Allá en tiempos remotos, cuando
este mundo de Dios estaba lleno de silvanos, brujas y ondinas, cuando los ríos
eran de leche y las orillas de dulce, cuando revoloteaban por los campos las
perdices asadas, vivía un soberano llamado Zar-Guisante con su esposa la zarina Anastasia la Bella. Estos
soberanos tenían tres hijos, tres zaréviches.
Un día sucedió una gran desgracia:
un espíritu maligno robó a Anastasia. Entonces el hijo mayor le dijo a su
padre:
-Dame tu bendición, bátiushka, e iré a buscar a nuestra
madre.
Conque se marchó, y ya no se supo
nada de él. Transcurrieron tres años así, y el hijo segundo dijo también:
-Dame tu bendición, bátiushka, y me pondré en camino. Quizá
tenga yo la suerte de encontrar a mi hermano y a nuestra madre.
El zar le dio su bendición. Pero, igual que sucedió con el primero,
ya no se supo nada de él. Era como si se lo hubiera tragado la tierra. Se
presentó entonces al zar el menor de los hijos, el zarévich Iván.
-Bátiushka querido, dame tu bendición para ponerme en camino. Quizá
encuentre a mis hermanos y a nuestra madre.
-Está bien, hijo mío.
El zarévich partió para tierras lejanas y, al cabo de mucho cabalgar,
se encontró ante el mar azul. Se había detenido en la orilla preguntándose
hacia dónde debía dirigirse, cuando llegaron volando treinta y tres garzas que,
al posarse en el suelo, se convirtieron en hermosas doncellas. Todas eran
bellas, pero una más aún. Se quitaron la ropa y entraron en el agua.
Mientras se bañaban, no sé si mucho
o poco tiempo, el zarévich Iván
llegó sigilosamente hasta donde habían dejado sus ropas, cogió el cinturón de
la más bella y se lo guardó en el pecho. Las doncellas volvieron a la orilla
después de bañarse y cuando se vistieron notaron la falta de un cinturón.
-¡Oh, zarévich Iván! Devuélveme el cinturón -pidió la más bella.
-Dime primero dónde está mi madre.
-Tu madre vive en casa de Cuervo
Cuervovich, mi padre. Remonta la orilla del mar hasta que veas a un pájaro de
plata con la moña de oro. Adondequiera que dirija su vuelo, tú síguele.
El zarévich Iván le devolvió el cinturón y cabalgó remontando la
orilla del mar. Entonces se encontró con sus hermanos y, después de
abrazarlos, les dijo que fueran con él.
Cabalgaban juntos al borde del mar
cuando vieron a un pájaro de plata con la moña de oro. Galoparon tras él. El
pájaro iba vuela que te vuela y de pronto se precipitó en un pozo muy profundo
que había debajo de una plancha de hierro.
-Hermanos míos -dijo entonces el zarévich Iván, dadme vuestra bendición
en nombre de nuestro padre y de nuestra madre. Bajaré a ese pozo para ver qué
tierras extrañas hay al fondo y enterarme de si está allí nuestra madre.
Los hermanos le dieron su
bendición. El zarévich se montó en un
travesaño que los hermanos bajaron sujeto por unas cuerdas y descendió a aquel
pozo profundo. Estuvo bajando nada menos que tres años justos.
Fue caminando y caminando hasta que
vio un reino de cobre. En el palacio estaban treinta y tres doncellas-garzas
bordando unos lienzos con preciosos dibujos de ciudades y pueblos-.
-¡Hola, zarévich Iván! -dijo la zarevna
del reino de cobre-. ¿A dónde vas y qué camino sigues?
-Voy a buscar a mi madre.
-Tu madre está en casa de mi padre,
Cuervo Cuervovich. Es astuto y sabio: ha volado por los montes y los valles,
por las grutas y las nubes. A ti, apuesto mancebo, te matará. Toma este ovillo:
él te conducirá hasta mi hermana mediana: escucha lo que te aconseje. Y cuando
vuelvas no te olvides de mí.
El zarévich echó a rodar el ovillo y fue tras él.
De esta manera llegó al reino de
plata, donde había también treinta y tres doncellas-garzas. La zarevna del reino de plata dijo:
-Nunca hasta ahora habíamos visto
ni oído nada ruso, y ahora llegas tú en persona. Y dime, zarévich Iván: ¿huyes de alguna empresa o vas bus-cando aventuras?
-Voy en busca de mi madre, hermosa
doncella.
-Tu madre está en casa de Cuervo
Cuervovich, mi padre. Es astuto y sabio: ha volado por los montes y los valles,
por las grutas y las nubes. ¡Ay, zarévich!
