Erase un
rey viudo que tenía doce hijas, a cuál más bella. Estas princesas salían todas
las noches sin que se supiera adónde iban; pero el caso es que gastaban a
diario un par de zapatos. El rey no daba abasto para comprarles calzado y quiso
saber adónde iban por las noches y qué hacían. Conque dio un banquete, invitó a
reyes y príncipes, a nobles, mercaderes y burgueses de todas las tierras y les
preguntó:
-¿No
podrá nadie explicarme este misterio? Al que lo haga, le daré por esposa a mi
hija preferida y medio reino como dote.
Nadie se
atrevía a aceptar el encargo de descubrir adónde iban las princesas por las
noches. Al fin se ofreció un noble arruinado.
-Yo me
enteraré, majestad -aseguró.
-Bueno,
pues entérate.
Más
tarde, al recapacitar, el noble arruinado se dijo: «¿Qué he hecho? Me he
comprometido a descubrir un misterio del que no sé nada. Si ahora no lo
descubro, el rey me meterá en la cárcel.» Salió del palacio y caminaba ya fuera
de la ciudad, muy triste y cabizbajo, cuando se encontró con una viejecita, que
le preguntó:
-¿Por qué
andas tan pensativo, buen mozo?
-¿Cómo no
voy a estar pensativo, abuela, si le he prometido al rey enterarme de adónde
van sus hijas por las noches?
-Cierto
que es difícil. Pero lo puedes conseguir. Toma este gorro que te hará
invisible, y así te enterarás de todo. Pero recuerda una cosa: cuando te vayas
a acostar, las princesas te ofrecerán una bebida que son gotas para dormir. Tú
vuélvete hacia la pared y derrámala en la cama, pero no la tomes.
El noble
arruinado dio las gracias a la vieja y regresó al palacio. Llegada la noche, le
destinaron una habitación próxima a los aposentos de las princesas. Se tendió
en el lecho, dispuesto a vigilar. En esto se presentó una princesa con una copa
de vino, en la que habían mezclado las gotas para dormir, y le pidió que la
bebiera a su salud. Como no podía rechazarla, tomó la copa, se volvió hacia la
pared y derramó el contenido sobre el lecho. Justo a medianoche se asomaron las
princesas para ver si estaba dormido. El se fingió sumido en un sueño muy
profundo, aunque en realidad estaba atento al menor ruido.
-Hermanitas,
nuestro celador se ha dormido. Vamos nosotras a lo nuestro.
-Vamos,
vamos.
Todas se
engalanaron. con sus mejores vestidos. La mayor se acercó a su cama y la
apartó, descubriendo un paso que conducía al reino subterráneo de un zar
embrujado. Cuando empezaron a bajar la escalera, el noble se levantó con mucho
cuidado y las siguió después de ponerse el gorro que le hacía invisible. Pisó
sin querer el vestido de la menor, y ésta exclamó asustada:
-¡Ay,
hermanitas! Me parece que alguien me ha pisado el vestido. Eso no es un buen
augurio.
-¡Bah! No
pasará nada.
Al
descender la escalera se encontraron en un soto donde crecían flores de oro
entre los árboles. El noble arruinado arrancó una florecilla, y todo el soto
empezó a rumorear.
-¡Ay,
hermanitas! -exclamó la menor de las princesas-. Eso nos augura algo malo. ¿Oís
cómo rumorean los árboles?
-No temas.
Eso es que están tocando música en el palacio del zar embrujado.
Llegaron
al palacio, donde fueron recibidas por el zar y sus cortesanos. Empezó a tocar
la música, se pusieron a bailar y estuvieron bailando hasta que rompieron los
zapatos. El zar ordenó que se sirviera vino a los invitados. El noble arruinado
tomó una copa de una bandeja, apuró el vino y se guardó la copa en el bolsillo.
Terminada la fiesta, las princesas se despidieron de sus parejas, prometiendo
volver a la noche siguiente. Luego regresaron al palacio y se acostaron después
de desnudarse.
Por la
mañana llamó el rey al noble arruinado.
-¿Has
vigilado a mis hijas?
-Sí,
majestad.
-¿Y
adónde van?
-Al reino
subterráneo del zar embrujado donde se pasan la noche bailando.
El rey
hizo comparecer a sus hijas y se puso a interrogarlas:
-¿Dónde
estuvisteis anoche?
-En
ninguna parte.
-¿No
fuisteis a ver al zar embrujado? Pues este noble dice que sí y quiere
demostrarlo.
-¿Qué va
a demostrar si estuvo durmiendo como un tronco?
El noble
arruinado sacó del bolsillo la florecilla de oro y la copa.
-Aquí
están las pruebas -dijo entonces.
¿Qué
podían hacer las princesas? Le confesaron al padre la verdad. El rey mandó
cegar el paso que conducía al reino subterráneo, casó al noble arruinado con su
hija menor y vivieron todos juntos y felices.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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