En cierto reino, en cierto país,
vivía un zarévich llamado Iván, que tenía tres hermanas: las zarevnas María, Olga y Ana. Los padres
murieron; pero, antes de expirar, le recomen-daron:
-Casa a tus hermanas en cuanto
alguien las pida en matrimonio. No las guardes mucho tiempo junto a ti.
Después de los funerales, el zarévich, que estaba muy afectado,
salió con sus hermanas a dar un paseo por el jardín. De repente apareció un
nubarrón en el cielo presagiando una terrible tormenta.
-¡Volvamos a casa! -les dijo a sus
hermanas.
Apenas se habían guarecido en el
palacio, cuando retumbó un trueno, el techo se partió por la mitad y un noble
halcón penetró volando en la estancia. El halcón pegó contra el suelo y se
convirtió en un apuesto caballero.
-Te saludo, zarévich Iván -dijo. Antes solía venir de visita; pero hoy vengo
como pretendiente. Quisiera pedirte la mano de tu hermana María.
-Si eres de su agrado, yo no le
pondré ninguna traba: que Dios la acompañe.
La zarevna aceptó, el halcón se casó con ella y se la llevó a su
reino.
Con el paso de los días y el correr
de las horas, transcurrió un año entero. Una vez salió el zarévich Iván con sus dos hermanas a dar un paseo por el jardín.
También apareció un nubarrón, acompañado de un vendaval y de relámpagos.
-¡Volvamos a casa, hermanitas!
-dijo el zarévich.
Apenas habían entrado en el
palacio, cuando retumbó un trueno, se desbarató el tejado y el techo se partió
por la mitad. Entonces entró volando un águila que, al pegar contra el suelo,
se convirtió en un apuesto caballero.
-Te saludo, zarévich Iván -dijo. Antes solía venir de visita; pero hoy vengo
como pretendiente.
Y pidió la mano de la zarevna Olga.
-Si eres del agrado de la zarevna Olga, que se case contigo. Yo no
he de torcer su voluntad.
La zarevna Olga aceptó y se casó con el águila, que se la llevó a su
reino.
Había transcurrido otro año cuando
el zarévich Iván le dijo a su hermana
menor:
-Vamos a dar un paseo por nuestro
jardín.
Pasearon un poco; de nuevo apareció
un nubarrón acompañado de vendaval y relámpagos.
-¡Volvamos a casa, hermanita!
Volvieron a la casa y no habían
tenido todavía tiempo de sentarse, cuando el techo se partió en dos y entró
volando un cuervo, pegó contra el suelo y se convirtió en un apuesto caballero.
Si los anteriores eran agradables de ver, éste lo era aún más.
-Zarévich Iván: antes yo solía venir de visita; pero hoy vengo como
pretendiente. Dame a la zarevna Ana
por esposa.
-Yo no me opongo a la voluntad de
mi hermana. Puesto que te has enamorado de ella, que se case contigo si quiere.
La zarévna Ana se casó con el cuervo, que se la llevó a su país.
El zarévich Iván se quedó solo. Pasó un año entero sin sus hermanas y
comenzó a sentirse aburrido.
-Iré a ver a mis hermanas -pensó.
Dicho y hecho. Fue cabalgando,
cabalgando, hasta que descubrió en el campo un gran número de soldados
muertos. Todo un ejército. Se detuvo y gritó:
-Si alguien ha quedado vivo, que me
responda. ¿Quién ha dado muerte a tantas tropas?
Le contestó uno que quedaba vivo:
-Todo este gran ejército lo ha
destruido María de las Muertes, la bella princesa.
Continuó el zarévich su camino hasta encontrar un grupo de tiendas blancas. De
una de ellas salió a su encuentro María de las Muertes, la bella princesa.
-¡Hola, zarévich! ¿Hacia dónde guía el Señor tus pasos? ¿Vas por tu propia
voluntad o en contra de ella?
