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martes, 20 de agosto de 2013

Los bailes nocturnos

Erase un rey viudo que tenía doce hijas, a cuál más bella. Estas princesas salían todas las noches sin que se supiera adónde iban; pero el caso es que gastaban a diario un par de zapatos. El rey no daba abasto para comprarles calzado y quiso saber adónde iban por las noches y qué hacían. Conque dio un banquete, invitó a reyes y príncipes, a nobles, mercaderes y burgueses de todas las tierras y les preguntó:
-¿No podrá nadie explicarme este misterio? Al que lo haga, le daré por esposa a mi hija preferida y medio reino como dote.
Nadie se atrevía a aceptar el encargo de descubrir adónde iban las princesas por las noches. Al fin se ofreció un noble arruinado.
-Yo me enteraré, majestad -aseguró.
-Bueno, pues entérate.
Más tarde, al recapacitar, el noble arruinado se dijo: «¿Qué he hecho? Me he comprometido a descubrir un misterio del que no sé nada. Si ahora no lo descubro, el rey me meterá en la cárcel.» Salió del palacio y caminaba ya fuera de la ciudad, muy triste y cabizbajo, cuando se encontró con una viejecita, que le preguntó:
-¿Por qué andas tan pensativo, buen mozo?
-¿Cómo no voy a estar pensativo, abuela, si le he prometido al rey enterarme de adónde van sus hijas por las noches?
-Cierto que es difícil. Pero lo puedes conseguir. Toma este gorro que te hará invisible, y así te enterarás de todo. Pero recuerda una cosa: cuando te vayas a acostar, las princesas te ofrecerán una bebida que son gotas para dormir. Tú vuélvete hacia la pared y derrámala en la cama, pero no la tomes.
El noble arruinado dio las gracias a la vieja y regresó al palacio. Llegada la noche, le destinaron una habitación próxima a los aposentos de las princesas. Se tendió en el lecho, dispuesto a vigilar. En esto se presentó una princesa con una copa de vino, en la que habían mezclado las gotas para dormir, y le pidió que la bebiera a su salud. Como no podía rechazarla, tomó la copa, se volvió hacia la pared y derramó el contenido sobre el lecho. Justo a medianoche se asomaron las princesas para ver si estaba dormido. El se fingió sumido en un sueño muy profundo, aunque en realidad estaba atento al menor ruido.
-Hermanitas, nuestro celador se ha dormido. Vamos nosotras a lo nuestro.
-Vamos, vamos.
Todas se engalanaron. con sus mejores vestidos. La mayor se acercó a su cama y la apartó, descubriendo un paso que conducía al reino subterráneo de un zar embrujado. Cuando empezaron a bajar la escalera, el noble se levantó con mucho cuidado y las siguió después de ponerse el gorro que le hacía invisible. Pisó sin querer el vestido de la menor, y ésta exclamó asustada:
-¡Ay, hermanitas! Me parece que alguien me ha pisado el vestido. Eso no es un buen augurio.
-¡Bah! No pasará nada.
Al descender la escalera se encontraron en un soto donde crecían flores de oro entre los árboles. El noble arruinado arrancó una florecilla, y todo el soto empezó a rumorear.
-¡Ay, hermanitas! -exclamó la menor de las princesas-. Eso nos augura algo malo. ¿Oís cómo rumorean los árboles?
-No temas. Eso es que están tocando música en el palacio del zar embrujado.
Llegaron al palacio, donde fueron recibidas por el zar y sus cortesanos. Empezó a tocar la música, se pusieron a bailar y estuvieron bailando hasta que rompieron los zapatos. El zar ordenó que se sirviera vino a los invitados. El noble arruinado tomó una copa de una bandeja, apuró el vino y se guardó la copa en el bolsillo. Terminada la fiesta, las princesas se despidieron de sus parejas, prometiendo volver a la noche siguiente. Luego regresaron al palacio y se acostaron después de desnudarse.
Por la mañana llamó el rey al noble arruinado.
-¿Has vigilado a mis hijas?
-Sí, majestad.
-¿Y adónde van?
-Al reino subterráneo del zar embrujado donde se pasan la noche bailando.
El rey hizo comparecer a sus hijas y se puso a interrogarlas:
-¿Dónde estuvisteis anoche?
-En ninguna parte.
-¿No fuisteis a ver al zar embrujado? Pues este noble dice que sí y quiere demostrarlo.
-¿Qué va a demostrar si estuvo durmiendo como un tronco?
El noble arruinado sacó del bolsillo la florecilla de oro y la copa.
-Aquí están las pruebas -dijo entonces.
¿Qué podían hacer las princesas? Le confesaron al padre la verdad. El rey mandó cegar el paso que conducía al reino subterráneo, casó al noble arruinado con su hija menor y vivieron todos juntos y felices.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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