Eranse un
viejo y una vieja que tenían un hijo llamado Fiódor. El viejo, que quería ver a
su hijo preparado para hacer frente a la vida, lo llevó a casa de un rico
mercader para que estuviera allí aprendiendo durante tres años. Porque aquel
mercader era tan listo, que sabía cuanto se puede saber en el mundo.
Pasados
los tres años, marchó el viejo a recoger a su hijo. Este le vio venir cuando
estaba ya cerca, se convirtió en halcón, voló a su encuentro y se posó sobre su
cabeza. El viejo se sobresaltó, preguntándose qué querría de él aquel pájaro.
El halcón
saltó de su cabeza, pegó contra la tierra húmeda y quedó convertido en un
mancebo tan apuesto, que nadie podría imaginárselo más que en un cuento de
hadas. ¡Imposible encontrar otro igual en el mundo! Entonces dijo:
-Buenos
días, bátiushka. Ya sé que vienes a buscarme, pero te costará trabajo
conseguirlo. El mercader te presentará treinta potros, todos igualitos, y te
dirá que me reconozcas entre ellos. Yo seré el tercero de la derecha. Fíjate
bien y agarra a ese potro por la brida diciendo: «¡Este es mi hijo!»
Con estas
palabras volvió a convertirse Fiódor en halcón y marchó volando por donde había
venido.
Llegó el
viejo a casa del mercader, llamó y dijo:
-Señor
mercader, devuélveme a mi hijo.
-Bueno,
pero tienes que reconocerlo primero.
El
mercader fue a la cuadra y sacó treinta potros, todos igualitos, que se
colocaron en fila escarbando la tierra con los cascos.
El viejo
se acercó a ellos, los miró atentamente, agarró por la brida al tercero de la
derecha y dijo:
-¡Este es
mi hijo!
-Cierto
-replicó el mercader. Ese es tu hijo. Pero no voy a devolvértelo así como así.
Ven mañana y haremos la prueba otra vez.
A la
mañana siguiente se levantó el viejo muy tempranito, se aseó con mucho cuidado,
se vistió rápidamente y se encaminó a casa del mercader. El hijo se convirtió
de nuevo en halcón, voló a su encuentro y se posó sobre su cabeza. El viejo se
sobresaltó preguntándose qué querría de él aquel pájaro.
El halcón
saltó de su cabeza, pegó contra la tierra y se convirtió en un mozo tan bien
plantado, que nadie podría imaginárselo más que en un cuento de hadas. Entonces
dijo:
-Buenos
días, bátiushka. Ya sé que vienes a buscarme, pero te costará trabajo
conseguirlo y más aún reconocerme. El mercader te presentará treinta doncellas,
todas igualitas. Pero fíjate bien: yo me clavaré alfileres en la trenza. Tú
pásales la mano por la cabeza a todas las doncellas y, cuando notes que te has
pinchado, agarra a esa doncella de la mano y di: «¡Este es mi hijo!»
Dicho lo
cual, Fiódor se fue volando otra vez como halcón.
-Señor
mercader -llamó el viejo cuando llegó a la casa-: devuélveme a mi hijo.
Conque el
mercader sacó al jardín a treinta doncellas, todas igualitas, y dijo:
-Adivina
cuál es tu hijo.
El viejo
se acercó a mirarlas y les fue pasando la mano por la cabeza. A la primera no
notó nada, a la segunda tampoco, pero a la tercera se pinchó un dedo. Entonces
agarró a aquella doncella por la mano y dijo:
-Este es
mi hijo.
-Cierto
-replicó el mercader. Ese es tu hijo. Pero no voy a devolvértelo así como así.
Ven por la mañana y haremos la prueba otra vez.
El viejo
se marchó a su casa, muy atribulado, y el mercader le dijo al muchacho:
-El listo
no es tu padre: el listo eres tú.
Y se puso
a pegarle con tanta saña, que por poco lo mata.
Pasada
aquella noche, el viejo se levantó muy tempranito, se aseó con mucho cuidado,
se vistió rápidamente y se encaminó a casa del mercader. El hijo le vio venir,
se convirtió en halcón, voló a su encuentro y se posó sobre su cabeza. El viejo
se sobresaltó otra vez, preguntándose a qué habría venido aquel bicho.
El halcón
saltó de su cabeza, pegó contra la tierra y se convirtió en un mozo tan bien
plantado, que nadie podría imaginárselo más que en un cuento de hadas. Entonces
dijo:
-Buenos
días, bátiushka. Ya sé que vienes a buscarme, pero te costará trabajo
conseguirlo y más aún reconocerme. Hoy nos convertirá el mercader en treinta
halcones, todos igualitos, nos sacará al patio y nos echará granos de trigo
candeal. Nosotros nos apiñaremos todos y nos pondremos a picotearlo. Fíjate
bien, porque todos picotearán el grano, pero yo estaré corriendo alrededor. Así
me reconocerás.
