Eranse un zar y una zarina que
tenían tres hijos: dos inteligentes y el otro bobo. En el palacio había un
parque con multitud de animales diferentes. Pero otro animal muy peligroso, al
que llamaban Norka-el-monstruo, había tomado la costumbre de ir por allí,
causando muchos daños, pues cada noche devoraba un animal. El zar lo había intentado todo para
exterminarlo, pero no lo consiguió. Entonces recurrió a sus hijos.
-Al que extermine a
Norka-el-monstruo -dijo, le cederé la mitad de mi reino.
El hijo mayor dijo que iría él. En
cuanto llegó la noche, tomó sus armas y salió. Pero, antes de llegar al parque
de las fieras, se metió en una taberna y allí se pasó la noche de juerga.
Cuando quiso darse cuenta, había amanecido. Era ya tarde para cumplir su
misión. Y aunque le daba vergénza contarle a su padre lo ocurrido, no le quedó
más remedio.
A la noche siguiente, el hermano
mediano hizo lo mismo.
El padre les regañó mucho, hasta
que se cansó.
Llegó la tercera noche, y se
preparó el menor de los hermanos. Todos se rieron de él porque era bobo y
pensaban que no conseguiría nada. Pero él tomó sus armas y fue derecho al parque.
Allí se acurrucó cerca de unas zarzas para que le pincharan si le vencía el
sueño. Pasada la medianoche, retembló la tierra: era Norka-el-monstruo que
llegaba. Se metió en el parque saltando la verja. El zarévich se santiguó y marchó sobre él. El monstruo retrocedió. El zarévich le persiguió. Pero, viendo que
no podría darle alcance a pie, corrió a la cuadra, agarró el mejor corcel y se
lanzó al galope. Cuando le dio alcance, se pusieron a luchar.
Lucharon mucho tiempo. El zarévich hirió tres veces al-monstruo.
Pero los dos estaban extenuados, y se tumbaron a descansar. Apenas vio al
zarévich dormido, el monstruo escapó de allí. El caballo despertó al zarévich que, al darse cuenta de que no
estaba allí el monstruo, partió tras él. Cuando le dio alcance, empezaron de
nuevo a luchar. El zarévich hirió
tres veces al monstruo. Se acostaron también a descansar, y el monstruo huyó.
El zarévich le dio alcance y le hizo
tres heridas más. Pero, a la cuarta vez, antes de que el zarévich le alcanzara, llegó el monstruo a un sitio donde había una
gran piedra blanca. La levantó y por el boquete que había dejado descendió a
otro mundo diciendo:
-Me vencerás cuando bajes por aquí.
El zarévich volvió a palacio, le refirió a su padre todo lo ocurrido
y le pidió que mandara hacer una cuerda tan larga que llegase hasta el mundo
subterráneo. El padre así lo ordenó. Cuando estuvo hecha la cuerda, el
zarévich llamó a sus hermanos y, con muchos servidores y todas las provisiones
necesarias para un año, se encaminó hacia el sitio donde el monstruo había
desaparecido debajo de la piedra. Llegaron, construyeron allí un palacio para
vivir y empezaron los preparativos. El hermano menor les dijo a los otros:
-Veamos quién levanta esta piedra.
Ninguno de los mayores pudo moverla
siquiera; pero él la levantó y, con todo lo grande que era, la arrojó muy
lejos, a lo alto de una montaña. Luego dijo:
-Hermanos míos, adiós. Bajadme con
la cuerda al mundo subterráneo y no os mováis de aquí, para sacarme en cuanto
notéis que yo pego una sacudida.
Los hermanos le bajaron. Al
encontrarse en aquel otro mundo subterráneo, el zarévich echó a andar hasta que vio a un caballo ricamente
enjaezado.
-Bienvenido, zarévich Iván -le dijo el caballo. Hace tiempo que te espero.