-Los caballeros valientes no van a
ninguna parte en contra de su voluntad -replicó el zarévich.
-Pues, ya que nada te urge, sé mi
huesped en este campamento.
El zarévich Iván aceptó encantado, pasó dos noches bajo aquellas
tiendas blancas, se enamoró de María de las Muertes y se casó con ella.
María de las Muertes, la bella
princesa, se llevó al zarévich Iván a
sus dominios. Vivieron en amor y armonía cierto tiempo, hasta que se le ocurrió
a la princesa ponerse en campaña para hacer la guerra. Dejó a cargo del zarévich Iván todo cuanto poseía, haciéndole
esta advertencia:
-Anda por donde quieras y vigílalo
todo, pero no entres en este cama-ranchón.
El zarévich Iván no pudo dominar su curiosidad y, apenas se marchó
María de las Muertes, corrió al camaranchón, abrió la puerta y se asomó: allí
estaba colgado con doce cadenas Koschéi, el Esqueleto Perpetuo.
-Apiádate de mí -suplicó Koschéi al
zarévich- y dame un poco de agua.
Diez años llevo padeciendo aquí, sin comer ni beber, y tengo la garganta
reseca.
El zarévich le llevó un cubo entero de agua; pero, apenas lo apuró,
Koschéi pidió más.
-Un cubo no basta para aplacar mi
sed -dijo
El zarévich le llevó otro, que Koschéi apuró también, y aún pidió
más. Pero, en cuanto se bebió el tercero, recobró su fuerza anterior, sacudió
las cadenas y rompió las doce de un golpe.
-¡Gracias, zarévich Iván! -exclamó Koschéi. Pero has de saber que, desde
ahora, puedes despedirte de María de las Muertes para siempre.
En seguida salió disparado por la
ventana armando un tremendo vendaval, dio alcance a María de las Muertes, la
bella princesa, la arrebató y se la llevó a su casa. En cuanto al zarévich Iván, después de llorar
amarga-mente, se equipó y se puso en campaña diciendo:
-¡Pase lo que pase, he de dar con
María de las Muertes!
Cabalgó un día, luego otro, y al
amanecer del tercero se encontró delante de un palacio maravilloso. A la entrada
se alzaba un roble, y en el roble estaba posado un noble halcón. Al ver al zarévich, el halcón bajó volando del
roble, pegó contra el suelo y se convirtió en un apuesto caballero.
-¡Querido cuñado! -exclamó. Veo
que te encuentras bien, gracias a Dios.
Acudió presurosa la zarevna María. Acogió con júbilo a su
hermano, se informó de su salud y le contó cómo vivía ella. El zarévich pasó tres días a su lado.
-No puedo quedarme más tiempo -dijo
entonces. Voy en busca de mi esposa, la bella princesa María de las Muertes.
-Mucho te costará dar con ella
-advirtió su cuñado el halcón. Déjanos, por si acaso, tu cuchara de plata. Así
te recordaremos siempre que la veamos.
El zarévich Iván dejó la cuchara de plata a su cuñado el halcón y
prosiguió su camino.
Cabalgó un día, luego otro, y al
amanecer del tercero se halló frente a un palacio todavía mejor que el primero.
A la entrada se alzaba un roble, y en el roble estaba posada un águila. Al
verle, el águila bajó volando del roble, pegó contra el suelo y se convirtió en
un apuesto caballero.
-¡Levántate, zarevna Olga, que ha venido nuestro querido hermano! -gritó.
La zarevna acudió inmediatamente al encuentro de su hermano, comenzó
a besarle y abrazarle mientras se informaba de su salud y le hablaba de la vida
que ella hacía. El zarévich Iván pasó
tres días con ellos.
-No dispongo de más tiempo -dijo al
cabo: Voy en busca de mi esposa, la bella princesa María de las Muertes.
-Mucho te costará dar con ella
-advirtió su cuñado el águila-. Déjanos tu tenedor de plata. Así te
recordaremos siempre que lo veamos.
