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martes, 20 de agosto de 2013

Las artes magicas

Eranse un viejo y una vieja que tenían un hijo llamado Fiódor. El viejo, que quería ver a su hijo preparado para hacer frente a la vida, lo llevó a casa de un rico mercader para que estuviera allí aprendiendo durante tres años. Porque aquel mercader era tan listo, que sabía cuanto se puede saber en el mundo.
Pasados los tres años, marchó el viejo a recoger a su hijo. Este le vio venir cuando estaba ya cerca, se convirtió en halcón, voló a su encuentro y se posó sobre su cabeza. El viejo se sobresaltó, preguntándose qué querría de él aquel pájaro.
El halcón saltó de su cabeza, pegó contra la tierra húmeda y quedó convertido en un mancebo tan apuesto, que nadie podría imaginárselo más que en un cuento de hadas. ¡Imposible encontrar otro igual en el mundo! Entonces dijo:
-Buenos días, bátiushka. Ya sé que vienes a buscarme, pero te costará trabajo conseguirlo. El mercader te presentará treinta potros, todos igualitos, y te dirá que me reconozcas entre ellos. Yo seré el tercero de la derecha. Fíjate bien y agarra a ese potro por la brida diciendo: «¡Este es mi hijo!»
Con estas palabras volvió a convertirse Fiódor en halcón y marchó volando por donde había venido.
Llegó el viejo a casa del mercader, llamó y dijo:
-Señor mercader, devuélveme a mi hijo.
-Bueno, pero tienes que reconocerlo primero.
El mercader fue a la cuadra y sacó treinta potros, todos igualitos, que se colocaron en fila escarbando la tierra con los cascos.
El viejo se acercó a ellos, los miró atentamente, agarró por la brida al tercero de la derecha y dijo:
-¡Este es mi hijo!
-Cierto -replicó el mercader. Ese es tu hijo. Pero no voy a devolvértelo así como así. Ven mañana y haremos la prueba otra vez.
A la mañana siguiente se levantó el viejo muy tempranito, se aseó con mucho cuidado, se vistió rápidamente y se encaminó a casa del mercader. El hijo se convirtió de nuevo en halcón, voló a su encuentro y se posó sobre su cabeza. El viejo se sobresaltó preguntándose qué querría de él aquel pájaro.
El halcón saltó de su cabeza, pegó contra la tierra y se convirtió en un mozo tan bien plantado, que nadie podría imaginárselo más que en un cuento de hadas. Entonces dijo:
-Buenos días, bátiushka. Ya sé que vienes a buscarme, pero te costará trabajo conseguirlo y más aún reconocerme. El mercader te presentará treinta doncellas, todas igualitas. Pero fíjate bien: yo me clavaré alfileres en la trenza. Tú pásales la mano por la cabeza a todas las doncellas y, cuando notes que te has pinchado, agarra a esa doncella de la mano y di: «¡Este es mi hijo!»
Dicho lo cual, Fiódor se fue volando otra vez como halcón.
-Señor mercader -llamó el viejo cuando llegó a la casa-: devuélveme a mi hijo.
Conque el mercader sacó al jardín a treinta doncellas, todas igualitas, y dijo:
-Adivina cuál es tu hijo.
El viejo se acercó a mirarlas y les fue pasando la mano por la cabeza. A la primera no notó nada, a la segunda tampoco, pero a la tercera se pinchó un dedo. Entonces agarró a aquella doncella por la mano y dijo:
-Este es mi hijo.
-Cierto -replicó el mercader. Ese es tu hijo. Pero no voy a devolvértelo así como así. Ven por la mañana y haremos la prueba otra vez.
El viejo se marchó a su casa, muy atribulado, y el mercader le dijo al muchacho:
-El listo no es tu padre: el listo eres tú.
Y se puso a pegarle con tanta saña, que por poco lo mata.
Pasada aquella noche, el viejo se levantó muy tempranito, se aseó con mucho cuidado, se vistió rápidamente y se encaminó a casa del mercader. El hijo le vio venir, se convirtió en halcón, voló a su encuentro y se posó sobre su cabeza. El viejo se sobresaltó otra vez, preguntándose a qué habría venido aquel bicho.