El zarévich se montó en aquel caballo y, después de mucho cabalgar, se
encontró frente a un palacio de cobre. Entró en el patio, ató su caballo y
penetró en los aposentos. En uno había una mesa servida. Se sentó a comer, pasó
a otro aposento donde había una cama y se acostó a descansar. Entonces
apareció una doncella, tan linda, que nadie podría imaginársela más que en un
cuento de hadas, y dijo:
-Quien se encuentre en mi casa, que
venga a verme. Si es mayor, le acataré como padre; si no lo es tanto, lo
aceptaré como hermano, y si es joven, le tomaré como esposo amado. Si es una
mujer mayor, la acataré como abuela, o como madre si no lo es tanto, y será mi
hermana si se trata de una joven.
El zarévich salió y la doncella se llevó una grata sorpresa al verle.
-¿A qué has venido hasta aquí, zarévich Iván, gentil prometido mío?
El zarévich le refirió todo lo ocurrido y ella replicó:
-Ese monstruo al que quieres vencer
es hermano mío. Ahora está en casa de mi segunda hermana, que vive cerca de
aquí, en un palacio de plata. Yo le he curado las heridas que le hiciste.
Después de esto comieron, bebieron,
pasearon y charlaron hasta que el zarévich
se despidió para visitar a la hermana segunda, que vivía en el palacio de
plata. También ella le agasajó y le dijo que Norka-el-monstruo estaba entonces
en casa de la hermana menor.
El zarévich partió en busca de la menor de las hermanas, que vivía en
un palacio de oro. Esta le dijo que su hermano estaba durmiendo sobre el mar
azul, le hizo beber del agua de la fuerza y le entregó un sable maravilloso,
advirtiéndole que le cortara la cabeza al monstruo de un solo tajo.
El zarévich se puso otra vez en camino, llegó hasta el mar azul y
descubrió al monstruo, dormido sobre una roca. A cada ronquido suyo, las olas
se agitaban a siete uerstas a la redonda. El zarévich se santiguó, llegó hasta el monstruo y le descargó su
sable sobre la cabeza, que salió disparada, y luego cayó al mar diciendo:
-Ahora sí que estoy perdido.
Muerto Norka-el-monstruo, el zarévich volvió para recoger a las tres
hermanas y sacarlas a la luz del día, ya que todas le habían tomado cariño y no
querían separarse de él. Cada una de ellas transformó su palacio en un huevo
(porque eran magas) y se los dieron a guardar a él, explicándole cómo se
conseguía aquello y cómo se volvía a transformar los huevos en reinos. Luego
fueron juntos hasta el sitio por donde tenían que subir a la luz del día. El zarévich tiró de la cuerda y sus
hermanos subieron a las tres doncellas. Al ver a aquellas muchachas tan lindas,
se pusieron a cambiar impresiones, un poco apartados.
-Nuestro hermano puede impedir que
nos casemos con estas hermosas jóvenes -dijeron-. Vamos a echar la cuerda para
subirle, pero la cortaremos antes de que llegue arriba, y así se estrellará
contra el fondo.
Ya de acuerdo, lanzaron la cuerda.
Pero el zarévich, que no era tonto,
sospechó lo que tramaban sus hermanos, ató a la cuerda una piedra muy grande y
dio la señal convenida. Los hermanos tiraron de la cuerda hasta muy arriba y
entonces la cortaron. La piedra se precipitó al vacío, haciéndose añicos.
El zarévich se alejó de allí llorando. Había caminado ya mucho,
cuando estalló una tormenta cora relámpagos y truenos. Se cobijó debajo de un
árbol para protegerse de la lluvia y vio que en aquel mismo árbol había unos
pajarillos totalmente empapados. Se quitó la casaca, los tapó con ella y él se
acurrucó al pie del árbol. Llegó volando un ave tan grande que con sus alas
ocultó la escasa luz que dejaban pasar las nubes. Era la madre de los
pajarillos a quienes había tapado el zarévich.
-¿Quién ha tapado a mis polluelos?
-preguntó el ave al verlos protegidos del agua. ¿Has sido tú? Muchas gracias.
A cambio de esto, pide lo que quieras y yo lo cumpliré.
-Entonces, sácame de aquí.
