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martes, 20 de agosto de 2013

Maria de las mujeres

En cierto reino, en cierto país, vivía un zarévich llamado Iván, que tenía tres hermanas: las zarevnas María, Olga y Ana. Los pa­dres murieron; pero, antes de expirar, le recomen-daron:
-Casa a tus hermanas en cuanto alguien las pida en matrimo­nio. No las guardes mucho tiempo junto a ti.
Después de los funerales, el zarévich, que estaba muy afecta­do, salió con sus hermanas a dar un paseo por el jardín. De repen­te apareció un nubarrón en el cielo presagiando una terrible tor­menta.
-¡Volvamos a casa! -les dijo a sus hermanas.
Apenas se habían guarecido en el palacio, cuando retumbó un trueno, el techo se partió por la mitad y un noble halcón penetró volando en la estancia. El halcón pegó contra el suelo y se convir­tió en un apuesto caballero.
-Te saludo, zarévich Iván -dijo. Antes solía venir de visi­ta; pero hoy vengo como pretendiente. Quisiera pedirte la mano de tu hermana María.
-Si eres de su agrado, yo no le pondré ninguna traba: que Dios la acompañe.
La zarevna aceptó, el halcón se casó con ella y se la llevó a su reino.
Con el paso de los días y el correr de las horas, transcurrió un año entero. Una vez salió el zarévich Iván con sus dos hermanas a dar un paseo por el jardín. También apareció un nubarrón, acom­pañado de un vendaval y de relámpagos.
-¡Volvamos a casa, hermanitas! -dijo el zarévich.
Apenas habían entrado en el palacio, cuando retumbó un true­no, se desbarató el tejado y el techo se partió por la mitad. Enton­ces entró volando un águila que, al pegar contra el suelo, se con­virtió en un apuesto caballero.
-Te saludo, zarévich Iván -dijo. Antes solía venir de visi­ta; pero hoy vengo como pretendiente.
Y pidió la mano de la zarevna Olga.
-Si eres del agrado de la zarevna Olga, que se case contigo. Yo no he de torcer su voluntad.
La zarevna Olga aceptó y se casó con el águila, que se la llevó a su reino.
Había transcurrido otro año cuando el zarévich Iván le dijo a su hermana menor:
-Vamos a dar un paseo por nuestro jardín.
Pasearon un poco; de nuevo apareció un nubarrón acompa­ñado de vendaval y relámpagos.
-¡Volvamos a casa, hermanita!
Volvieron a la casa y no habían tenido todavía tiempo de sen­tarse, cuando el techo se partió en dos y entró volando un cuervo, pegó contra el suelo y se convirtió en un apuesto caballero. Si los anteriores eran agradables de ver, éste lo era aún más.
-Zarévich Iván: antes yo solía venir de visita; pero hoy vengo como pretendiente. Dame a la zarevna Ana por esposa.
-Yo no me opongo a la voluntad de mi hermana. Puesto que te has enamorado de ella, que se case contigo si quiere.
La zarévna Ana se casó con el cuervo, que se la llevó a su país.
El zarévich Iván se quedó solo. Pasó un año entero sin sus her­manas y comenzó a sentirse aburrido.
-Iré a ver a mis hermanas -pensó.
Dicho y hecho. Fue cabalgando, cabalgando, hasta que des­cubrió en el campo un gran número de soldados muertos. Todo un ejército. Se detuvo y gritó:
-Si alguien ha quedado vivo, que me responda. ¿Quién ha dado muerte a tantas tropas?
Le contestó uno que quedaba vivo:
-Todo este gran ejército lo ha destruido María de las Muertes, la bella princesa.
Continuó el zarévich su camino hasta encontrar un grupo de tiendas blancas. De una de ellas salió a su encuentro María de las Muertes, la bella princesa.
-¡Hola, zarévich! ¿Hacia dónde guía el Señor tus pasos? ¿Vas por tu propia voluntad o en contra de ella?
-Los caballeros valientes no van a ninguna parte en contra de su voluntad -replicó el zarévich.
-Pues, ya que nada te urge, sé mi huesped en este campa­mento.
El zarévich Iván aceptó encantado, pasó dos noches bajo aque­llas tiendas blancas, se enamoró de María de las Muertes y se casó con ella.
María de las Muertes, la bella princesa, se llevó al zarévich Iván a sus dominios. Vivieron en amor y armonía cierto tiempo, hasta que se le ocurrió a la princesa ponerse en campaña para hacer la guerra. Dejó a cargo del zarévich Iván todo cuanto poseía, hacién­dole esta advertencia:
-Anda por donde quieras y vigílalo todo, pero no entres en este cama-ranchón.
