En cierto
reino, que no era nuestro país, vivía un rico mercader. Su esposa era muy
bella, pero la hija que tenían sobrepasaba incluso a su madre en hermosura.
Llegado
su día, la esposa del mercader cayó enferma y murió. El mercader lo sintió
mucho, pero no pudo evitarlo. Conque la enterró, la lloró y padeció, pero luego
empezó a fijarse en su hija. Y, presa de un amor impuro, le dijo:
-Quiero
que peques conmigo.
Hecha un
mar de lágrimas, la hija le rogó y le imploró mucho tiempo para que desechara
semejante idea, pero el mercader no quiso ni oírla.
-Si no
aceptas, te mataré ahora mismo -le dijo.
Finalmente
la hizo pecar por la fuerza y desde ese mismo instante concibió con ella una
criatura.
El
mercader aquel tenía doce dependientes. Apenas advirtió que la hija estaba
preñada, empezó a preguntarle:
-Escucha,
hija querida: cuando des a luz, ¿a quién nombrarás como padre?
-¿A quién
puedo nombrar? A ti y a nadie más.
-No,
hijita, no me nombrarás a mí. Nombra mejor a uno de los depen-dientes.
-Pero,
padre, ¿cómo voy a echar la culpa a un inocente?
Por mucho
que insistió el mercader, ella seguía en sus trece. Y el tiempo iba pasando.
De
repente llegó un emisario del soberano.
-Te llama
el zar.
Llegó el
mercader a palacio.
-¿Qué
ordena vuestra majestad?
-Quiero
que fletes unos barcos y traigas mercaderías del más lejano de los países.
Al zar,
como se sabe, hay que obedecerle. Aunque uno no lo desee, ha de ir adonde él
mande. Conque el mercader ordenó que se hicieran todos los preparativos para la
marcha. Mientras, fue a ver a su hija.
-Te lo
pregunto por última vez: ¿a quién nombrarás cuando des a luz?
-¿A quién
puedo nombrar? A ti y a nadie más.
El
mercader empuñó un afilado sable que había en la pared y le cortó la cabeza. La
sangre brotó como un surtidor. Luego agarró el cadáver, lo llevó al jardín y lo
escondió en la cueva. En cuanto a él, montó en un barco y partió para el más
lejano de los países.
En casa
del mercader todo había quedado a cargo del dependiente principal. Conque la
primera noche soñó que alguien le decía:
-¿Cómo
puedes dormir? ¿No sabes nada de lo que ha ocurrido en la casa?
El
dependiente se despertó, tomó las llaves y fue a inspeccionar los almacenes.
Los había inspeccionado ya todos al parecer, pero aún quedaba una llave que no
había encajado en ninguna cerradura. «Saldré a dar una vuelta por el jardín»,
se dijo.
Nada más
asomar el dependiente al jardín, un ruiseñor que estaba posado en un arbusto
rompió a cantar, y sus trinos eran igual que la palabra humana.
-Apuesto
mancebo -decía: acuérdate de mí que estoy aquí de cuerpo presente.
El
dependiente empezó a rebuscar, hasta que a duras penas dio con la entrada de la
cueva, oculta por la maleza y los árboles. Probó la llave sobrante, y encajó
justamente en aquella cerradura. El dependiente abrió la puerta, entró en la
cueva y encontró allí un ataúd con la muchacha acostada dentro. En torno ardían
cirios de cera virgen y en las paredes resplandecían imágenes enmarcadas en
oro. Y le dijo la hija del mercader desde su ataúd.
-Haz el
favor de aliviarme, apuesto mancebo. Toma un sable y saca a la criatura que
llevo en las entrañas.
El
dependiente corrió en busca de un sable. Entró en la misma estancia donde el
padre había matado a su hija y vio que crecían flores en el suelo, allí donde
había corrido la sangre. Agarró el sable, regresó al jardín, abrió las entrañas
de la hija del mercader, sacó a la criatura y la llevó a casa de su madre para
que la criara.
Transcurrió
el tiempo, y al cabo regresó el mercader del más lejano de los países. Fue a
informar al soberano de la marcha de sus asuntos, y en esto acudió a palacio un
chiquillo que se puso a juguetear por allí.
-¿De
quién es este niño tan guapo? -preguntó el zar.
-Es hijo
de un dependiente mío.
Quiso
conocer el zar a aquel dependiente. Le llamaron a palacio, y el dependiente lo
refirió todo tal y como había ocurrido.
El zar
ordenó fusilar al mercader, y al niño lo dejó en palacio, donde sigue viviendo
cerca de la persona del soberano.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
No hay comentarios:
Publicar un comentario