¿Sabes que te matará? Toma este ovillo, síguele hasta donde está mi hermana
menor, y continúa adelante o vuelve para atrás según ella te aconseje.
De esta manera llegó el zarévich Iván al reino de oro, donde
también había treinta y tres doncellas bordando. Entre ellas, la más esbelta,
la más perfecta, era la zarevna del
reino de oro, tan bella que nadie sería capaz de pintarla ni describirla.
-¡Hola, zarévich Iván! -saludó. ¿A dónde vas y qué camino sigues?
-Voy a buscar a mi madre.
-Tu madre está en casa de mi padre,
Cuervo Cuervovich. Es astuto y sabio: ha volado por los montes y los valles,
por las grutas y las nubes. ¡Ay, zarévich
Iván! ¿Sabes que te matará? Toma este ovillo y síguele hasta el reino de las
perlas. Allí está tu madre. Al verte se alegrará mucho y en seguida ordenará a
sus criados que te sirvan vino nuevo. Tú no lo aceptes. Pide que te sirvan vino
de tres años del que hay en la alacena y una corteza de pan para acompañarlo.
Y otra cosa que no debes olvidar: mi padre tiene en el patio dos tinajas de
agua. Una es agua recia y la otra es agua floja. Cambia las tinajas de sitio y
bebe del agua recia.
Los dos jóvenes estuvieron luego
platicando mucho rato y se enamoraron tanto el uno de la otra, que no encontraban
el momento de despedirse. Pero no quedaba otro remedio. El zarévich Iván se despidió y reanudó su camino.
Al cabo de mucho caminar llegó
finalmente al reino de las perlas. La madre se llevó una gran alegría al
verle.
-¡Servidle a mi hijo vino nuevo!
-ordenó a sus criadas.
-Yo no bebo de ese vino. Prefiero
el de tres años. Y, para acompañar, me basta una corteza de pan.
Bebió vino de tres años, se comió
la corteza de pan, luego salió al patio, que era muy espacioso, cambió las
tinajas de sitio y se puso a beber agua recia.
De repente llegó volando Cuervo
Cuervovich. Venía resplandeciente como un día de sol, pero al ver al zarévich Iván se ensombreció igual que
una noche tenebrosa. Corrió hacia una tinaja y se puso a beber agua floja. El zarévich aprovechó para subirse de un
salto a sus alas. Cuervo Cuervovich se remontó a gran altura y le llevó de un
lado para otro, por los montes y los valles, por las grutas y las nubes. Luego
empezó a preguntarle:
-¿Qué te propones, zarévich Iván? ¿Quieres una fortuna?
-No. Lo único que necesito es que
me des una pluma mágica.
-¡Quiá! ¡Tú no sabes lo que pides!
Y de nuevo le llevó de un lado para
otro, por los montes y los valles, por las grutas y las nubes. Pero el zarévich Iván iba bien agarrado. Hizo
fuerza con todo su peso y estuvo a punto de partirle las alas. Cuervo
Cuervovich lanzó un grito:
-¡No! No me partas las alas. Toma
la pluma mágica.
Le entregó la pluma mágica al
zarévich Iván, se convirtió en un cuervo corriente y se fue volando hacia unas
montañas muy altas.
El zarévich Iván volvió al reino de las perlas, recogió a su madre y
emprendió el regreso. Cuando se marchaban vio que el reino de las perlas se
hacía un ovillo y echaba a rodar detrás de ellos. Así volvió al reino de oro,
luego al de plata y luego al de cobre, recogiendo a las tres bellas zarevnas.
En cuanto a los reinos, se hicieron un ovillo cada uno y echaron a rodar
detrás de ellos. Al pie del pozo, el zarévich
hizo sonar su cuerno de oro.
-¡Hermanos míos! -gritó-. Si estáis
ahí, ya sabéis lo que debéis hacer.
Los hermanos escucharon el cuerno,
tiraron de las cuerdas y sacaron a la luz del día a una hermosa doncella: la
zarevna del reino de cobre. Nada más verla empezaron a discutir, porque ninguno
quería cedérsela al otro.
-No tenéis por qué discutir,
apuestos mancebos. Abajo hay otra doncella más linda que yo.
Los zaréviches descendieron las cuerdas con el travesaño y sacaron a
la luz del día a la zarevna del reino
de plata. Volvieron a discutir, llegaron a las manos porque uno decía que le
correspondía a él y el otro que debía ser suya.
-No regañéis, apuestos mancebos.
Abajo hay otra doncella más linda todavía.
Los zaréviches dejaron de pelearse, descendieron las cuerdas con el
travesaño y sacaron a la zarevna del
reino de oro. Iban a enzarzarse otra vez, pero la bella zarevna los detuvo con estas palabras:
-Abajo espera vuestra madre.
