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martes, 20 de agosto de 2013

Los niños prometidos

Eranse dos ricos mercaderes que vivían el uno en Moscú y el otro en Kíev. Como se entrevistaban a menudo para sus negocios, habían hecho amistad y compartían el pan y la sal.
En cierta ocasión, fue el mercader de Kíev a Moscú, visitó a su amigo y le dijo:
-Dios me ha concedido una gran merced: mi mujer ha traído un hijo al mundo.
-Pues nosotros hemos tenido una hija -contestó el mercader moscovita.
-Choquemos las manos. Yo tengo un hijo, tú tienes una hija... ¡Ya está la pareja! Cuando crezcan, podremos emparentar casándolos.
-De acuerdo. Pero esto no se puede hacer a la ligera. ¿Quién nos dice que tu hijo no rechazará luego a la novia? Tendrás que darme veinte mil rublos de arras.
-¿Y si de pronto se muriese tu hija? -Entonces te devolvería el dinero.
El mercader de Kíev sacó veinte mil rublos y se los entregó al de Moscú. Este volvió a su casa y le dijo a su mujer:
-¿Sabes una cosa? He prometido en matrimonio a nuestra hija.
La mujer se quedó de una pieza.
-¿Qué dices? ¿Te has vuelto loco? Pero si todavía está en la cuna...
-¿Y eso qué importa? De todas maneras, la he prometido en matrimonio. Aquí están las arras: veinte mil rublos.
Bueno, pues siguieron viviendo los mercaderes cada cual en su ciudad, sin visitarse ya, debido a la distancia y a que la marcha de los negocios no les permitía ausentarse.
Entre tanto crecían los niños, y si el hijo del uno era hermoso, la hija del otro lo era todavía más.
Así transcurrieron dieciocho años y, viendo que no tenía la menor noticia de su viejo conocido, el mercader moscovita concedió la mano de su hija a un coronel.
Precisamente por entonces llamó el mercader de Kíev a su hijo para decirle:
-Ve a Moscú y allí verás un lago y, en ese lago, un lazo con liga que puse yo en tiempos. Si ha caído una pata en el lazo, llévatela. Si no ha caído, retira el lazo y traételo.
El hijo del mercader hizo sus preparativos y marchó para Moscú. Al cabo de mucho tiempo, cuando estaba ya cerca y sólo le quedaba una jornada de camino, se encontró ante un río que debía cruzar. Pero el puente que había sólo estaba entarimado hasta la mitad.
Sucedió que también el coronel seguía el mismo camino. Llegó al puente y no sabía cómo cruzar al otro lado del río. Entonces vio al hijo del mercader y le preguntó:
-¿Adónde vas?
-A Moscú.
-¿Qué menester te lleva?
-Hay allí un lago donde mi padre colocó un lazo con liga hace dieciocho años y ahora me envía con el recado de ver si ha caído una pata en el lazo. Si ha caído, debo llevármela. Si no ha caído, debo retirar el lazo y volver con él.
«¡Qué raro! -se dijo el coronel. ¿Cómo puede aguantar un lazo dieciocho años? Y aun en el caso de que aguantara, ¿cómo puede vivir tanto tiempo una pata?»
Estuvo dándole más y más vueltas al asunto, pero sin encontrarle solución. Al cabo preguntó:
-¿Cómo vamos a cruzar el río?
-Yo conduciré el carro hacia atrás -contestó el hijo del mercader, y les hizo dar media vuelta a los caballos.
De esta manera llegó hasta la mitad del puente y se puso a entarimar la otra mitad con las tablas por donde había pasado ya. Así alcanzó la orilla opuesta del río y el coronel aprovechó para pasar al mismo tiempo. Cuando llegaron a la ciudad, le preguntó el coronel al hijo del mercader:
-¿Dónde vas a hospedarte?
-En la casa donde puede verse la primavera y el invierno en el portón.
Se despidieron, y cada cual tiró para un lado. El hijo del mercader encontró albergue en casa de una pobre vieja y el coronel se dirigió a la de su prometida. Allí le agasajaron muy bien y empezaron a preguntarle cómo había hecho el viaje.
-Pues me he encontrado con el hijo de un mercader-refirió- y le pregunté qué menester le traía a Moscú. Me contestó que venía a un lago donde su padre colocó un lazo con liga hace dieciocho años. Y ahora le enviaba con el siguiente recado: «Si ha caído una pata en el lazo, llévatela. Si no ha caído, retira el lazo y tráetelo.» A todo esto, teníamos que cruzar un río, pero el puente sólo estaba entarimado hasta la mitad. Yo me puse a cavilar cómo pasaría a la otra orilla, pero el hijo del mercader encontró en seguida la solución: condujo el carro hacia atrás y fue entarimando la otra mitad del puente con las tablas por donde había pasado ya. Y también me pasó a mí.
-¿Dónde se ha hospedado? -preguntó la prometida.
-En una casa donde puede verse la primavera y el invierno en el portón.
La hija del mercader se retiró al instante a su habitación, llamó a una sirvienta y le dijo:
-Toma una orza de leche, una hogaza de pan y un cestillo de huevos. Bébete un poco de leche de la orza, empieza la hogaza y cómete un huevo del cestillo. Luego busca la casa donde haya un manojo de hierba y otro de heno atados al portón. Allí encontrarás al hijo de un mercader. Dale el pan, la leche y los huevos y pregúntale si el mar llega hasta las orillas de siempre o ha descendido, si hay luna llena o menguante y si las estrellas están todas en el cielo o se ha caído alguna.
Se presentó la criada al hijo del mercader, le hizo entrega de los presentes que traía y le preguntó:
-¿Llega el mar hasta las orillas de siempre o ha descendido? -Ha descendido.
-¿Hay luna llena o menguante?
-Menguante.
-¿Están todas las estrellas en el cielo?
-No. Una se ha caído.
Volvió la criada a casa del mercader y le refirió a la hija aquellas respuestas.
-Bátiushka -dijo entonces la hija del mercader a su padre, el prometido que queréis darme no lo puedo aceptar, pues tengo otro hace mucho tiempo. Usted y su padre chocaron las manos cuando así lo concertaron.
En seguida mandaron en busca del prometido verdadero, se preparó la boda, celebrándola con un gran banquete, y al coronel le despidieron.
En la boda estuve yo también. Bebí vino, bebí hidromiel, pero me corrió por el bigote sin entrarme en el gañote.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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