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martes, 20 de agosto de 2013

Niño-meñique

Eranse un viejo y una vieja. Un día que estaba la vieja picando coles se le escapó el cuchillo y se cortó el dedo meñique. Agarró el dedo y lo echó a la estufa. De pronto le pareció que, detrás de la estufa, alguien decía con palabra humana:
-iMátushka! Sácame de aquí.
Asombrada, preguntó después de santiguarse; ¿Quién habla?
-Yo, tu hijo. He nacido de tu dedo meñique.
Lo sacó la vieja y vio que era un niño pequeñito, pequeñito, que apenas levantaba del suelo. Y le puso de nombre Niñomeñique.
-¿Dónde está mi padre? -preguntó el niño.
-Trabajando en el campo.
-Iré a ayudarle.
-Bueno, hijito.
Conque se fue al campo.
-Que Dios te acompañe, bátiushka -saludó.
-¡Qué cosa tan rara! -exclamó el viejo mirando a su alrededor-. Oigo una voz humana, pero no veo a nadie. ¿Quién me habla?
-Soy yo, tu hijo.
-Pero si yo no he tenido hijos en mi vida...
-Es que acabo de venir a este mundo. Estaba mi mátushka picando coles para hacer un pastel y se cortó el dedo meñique. Ella lo echó a la estufa y aparecí yo. Por eso soy Niño-meñique. He venido a ayudarte a arar la tierra. Siéntate, bátiushka, toma un bocado y descansa un poco.
Muy contento, el viejo se sentó a almorzar mientras Niñomeñique araba la tierra metido en una oreja del caballo para guiarlo. Pero antes le había dicho a su padre:
-Si alguien dice que quiere comprarme, tú véndeme y no te preocupes, que no me pasará nada y volveré a casa.
En esto pasó por allí un barin y se quedó pasmado al ver que el caballo tiraba del arado y el arado abría un surco, pero no había nadie por allí.
-¡Eso sí que no lo había visto ni lo había oído nunca! ¡Un caballo que ara él solo...!
-¿Pero estás ciego? -replicó el viejo. Está arando mi hijo. 
-Véndemelo.
-No, de ninguna manera. Es la única alegría, el único consuelo que tenemos mi vieja y yo.
-Véndemelo, hombre -insistió el barin.
-Bueno, pues dame mil rublos y tuyo es.
-¿Tan caro?
-Ya estás viendo que es pequeño, pero sabe mucho, tiene el pie ligero, es listo para los recados...
El barin pagó los mil rublos, cogió al niño, se lo metió en un bolsillo y se dirigió a su casa. Pero Niño-meñique le hizo una faena en el bolsillo, luego abrió un agujero y se escapó.
Anda que te anda, le sorprendió la noche oscura. Se guareció debajo de una brizna de hierba, justo al lado del camino, y se dispuso a pasar la noche allí. En esto pasaron tres ladrones.
-Hola, buenos mozos -saludó Niño-meñique.
-Hola.
-¿Adónde vais?
-A casa del pope.
-¿A qué?
-A robarle bueyes.
-Llevadme a mí también.
-¿Para qué nos sirves? Lo que necesitamos nosotros es un mocetón que, de un golpe, le deje tieso a cualquiera.
-Yo también os puedo servir: me meteré por debajo del portón y os abriré.
-No está mal pensado. Ven con nosotros.
Los cuatro llegaron hasta la casa de un rico pope. Niño-meñique se metió por debajo del portón, abrió a los demás y dijo:
-Vosotros, hermanos, no os mováis de aquí. Yo me colaré en el establo, elegiré al mejor de los bueyes y os lo traeré.
-Bueno.
Se metió el chico en el establo y desde allí preguntó a voces:
-¿De qué color queréis el buey: negro o canelo?
-No alborotes -contestaron los ladrones. Saca al que encuentres más a mano.
Niño-meñique les sacó el mejor de todos. Los ladrones lo condujeron al bosque, lo degollaron, lo desollaron y se pusieron a repartirse la carne.
-Yo me quedo con el estómago, hermanos -dijo Niño-meñique. Con eso me basta.
Cuando le dieron el estómago se metió dentro para pasar allí la noche durmiendo. Los ladrones se repartieron la carne y se fueron a sus casas.
Pasó un lobo hambriento y se tragó el estómago del buey con el chico dentro. El estaba vivo y tan campante en la panza del lobo.
En cambio, el lobo empezó a pasarlo muy mal. Veía un rebaño paciendo mientras dormía el pastor, pero en cuanto iba acercándose para llevarse una oveja, Niño-meñique se ponía a gritar con todas sus fuerzas:
-¡Pastor, pastor dormilón! ¡Aquí está el lobo ladrón!
Se despertaba el pastor, arremetía contra el lobo a estacazos, azuzaba a los perros, que se liaban con él a dentelladas, y el infeliz escapaba todo maltrecho.
Escuálido, el lobo estaba ya a punto de morirse de hambre.
-Sal de mi panza -le rogó.
-Llévame hasta la casa de mis padres y entonces saldré -contestó Niño-meñique.
El lobo corrió a la aldea y se metió en casa de los viejos. Niño-meñique salió entonces de la panza del lobo por detrás, lo agarró del rabo y gritó:
-¡Al lobo! ¡A él!
El viejo empuñó una estaca, la vieja otra y estuvieron apaleándole hasta que lo dejaron seco. Le quitaron la piel y con ella le hicieron una pelliza al hijo.
Desde entonces vivieron juntos, tan campantes.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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