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martes, 20 de agosto de 2013

Norka-el-monstruo

Eranse un zar y una zarina que tenían tres hijos: dos inteligen­tes y el otro bobo. En el palacio había un parque con multitud de animales diferentes. Pero otro animal muy peligroso, al que llama­ban Norka-el-monstruo, había tomado la costumbre de ir por allí, causando muchos daños, pues cada noche devoraba un animal. El zar lo había intentado todo para exterminarlo, pero no lo consi­guió. Entonces recurrió a sus hijos.
-Al que extermine a Norka-el-monstruo -dijo, le cederé la mitad de mi reino.
El hijo mayor dijo que iría él. En cuanto llegó la noche, tomó sus armas y salió. Pero, antes de llegar al parque de las fieras, se metió en una taberna y allí se pasó la noche de juerga. Cuando quiso darse cuenta, había amanecido. Era ya tarde para cumplir su misión. Y aunque le daba vergénza contarle a su padre lo ocu­rrido, no le quedó más remedio.
A la noche siguiente, el hermano mediano hizo lo mismo.
El padre les regañó mucho, hasta que se cansó.
Llegó la tercera noche, y se preparó el menor de los herma­nos. Todos se rieron de él porque era bobo y pensaban que no conseguiría nada. Pero él tomó sus armas y fue derecho al par­que. Allí se acurrucó cerca de unas zarzas para que le pincharan si le vencía el sueño. Pasada la medianoche, retembló la tierra: era Norka-el-monstruo que llegaba. Se metió en el parque saltando la verja. El zarévich se santiguó y marchó sobre él. El monstruo retrocedió. El zarévich le persiguió. Pero, viendo que no podría dar­le alcance a pie, corrió a la cuadra, agarró el mejor corcel y se lan­zó al galope. Cuando le dio alcance, se pusieron a luchar.
Lucharon mucho tiempo. El zarévich hirió tres veces al-mons­truo. Pero los dos estaban extenuados, y se tumbaron a descan­sar. Apenas vio al zarévich dormido, el monstruo escapó de allí. El caballo despertó al zarévich que, al darse cuenta de que no es­taba allí el monstruo, partió tras él. Cuando le dio alcance, empe­zaron de nuevo a luchar. El zarévich hirió tres veces al monstruo. Se acostaron también a descansar, y el monstruo huyó. El zaré­vich le dio alcance y le hizo tres heridas más. Pero, a la cuarta vez, antes de que el zarévich le alcanzara, llegó el monstruo a un sitio donde había una gran piedra blanca. La levantó y por el boquete que había dejado descendió a otro mundo diciendo:
-Me vencerás cuando bajes por aquí.
El zarévich volvió a palacio, le refirió a su padre todo lo ocurri­do y le pidió que mandara hacer una cuerda tan larga que llegase hasta el mundo subterráneo. El padre así lo ordenó. Cuando estu­vo hecha la cuerda, el zarévich llamó a sus hermanos y, con mu­chos servidores y todas las provisiones necesarias para un año, se encaminó hacia el sitio donde el monstruo había desaparecido de­bajo de la piedra. Llegaron, construyeron allí un palacio para vivir y empezaron los preparativos. El hermano menor les dijo a los otros:
-Veamos quién levanta esta piedra.
Ninguno de los mayores pudo moverla siquiera; pero él la le­vantó y, con todo lo grande que era, la arrojó muy lejos, a lo alto de una montaña. Luego dijo:
-Hermanos míos, adiós. Bajadme con la cuerda al mundo sub­terráneo y no os mováis de aquí, para sacarme en cuanto notéis que yo pego una sacudida.
Los hermanos le bajaron. Al encontrarse en aquel otro mundo subterráneo, el zarévich echó a andar hasta que vio a un caballo ricamente enjaezado.
-Bienvenido, zarévich Iván -le dijo el caballo. Hace tiem­po que te espero.