-Haz un recipiente muy grande,
llénalo a medias con animales que caces. La otra mitad llénala de agua. Así
podrás alimentarme durante el camino -le dijo.
El zarévich hizo todo lo que le había pedido. Entonces el ave cargó
aquel recipiente sobre sus espaldas, hizo subir también al zarévich y emprendió el vuelo. Así fue volando, no sé si poco o mucho
tiempo, hasta que le sacó de allí, se despidió de él y volvió a su tierra.
En cuanto al zarévich, buscó trabajo en el taller de un sastre: estaba tan
harapiento y había cambiado tanto, que a nadie se le habría ocurrido pensar que
se trataba del hijo del zar. Una vez
que le admitió aquel sastre, empezó a hacerle preguntas sobre las novedades
ocurridas en el reino.
-Pues dos de nuestros zaréviches (porque el tercero ha desaparecido)
han traído unas doncellas del reino subterráneo y quieren casarse con ellas;
pero las novias se niegan mientras no les hagan para el día de la boda, sin
tomarles medidas, trajes como los que tenían allá en su reino. El zar ha
convocado a todos los sastres, pero ninguno se atreve con ese trabajo.
-Ve tú, mi amo -le dijo el zarévich después de escucharle, y
prométele al zar que lo harás todo en tu taller.
-¿Cómo voy a atreverme con ese
trabajo, si yo sólo coso para gente del pueblo? -protestó el sastre.
-Anda, mi amo -insistió el zarévich. Yo respondo de todo.
Encantado de que alguien aceptara el encargo, el zar le dio al sastre todo el dinero que quiso. Cuando el hombre
volvió a su casa, le dijo al zarévich:
-Haz tus oraciones y acuéstate, que
mañana estará todo listo.
El sastre hizo lo que le
recomendaba su operario y se acostó.
Pasada la medianoche, el zarévich se levantó, salió de la ciudad
y, una vez en el campo, transformó los huevos en palacios conforme le habían
explicado las doncellas. Entró, cogió un vestido en cada uno, volvió a
transformar los palacios en huevos, regresó a casa del sastre, colgó los
vestidos y se acostó. Cuando el sastre se despertó por la mañana, descubrió
aquellos vestidos. ¡Nunca había visto nada igual! Estaban resplandecientes de
oro, de plata y de piedras preciosas. Loco de contento, se los llevó al zar. Las doncellas reconocieron en
seguida los vestidos que tenían en el reino subterráneo y comprendieron que el zarévich había vuelto de allí. Se
miraron, pero no dijeron ni palabra.
El sastre volvió a su casa después
de entregar los vestidos, pero no encontró ya a su valioso operario. Este se
había puesto a trabajar para un zapatero a quien también envió a palacio y que
también ganó mucho dinero. Así recorrió todos los talleres, y en todas partes
le dieron las gracias por haberles permitido obtener unas buenas ganancias
cumpliendo los encargos del zar.
Habiendo recorrido el zarévich todos los talleres de esta manera,
las tres doncellas vieron cumplido su deseo: habían recuperado todos los
vestidos que tenían en el reino subterráneo. Sin embargo, lloraban amargamente
porque el zarévich no aparecía y ellas no tenían más remedio que casarse.
Estaban ya hechos todos los preparativos, cuando la menor de las novias le
pidió al zar:
-Permitidme, bátiushka, que vaya yo misma a repartir limosnas a los pobres.
El zar se lo permitió y ella fue repartiendo las limosnas y fijándose
en cada uno de los pobres. Así descubrió, al depositar su limosna en una mano,
el anillo que ella le dio al zarévich
en el reino subterráneo y los anillos de sus hermanas. ¡Era el zarévich Iván!
-Este fue quien nos sacó del reino
subterráneo -dijo conduciéndole a presencia del zar. Sus hermanos nos prohibieron decir que estaba vivo y nos
amenazaron con matarnos si no callábamos.
El zar se enfadó mucho con sus hijos mayores y los castigó como
merecían.
Más tarde se celebraron las tres
bodas. Yo estuve allí, comí y bébí y aunque en la boca nada me entró, por las
barbas sí me corrió.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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