El zarévich Iván no pudo dominar su curiosidad y, apenas se marchó María de las Muertes, corrió al camaranchón, abrió la puerta y se asomó: allí estaba colgado con doce cadenas Koschéi, el Es­queleto Perpetuo.
-Apiádate de mí -suplicó Koschéi al zarévich- y dame un poco de agua. Diez años llevo padeciendo aquí, sin comer ni be­ber, y tengo la garganta reseca.
El zarévich le llevó un cubo entero de agua; pero, apenas lo apuró, Koschéi pidió más.
-Un cubo no basta para aplacar mi sed -dijo
El zarévich le llevó otro, que Koschéi apuró también, y aún pi­dió más. Pero, en cuanto se bebió el tercero, recobró su fuerza an­terior, sacudió las cadenas y rompió las doce de un golpe.
-¡Gracias, zarévich Iván! -exclamó Koschéi. Pero has de saber que, desde ahora, puedes despedirte de María de las Muer­tes para siempre.
En seguida salió disparado por la ventana armando un tremendo vendaval, dio alcance a María de las Muertes, la bella princesa, la arrebató y se la llevó a su casa. En cuanto al zarévich Iván, des­pués de llorar amarga-mente, se equipó y se puso en campaña di­ciendo:
-¡Pase lo que pase, he de dar con María de las Muertes!
Cabalgó un día, luego otro, y al amanecer del tercero se en­contró delante de un palacio maravilloso. A la entrada se alzaba un roble, y en el roble estaba posado un noble halcón. Al ver al zarévich, el halcón bajó volando del roble, pegó contra el suelo y se convirtió en un apuesto caballero.
-¡Querido cuñado! -exclamó. Veo que te encuentras bien, gracias a Dios.
Acudió presurosa la zarevna María. Acogió con júbilo a su her­mano, se informó de su salud y le contó cómo vivía ella. El zaré­vich pasó tres días a su lado.
-No puedo quedarme más tiempo -dijo entonces. Voy en busca de mi esposa, la bella princesa María de las Muertes.
-Mucho te costará dar con ella -advirtió su cuñado el halcón. Déjanos, por si acaso, tu cuchara de plata. Así te recor­daremos siempre que la veamos.
El zarévich Iván dejó la cuchara de plata a su cuñado el halcón y prosiguió su camino.
Cabalgó un día, luego otro, y al amanecer del tercero se halló frente a un palacio todavía mejor que el primero. A la entrada se alzaba un roble, y en el roble estaba posada un águila. Al verle, el águila bajó volando del roble, pegó contra el suelo y se convirtió en un apuesto caballero.
-¡Levántate, zarevna Olga, que ha venido nuestro querido her­mano! -gritó.
La zarevna acudió inmediatamente al encuentro de su herma­no, comenzó a besarle y abrazarle mientras se informaba de su sa­lud y le hablaba de la vida que ella hacía. El zarévich Iván pasó tres días con ellos.
-No dispongo de más tiempo -dijo al cabo: Voy en busca de mi esposa, la bella princesa María de las Muertes.
-Mucho te costará dar con ella -advirtió su cuñado el águila-. Déjanos tu tenedor de plata. Así te recordaremos siempre que lo veamos.
El zarévich Iván les dejó el tenedor de plata y continuó su ca­mino.
Cabalgó un día, luego otro, y al amanecer del tercero se halló frente a un palacio mejor que los dos primeros. A la entrada se alzaba un roble, y en el roble estaba posado un cuervo. Al verle, el cuervo bajó volando del roble, pegó contra el sueloo y se convir­tió en un apuesto caballero.
Zarevna Ana! -gritó-. Sal en seguida, que aquí llega nues­tro hermano.
La zarevna Ana llegó corriendo, acogió con júbilo a su herma­no, se puso a besarle y abrazarle mientras se informaba de su salud y le contaba cómo vivía ella. El zarévich Iván pasó tres días con ellos.
-¡Adiós! -dijo entonces-. Voy en busca de mi esposa, la bella princesa María de las Muertes.
-Mucho te costará dar con ella -observó el cuervo. Déja­nos tu tabaquera de plata. Así te recordaremos siempre que la vea­mos.
El zarévich Iván les dejó su tabaquera de plata, se despidió y continuó su camino.
Cabalgó un día, luego otro, y al tercero llegó donde se encon­traba María de las Muertes. Al ver a su amado, la princesa corrió a sus brazos y profirió, anegada en lágrimas:
-¡Ay, zarévich Iván! ¿Por qué me desobedeciste, miraste en el cama-ranchón y liberaste a Koschéi, el Esqueleto Perpetuo?