El zarévich se montó en aquel caballo y, después de mucho cabalgar, se encontró frente a un palacio de cobre. Entró en el pa­tio, ató su caballo y penetró en los aposentos. En uno había una mesa servida. Se sentó a comer, pasó a otro aposento donde ha­bía una cama y se acostó a descansar. Entonces apareció una don­cella, tan linda, que nadie podría imaginársela más que en un cuento de hadas, y dijo:
-Quien se encuentre en mi casa, que venga a verme. Si es mayor, le acataré como padre; si no lo es tanto, lo aceptaré como hermano, y si es joven, le tomaré como esposo amado. Si es una mujer mayor, la acataré como abuela, o como madre si no lo es tanto, y será mi hermana si se trata de una joven.
El zarévich salió y la doncella se llevó una grata sorpresa al verle.
-¿A qué has venido hasta aquí, zarévich Iván, gentil prometi­do mío?
El zarévich le refirió todo lo ocurrido y ella replicó:
-Ese monstruo al que quieres vencer es hermano mío. Ahora está en casa de mi segunda hermana, que vive cerca de aquí, en un palacio de plata. Yo le he curado las heridas que le hiciste.
Después de esto comieron, bebieron, pasearon y charlaron hasta que el zarévich se despidió para visitar a la hermana segunda, que vivía en el palacio de plata. También ella le agasajó y le dijo que Norka-el-monstruo estaba entonces en casa de la hermana menor.
El zarévich partió en busca de la menor de las hermanas, que vivía en un palacio de oro. Esta le dijo que su hermano estaba dur­miendo sobre el mar azul, le hizo beber del agua de la fuerza y le entregó un sable maravilloso, advirtiéndole que le cortara la cabe­za al monstruo de un solo tajo.
El zarévich se puso otra vez en camino, llegó hasta el mar azul y descubrió al monstruo, dormido sobre una roca. A cada ronqui­do suyo, las olas se agitaban a siete uerstas a la redonda. El zaré­vich se santiguó, llegó hasta el monstruo y le descargó su sable so­bre la cabeza, que salió disparada, y luego cayó al mar diciendo:
-Ahora sí que estoy perdido.
Muerto Norka-el-monstruo, el zarévich volvió para recoger a las tres hermanas y sacarlas a la luz del día, ya que todas le habían tomado cariño y no querían separarse de él. Cada una de ellas trans­formó su palacio en un huevo (porque eran magas) y se los dieron a guardar a él, explicándole cómo se conseguía aquello y cómo se volvía a transformar los huevos en reinos. Luego fueron juntos hasta el sitio por donde tenían que subir a la luz del día. El zarévich tiró de la cuerda y sus hermanos subieron a las tres doncellas. Al ver a aquellas muchachas tan lindas, se pusieron a cambiar impre­siones, un poco apartados.
-Nuestro hermano puede impedir que nos casemos con estas hermosas jóvenes -dijeron-. Vamos a echar la cuerda para su­birle, pero la cortaremos antes de que llegue arriba, y así se estre­llará contra el fondo.
Ya de acuerdo, lanzaron la cuerda. Pero el zarévich, que no era tonto, sospechó lo que tramaban sus hermanos, ató a la cuer­da una piedra muy grande y dio la señal convenida. Los herma­nos tiraron de la cuerda hasta muy arriba y entonces la cortaron. La piedra se precipitó al vacío, haciéndose añicos.
El zarévich se alejó de allí llorando. Había caminado ya mu­cho, cuando estalló una tormenta cora relámpagos y truenos. Se cobijó debajo de un árbol para protegerse de la lluvia y vio que en aquel mismo árbol había unos pajarillos totalmente empapados. Se quitó la casaca, los tapó con ella y él se acurrucó al pie del árbol. Llegó volando un ave tan grande que con sus alas ocultó la escasa luz que dejaban pasar las nubes. Era la madre de los pajarillos a quienes había tapado el zarévich.
-¿Quién ha tapado a mis polluelos? -preguntó el ave al ver­los protegidos del agua. ¿Has sido tú? Muchas gracias. A cam­bio de esto, pide lo que quieras y yo lo cumpliré.
-Entonces, sácame de aquí.
-Haz un recipiente muy grande, llénalo a medias con anima­les que caces. La otra mitad llénala de agua. Así podrás alimentar­me durante el camino -le dijo.