El halcón saltó de su cabeza, pegó contra la tierra y se convirtió en un mozo tan bien plantado, que nadie podría imaginárselo más que en un cuento de hadas. Entonces dijo:
-Buenos días, bátiushka. Ya sé que vienes a buscarme, pero te costará trabajo conseguirlo y más aún reconocerme. Hoy nos convertirá el mercader en treinta halcones, todos igualitos, nos sacará al patio y nos echará granos de trigo candeal. Nosotros nos apiñaremos todos y nos pondremos a picotearlo. Fíjate bien, porque todos picotearán el grano, pero yo estaré corriendo alrededor. Así me reconocerás.
Dicho lo cual, se convirtió en halcón y partió volando.
Igual que las otras veces, llegó el viejo a casa del mercader, llamó y gritó:
-Señor mercader: devuélveme a mi hijo.
El mercader soltó los treinta halcones, todos igualitos, les echó unos puñados de trigo candeal y dijo:
-Adivina cuál es tu hijo.
Todas las aves se habían apiñado y picoteaban el grano, pero uno de los halcones corría alrededor. El viejo se acercó a él, lo agarró por un ala y dijo al mercader:
-Este es mi hijo.
-Bueno, pues llévatelo. Pero el listo no eres tú: el listo es tu hijo -contestó el mercader.
El viejo y Fiódor emprendieron la vuelta a su casa. Así fueron caminando, no sé si poco o mucho, no sé si aprisa o no, porque los cuentos se cuentan pronto, pero las cosas se hacen despacio. También por entonces galopaban por allí unos cazadores de zorros. Precisamente corría uno delante, tratando de escapar.
-Bátiushka -dijo Fiódor: voy a convertirme en perro y agarraré ese zorro. Cuando acudan los cazadores y quieran quitártelo, tú les dices: «Señores cazadores, yo tengo un perro y gracias a él encuentro sustento.» Los cazadores te pedirán: «Véndenos tu perro.» Tú accede, y cóbrales cien rublos.
El hijo se convirtió inmediatamente en perro, se lanzó detrás del zorro y lo agarró. Los cazadores acudieron al galope.
-¡Eh, viejo! -gritaron. ¿Por qué has venido a quitarnos la caza que perseguimos nosotros?
-Señores cazadores -contestó el viejo: yo tengo un perro y gracias a él encuentro sustento.
-Véndenos el perro.
-Bueno.
-¿Y cuánto vale?
-Cien rublos.
Los cazadores le pagaron lo que pedía y se llevaron al perro mientras el viejo continuaba solo hacia su casa. Siguieron los otros con su cacería, cuando de pronto vieron un zorro. Soltaron sus perros, que estuvieron persiguiéndolo no sé cuánto tiempo sin lograr alcanzarlo.
-¿Y si soltáramos al perro que hemos comprado, muchachos? -propuso uno de los cazadores.
Los demás aceptaron la idea y soltaron al perro, que, en cuanto se vio libre, dio alcance al zorro, lo agarró y corrió detrás del viejo. Cuando estuvo a su lado, pegó contra la tierra húmeda y volvió a ser el apuesto mancebo de antes.
Siguieron adelante hasta llegar a un lago donde unos cazadores tiraban a los gansos, los cisnes y los patos grises. En esto se acercó una bandada de gansos. Fiódor le dijo a su padre:
-Bátiushka: voy a convertirme en halcón y a cazar y echar abajo a los gansos. Cuando acudan los cazadores y se pongan a reñirte, tú les dices: «Yo tengo un halcón y gracias a él encuentro sustento.» Luego querrán comprarte el halcón. Tú véndeselo por doscientos rublos.
Convertido al instante en halcón, se remontó por encima de la bandada de gansos y se puso a cazarlos y echarlos abajo. El viejo apenas daba abasto para recogerlos y amontonarlos.
Viendo aquello los cazadores, acudieron donde el viejo.
-¡Eh, viejo! ¿Por qué has venido a quitarnos la caza que perseguimos nosotros?
-Señores cazadores: yo tengo un halcón y gracias a él encuentro sustento.
-¿Quieres vendérnoslo?
-¿Por qué no? Si queréis comprarlo...
-¿Pides mucho por él?
-Doscientos rublos.
Los cazadores le pagaron y se llevaron al halcón mientras el viejo continuaba su camino solo. En esto llegó volando otra bandada de gansos.
-Vamos a soltar el halcón, muchachos -dijo uno de los cazadores.
Nada más soltarlo, el halcón se remontó por encima de la bandada de gansos, mató uno y voló detrás de su padre. Cuando lo alcanzó, pegó contra la tierra húmeda, volviendo a ser el apuesto mancebo de antes. Regresaron a su casa, a su isba pequeña y vieja.
