Erase un
bracero á quien el Señor había dotado de una gran fuerza. Un día se enteró de
que un culebrón tenía asustada a la hija del zar, y se jactó:
-Nadie es
capaz de terminar con ese maldito culebrón, pero yo sí.
Alguien
de palacio le oyó hablar de esa manera, y se empeñó en que debía hacerlo.
-Sí,
hombre: tienes que librar a la zarevna de esa pesadilla.
Y como
los jactanciosos llevan en el pecado la penitencia, el bracero acabó yendo a
decirle al zar:
-Yo
podría salvar a la zarevna. ¿Cuál sería la recompensa?
-Te daría
a la zarevna por esposa -contestó el zar encantado.
El
bracero pidió entonces que le llevaran siete pellejos de buey y que le hicieran
avellanas de hierro, uñas de hierro y una maza de hierro. Cuando se lo llevaron
todo, se metió dentro de los siete pellejos de buey, se encajó en los dedos las
uñas de hierro, se echó al bolsillo avellanas corrientes y avellanas de hierro,
empuñó la maza y fue al aposento de la zarevna. Llegó el culebrón que tenía
asustada a la zarevna y, al ver al bracero, rechinó los dientes.
-¿Qué
haces aquí?
-Lo mismo
que tú -contestó el bracero mientras se entretenía en comer avellanas.
Viendo el
culebrón que no conseguiría nada por la fuerza, quiso ganarle por la astucia.
Empezó por pedirle avellanas, y el bracero le dio un puñado de las de hierro.
El culebrón estuvo un buen rato intentando partirlas, hasta que terminó
escupiéndolas.
-Estas
avellanas tuyas son una porquería -dijo al fin. Mejor será que juguemos a las
cartas, ¿quieres?
-Bueno.
¿Y qué nos vamos a jugar?
Después
de discutirlo un poco, decidieron que el ganador le daría un mamporro al otro.
Se pusieron a jugar y perdió el culebrón. El bracero sacó la maza y le atizó un
golpe que casi le dejó sin sentido.
-Mejor
será que nos juguemos el pellejo. Al que pierda, lo desollará él ganador.
Esa vez
perdió el bracero, y el culebrón le arrancó uno de los pellejos de buey.
-Vamos a
seguir.
Perdió el
culebrón, y el bracero le clavó entonces las uñas de hierro y lo desolló. El
culebrón expiró allí mismo.
El zar se
enteró de lo ocurrido y se puso tan contento, que casó a su hija con el
bracero. Pero la zarevna estaba a disgusto viviendo con aquel campesino. Conque
al poco tiempo ordenó que lo llevaran al bosque y allí lo mataran. Los
servidores lo apresaron y lo llevaron al bosque, pero les dio lástima y no lo
mataron.
Andaba el
bracero llorando por el bosque cuando vio venir a tres hombres que discutían.
Cuando se cruzaron, corrieron a él para contarle su apuro.
-Mira,
buen hombre: hemos encontrado uñas botas que andan solas, una alfombra voladora
y un mantel siempre servido, pero no sabemos cómo repartir estas cosas. ¿Qué
nos aconsejas?
-Yo creo
que debía ser todo para el primero que trepe a ese roble.
Los tres
pánfilos aceptaron y corrieron hacia el árbol. En cuanto estuvieron arriba, el
bracero se puso las botas que andaban solas, tomó asiento sobre la alfombra
voladora llevando el mantel siempre servido y dijo:
-Quiero
encontrarme junto a la ciudad del zar.
Al
instante estuvo donde deseaba. Montó una tienda, ordenó al mantel que sirviera
una comida y envió una invitación al zar y a su hija. Cuando éstos llegaron, no
le reconocieron. El bracero los colmó de atenciones, mostró a la zarevna la
alfombra voladora y, sin que ella se diera cuenta, la hizo sentarse encima,
agarró el mantel siempre servido y formuló el deseo de ser trasladado a un
bosque tenebroso. Cuando se encontró allí le dijo a la zarevna quién era. Ella
empezó a hacerle carantoñas y arrumacos hasta conseguir que la perdonara. Pero,
en cuanto le vio dormido, agarró el mantel siempre servido, se montó en la
alfombra voladora... ¡y adiós, muy buenas!
El
bracero se despertó y vio que no estaba allí la zarevna y que faltaban la
alfombra voladora y el mantel siempre servido. Sólo le quedaban las botas que
andaban solas. Vagando por el bosque se encontró delante de dos manzanos y,
como tenía hambre, arrancó un fruto de uno de ellos y se lo comió. Nada más
comérselo, le creció un cuerno a un lado de la frente. Se comió otra manzana, y
le creció otro cuerno. Entonces probó los frutos del otro árbol. Se comió una
manzana, y al instante desaparecieron los cuernos y él quedó transformado en un
apuesto mancebo.
El
bracero se llenó los bolsillos de manzanas de los dos árboles y volvió a la
ciudad donde vivía el zar. Andaba rondando alrededor de palacio cuando vio a
una de las criadas de la zarevna, una chica muy fea, medio gitana.
-¿Quieres
una manzana, muchacha? -le ofreció.
La criada
aceptó la manzana, se la comió y se convirtió en una auténtica belleza. La
zarevna se quedó pasmada al verla, y le ordenó:
-Corre a
comprarme a mí manzanas de ésas.
La criada
obedeció; pero, cuando la zarevna se comió las manzanas, le crecieron cuernos
en la frente.
Al día
siguiente se presentó el bracero diciendo que él podía devolver su belleza a la
zarevna. Ella, claro, le pidió encarecidamente que lo hiciera.
El
bracero le ordenó que fuera al baño y, cuando la zarevna estuvo desnuda, se
puso a azotarla con unas varillas metálicas. Le pegó una paliza que no
olvidaría la zarevna en mucho tiempo. Luego le descubrió que era su esposo y la
zarevna le pidió humildemente perdón, y le devolvió la alfombra voladora y el
mantel siempre servido.
El
bracero le dio manzanas de las buenas y, desde entonces, vivieron en buena
armonía y en la opulencia.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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