El zarévich Iván les dejó el tenedor de plata y continuó su camino.
Cabalgó un día, luego otro, y al
amanecer del tercero se halló frente a un palacio mejor que los dos primeros. A
la entrada se alzaba un roble, y en el roble estaba posado un cuervo. Al verle,
el cuervo bajó volando del roble, pegó contra el sueloo y se convirtió en un
apuesto caballero.
-¡Zarevna Ana! -gritó-. Sal en seguida, que aquí llega nuestro
hermano.
La zarevna Ana llegó corriendo, acogió con júbilo a su hermano, se
puso a besarle y abrazarle mientras se informaba de su salud y le contaba cómo
vivía ella. El zarévich Iván pasó
tres días con ellos.
-¡Adiós! -dijo entonces-. Voy en
busca de mi esposa, la bella princesa María de las Muertes.
-Mucho te costará dar con ella
-observó el cuervo. Déjanos tu tabaquera de plata. Así te recordaremos
siempre que la veamos.
El zarévich Iván les dejó su tabaquera de plata, se despidió y
continuó su camino.
Cabalgó un día, luego otro, y al tercero
llegó donde se encontraba María de las Muertes. Al ver a su amado, la princesa
corrió a sus brazos y profirió, anegada en lágrimas:
-¡Ay, zarévich Iván! ¿Por qué me desobedeciste, miraste en el
cama-ranchón y liberaste a Koschéi, el Esqueleto Perpetuo?
-¡Perdóname, María de las Muertes!
Y olvida lo pasado. Lo que debes hacer ahora es venirte conmigo antes de que
aparezca Koschéi. Quizá tengamos la suerte de que no nos dé alcance.
Hicieron sus preparativos y
escaparon de allí.
Koschéi andaba entonces de caza.
Cuando volvía, al atardecer, el recio caballo que montaba pegó un tropezón.
-¿Qué te ocurre, jamelgo raquítico?
¿Por qué tropiezas? ¿Acaso barruntas algún contratiempo?
-El zarévich Iván ha estado aquí -contestó el caballo- y se ha llevado
a María de las Muertes.
-¿Se les puede dar alcance?
-Hay tiempo para sembrar trigo,
esperar a que grane, segarlo, trillarlo, convertirlo en harina, preparar cinco
hornadas de pan, comérselo todo, partir solamente entonces detrás de ellos y
aun así darles alcance.
Koschéi partió al galope y alcanzó
al zarévich Iván.
-Por ser la primera vez, te perdono
en pago de tu bondad por haberme dado de beber. Y también te perdonaré una vez
más. Pero ándate con cuidado porque a la tercera te despedazaré.
Le arrebató a María de las Muertes
y se la llevó. En cuanto al zarévich
Iván, se quedó allí llorando, sentado en una piedra. Lloró amargamente, pero
volvió de nuevo en busca de María de las Muertes. Llegó en ausencia de Koschéi.
-¡Vámonos, María de las Muertes!
-¡Ay, zarévich Iván! Nos alcalzará.
-Aunque nos alcance. Por lo menos
estaremos una o dos horas juntos.
Hicieron sus preparativos y se
marcharon. Volvía Koschéi a su casa, cuando,el recio caballo que montaba pegó
un tropezón.
-¿Qué te ocurre, jamelgo raquítico?
¿Por qué tropiezas? ¿Acaso barruntas algún contratiempo?
-El zarévich Iván ha estado aquí y se ha llevado a María de las
Muertes.
-¿Se les puede dar alcance?
-Se puede sembrar cebada, esperar a
que grane, segarla, trillarla, hacer cerveza con ella, beber hasta
emborracharse, dormir la borrachera, partir solamente entonces detrás de ellos
y aun así darles alcance.
Koschéi partió al galope y alcanzó
al zarévich Iván.