-¡Perdóname, María de las Muertes! Y olvida lo pasado. Lo que debes hacer ahora es venirte conmigo antes de que aparezca Koschéi. Quizá tengamos la suerte de que no nos dé alcance.
Hicieron sus preparativos y escaparon de allí.
Koschéi andaba entonces de caza. Cuando volvía, al atarde­cer, el recio caballo que montaba pegó un tropezón.
-¿Qué te ocurre, jamelgo raquítico? ¿Por qué tropiezas? ¿Acaso barruntas algún contratiempo?
-El zarévich Iván ha estado aquí -contestó el caballo- y se ha llevado a María de las Muertes.
-¿Se les puede dar alcance?
-Hay tiempo para sembrar trigo, esperar a que grane, segar­lo, trillarlo, convertirlo en harina, preparar cinco hornadas de pan, comérselo todo, partir solamente entonces detrás de ellos y aun así darles alcance.
Koschéi partió al galope y alcanzó al zarévich Iván.
-Por ser la primera vez, te perdono en pago de tu bondad por haberme dado de beber. Y también te perdonaré una vez más. Pero ándate con cuidado porque a la tercera te despedazaré.
Le arrebató a María de las Muertes y se la llevó. En cuanto al zarévich Iván, se quedó allí llorando, sentado en una piedra. Lloró amargamente, pero volvió de nuevo en busca de María de las Muertes. Llegó en ausencia de Koschéi.
-¡Vámonos, María de las Muertes!
-¡Ay, zarévich Iván! Nos alcalzará.
-Aunque nos alcance. Por lo menos estaremos una o dos ho­ras juntos.
Hicieron sus preparativos y se marcharon. Volvía Koschéi a su casa, cuando,el recio caballo que montaba pegó un tropezón.
-¿Qué te ocurre, jamelgo raquítico? ¿Por qué tropiezas? ¿Acaso barruntas algún contratiempo?
-El zarévich Iván ha estado aquí y se ha llevado a María de las Muertes.
-¿Se les puede dar alcance?
-Se puede sembrar cebada, esperar a que grane, segarla, tri­llarla, hacer cerveza con ella, beber hasta emborracharse, dormir la borrachera, partir solamente entonces detrás de ellos y aun así darles alcance.
Koschéi partió al galope y alcanzó al zarévich Iván.
-Ya te advertí que podías despedirte de María de las Muertes para siempre.
Le arrebató la bella princesa y se la llevó.
El zarévich Iván se quedó solo, lloró amargamente y de nuevo fue en busca de María de las Muertes. Por entonces, Koschéi esta­ba ausente.
-¡Vámonos, María de las Muertes!
-¡Ay, zarévich Iván! Nos alcanzará y a ti te hará pedazos.
-¡Aunque me haga pedazos! Yo no puedo vivir sin ti.
Hicieron sus preparativos y se marcharon.
Volvía Koschéi a su casa, cuando el recio caballo que montaba pegó un tropezón.
-¿Qué te ocurre, jamelgo raquítico? ¿Por qué tropiezas? ¿Acaso barruntas algún contratiempo?
-El zarévich Iván ha estado aquí y se ha llevado a María de las Muertes.
Koschéi partió al galope, alcanzó al zarévich Iván, le hizo pe­dazos muy pequeños, quee metió en un tonel embreado, luego re­forzó el tonel con aros de hierro, lo arrojó al mar azul y se llevó a María de las Muertes a su casa.
Por entonces, los objetos de plata que el zarévich Iván había dejado en casa de sus cuñados se pusieron renegridos.
-¡Ay! ¡Alguna desgracia le ha ocurrido! -exclamaron.
El águila corrió al mar azul, agarró el tonel y lo sacó a tierra: el halcón fue a buscar el agua de la vida, y el cuervo el agua de la muerte. Se juntaron luego los tres al borde del mar, rompieron el tonel, sacaron los pedazos del zarévich Iván, los levantaron y los colocaron como debían estar. El cuervo los roció con el agua de la muerte, y los pedazos se unieron volviendo a formar el cuer­po. El halcón le roció con el agua de la vida y entonces el zarévich Iván se estremeció, se incorporó y dijo:
-¡Cuánto tiempo he dormido!
-Pues aún habrías dormido más tiempo, de no ser por noso­tros -repli-caron los cuñados.
-Ven ahora a pasar una temporada con nosotros.
-¡Imposible, hermanos! Tengo que rescatar a María de las Muertes.
El zarévich fue donde estaba su esposa y le dijo:
-Entérate de cómo se ha hecho Koschéi con ese caballo tan raudo.
