En una noche tranquila del mes de
agosto, estando cómodamente sentado después de la cena, refrescándome un poco y
oyendo música ante la ventana de la casa de campo, allí donde pasaba las
vacaciones. La buena temperatura que se respiraba y la bella música que invadía
el ambiente, daban sensación de paz, y el sueño poco a poco se presentaba,
prometiendo un descanso feliz. El suave airecillo daba en mi rostro y después
del calor del día, aquello parecía la ventura del Paraíso De pronto noté que la
música acababa y una bonita voz anunciaba la próxima composición.
“Ahora escucharán vds. La canción del
Mississipi.” La deliciosa música comenzó y con tal ambiente el placer del
momento era completo. Tenía cerca de mi una pequeña lucecita que daba un bonito
brillo a aquel ambiente… La música continuaba, deliciosa.
De vez en cuando a la llamada de la
luz y por la ventana abierta al campo y la noche, entraba algún animalito que
revoloteaba ante la luz y después de un ratito se marchaba.
Alguno más torpón no encontraba la
salida. La música del Gran Río continuaba y hacía que me transportara a sus
orillas. En esto, por la ventana entró como despistada una hermosa mariposa;
fue directamente a la luz y se posó, después de algunos revuelos a su pié.
Quedé extasiado contemplándola: los múltiples colores de sus alas, brillaban
como focos, casi me deslumbraban; parecían incluso luces de una ciudad vistos
desde una gran altura en la lejanía. Era preciosa; la música continuaba hermosa
y bella. Poco a poco la mariposa comenzó a andar, acercándose al altavoz,
mientras la nostálgica y amorosa canción continuaba. Yo vi cómo escuchaba, con
cara triste y sin embargo, no dejaba de mover sus antenas con cierto ritmo,
como si llevara el compás. Y pronto me di cuenta que transmitía señales y al
instante entraba otra mariposa. Llegó cerca de ella y se posó. Era distinta.
Más severas sus líneas, no tenía más que un solo color, se la veía más recia,
no tan delicada. Las dos mariposas se acercaban, unían sus antenas mientras la
música no dejaba de oírse; se acercaban más y más y me pareció que se besaban.
Enseguida empezaron a revolotear. Las dos parecían alegres alrededor de la luz,
mientras la música ya se acercaba a su fin y al llegar a éste, las dos
mariposas salieron de la habitación hacia la noche, hacia la inmensidad. Había
sido el triunfo de la música, la naturaleza y el amor.
De pronto pensé: pero qué es esto?,
si así no se reproducen las mariposas.
En esto oigo una voz, ¿pero no te
acuestas?, es muy tarde, apaga esa radio.
Enseguida me di cuenta: la radio no
tocaba, metía unos ruidos muy extraños y por la ventana entraban los primeros
rayos de sol del nuevo día…Estaba amaneciendo.
1.009. Eguileor (Felix de)
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