-Ya te advertí que podías
despedirte de María de las Muertes para siempre.
Le arrebató la bella princesa y se
la llevó.
El zarévich Iván se quedó solo, lloró amargamente y de nuevo fue en
busca de María de las Muertes. Por entonces, Koschéi estaba ausente.
-¡Vámonos, María de las Muertes!
-¡Ay, zarévich Iván! Nos alcanzará y a ti te hará pedazos.
-¡Aunque me haga pedazos! Yo no
puedo vivir sin ti.
Hicieron sus preparativos y se
marcharon.
Volvía Koschéi a su casa, cuando el
recio caballo que montaba pegó un tropezón.
-¿Qué te ocurre, jamelgo raquítico?
¿Por qué tropiezas? ¿Acaso barruntas algún contratiempo?
-El zarévich Iván ha estado aquí y se ha llevado a María de las
Muertes.
Koschéi partió al galope, alcanzó
al zarévich Iván, le hizo pedazos
muy pequeños, quee metió en un tonel embreado, luego reforzó el tonel con aros
de hierro, lo arrojó al mar azul y se llevó a María de las Muertes a su casa.
Por entonces, los objetos de plata
que el zarévich Iván había dejado en
casa de sus cuñados se pusieron renegridos.
-¡Ay! ¡Alguna desgracia le ha
ocurrido! -exclamaron.
El águila corrió al mar azul, agarró
el tonel y lo sacó a tierra: el halcón fue a buscar el agua de la vida, y el
cuervo el agua de la muerte. Se juntaron luego los tres al borde del mar,
rompieron el tonel, sacaron los pedazos del zarévich
Iván, los levantaron y los colocaron como debían estar. El cuervo los roció con
el agua de la muerte, y los pedazos se unieron volviendo a formar el cuerpo.
El halcón le roció con el agua de la vida y entonces el zarévich Iván se estremeció, se incorporó y dijo:
-¡Cuánto tiempo he dormido!
-Pues aún habrías dormido más
tiempo, de no ser por nosotros -repli-caron los cuñados.
-Ven ahora a pasar una temporada
con nosotros.
-¡Imposible, hermanos! Tengo que
rescatar a María de las Muertes.
El zarévich fue donde estaba su esposa y le dijo:
-Entérate de cómo se ha hecho
Koschéi con ese caballo tan raudo.
María de las Muertes aprovechó un
momento oportuno y se lo preguntó a Koschéi.
-Allá en los confines del mundo, en
el más remoto de los países, pasado el río de fuego, vive la bruja Yagá. Ella
tiene una yegua y galopa a diario alrededor del mundo. Además, posee otras
muchas yeguas de gran valor. Yo estuve una vez llevándolas a pastar durante
tres días y, como ninguna se me desmandó, la bruja Yagá me regaló un potro.
-¿Y cómo pudiste cruzar el río de
fuego?
-Pues, porque tengo un pañuelo que,
si lo agito tres veces hacia la derecha, aparece un puente muy alto, muy alto,
y el fuego no llega hasta él.
María de las Muertes escuchó todo
con mucha atención, se lo repitió al zarévich
Iván y le llevó el pañuelo de Koschéi.
El zarévich cruzó por encima del río de fuego y se encaminó hacia la
casa de la bruja Yagá. Anduvo mucho tiempo sin comer ni beber. En esto vio a un
ave de ultramar con sus polluelos. «Me comeré uno de los polluelos», se dijo el
zarévich.
-No te lo comas, zarévich Iván -rogó el ave de ultramar.
En algún momento te prestaré un servicio.
Continuó el zarévich su camino, cuando se encontró con un nido de abejas en el
bosque. «Cogeré un poco de miel», se dijo.
-No toques nuestra miel -pidió la
reina de las abejas. En algún momento te prestaré un servicio.
El zarévich no cogió miel y prosiguió su camino hasta cruzarse con una
leona y su cachorro. «Me comeré aunque -sea este cachorro, porque tengo tanta
hambre que hasta siento náuseas», se dijo.
