cuando la dejó medio derrengada,
le arrancó de las espaldas tres tiras de pellejo para tres cintos, la metió en
un cuchitril y cerró la puerta.
Llegaron sus compañeros gritando:
-Ivashko, ¡venga el almuerzo!
-Cuando queráis, amigos. Sentaos.
Se sentaron. Ivashko empezó a
servirles en abundancia todo lo que había guisado. Los otros comían, sorprendidos,
cuchicheando entre ellos:
-Se conoce que no ha venido por
aquí la bruja Yagá.
Después del almuerzo, Ivashko-Osero
calentó el baño y fueron todos a relajarse con el baño de vapor. Pero, mientras
se enjabonaban, Mostachón, Robladero y Montañón procuraban estar siempre de
cara a Ivashko. Hasta que éste les dijo:
-¿Qué pasa, muchachos? ¿Por qué no
queréis que os vea la espalda?
Los bogatires se vieron obligados a confesarle que la bruja Yagá los
había visitado, arrancándoles una tira de pellejo a cada uno.
-¡Ah! Conque ése era el tufo que os
impidió hacer la comida, ¿eh? -exclamó Ivashko.
Luego echó una carrera hasta el
cuchitril, cogió las tiras de pellejo que la bruja Yagá les había arrancado y
las aplicó a las espaldas de sus compañe-ros. En seguida se cicatrizaron
todas. Luego agarró a la bruja Yagá y la ató por una pata al dintel del portón.
-Ahora, muchachos, cargad las
escopetas y¡buena puntería! El que corte la cuerda con un disparo será el mejor
tirador.
Disparó primero Mostachón, y falló;
el segundo, Montañón, y tampoco acertó; Robladero, que fue el siguiente, rozó
apenas la cuerda. Cuando le tocó a Ivashko disparar, cortó limpiamente la
cuerda. La bruja Yagá cayó al suelo, emprendió la carrera hacia la roca, la
levantó y se deslizó bajo tierra.
Los bogatires corrieron tras ella. Probó uno, probó el segundo, luego
el tercero..., pero ninguno consiguió levantar la roca. Ivashko tomó
carrerilla, le pegó una patada y la roca se desbarató, dejando al descubierto
un agujero.
-¿Quién baja por ahí, muchachos?
-preguntó Ivashko.
Ninguno tenía deseos de
arriesgarse.
-Bueno, pues tendré que bajar yo.
Ivashko-Osero trajo un poste, lo
plantó al borde del agujero, le colgó una campanilla y ató a la campanilla el
extremo de una cuerda cuyo extremo opuesto agarró él.
-Ahora bajadme, y cuando haga sonar
la campanilla me subís.
Los bogatires fueron bajándole al agujero. En cierto momento, Ivashko
se dio cuenta de que se terminaba la cuerda, pero todavía faltaba bastante
hasta el fondo. Entonces sacó del bolsillo las tres largas tiras de piel que le
había cortado él a la bruja Yagá en la espalda. Las empalmó con la cuerda y
descendió hasta el mundo subterráneo.
Vio un camino bien cuidado y echó a
andar por él. Caminando, caminan-do, se encontró frente a un palacio. En el
palacio había tres doncellas, tres jóvenes muy lindas.
-¡Ay, apuesto galán! ¿Para qué has
venido hasta aquí? Nuestra madre es la bruja Yagá. Si te ve, te comerá.
-¿Y dónde está ahora?
-Ahora duerme. Pero tiene a la
cabecera una espada encantada. No la toques, porque si la tocas se despertará
al momento y caerá sobre ti. Será mejor otra cosa. Toma estas dos manzanas de
oro sobre esta bandeja de plata, despierta a la bruja Yagá con mucho cuidado,
ofrécele las manzanas y dile suavemente que las pruebe. Ella levantará la
cabeza, abrirá la boca y, en cuanto veas que empieza a comer, agarra la espada
mágica y córtale la cabeza de un solo tajo. No le des más que uno, porque si
pegas otra vez resucitará en seguida y te hará sufrir una muerte feroz.
Ivashko hizo exactamente lo que le
habían dicho. Le cortó la cabeza a la bruja Yagá y condujo a las bellas
doncellas hasta el agujero por donde había bajado él. Ató a la mayor a la
cuerda, hizo sonar la campanilla y gritó:
-Ahí va tu esposa, Mostachón.
Los bogatires la sacaron del pozo y arrojaron de nuevo la cuerda.
Ivashko ató a la hermana mediana y gritó:
-Ahí va tu esposa, Montañón.
Cuando también la hubieron sacado a
ella, ató a la menor de las hermanas y gritó:
-Y ésta de ahora es mi esposa.
Robladero se enfadó y, cuando iban
subiendo a Ivashko-Osero, agarró su maza y cortó la cuerda en dos.
Ivashko se desplomó hasta el fondo
y quedó sin sentido. Cuando al fin se recobró, no sabía qué hacer. Pasó un día,
luego otro y otro más sin comer ni beber. Acosado por el hambre, se dijo: «Rebuscaré
por las despensas de la bruja Yagá. Quizá encuentre algún alimento. »
Recorrió las despensas, comió y
bebió cuanto necesitaba y descubrió un pasaje subterráneo que, al cabo de
mucho caminar, le sacó a la luz del sol. Al cruzar un vasto campo vio a una
linda muchacha cuidando un rebaño. Cuando estuvo cerca, reconoció a su
prometida.
-¿Qué haces aquí? -le preguntó al
llegar a su lado.
-Estoy cuidando el rebaño. Mis
hermanas se casan con dos de los bogatires
y a mí, como no quiero casarme con Robladero, me han puesto a cuidar las vacas.
Al caer la tarde, la linda muchacha
encaminó el rebaño hacia la casa. Ivashko-Osero la siguió. Llegó a la casa
donde Mostachón, Montañón y Robladero estaban de comilona.
-Buenas gentes -les dijo Ivashko:
podríais ofrecerme una copa.
Le escanciaron una copa de vino
nuevo que él apuró y pidió otra. Se la dieron, la apuró también y pidió otra
más; pero, cuando se bebió la tercera, la rabia desbordó en su poderoso
corazón. Empuñó su maza de combate, mató a los tres bogatires y arrojó sus cuerpos al campo como pasto de los animales
feroces.
Luego volvió con su prometida a
casa de la abuela y el abuelo y se celebró la boda con grandes festejos. Mucho
fue lo que se bebió y mucho lo que se comió.
También yo estuve en aquella boda.
Por los mostachos me chorreaban ricos manjares, dulce hidromiel; pero ni los
labios llegué a humedecer. Me dieron por fin de cerveza un barril.... conque el
cuento termina aquí.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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