María de las Muertes aprovechó un momento oportuno y se lo preguntó a Koschéi.
-Allá en los confines del mundo, en el más remoto de los paí­ses, pasado el río de fuego, vive la bruja Yagá. Ella tiene una ye­gua y galopa a diario alrededor del mundo. Además, posee otras muchas yeguas de gran valor. Yo estuve una vez llevándolas a pastar durante tres días y, como ninguna se me desmandó, la bruja Yagá me regaló un potro.
-¿Y cómo pudiste cruzar el río de fuego?
-Pues, porque tengo un pañuelo que, si lo agito tres veces hacia la derecha, aparece un puente muy alto, muy alto, y el fue­go no llega hasta él.
María de las Muertes escuchó todo con mucha atención, se lo repitió al zarévich Iván y le llevó el pañuelo de Koschéi.
El zarévich cruzó por encima del río de fuego y se encaminó hacia la casa de la bruja Yagá. Anduvo mucho tiempo sin comer ni beber. En esto vio a un ave de ultramar con sus polluelos. «Me comeré uno de los polluelos», se dijo el zarévich.
-No te lo comas, zarévich Iván -rogó el ave de ultramar. En algún momento te prestaré un servicio.
Continuó el zarévich su camino, cuando se encontró con un nido de abejas en el bosque. «Cogeré un poco de miel», se dijo.
-No toques nuestra miel -pidió la reina de las abejas. En algún momento te prestaré un servicio.
El zarévich no cogió miel y prosiguió su camino hasta cruzarse con una leona y su cachorro. «Me comeré aunque -sea este cacho­rro, porque tengo tanta hambre que hasta siento náuseas», se dijo.
-No le hagas nada a mi cachorro -pidió la leona. En al­gún momento te prestaré un servicio.
-Sea como tú quieres.
Famélico, siguió como pudo y, anda que te anda, se encontró frente a la casa de la bruja Yagá. Alrededor de la casa había plan­tadas doce estacas coronadas todas, menos una, por una cabeza humana.
-¡Hola, abuela!
-Hola, zarévich Iván. ¿Cómo tú por aquí? ¿Vienes por tu vo­luntad o vienes por necesidad?
-He venido a ganarme uno de tus magníficos caballos.
-De acuerdo, zarévich. Ya sabes que no precisas estar mu­cho tiempo a mi servicio, sino tres días solamente. En caso de que no se te desmande ninguna de mis yeguas, te daré un caballo dig­no de un bogatir. De lo contrario, y no lo tomes a mal, tu cabeza coronará la estaca que está vacía.
El zarévich Iván aceptó las condiciones. La bruja Yagá le dio de comer, de beber, y le ordenó poner manos a la obra. Apenas hizo salir el zarévich a las yeguas de la cuadra, éstas emprendieron el galope, se dispersaron por los prados y desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. El zarévich se sentó en una piedra y rompió a llorar, hasta que le venció el sueño. El sol iba a ponerse ya, cuando llegó volando.el ave de ultramar y le despertó diciendo:
-Levántate, zarévich Iván. Las yeguas están ya todas en la cuadra.
El zarévich se levantó, volvió a casa de la bruja Yagá, que esta­ba regañando a sus yeguas.
-¿Por qué habéis vuelto a casa? -gritaba muy enfadada.
-¿Cómo no íbamos a volver, si acudieron aves del mundo en­tero y por poco nos sacan los ojos?
-Bueno, pues mañana no galopéis por los prados. Lo que de­béis hacer es dispersaros por los bosques más frondosos.
El zarévich Iván se acostó a dormir. Por la mañana le advirtió la bruja Yagá:
-Andate con ojo, zarévich Iván: ya sabes que si no vigilas a las yeguas y se te pierde una sola, tu alocada cabeza se verá ensar­tada en una estaca.
El zarévich condujo las yeguas al campo; pero éstas partieron inmediata-mente al galope y se dispersaron por los bosques más fron­dosos. De nuevo se sentó el zarévich Iván en una piedra y estuvo llora que te llora, hasta que le rindió el sueño. Se había puesto ya el sol detrás del bosque, cuando acudió corriendo la leona.
-Levántate, zarévich Iván. Las yeguas están ya todas en la cuadra.
El zarévich Iván se levantó y regresó a casa de la bruja Yagá, que estaba regañando a sus yeguas.
-¿Por qué habéis vuelto a casa? -gritaba más enfadada aún.
-¿Cómo no íbamos a volver, si acudieron animales feroces del mundo entero y estuvieron a punto de devorarnos?