-No le hagas nada a mi cachorro
-pidió la leona. En algún momento te prestaré un servicio.
-Sea como tú quieres.
Famélico, siguió como pudo y, anda
que te anda, se encontró frente a la casa de la bruja Yagá. Alrededor de la
casa había plantadas doce estacas coronadas todas, menos una, por una cabeza
humana.
-¡Hola, abuela!
-Hola, zarévich Iván. ¿Cómo tú por
aquí? ¿Vienes por tu voluntad o vienes por necesidad?
-He venido a ganarme uno de tus
magníficos caballos.
-De acuerdo, zarévich. Ya sabes que no precisas estar mucho tiempo a mi
servicio, sino tres días solamente. En caso de que no se te desmande ninguna de
mis yeguas, te daré un caballo digno de un bogatir.
De lo contrario, y no lo tomes a mal, tu cabeza coronará la estaca que está
vacía.
El zarévich Iván aceptó las condiciones. La bruja Yagá le dio de
comer, de beber, y le ordenó poner manos a la obra. Apenas hizo salir el zarévich a las yeguas de la cuadra,
éstas emprendieron el galope, se dispersaron por los prados y desaparecieron en
un abrir y cerrar de ojos. El zarévich
se sentó en una piedra y rompió a llorar, hasta que le venció el sueño. El sol
iba a ponerse ya, cuando llegó volando.el ave de ultramar y le despertó
diciendo:
-Levántate, zarévich Iván. Las yeguas están ya todas en la cuadra.
El zarévich se levantó, volvió a casa de la bruja Yagá, que estaba
regañando a sus yeguas.
-¿Por qué habéis vuelto a casa?
-gritaba muy enfadada.
-¿Cómo no íbamos a volver, si
acudieron aves del mundo entero y por poco nos sacan los ojos?
-Bueno, pues mañana no galopéis por
los prados. Lo que debéis hacer es dispersaros por los bosques más frondosos.
El zarévich Iván se acostó a
dormir. Por la mañana le advirtió la bruja Yagá:
-Andate con ojo, zarévich Iván: ya sabes que si no
vigilas a las yeguas y se te pierde una sola, tu alocada cabeza se verá ensartada
en una estaca.
El zarévich condujo las yeguas al campo; pero éstas partieron
inmediata-mente al galope y se dispersaron por los bosques más frondosos. De
nuevo se sentó el zarévich Iván en
una piedra y estuvo llora que te llora, hasta que le rindió el sueño. Se había
puesto ya el sol detrás del bosque, cuando acudió corriendo la leona.
-Levántate, zarévich Iván. Las yeguas están ya todas en la cuadra.
El zarévich Iván se levantó y regresó a casa de la bruja Yagá, que
estaba regañando a sus yeguas.
-¿Por qué habéis vuelto a casa?
-gritaba más enfadada aún.
-¿Cómo no íbamos a volver, si
acudieron animales feroces del mundo entero y estuvieron a punto de devorarnos?
-Bueno, pues mañana debéis
escaparos al mar azul.
También esa noche se acostó a
dormir el zarévich Iván. Por la
mañana, la bruja Yagá le mandó que sacara las yeguas.
-Si no vuelves a traerlas todas -le
advirtió, tu alocada cabeza se verá en el extremo de una estaca.
El zarévich sacó las yeguas al campo, pero ellas emprendieron
inmediata-mente el galope, desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos y se
metieron en el mar hasta que les llegó el agua al cuello. El zarévich Iván se sentó en una piedra y
lloró hasta que se durmió. El sol había desaparecido detrás del bosque, cuando
llegó una abeja volando y le dijo:
-Levántate, zarévich. Las yeguas están ya todas en la cuadra. Cuando vuelvas a
casa de la bruja Yagá, métete en la cuadra sin que ella te vea y escóndete
detrás de los pesebres. Allí encontrarás un potrillo canijo tumbado sobre el
estiércol. Róbalo y escapa con él cuando sea medianoche.