Dicho lo
cual, se convirtió en halcón y partió volando.
Igual que
las otras veces, llegó el viejo a casa del mercader, llamó y gritó:
-Señor
mercader: devuélveme a mi hijo.
El
mercader soltó los treinta halcones, todos igualitos, les echó unos puñados de
trigo candeal y dijo:
-Adivina
cuál es tu hijo.
Todas las
aves se habían apiñado y picoteaban el grano, pero uno de los halcones corría
alrededor. El viejo se acercó a él, lo agarró por un ala y dijo al mercader:
-Este es
mi hijo.
-Bueno,
pues llévatelo. Pero el listo no eres tú: el listo es tu hijo -contestó el
mercader.
El viejo
y Fiódor emprendieron la vuelta a su casa. Así fueron caminando, no sé si poco
o mucho, no sé si aprisa o no, porque los cuentos se cuentan pronto, pero las
cosas se hacen despacio. También por entonces galopaban por allí unos cazadores
de zorros. Precisamente corría uno delante, tratando de escapar.
-Bátiushka
-dijo Fiódor: voy a convertirme en perro y agarraré ese zorro. Cuando acudan
los cazadores y quieran quitártelo, tú les dices: «Señores cazadores, yo tengo
un perro y gracias a él encuentro sustento.» Los cazadores te pedirán:
«Véndenos tu perro.» Tú accede, y cóbrales cien rublos.
El hijo
se convirtió inmediatamente en perro, se lanzó detrás del zorro y lo agarró.
Los cazadores acudieron al galope.
-¡Eh,
viejo! -gritaron. ¿Por qué has venido a quitarnos la caza que perseguimos
nosotros?
-Señores
cazadores -contestó el viejo: yo tengo un perro y gracias a él encuentro
sustento.
-Véndenos
el perro.
-Bueno.
-¿Y
cuánto vale?
-Cien
rublos.
Los
cazadores le pagaron lo que pedía y se llevaron al perro mientras el viejo
continuaba solo hacia su casa. Siguieron los otros con su cacería, cuando de
pronto vieron un zorro. Soltaron sus perros, que estuvieron persiguiéndolo no
sé cuánto tiempo sin lograr alcanzarlo.
-¿Y si
soltáramos al perro que hemos comprado, muchachos? -propuso uno de los
cazadores.
Los demás
aceptaron la idea y soltaron al perro, que, en cuanto se vio libre, dio alcance
al zorro, lo agarró y corrió detrás del viejo. Cuando estuvo a su lado, pegó
contra la tierra húmeda y volvió a ser el apuesto mancebo de antes.
Siguieron
adelante hasta llegar a un lago donde unos cazadores tiraban a los gansos, los
cisnes y los patos grises. En esto se acercó una bandada de gansos. Fiódor le
dijo a su padre:
-Bátiushka:
voy a convertirme en halcón y a cazar y echar abajo a los gansos. Cuando acudan
los cazadores y se pongan a reñirte, tú les dices: «Yo tengo un halcón y
gracias a él encuentro sustento.» Luego querrán comprarte el halcón. Tú
véndeselo por doscientos rublos.
Convertido
al instante en halcón, se remontó por encima de la bandada de gansos y se puso
a cazarlos y echarlos abajo. El viejo apenas daba abasto para recogerlos y
amontonarlos.
Viendo
aquello los cazadores, acudieron donde el viejo.
-¡Eh,
viejo! ¿Por qué has venido a quitarnos la caza que perseguimos nosotros?
-Señores
cazadores: yo tengo un halcón y gracias a él encuentro sustento.
-¿Quieres
vendérnoslo?
-¿Por qué
no? Si queréis comprarlo...
-¿Pides
mucho por él?
-Doscientos
rublos.
Los
cazadores le pagaron y se llevaron al halcón mientras el viejo continuaba su
camino solo. En esto llegó volando otra bandada de gansos.
-Vamos a
soltar el halcón, muchachos -dijo uno de los cazadores.
Nada más
soltarlo, el halcón se remontó por encima de la bandada de gansos, mató uno y
voló detrás de su padre. Cuando lo alcanzó, pegó contra la tierra húmeda,
volviendo a ser el apuesto mancebo de antes. Regresaron a su casa, a su isba
pequeña y vieja.
