Murió un
campesino que tenía dos hijos, y éstos decidieron casarse al poco tiempo. El
mayor tomó esposa pobre y el otro esposa rica; pero siguieron viviendo juntos,
sin repartirse la herencia del padre. Entonces empezaron las mujeres a discutir
y regañar entre ellas.
-Estoy
casada con el mayor -decía una, y por eso debo mandar yo.
-La que
debe mandar soy yo -replicaba la otra- porque soy más rica que tú.
Los
hermanos aguantaron un tiempo; pero, viendo que sus mujeres no congeniaban,
partieron la herencia por la mitad y se separaron.
Al mayor
le nacía cada año un hijo y su hacienda iba de mal en peor. Hasta el extremo de
que se arruinó totalmente. Mientras tuvo pan y dinero, gozaba viendo a sus
hijos. Pero, cuando llegó la pobreza, ni los hijos le alegraban. Acudió al
hermano menor.
-Ayúdame
a salir de esta miseria.
Pero el
hermano se negó en redondo.
-Arréglatelas
como puedas. Yo tengo que criar a mis hijos. Poco después acudió de nuevo el pobre
al rico.
-Préstame
un caballo aunque sólo sea por un día -le pidió. No tengo con qué trabajar la
tierra.
-Bueno:
ve al campo y cógelo por un día. Y no vayas a derrengarlo, ¿eh?
El
hermano pobre fue al campo y vio a unos hombres arando con caballos las tierras
de su hermano.
-¡Eh!
-gritó-. ¿Quiénes sois vosotros?
-Y tú,
¿Por qué nos vienes con preguntas? -Porque estos caballos son de mi hermano.
-¿Y no
estás viendo -replicó uno de los labradores- que yo soy el Sino de tu hermano?
El bebe, se divierte, no tiene ninguna preocupación, y nosotros trabajamos para
él.
-Pero, ¿y
mi Sino? ¿Qué ha sido de él?
-¿Tu
Sino? Ahí lo tienes. Es ése de la camisa roja, que está tumbado debajo de aquel
matorral. Se pasa el día y la noche durmiendo sin hacer nada.
«Está bien
-pensó el campesino. Ahora verás.»
Fue,
cortó una buena estaca, se acercó sin hacer ruido a su Sino y le arrimó un
estacazo con todas sus fuerzas.
-¿Por qué
me pegas? -protestó el Sino despertándose.
-Esto no
es nada en comparación con la que te voy a dar. ¿Qué haces aquí roncando
mientras la gente de bien labra la tierra?
-A lo
mejor quieres que yo labre para ti... Pues que se te quite de la cabeza.
-Entonces,
¿piensas seguir ahí tumbado? De esa manera acabaré murién-dome de hambre.
-Si
quieres que te sirva de algo, deja la tierra y dedícate al comercio. Yo no
estoy acostumbrado a esto, pero sí entiendo todos los asuntos comerciales.
-¿Que me
dedique al comercio? ¿Y con qué, vamos a ver? Si no tengo para comer, ¿cómo voy
a meterme en negocios?
-Para
empezar, puedes coger el sarafán viejo de tu mujer y venderlo. Con ese dinero
compras uno nuevo, y también lo vendes. Entonces sí que te ayudaré yo: no me
apartaré de ti ni un solo paso.
-De
acuerdo.
Por la
mañana le dijo el campesino pobre a su mujer:
-Arréglate, que vamos a la ciudad.
-Arréglate, que vamos a la ciudad.
-¿A qué?
-Quiero
empadronarme como burgués para dedicarme al comercio.
-¿Te has
vuelto loco? ¿No tenemos con qué alimentar aquí a nuestros hijos y quieres
mudarte a la ciudad?
-No te
metas en lo que no entiendes. Recoge todos los bártulos, agarra a los chicos y
vámonos.
Se hizo
como él decía. Luego rezaron una oración y estaban ya clavando puertas y
ventanas cuando oyeron que alguien lloraba amargamente dentro de la casa.
-¿Quién
llora ahí? -preguntó el campesino.
-Soy yo, tu Infortunio.
-Soy yo, tu Infortunio.
-¿Y por
qué lloras?
-¿Cómo
quieres que no llore, si tú te marchas y me abandonas aquí?
-¡Qué va,
hombre! Yo aquí no te dejo. ¡Eh, mujer! Saca todo lo que hay en ese baúl.
Ahora, Infortunio -añadió cuando la mujer dejó el baúl vacío-, métete tú dentro.
Infortunio
se metió en el baúl. El campesino lo cerró con tres candados, lo enterró y
dijo:
-Eso es
lo que mereces, maldito. Y que nunca más vuelva a saber yo de ti.
Llegó el
pobre a la ciudad, con su mujer y sus hijos, alquiló una casa y empezó a comerciar:
tomó el sarafán viejo de su mujer, lo llevó al mercado y lo vendió por un
rublo. Con aquel rublo compró un sarafán nuevo que vendió por dos rublos.
Comerciando
de aquella manera y obteniendo por cada cosa el doble de lo que le había
costado se hizo rico en poquísimo tiempo y se inscribió en la corporación de
los mercaderes.
Enterado
de todo aquello, el hermano menor fue a verle y le preguntó:
-Dime,
¿cómo te las has ingeniado, tú que eras tan pobre, para tener esta riqueza?
-Muy
sencillo -contestó el mercader: metí a mi Infortunio en un baúl y lo enterré.
-¿En qué
lugar?
-En el
pueblo, en el corral de mi vieja casa.
Al
hermano menor se le saltaban las lágrimas de envidia. Volvió inmediatamente al
pueblo, desenterró el baúl y dejó en libertad a Infortunio.
-Ve donde
mi hermano -le dijo- y arruínale hasta que no le quede ni un alfiler.
-No
-contestó Infortunio. No iré con él. Prefiero quedarme contigo. Tú eres un
hombre bondadoso, me has devuelto la luz del día, mientras que el muy canalla
de tu hermano me había enterrado.
Poco
tiempo después se había arruinado el hermano envidioso: el rico campesino quedó
convertido en un pobretón.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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