El zar
Dodón tenía tres hijas. Un día le visitó, para pedirle la mano de una de ellas,
el zarévich Iván, que tenía las piernas de plata hasta las rodillas, los brazos
de oro hasta los codos, un sol esplendoroso en la frente y una luna límpida en
la nuca. Al hacer su petición dijo:
-Me
casaré con la que, en tres preñeces, me dé siete muchachos que tengan, como yo,
las piernas de plata hasta las rodillas, los brazos de oro hasta los codos, un
sol esplendoroso en la frente y una luna límpida en la nuca.
Se
adelantó la menor, María Dodónovna, y afirmó:
-Yo te
daré, en tres preñeces, siete recios muchachos mejores que tú.
Aquel
arranque le gustó al zarévich, y se casó con ella. Pasó el tiempo, la zarevna
María se quedó embarazada, pero el zarévich tuvo que hacer un viaje de
inspección a sus tropas.
-¿Vas a
dejarme sola?
-Diré que
llamen a una de tus hermanas.
Hicieron
venir a una hermana y él se marchó.
Poco
después dio a luz la zarevna María tres hermosos niños con las piernas de plata
hasta las rodillas, los brazos de oro hasta los codos, un sol esplendoroso en
la frente y una luna límpida en la nuca. Desgraciadamente para ella, también
por entonces parió una perra.
La
hermana agarró a los hijos de María, los abandonó en una isla y, cuando regresó
el zarévich Iván, le presentó tres cachorros diciendo:
-Mira los
tres perrillos que ha traído al mundo tu mujer después de tanto presumir.
-Esperemos
a la segunda preñez -contestó el zarévich Iván.
De nuevo
quedó embarazada la zarevna María, y de nuevo tuvo que marcharse el zarévich
Iván a inspeccionar sus tropas. Durante su ausencia, la zarevna dio a luz otros
tres hermosos niños. Desgraciadamente para ella, también por entonces parió una
perra.
La
hermana agarró a los niños y, sin mostrárselos a la madre, los abandonó en la
isla. Cuando el zarévich regresó, le dijo:
-Mira:
después de tanto presumir, otra vez ha traído al mundo tu mujer tres perrillos.
-Esperemos
a la tercera preñez -contestó el zarévich.
Por
tercera vez quedó embarazada María Dodónovna, y por tercera vez tuvo que
marcharse el zarévich Iván a inspeccionar sus tropas.
La
zarevna dio a luz un niño; pero, desgraciadamente para ella, también parió una
perra.
María
Dodónovna no le mostró a nadie aquel niño, sino que lo escondió entre la ropa y
el cuerpo.
-Si no me
enseñas a esa criatura, te ahogo -la amenazó su hermana.
Pero ella
no se lo enseñó.
Cuando
regresó el zarévich Iván, la hermana le presentó un cachorro.
-Mira:
después de tanto presumir, tu mujer ha tenido otra vez un perrillo.
Entonces
el zarévich Iván encerró a su mujer en un tonel, que fue lanzado al mar azul.
Anduvo flotando sobre las aguas mientras el niño crecía más y más... Hasta que
empezó a hablar.
-Mátushka,
¿puedo enderezarme? -preguntó una vez.
-No,
corazón. No se nota ningún roce. Eso es que hay mucha profundidad todavía
debajo del tonel y podríamos irnos a pique.
El tonel
siguió flotando, flotando, conforme se acercaba más y más a otra orilla. Hasta
que se oyó que rozaba el fondo.
-¿Y
ahora, mátushka? Ahora hemos embarrancado. ¿Puedo enderezarme?
-Ahora,
sí.
El
muchacho se enderezó y reventaron los aros del tonel.
Salieron
del tonel, pusieron pie en la isla y anduvieron por allí buscando un camino que
los llevara a alguna parte. Anda que te anda, encontraron un sendero. Siguieron
aquel sendero. Anda que te anda, encontraron una casa. Entraron en la casa,
miraron aquí y allá... Encima de las sillas había camisas usadas, sucias. María
Dodónovna cogió aquellas camisas, las lavó, las enjuagó, las puso a secar, las
planchó y las dejó en la parte anterior de la casa.