Sacaron del pozo a su madre y
finalmente bajaron las cuerdas con el travesaño para que saliera el zarévich Iván, pero cortaron las cuerdas
cuando estaba a mitad de camino.
El zarévich cayó precipitado hasta el fondo y fue tan fuerte el golpe,
que permaneció seis meses sin conocimiento. Cuando volvió en sí miró a su
alrededor, recordó todo lo sucedido y entonces sacó del bolsillo la pluma
mágica y pegó con ella en el suelo. Al instante aparecieron doce muchachos.
-¿Qué ordenáis, zarévich Iván?
-Sacadme a la luz del día.
Los muchachos le agarraron por los
brazos y le sacaron a la luz del día.
El zarévich Iván indagó lo que había sido de sus hermanos, enterándose
de que estaban casados desde hacía ya tiempo: el mediano con la zarevna del reino de cobre y el mayor
con la zarevna del reino de plata. En
cuanto a la que se había comprometido con él, no aceptaba casarse con nadie.
Entonces se le ocurrió al anciano padre del zarévich Iván tomarla él por esposa. Para ello convocó al consejo,
acusó a la zarina, madre de sus hijos, de tener comercio con los espíritus
malignos y ordenó que fuera decapitada. Después de la ejecución preguntó a la zarevna del reino de oro:
-¿Te casarás conmigo?
-Me casaré cuando me regales unos
chapines hechos sin tomarme medida.
El zar hizo pregonar un bando para que se presentara en palacio toda
persona capaz de hacerle unos chapines a la zarevna
sin tomarle medida. Precisamente por entonces llegó el zarévich Iván a su tierra y entró a trabajar en casa de un
viejecillo. Al enterarse del bando le dijo:
-Ve a palacio, abuelo, y di que
aceptas el encargo. Yo haré los chapines, pero no debes hablar de mí.
El viejo se presentó en palacio.
-Estoy dispuesto a hacer ese
trabajo -le dijo al zar.
El zar le dio los materiales necesarios para un par de chapines y le
advirtió:
-No me fallarás, ¿eh?
-No temas, señor y soberano: mi
hijo es zapatero.
De vuelta a su casa, el viejecillo
le dio los materiales al zarévich
Iván. Este los hizo pedazos, los tiró por la ventana y luego abrió el reino de
oro, de donde extrajo unos chapines.
-Toma y llévaselos al zar -le dijo al viejecillo.
El zar se alegró mucho y le preguntó con mayor insistencia a la zarevna cuándo se casaban.
-Me casaré cuando me regales un
vestido hecho sin tomarme medida.
Lleno de ardor, el zar convocó a
todos los sastres, prometiendo una gran recompensa a quien hiciese un vestido
para la zarevna sin tomar medidas. El zarévich Iván le dijo al viejecillo:
-Ve a palacio, abuelo, recoge la
tela y yo haré el vestido. Pero no hables de mí.
El viejecillo fue renqueando hasta
palacio, recogió los brocados y los terciopelos que le dieron y se los entregó
al zaréuích Iván al volver a su casa. El zarévich
agarró las tijeras, hizo pedazos los brocados y los terciopelos y los tiró por
la ventana. Luego abrió el reino de oro, de donde extrajo el mejor vestido que
encontró.
-Toma: llévalo a palacio -le dijo
al viejo.
El zar se puso loco de contento.
-¿No deberíamos ir ya a casarnos,
amada mía? -le preguntó a la zarevna.
Pero ella le contestó:
-Me casaré contigo cuando hagas
venir al hijo de ese viejecillo y ordenes que le hiervan en leche.
Sin pensarlo poco ni mucho, el zar
ordenó que ese mismo día se recogiera un cubo de leche en cada casa para llenar
un enorme caldero que se puso a hervir sobre una gran hoguera.
Conducido a palacio por la guardia,
el zarévich Iván se despidió de todo el mundo, besó la tierra y luego fue
arrojado al caldero. Salió una vez a la superficie, luego otra y finalmente
saltó al suelo, tan apuesto y tan bien parecido, que nadie podría describirlo
ni pintarlo.
-Mira -le dijo entonces la zarevna
al zar- y dime si debo casarme contigo, tan viejo, o con este caballero tan apuesto.
El zar se dijo: «Si también me baño en leche, me volveré igual de
joven y apuesto. » Sin más, se zambulló en el caldero y murió hervido en leche.
El zarévich Iván fue entonces a
desposarse con la zarevna del reino
de oro y vivieron muchos años en la opulencia, felices y contentos.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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