El zarévich hizo todo lo que le había pedido. Entonces el ave cargó aquel recipiente sobre sus espaldas, hizo subir también al za­révich y emprendió el vuelo. Así fue volando, no sé si poco o mu­cho tiempo, hasta que le sacó de allí, se despidió de él y volvió a su tierra.
En cuanto al zarévich, buscó trabajo en el taller de un sastre: estaba tan harapiento y había cambiado tanto, que a nadie se le habría ocurrido pensar que se trataba del hijo del zar. Una vez que le admitió aquel sastre, empezó a hacerle preguntas sobre las no­vedades ocurridas en el reino.
-Pues dos de nuestros zaréviches (porque el tercero ha desa­parecido) han traído unas doncellas del reino subterráneo y quie­ren casarse con ellas; pero las novias se niegan mientras no les ha­gan para el día de la boda, sin tomarles medidas, trajes como los que tenían allá en su reino. El zar ha convocado a todos los sas­tres, pero ninguno se atreve con ese trabajo.
-Ve tú, mi amo -le dijo el zarévich después de escucharle, y prométele al zar que lo harás todo en tu taller.
-¿Cómo voy a atreverme con ese trabajo, si yo sólo coso pa­ra gente del pueblo? -protestó el sastre.
-Anda, mi amo -insistió el zarévich. Yo respondo de todo. Encantado de que alguien aceptara el encargo, el zar le dio al sastre todo el dinero que quiso. Cuando el hombre volvió a su ca­sa, le dijo al zarévich:
-Haz tus oraciones y acuéstate, que mañana estará todo listo.
El sastre hizo lo que le recomendaba su operario y se acostó.
Pasada la medianoche, el zarévich se levantó, salió de la ciu­dad y, una vez en el campo, transformó los huevos en palacios con­forme le habían explicado las doncellas. Entró, cogió un vestido en cada uno, volvió a transformar los palacios en huevos, regresó a casa del sastre, colgó los vestidos y se acostó. Cuando el sastre se despertó por la mañana, descubrió aquellos vestidos. ¡Nunca ha­bía visto nada igual! Estaban resplandecientes de oro, de plata y de piedras preciosas. Loco de contento, se los llevó al zar. Las don­cellas reconocieron en seguida los vestidos que tenían en el reino subterráneo y comprendieron que el zarévich había vuelto de allí. Se miraron, pero no dijeron ni palabra.
El sastre volvió a su casa después de entregar los vestidos, pe­ro no encontró ya a su valioso operario. Este se había puesto a tra­bajar para un zapatero a quien también envió a palacio y que tam­bién ganó mucho dinero. Así recorrió todos los talleres, y en todas partes le dieron las gracias por haberles permitido obtener unas bue­nas ganancias cumpliendo los encargos del zar.
Habiendo recorrido el zarévich todos los talleres de esta mane­ra, las tres doncellas vieron cumplido su deseo: habían recuperado todos los vestidos que tenían en el reino subterráneo. Sin embar­go, lloraban amargamente porque el zarévich no aparecía y ellas no tenían más remedio que casarse. Estaban ya hechos todos los preparativos, cuando la menor de las novias le pidió al zar:
-Permitidme, bátiushka, que vaya yo misma a repartir limos­nas a los pobres.
El zar se lo permitió y ella fue repartiendo las limosnas y fiján­dose en cada uno de los pobres. Así descubrió, al depositar su li­mosna en una mano, el anillo que ella le dio al zarévich en el reino subterráneo y los anillos de sus hermanas. ¡Era el zarévich Iván!
-Este fue quien nos sacó del reino subterráneo -dijo condu­ciéndole a presencia del zar. Sus hermanos nos prohibieron de­cir que estaba vivo y nos amenazaron con matarnos si no callá­bamos.
El zar se enfadó mucho con sus hijos mayores y los castigó co­mo merecían.
Más tarde se celebraron las tres bodas. Yo estuve allí, comí y bébí y aunque en la boca nada me entró, por las barbas sí me corrió.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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