-Bátiushka
-dijo Fiódor: voy a convertirme en potro para que me lleves a la feria. Allí
me vendes por trescientos rublos: tenemos que comprar madera para construir una
isba nueva. Pero fíjate bien en que debes vender el potro sin la brida. De lo
contrario, ocurrirá un percance.
Fiódor
pegó contra la tierra húmeda, convirtiéndose en potro que el viejo llevó a
vender a la feria. Los tratantes le rodearon. También se acercó el mercader,
que sabía cuanto se puede saber en la vida.
«Ahí está
el que me timó -pensó. Bueno, pues se acordará de mí.»
-Oye,
viejo, ¿vendes este potro? -preguntó.
-Sí,
señor mercader.
-¿Y por
cuánto, di?
-Por
trescientos rublos.
-¿Rebajas
algo?
-He dicho
mi precio. No lo daré por menos.
El
mercader pagó y se montó en el potro. El viejo quiso quedarse con la brida,
pero él protestó:
-Ya es
tarde, buen hombre -y partió a campo traviesa.
Galopó
tres días y tres noches sin descanso. El potro estaba casi derren-gado. Entonces
fue el mercader a su casa y lo ató muy bien atado en la cuadra. Este mercader
tenía unas hijas que, habiendo entrado por casualidad en la cuadra, vieron al
potro cubierto de espuma, extenuado.
-¡Cómo ha
fatigado nuestro padre a este potro! -dijeron-. Y, encima, lo deja aquí sin
darle agua ni pienso.
Las
jóvenes lo desataron para llevarlo al abrevadero, pero el potro pegó una
espantada, se desprendió y echó a correr a campo traviesa.
-¿Dónde
está el potro? -preguntó el mercader.
-Lo
desatamos para llevarlo al abrevadero -contestaron las hijas, pero él se soltó
y escapó.
Nada más
oír aquello, el mercader se convirtió en caballo y partió al galope detrás del
potro. Estaba ya a punto de alcanzarlo, pero Fiódor lo oyó y entró en el mar,
convirtiéndose en un acerino. El mercader se lanzó tras él, en forma de lucio,
y continuó la persecución mar adelante. El acerino se metió de cabeza en el
agujero de un cangrejo y, como el lucio sabe muy bien que al acerino, con
tantos pinchos como tiene, no se le puede comer por la cola, dijo:
-Date la
vuelta hacia acá, acerino.
-¿No eres
tú tan listo? -replicó el acerino. Pues prueba a comerme así.
De esa
manera permanecieron tres días y tres noches. El lucio se quedó por fin
dormido. El acerino salió del agujero y, mar adelante, llegó a cierto reino.
Precisamente
entonces había ido una criada de la zarevna a sacar agua del mar. El acerino se
convirtió en anillo, un anillo como no se podría encontrar otro mejor en todo
el reino, y fue a parar al cubo. La criada le regaló el anillo a la zarevna,
que le tomó un cariño tremendo: durante el día lo llevaba puesto y por la noche
dormía con el buen mozo.
Enterado
el mercader, se presentó en aquel reino para comprar el anillo. Fiódor le dijo
entonces a la zarevna:
-Pídele
diez mil rublos por el anillo; pero, cuando se lo vayas a dar, déjalo caer al
suelo. Yo entonces me convertiré en un puñado de perlas. Una de esas perlas
llegará rodando hasta tus pies. Tú escóndela debajo de tu zapato. El mercader
se convertirá entonces en gallo, se tragará las perlas y dirá: «Ahora he
terminado con mi adversario.» En ese momento, zarevna, levanta el piececito: la
última perla se convertirá en gavilán y despedazará al gallo.
El
mercader fue a comprar el anillo, la zarevna le cobró diez mil rublos por él y,
cuando se lo entregaba, lo dejó caer al suelo como sin querer. El anillo se
transformó en un puñado de perlas, una de las cuales llegó rodando hasta los
pies de la zarevna, que, en seguida, la escondió debajo de su zapato.
En cuanto
al mercader, se transformó en gallo y empezó a tragarse las perlas. Cuando se
las tragó todas, dijo:
-Ahora he
terminado con mi adversario.
La
zarevna levantó el piececito: la perla se transformó en gavilán, que despedazó
al gallo. Luego pegó el gavilán contra la tierra húmeda y apareció un galán tan
apuesto, que nadie podría imaginárselo más que en un cuento de hadas.
Fiódor se
casó con la zarevna y vivieron felices y en la opulencia. Yo estuve también
allí, y todo lo que bebí por los labios me corrió, pero en mi boca no entró.
Luego me dieron un bonete para que me fuera en un periquete. Y aunque bien
quise quedarme, al fin tuve que largarme.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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