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martes, 20 de agosto de 2013

Los cisnes

Éranse un viejo y una vieja que tenían una hija y un hijo pe­queño.
-Escucha, hijita -dijo la madre-: nos vamos a trabajar. Te traeremos un bollo, te haremos un vestidito y te compraremos un pañolito. Sé buena, cuida de tu hermanito y no le dejes salir a la calle.
Los padres se marcharon, y la hija olvidó lo que le habían re­comendado. Sentó a su hermanito en la hierba al pie de la venta­na y se fue a la calle a jugar y divertirse. En esto llegaron volando unos cisnes, cogieron al niño y se lo llevaron sobre sus alas.
Cuando volvió la niña, miró ¡y no estaba el hermanito! Muy asus­tada, le buscó por aquí, por allá... ¡Nada! Le llamó, anegada en lágrimas, lamentan-do el disgusto que iban a llevarse el padre y la madre. ¡El hermanito no contestaba! Llegó corriendo hasta los cam­pos y vio a unos cisnes que remontaban el vuelo a lo lejos y desa­parecían detrás de un bosque oscuro. Los cisnes tenían de siem­pre muy mala fama, porque hacían estropicios y robaban a los ni­ños pequeños. La niña comprendió que ellos se habían llevado a su hermanito, y se lanzó corriendo detrás de ellos. Iba corre que te corre, cuando se encontró con una estufa.
-Dime, estufa, ¿hacia dónde han ido los cisnes?
-Cómete uno de mis panecillos de harina de centeno, y te lo diré.
-¡Oh! En casa de mi padre, ni siquiera como los de harina de trigo.
La estufa no le dijo nada, y la niña siguió corriendo hasta que se encontró con un manzano:
-Dime, manzano, ¿hacia dónde han ido los cisnes?
-Cómete una de mis manzanas silvestres, y te lo diré.
-¡Oh! En casa de mi padre, ni siquiera como las del huerto.
Siguió corriendo hasta encontrarse ante un río de leche con las orillas de dulce.
-Dime, río, decidme, orillas de dulce, ¿hacia dónde han ido los cisnes?
-Cómete un poco de este dulce con leche, y te lo diré.
-¡Oh! En casa de mi padre, ni siquiera lo como con nata.
Aún habría tenido que correr mucho por los campos y vagar por el bosque si, felizmente, no se hubiera encontrado con un eri­zo. Iba a empujarle con el pie, pero le dio miedo pincharse. Enton­ces le preguntó:
-Dime, erizo, ¿hacia dónde han ido los cisnes?
-Hacia allá -contestó el erizo.
La niña corrió en esa dirección y se encontró con una pequeña isba que tenía patas de gallina y giraba sobre sí misma. En la casa estaba la bruja Yagá -jeta rugosa, pata de arcilla-, y también es­taba el niño, sentado en un banquito y jugando con unas manza­nas de oro. En cuanto le vio su hermana, se acercó con mucho sigilo, le tomó en brazos y salió corriendo; pero los cisnes se lanza­ron tras ellos. Los malvados iban a darles ya alcance y la niña no sabía dónde refugiarse, cuando se encontró ante el río de leche con orillas de dulce.
-Escóndeme, río bátiushka -rogó la niña. -Come primero de mi dulce.
Comió, ya que no quedaba otro remedio, y el río la escondió al pie de la orilla. Los cisnes pasaron de largo. Cuando salió de su escondite, la niña dio las gracias y siguió corriendo con su her­manito. Pero los cisnes habían dado media vuelta y volaban hacia ella. ¡Qué apuro! No sabía qué hacer, pero allí estaba el manzano.
-Escóndeme, manzano bátiushka -rogó la niña.
-Cómete primero una de mis manzanas silvestres.
La niña se la comió a toda prisa. El manzano, entonces, la es­condió con sus ramas y la recubrió con sus hojas. Los cisnes pasa­ron de largo. La niña abandonó su escondite, y de nuevo echó a correr con su hermanito en brazos. Pero los cisnes la vieron y vola­ron tras ella. Estaban ya muy cerca, agitando las alas y a punto de arrebatarle al niño, cuando por fortuna apareció la estufa en me­dio del camino.
-Escóndeme, señora estufa.
-Cómete primero uno de mis panecillos de harina de centeno.
La niña obedeció a toda prisa y se escondió en la boca del hor­no. Los cisnes estuvieron todavía un rato volando y lanzando gri­tos, pero tuvieron que volverse como habían venido.
La niña reanudó la carrera hacia su casa, y tuvo la suerte de llegar antes de que regresaran su padre y su madre.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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