Encima de
la mesa había cacharros sucios: alguien, después de comer, lo había dejado allí
todo. María Dodónovna también fregó los cacharros, los secó, barrió la casa...
Todo lo dejó recogido y limpio. Luego le dijo a su hijo:
-Parece
que alguien se acerca. Vamos a escondernos detrás de la estufa.
Se
escondieron detrás de la estufa y al poco rato vieron entrar a seis muchachos.
Entraron, y se llevaron una gran alegría al ver que todo estaba limpio y
recogido en la casa.
-¿Quién
ha limpiado y recogido aqui -preguntaron. Que salga quien sea. Si eres
hermosa doncella, te aceptaremos por hermana nuestra. Si eres mujer de más
años, te aceptaremos como madre.
María
Dodónovna salió de detrás de la estufa. Los seis jóvenes corrieron a abrazarla
diciendo:
-¿Quieres
ser nuestra madre?
Se
quedaron a vivir todos allí.
-¿Desde
dónde has venido, madre querida? -preguntaron los jóvenes.
-Yo
estaba casada con el zarévich Iván. De la primera preñez le di tres niños con
las piernas de plata hasta las rodillas, los brazos de oro hasta los codos, un
sol esplendoroso en la frente y una luna límpida en la nuca. Mi hermana los
cogió, se los llevó no sé adónde y a mi marido le dijo: «Después de tanto
presumir, tu mujer ha parido tres perrillos.» El zarévich Iván no me hizo nada,
esperando otra preñez. Entonces di a luz otros tres niños. Mi hermana se los
llevó también no sé adónde y a mi marido le presentó tres perrillos. El
zarévich Iván no me hizo nada hasta la tercera preñez. A la tercera vez di a
luz un niño, pero lo escondí entre la ropa y el cuerpo. Mi hermana corrió a
decirle a mi marido: «Después de tanto presumir, tu mujer ha parido otra vez un
perrillo.» El zarévich Iván nos encerró en un tonel que fue lanzado al mar
azul. Estuvimos mucho tiempo flotando sobre las olas. Mi hijo creció, se
incorporó, y el tonel reventó. Pusimos el pie en esta isla y llegamos a vuestra
casa. Y vosotros, hijitos míos, ¿dónde nacisteis, dónde os habéis criado?
-Dónde
nacimos, ni nosotros mismos lo sabemos. Pero nos hemos criado en esta isla. Nos
amamantó una leona con su leche.
Los
jóvenes se quitaron entonces los gorros, y María Dodónovna pudo ver que todos
tenían un sol esplendoroso en la frente y una luna límpida en la nuca.
-¡Hijitos
míos queridos! ¡Vosotros sois los que yo traje al mundo! -exclamó la zarevna
María y, de la alegría, cayó al suelo como muerta.
Ellos la
levantaron, le frotaron las manos y las sienes y ella recobró el sentido.
-¡Madre!
Danos tu bendición para que vayamos en busca de nuestro padre.
-¡Que
Dios os bendiga!
Los siete
se pusieron en camino, llegaron hasta el reino donde vivía'el zarévich Iván y
pregunta-ron por él. En seguida les dejaron entrar en el palacio. Los muchachos
se calaron bien los gorros sobre la frente, entraron en el aposento donde se
encontraba el zarévich Iván y preguntaron:
-¿Os
agradaría escuchar una pequeña historia?
-Pues
sí... Me encantan las historias.
Ellos
contaron entonces cómo los abandonó su malvada tía en la isla, cómo se criaron
y cómo los había encontrado su madre. Luego se quitaron los gorros.
El
zarévich Iván vio que tenían las piernas de plata hasta las rodillas, los
brazos de oro hasta los codos, un sol esplendoroso en la frente y una luna
límpida en la nuca, y los reconoció como sus hijos.
Sin
perder un instante, envió mensajeros en busca de su esposa.
En cuanto
a la perversa cuñada, la ató a la cola de un potro y le pegó un fustazo al animal,
que partió como una flecha a campo traviesa y la despe-dazó arrastrándola por
los matorrales y los barrancos.
María
Dodónovna volvió a casa de su esposo y juntos vivieron felices y en la
opulencia.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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