-Bátiushka -dijo Fiódor: voy a convertirme en potro para que me lleves a la feria. Allí me vendes por trescientos rublos: tenemos que comprar madera para construir una isba nueva. Pero fíjate bien en que debes vender el potro sin la brida. De lo contrario, ocurrirá un percance.
Fiódor pegó contra la tierra húmeda, convirtiéndose en potro que el viejo llevó a vender a la feria. Los tratantes le rodearon. También se acercó el mercader, que sabía cuanto se puede saber en la vida.
«Ahí está el que me timó -pensó. Bueno, pues se acordará de mí.»
-Oye, viejo, ¿vendes este potro? -preguntó.
-Sí, señor mercader.
-¿Y por cuánto, di?
-Por trescientos rublos.
-¿Rebajas algo?
-He dicho mi precio. No lo daré por menos.
El mercader pagó y se montó en el potro. El viejo quiso quedarse con la brida, pero él protestó:
-Ya es tarde, buen hombre -y partió a campo traviesa.
Galopó tres días y tres noches sin descanso. El potro estaba casi derren-gado. Entonces fue el mercader a su casa y lo ató muy bien atado en la cuadra. Este mercader tenía unas hijas que, habiendo entrado por casualidad en la cuadra, vieron al potro cubierto de espuma, extenuado.
-¡Cómo ha fatigado nuestro padre a este potro! -dijeron-. Y, encima, lo deja aquí sin darle agua ni pienso.
Las jóvenes lo desataron para llevarlo al abrevadero, pero el potro pegó una espantada, se desprendió y echó a correr a campo traviesa.
-¿Dónde está el potro? -preguntó el mercader.
-Lo desatamos para llevarlo al abrevadero -contestaron las hijas, pero él se soltó y escapó.
Nada más oír aquello, el mercader se convirtió en caballo y partió al galope detrás del potro. Estaba ya a punto de alcanzarlo, pero Fiódor lo oyó y entró en el mar, convirtiéndose en un acerino. El mercader se lanzó tras él, en forma de lucio, y continuó la persecución mar adelante. El acerino se metió de cabeza en el agujero de un cangrejo y, como el lucio sabe muy bien que al acerino, con tantos pinchos como tiene, no se le puede comer por la cola, dijo:
-Date la vuelta hacia acá, acerino.
-¿No eres tú tan listo? -replicó el acerino. Pues prueba a comerme así.
De esa manera permanecieron tres días y tres noches. El lucio se quedó por fin dormido. El acerino salió del agujero y, mar adelante, llegó a cierto reino.
Precisamente entonces había ido una criada de la zarevna a sacar agua del mar. El acerino se convirtió en anillo, un anillo como no se podría encontrar otro mejor en todo el reino, y fue a parar al cubo. La criada le regaló el anillo a la zarevna, que le tomó un cariño tremendo: durante el día lo llevaba puesto y por la noche dormía con el buen mozo.
Enterado el mercader, se presentó en aquel reino para comprar el anillo. Fiódor le dijo entonces a la zarevna:
-Pídele diez mil rublos por el anillo; pero, cuando se lo vayas a dar, déjalo caer al suelo. Yo entonces me convertiré en un puñado de perlas. Una de esas perlas llegará rodando hasta tus pies. Tú escóndela debajo de tu zapato. El mercader se convertirá entonces en gallo, se tragará las perlas y dirá: «Ahora he terminado con mi adversario.» En ese momento, zarevna, levanta el piececito: la última perla se convertirá en gavilán y despedazará al gallo.
El mercader fue a comprar el anillo, la zarevna le cobró diez mil rublos por él y, cuando se lo entregaba, lo dejó caer al suelo como sin querer. El anillo se transformó en un puñado de perlas, una de las cuales llegó rodando hasta los pies de la zarevna, que, en seguida, la escondió debajo de su zapato.
En cuanto al mercader, se transformó en gallo y empezó a tragarse las perlas. Cuando se las tragó todas, dijo:
-Ahora he terminado con mi adversario.
La zarevna levantó el piececito: la perla se transformó en gavilán, que despedazó al gallo. Luego pegó el gavilán contra la tierra húmeda y apareció un galán tan apuesto, que nadie podría imaginárselo más que en un cuento de hadas.
Fiódor se casó con la zarevna y vivieron felices y en la opulencia. Yo estuve también allí, y todo lo que bebí por los labios me corrió, pero en mi boca no entró. Luego me dieron un bonete para que me fuera en un periquete. Y aunque bien quise quedarme, al fin tuve que largarme.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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