El zarévich se levantó, llegó sigilosamente hasta la cuadra y se
acurrucó detrás de los pesebres. La bruja Yagá estaba alborotando y
chillándoles a sus yeguas:
-¿Por qué habéis vuelto?
-¿Cómo no íbamos a volver, si
llegaron nubes de abejas del mundo entero y empezaron a clavarnos sus aguijones
desde todas partes hasta levantarnos ronchas?
La bruja Yagá se acostó a dormir.
El zarévich aguardó a que diera la medianoche,
le robó el potrillo canijo, lo ensilló y galopó, montado en él, hasta el río de
fuego. Cuando llegó al río, agitó tres veces el pañuelo hacia la derecha y de
pronto apareció un hermoso puente, a gran altura sobre las llamas. El zarévich cruzó el puente, agitó el
pañuelo hacia la izquierda solamente dos veces y quedó sobre el río una frágil
pasarela.
Cuando se despertó por la mañana,
la bruja Yagá notó la falta del potrillo canijo. Furiosa, se lanzó a toda
velocidad detrás de los fugitivos, montada en un almirez de hierro. Utilizaba
la mano del almirez como timón, y con una escoba iba borrando las huellas. Así
llegó al río de fuego. «¡Qué buen puente!», se dijo, viendo el que había dejado
el zarévich Iván, y se metió por él.
Pero había llegado a la mitad, cuando el puente se desmoronó y la bruja Yagá
cayó pegando tumbos al río, donde murió abrasada.
El zarévich Iván hizo pastar a su potro en los prados más verdes, y
pronto se convirtió en un magnífico corcel. Entonces fue donde se encon-traba
María de las Muertes. La bella princesa corrió a su encuentro y cayó en sus
brazos.
-¡Alabado sea Dios que te ha
resucitado!
El zarévich le refirió cuanto le había ocurrido y luego dijo:
-¡Vámonos!
-¡Tengo miedo, zarévich! Si Koschéi nos da alcance, serás despedazado otra vez.
-No podrá darnos alcance. Ahora
monto un caballo digno de un bogatir,
que corre como si tuviera alas.
Se montaron en el caballo y
partieron de allí.
Volvía Koschéi a casa cuando su
caballo tropezó.
-¿Qué te ocurre, jamelgo raquítico?
¿Por qué tropiezas? ¿Acaso barruntas algún contratiempo?
-El zarévich Iván ha estado aquí y se ha llevado a María de las
Muertes.
-¿Se le puede dar alcance?
-¡Sabe Dios! El zarévich Iván tiene ahora un caballo
mejor que yo.
-No lo consentiré -exclamó Koschéi.
Vamos tras ellos.
Al cabo de algún tiempo, no sé si
poco o mucho, dio alcance a los fugitivos, saltó a tierra y se disponía a
descargar su afilado sable sobre el zarévich
Iván, cuando el caballo que éste montaba le pegó a Koschéi una coz con todas
sus fuerzas, abriéndole la cabeza. Luego el zarévich le remató con su maza, hizo un montón de leña, le prendió
fuego, quemó a Koschéi en aquella hoguera y aventó sus cenizas.
María de las Muertes montó en el
caballo de Koschéi, el zarévich en
el suyo y se fueron a visitar al cuervo, luego al águila y por fin al halcón,
siendo acogidos con gran júbilo por todos.
-Habíamos perdido ya las esperanzas
de volverte a ver, zarévich Iván.
Pero con razón has afrontado todos esos peligros: ni buscándola por el mundo entero
se podría encontrar otra belleza como María de las Muertes.
Pasaron así algún tiempo en
familia, festejando su reunión y luego regresaron a su reino, donde vivieron
felices y contentos, sin más azares y gozando de la existencia.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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