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martes, 20 de agosto de 2013

Los cuernos

Erase un bracero á quien el Señor había dotado de una gran fuerza. Un día se enteró de que un culebrón tenía asustada a la hija del zar, y se jactó:
-Nadie es capaz de terminar con ese maldito culebrón, pero yo sí.
Alguien de palacio le oyó hablar de esa manera, y se empeñó en que debía hacerlo.
-Sí, hombre: tienes que librar a la zarevna de esa pesadilla.
Y como los jactanciosos llevan en el pecado la penitencia, el bracero acabó yendo a decirle al zar:
-Yo podría salvar a la zarevna. ¿Cuál sería la recompensa?
-Te daría a la zarevna por esposa -contestó el zar encantado.
El bracero pidió entonces que le llevaran siete pellejos de buey y que le hicieran avellanas de hierro, uñas de hierro y una maza de hierro. Cuando se lo llevaron todo, se metió dentro de los siete pellejos de buey, se encajó en los dedos las uñas de hierro, se echó al bolsillo avellanas corrientes y avellanas de hierro, empuñó la maza y fue al aposento de la zarevna. Llegó el culebrón que tenía asustada a la zarevna y, al ver al bracero, rechinó los dientes.
-¿Qué haces aquí?
-Lo mismo que tú -contestó el bracero mientras se entretenía en comer avellanas.
Viendo el culebrón que no conseguiría nada por la fuerza, quiso ganarle por la astucia. Empezó por pedirle avellanas, y el bracero le dio un puñado de las de hierro. El culebrón estuvo un buen rato intentando partirlas, hasta que terminó escupiéndolas.
-Estas avellanas tuyas son una porquería -dijo al fin. Mejor será que juguemos a las cartas, ¿quieres?
-Bueno. ¿Y qué nos vamos a jugar?
Después de discutirlo un poco, decidieron que el ganador le daría un mamporro al otro. Se pusieron a jugar y perdió el culebrón. El bracero sacó la maza y le atizó un golpe que casi le dejó sin sentido.
-Mejor será que nos juguemos el pellejo. Al que pierda, lo desollará él ganador.
Esa vez perdió el bracero, y el culebrón le arrancó uno de los pellejos de buey.
-Vamos a seguir.
Perdió el culebrón, y el bracero le clavó entonces las uñas de hierro y lo desolló. El culebrón expiró allí mismo.
El zar se enteró de lo ocurrido y se puso tan contento, que casó a su hija con el bracero. Pero la zarevna estaba a disgusto viviendo con aquel campesino. Conque al poco tiempo ordenó que lo llevaran al bosque y allí lo mataran. Los servidores lo apresaron y lo llevaron al bosque, pero les dio lástima y no lo mataron.
Andaba el bracero llorando por el bosque cuando vio venir a tres hombres que discutían. Cuando se cruzaron, corrieron a él para contarle su apuro.
-Mira, buen hombre: hemos encontrado uñas botas que andan solas, una alfombra voladora y un mantel siempre servido, pero no sabemos cómo repartir estas cosas. ¿Qué nos aconsejas?
-Yo creo que debía ser todo para el primero que trepe a ese roble.
Los tres pánfilos aceptaron y corrieron hacia el árbol. En cuanto estuvieron arriba, el bracero se puso las botas que andaban solas, tomó asiento sobre la alfombra voladora llevando el mantel siempre servido y dijo:
-Quiero encontrarme junto a la ciudad del zar.
Al instante estuvo donde deseaba. Montó una tienda, ordenó al mantel que sirviera una comida y envió una invitación al zar y a su hija. Cuando éstos llegaron, no le reconocieron. El bracero los colmó de atenciones, mostró a la zarevna la alfombra voladora y, sin que ella se diera cuenta, la hizo sentarse encima, agarró el mantel siempre servido y formuló el deseo de ser trasladado a un bosque tenebroso. Cuando se encontró allí le dijo a la zarevna quién era. Ella empezó a hacerle carantoñas y arrumacos hasta conseguir que la perdonara. Pero, en cuanto le vio dormido, agarró el mantel siempre servido, se montó en la alfombra voladora... ¡y adiós, muy buenas!
El bracero se despertó y vio que no estaba allí la zarevna y que faltaban la alfombra voladora y el mantel siempre servido. Sólo le quedaban las botas que andaban solas. Vagando por el bosque se encontró delante de dos manzanos y, como tenía hambre, arrancó un fruto de uno de ellos y se lo comió. Nada más comérselo, le creció un cuerno a un lado de la frente. Se comió otra manzana, y le creció otro cuerno. Entonces probó los frutos del otro árbol. Se comió una manzana, y al instante desaparecieron los cuernos y él quedó transformado en un apuesto mancebo.
El bracero se llenó los bolsillos de manzanas de los dos árboles y volvió a la ciudad donde vivía el zar. Andaba rondando alrededor de palacio cuando vio a una de las criadas de la zarevna, una chica muy fea, medio gitana.
-¿Quieres una manzana, muchacha? -le ofreció.
La criada aceptó la manzana, se la comió y se convirtió en una auténtica belleza. La zarevna se quedó pasmada al verla, y le ordenó:
-Corre a comprarme a mí manzanas de ésas.
La criada obedeció; pero, cuando la zarevna se comió las manzanas, le crecieron cuernos en la frente.
Al día siguiente se presentó el bracero diciendo que él podía devolver su belleza a la zarevna. Ella, claro, le pidió encarecidamente que lo hiciera.
El bracero le ordenó que fuera al baño y, cuando la zarevna estuvo desnuda, se puso a azotarla con unas varillas metálicas. Le pegó una paliza que no olvidaría la zarevna en mucho tiempo. Luego le descubrió que era su esposo y la zarevna le pidió humildemente perdón, y le devolvió la alfombra voladora y el mantel siempre servido.
El bracero le dio manzanas de las buenas y, desde entonces, vivieron en buena armonía y en la opulencia.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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