-Bueno, pues mañana debéis escaparos al mar azul.
También esa noche se acostó a dormir el zarévich Iván. Por la mañana, la bruja Yagá le mandó que sacara las yeguas.
-Si no vuelves a traerlas todas -le advirtió, tu alocada ca­beza se verá en el extremo de una estaca.
El zarévich sacó las yeguas al campo, pero ellas emprendieron inmediata-mente el galope, desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos y se metieron en el mar hasta que les llegó el agua al cuello. El zarévich Iván se sentó en una piedra y lloró hasta que se dur­mió. El sol había desaparecido detrás del bosque, cuando llegó una abeja volando y le dijo:
-Levántate, zarévich. Las yeguas están ya todas en la cuadra. Cuando vuelvas a casa de la bruja Yagá, métete en la cuadra sin que ella te vea y escóndete detrás de los pesebres. Allí encontrarás un potrillo canijo tumbado sobre el estiércol. Róbalo y escapa con él cuando sea medianoche.
El zarévich se levantó, llegó sigilosamente hasta la cuadra y se acurrucó detrás de los pesebres. La bruja Yagá estaba alborotando y chillándoles a sus yeguas:
-¿Por qué habéis vuelto?
-¿Cómo no íbamos a volver, si llegaron nubes de abejas del mundo entero y empezaron a clavarnos sus aguijones desde todas partes hasta levantarnos ronchas?
La bruja Yagá se acostó a dormir. El zarévich aguardó a que diera la medianoche, le robó el potrillo canijo, lo ensilló y galopó, montado en él, hasta el río de fuego. Cuando llegó al río, agitó tres veces el pañuelo hacia la derecha y de pronto apareció un her­moso puente, a gran altura sobre las llamas. El zarévich cruzó el puente, agitó el pañuelo hacia la izquierda solamente dos veces y quedó sobre el río una frágil pasarela.
Cuando se despertó por la mañana, la bruja Yagá notó la falta del potrillo canijo. Furiosa, se lanzó a toda velocidad detrás de los fugitivos, montada en un almirez de hierro. Utilizaba la mano del almirez como timón, y con una escoba iba borrando las huellas. Así llegó al río de fuego. «¡Qué buen puente!», se dijo, viendo el que había dejado el zarévich Iván, y se metió por él. Pero había llegado a la mitad, cuando el puente se desmoronó y la bruja Yagá cayó pegando tumbos al río, donde murió abrasada.
El zarévich Iván hizo pastar a su potro en los prados más ver­des, y pronto se convirtió en un magnífico corcel. Entonces fue don­de se encon-traba María de las Muertes. La bella princesa corrió a su encuentro y cayó en sus brazos.
-¡Alabado sea Dios que te ha resucitado!
El zarévich le refirió cuanto le había ocurrido y luego dijo:
-¡Vámonos!
-¡Tengo miedo, zarévich! Si Koschéi nos da alcance, serás des­pedazado otra vez.
-No podrá darnos alcance. Ahora monto un caballo digno de un bogatir, que corre como si tuviera alas.
Se montaron en el caballo y partieron de allí.
Volvía Koschéi a casa cuando su caballo tropezó.
-¿Qué te ocurre, jamelgo raquítico? ¿Por qué tropiezas? ¿Acaso barruntas algún contratiempo?
-El zarévich Iván ha estado aquí y se ha llevado a María de las Muertes.
-¿Se le puede dar alcance?
-¡Sabe Dios! El zarévich Iván tiene ahora un caballo mejor que yo.
-No lo consentiré -exclamó Koschéi. Vamos tras ellos.
Al cabo de algún tiempo, no sé si poco o mucho, dio alcance a los fugitivos, saltó a tierra y se disponía a descargar su afilado sable sobre el zarévich Iván, cuando el caballo que éste montaba le pegó a Koschéi una coz con todas sus fuerzas, abriéndole la ca­beza. Luego el zarévich le remató con su maza, hizo un montón de leña, le prendió fuego, quemó a Koschéi en aquella hoguera y aventó sus cenizas.
María de las Muertes montó en el caballo de Koschéi, el zaré­vich en el suyo y se fueron a visitar al cuervo, luego al águila y por fin al halcón, siendo acogidos con gran júbilo por todos.
-Habíamos perdido ya las esperanzas de volverte a ver, zaré­vich Iván. Pero con razón has afrontado todos esos peligros: ni bus­cándola por el mundo entero se podría encontrar otra belleza co­mo María de las Muertes.
Pasaron así algún tiempo en familia, festejando su reunión y luego regresaron a su reino, donde vivieron felices y contentos, sin más azares y gozando de la existencia.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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