Éranse un viejo y una vieja que
tenían una hija y un hijo pequeño.
-Escucha, hijita -dijo la madre-:
nos vamos a trabajar. Te traeremos un bollo, te haremos un vestidito y te
compraremos un pañolito. Sé buena, cuida de tu hermanito y no le dejes salir a
la calle.
Los padres se marcharon, y la hija
olvidó lo que le habían recomendado. Sentó a su hermanito en la hierba al pie
de la ventana y se fue a la calle a jugar y divertirse. En esto llegaron
volando unos cisnes, cogieron al niño y se lo llevaron sobre sus alas.
Cuando volvió la niña, miró ¡y no
estaba el hermanito! Muy asustada, le buscó por aquí, por allá... ¡Nada! Le
llamó, anegada en lágrimas, lamentan-do el disgusto que iban a llevarse el
padre y la madre. ¡El hermanito no contestaba! Llegó corriendo hasta los campos
y vio a unos cisnes que remontaban el vuelo a lo lejos y desaparecían detrás
de un bosque oscuro. Los cisnes tenían de siempre muy mala fama, porque hacían
estropicios y robaban a los niños pequeños. La niña comprendió que ellos se
habían llevado a su hermanito, y se lanzó corriendo detrás de ellos. Iba corre
que te corre, cuando se encontró con una estufa.
-Dime, estufa, ¿hacia dónde han ido
los cisnes?
-Cómete uno de mis panecillos de
harina de centeno, y te lo diré.
-¡Oh! En casa de mi padre, ni
siquiera como los de harina de trigo.
La estufa no le dijo nada, y la
niña siguió corriendo hasta que se encontró con un manzano:
-Dime, manzano, ¿hacia dónde han
ido los cisnes?
-Cómete una de mis manzanas
silvestres, y te lo diré.
-¡Oh! En casa de mi padre, ni
siquiera como las del huerto.
Siguió corriendo hasta encontrarse
ante un río de leche con las orillas de dulce.
-Dime, río, decidme, orillas de
dulce, ¿hacia dónde han ido los cisnes?
-Cómete un poco de este dulce con
leche, y te lo diré.
-¡Oh! En casa de mi padre, ni
siquiera lo como con nata.
Aún habría tenido que correr mucho
por los campos y vagar por el bosque si, felizmente, no se hubiera encontrado
con un erizo. Iba a empujarle con el pie, pero le dio miedo pincharse. Entonces
le preguntó:
-Dime, erizo, ¿hacia dónde han ido
los cisnes?
-Hacia allá -contestó el erizo.
La niña corrió en esa dirección y
se encontró con una pequeña isba que
tenía patas de gallina y giraba sobre sí misma. En la casa estaba la bruja Yagá
-jeta rugosa, pata de arcilla-, y también estaba el niño, sentado en un
banquito y jugando con unas manzanas de oro. En cuanto le vio su hermana, se
acercó con mucho sigilo, le tomó en brazos y salió corriendo; pero los cisnes
se lanzaron tras ellos. Los malvados iban a darles ya alcance y la niña no
sabía dónde refugiarse, cuando se encontró ante el río de leche con orillas de
dulce.
-Escóndeme, río bátiushka -rogó la niña. -Come primero
de mi dulce.
Comió, ya que no quedaba otro
remedio, y el río la escondió al pie de la orilla. Los cisnes pasaron de largo.
Cuando salió de su escondite, la niña dio las gracias y siguió corriendo con su
hermanito. Pero los cisnes habían dado media vuelta y volaban hacia ella. ¡Qué
apuro! No sabía qué hacer, pero allí estaba el manzano.
-Escóndeme, manzano bátiushka -rogó la niña.
-Cómete primero una de mis manzanas
silvestres.
La niña se la comió a toda prisa.
El manzano, entonces, la escondió con sus ramas y la recubrió con sus hojas.
Los cisnes pasaron de largo. La niña abandonó su escondite, y de nuevo echó a
correr con su hermanito en brazos. Pero los cisnes la vieron y volaron tras
ella. Estaban ya muy cerca, agitando las alas y a punto de arrebatarle al niño,
cuando por fortuna apareció la estufa en medio del camino.
-Escóndeme, señora estufa.
-Cómete primero uno de mis
panecillos de harina de centeno.
La niña obedeció a toda prisa y se
escondió en la boca del horno. Los cisnes estuvieron todavía un rato volando y
lanzando gritos, pero tuvieron que volverse como habían venido.
La niña reanudó la carrera hacia su
casa, y tuvo la suerte de llegar antes de que regresaran su padre y su madre.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
No hay comentarios:
Publicar un comentario