Erase un
famoso mercader. Un día fue a verle un desconocido solicitando trabajo.
Transcurrido un año, le pidió la cuenta al patrono. Pero, cuando éste quiso
pagarle el salario merecido, sólo aceptó un kópek y luego fue a tirarlo al río.
«Si he
trabajado a conciencia -se dijo, la moneda no se irá al fondo.»
El kópek
se fue al fondo. Entonces el hombre se quedó a trabajar con el mismo patrono.
Trabajó un año, el mercader quiso darle el dinero que le correspondía, pero el
hombre hizo igual que la primera vez: tomó sólo un kópek, fue al mismo lugar
del río y arrojó la moneda. El kópek cayó al fondo.
Por
tercera vez se fue a trabajar para aquel patrono. Pasó un año y, cuando el
mercader quiso darle más dinero todavía por el celo con que había cumplido su
obligación, el hombre tampoco aceptó más que un kópek, que arrojó al agua como
las otras veces. iY entonces emergieron los tres kópeks juntos! Los sacó del
agua y se puso en camino hacia su pueblo.
En esto
se cruzó con un mercader que iba a misa. El hombre le dio al mercader uno de
sus kópeks para que pusiera una vela delante de las imágenes. El mercader entró
en la iglesia, compró una vela de su bolsillo y, sin querer, dejó caer el otro
kópek al suelo. De pronto, de aquel kópek se encendió una llama. Maravillados,
los que estaban en la iglesia preguntaron a quién se le había caído aquel
kópek.
-Se me ha
caído a mí, y me lo había dado un hombre para una vela.
Todos los
presentes tomaron velas y las encendieron en la llama de aquel kópek. Mientras
tanto, el hombre continuó su camino hasta cruzarse con otro mercader que iba a
la feria. El hombre sacó un kópek de su bolsillo y se lo dio al mercader.
-Cómprame
algo en la feria con esto -le pidió.
El mercader
lo tomó, hizo sus compras y, cuando estaba pensando qué más necesitaba, se
acordó de aquel kópek. Se preguntó qué podría comprar con él. En esto se
encontró con un chico que vendía un gato y pedía un kópek por él. Como no se le
ocurrió otra cosa, compró aquel gato.
El
mercader se marchó con sus barcos a comerciar a otro país que, precisamente,
padecía una plaga de ratas. Atracaron los barcos, y el gato bajaba a cada
momento a tierra para matarlas.
-¿Es muy
caro ese animal? -le preguntó el zar al mercader al enterarse de lo que hacía
el gato.
-No es
mío. Lo compré para un buen hombre por encargo suyo -contestó el mercader, y a
propósito dijo que valía tres barcos.
El zar le
dio tres barcos y se quedó con el gato. El mercader regresó a su país. El hombre
de los tres kópeks fue al mercado, le buscó y le preguntó:
-¿Compraste
algo con mi kópek?
-No puedo
ocultarte que compré tres barcos -contestó.
El hombre
recogió sus tres barcos y se hizo a la mar. Navegando, navegando -no sé si poco
o mucho tiempo, llegó a una isla donde había un roble. El hombre trepó al
roble para pasar la noche entre sus ramas. Al cabo de un rato se juntaron
debajo del árbol varios demonios, y el hombre oyó jactarse a uno de que al día
siguiente, a la luz del sol, raptaría a la hija del zar.
-Si no lo
haces -le advirtieron sus compañeros, te vamos a vapulear con varas de hierro.
Los
demonios se marcharon después de aquella conversación. El hombre bajó del árbol
y fue a ver al zar. Una vez en los aposentos reales, sacó del bolsillo el
último kópek y le prendió fuego, de manera que el demonio no pudo robar a la
hija del zar. Cuando sus compañeros le vieron regresar con las manos vacías, se
pusieron a vapulearle con varas de hierro hasta que se cansaron y lo
abandonaron no se sabe dónde.
El hombre
de los kópeks se casó entonces con la hija del zar y vivió muchos años, feliz y
en la opulencia.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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