Eranse un
viejo y una vieja. Un día que estaba la vieja picando coles se le escapó el
cuchillo y se cortó el dedo meñique. Agarró el dedo y lo echó a la estufa. De
pronto le pareció que, detrás de la estufa, alguien decía con palabra humana:
-iMátushka!
Sácame de aquí.
Asombrada,
preguntó después de santiguarse; ¿Quién habla?
-Yo, tu
hijo. He nacido de tu dedo meñique.
Lo sacó
la vieja y vio que era un niño pequeñito, pequeñito, que apenas levantaba del
suelo. Y le puso de nombre Niñomeñique.
-¿Dónde
está mi padre? -preguntó el niño.
-Trabajando
en el campo.
-Iré a
ayudarle.
-Bueno,
hijito.
Conque se
fue al campo.
-Que Dios
te acompañe, bátiushka -saludó.
-¡Qué
cosa tan rara! -exclamó el viejo mirando a su alrededor-. Oigo una voz humana,
pero no veo a nadie. ¿Quién me habla?
-Soy yo,
tu hijo.
-Pero si
yo no he tenido hijos en mi vida...
-Es que
acabo de venir a este mundo. Estaba mi mátushka picando coles para hacer un
pastel y se cortó el dedo meñique. Ella lo echó a la estufa y aparecí yo. Por
eso soy Niño-meñique. He venido a ayudarte a arar la tierra. Siéntate,
bátiushka, toma un bocado y descansa un poco.
Muy
contento, el viejo se sentó a almorzar mientras Niñomeñique araba la tierra metido
en una oreja del caballo para guiarlo. Pero antes le había dicho a su padre:
-Si
alguien dice que quiere comprarme, tú véndeme y no te preocupes, que no me
pasará nada y volveré a casa.
En esto
pasó por allí un barin y se quedó pasmado al ver que el caballo tiraba del
arado y el arado abría un surco, pero no había nadie por allí.
-¡Eso sí
que no lo había visto ni lo había oído nunca! ¡Un caballo que ara él solo...!
-¿Pero
estás ciego? -replicó el viejo. Está arando mi hijo.
-Véndemelo.
-Véndemelo.
-No, de
ninguna manera. Es la única alegría, el único consuelo que tenemos mi vieja y
yo.
-Véndemelo,
hombre -insistió el barin.
-Bueno,
pues dame mil rublos y tuyo es.
-¿Tan
caro?
-Ya estás
viendo que es pequeño, pero sabe mucho, tiene el pie ligero, es listo para los
recados...
El barin
pagó los mil rublos, cogió al niño, se lo metió en un bolsillo y se dirigió a
su casa. Pero Niño-meñique le hizo una faena en el bolsillo, luego abrió un
agujero y se escapó.
Anda que
te anda, le sorprendió la noche oscura. Se guareció debajo de una brizna de
hierba, justo al lado del camino, y se dispuso a pasar la noche allí. En esto
pasaron tres ladrones.
-Hola,
buenos mozos -saludó Niño-meñique.
-Hola.
-¿Adónde
vais?
-A casa
del pope.
-¿A qué?
-A
robarle bueyes.
-Llevadme
a mí también.
-¿Para
qué nos sirves? Lo que necesitamos nosotros es un mocetón que, de un golpe, le
deje tieso a cualquiera.
-Yo
también os puedo servir: me meteré por debajo del portón y os abriré.
-No está
mal pensado. Ven con nosotros.
Los
cuatro llegaron hasta la casa de un rico pope. Niño-meñique se metió por debajo
del portón, abrió a los demás y dijo:
-Vosotros,
hermanos, no os mováis de aquí. Yo me colaré en el establo, elegiré al mejor de
los bueyes y os lo traeré.
-Bueno.
Se metió
el chico en el establo y desde allí preguntó a voces:
-¿De qué
color queréis el buey: negro o canelo?
-No
alborotes -contestaron los ladrones. Saca al que encuentres más a mano.
Niño-meñique
les sacó el mejor de todos. Los ladrones lo condujeron al bosque, lo
degollaron, lo desollaron y se pusieron a repartirse la carne.
-Yo me
quedo con el estómago, hermanos -dijo Niño-meñique. Con eso me basta.
Cuando le
dieron el estómago se metió dentro para pasar allí la noche durmiendo. Los
ladrones se repartieron la carne y se fueron a sus casas.
Pasó un
lobo hambriento y se tragó el estómago del buey con el chico dentro. El estaba
vivo y tan campante en la panza del lobo.
En
cambio, el lobo empezó a pasarlo muy mal. Veía un rebaño paciendo mientras
dormía el pastor, pero en cuanto iba acercándose para llevarse una oveja,
Niño-meñique se ponía a gritar con todas sus fuerzas:
-¡Pastor,
pastor dormilón! ¡Aquí está el lobo ladrón!
Se
despertaba el pastor, arremetía contra el lobo a estacazos, azuzaba a los
perros, que se liaban con él a dentelladas, y el infeliz escapaba todo
maltrecho.
Escuálido,
el lobo estaba ya a punto de morirse de hambre.
-Sal de
mi panza -le rogó.
-Llévame
hasta la casa de mis padres y entonces saldré -contestó Niño-meñique.
El lobo
corrió a la aldea y se metió en casa de los viejos. Niño-meñique salió entonces
de la panza del lobo por detrás, lo agarró del rabo y gritó:
-¡Al
lobo! ¡A él!
El viejo
empuñó una estaca, la vieja otra y estuvieron apaleándole hasta que lo dejaron
seco. Le quitaron la piel y con ella le hicieron una pelliza al hijo.
Desde entonces
vivieron juntos, tan campantes.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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